ARGENIS RODRÍGUEZ..
Es claro que los premios literarios se han desprestigiado a niveles vergonzosos. Para obtener un premio no se necesita que la obra se presente a un concurso, sea buena, sino que participante sea amigo de los miembros del jurado. El único que verdaderamente premia las obras de arte es el tiempo. El tiempo es el que dice en definitiva si una obra vale o no.
Son muchas las obras premiadas en el pasado que hoy no le dicen nada a nadie. Y más aquí en Venezuela que, como se sabe, primero los interesados en premiar se ponen de acuerdo en qué obra se debe premiar, y luego se busca a unos sujetos que llaman jurado para que premien la obra (o la persona) escogida.
Recuerdo que una vez envié una novelita a un concurso nacional de prosa y le pregunté a uno de los miembros del jurado que si la habían leído y me respondió:
- ¡Ay, mi hijo, se han mandado tantas obras que no hay tiempo para leerlas todas!
¿Qué dicen ustedes? ¿Cómo puede un hombre sopesar el valor de varias obras si no las lee todas? De lo que se piensa que ni siquiera leyó la obra que se le impuso premiar. Y para que no crean que lo que digo es mentira pondré aquí el nombre de tan bella personalidad: AUGUSTO MIJARES. Lo encontré por esos días en una fiesta del Ministerio de Justicia y me respondió eso cuando le pregunté lo que le pregunté. La verdad que fue mucha necedad mía.
Pero que ya se había señalado, con meses de anticipación, la obra que debía ser premiada. Ese año, la obra premiada fue un libro sobre preceptiva literaria que se llama o se llamaba “LAZO MARTÍ, VIGENCIA EN LA LEJANÍA.
Desde esa vez me hice el propósito de no enviar más mis libros a concurso literario alguno que se imponga en Venezuela. Porque si no es el partido en el poder el que premia, es el grupito, la asociación o los cerveceros tales.
Según veo ahora, muchos escritores están poniendo en práctica el incómodo desoficio de retirar sus libros de sus concursos. Lo que no es ni mala idea. Tal vez esto ayude a sanear ese mal vicio de premiar por interés y no lo que realmente vale. Y lo que realmente vale, como digo, sólo el tiempo lo dictamina.















