13 de septiembre.
Mal día después de todo. He leído poco. Cabrera Infante, que no es más que un juego. Varias páginas de “El Paseo Errante”, de Pedro Emilio Coll. Son las siete y media de la noche.
Pero el coronel, está bien claro porque, lo que le gustaba era imaginar la escena que el hijo del secretario le había pintado del embajador arrodillado o agachado en la cama de su sobrina sobándole los tiernitos (se los imaginaba tiernitos, pequeños, redondos y duros) senos y las piernas gruesas (porque eran gruesas, él se las había visto una noche que se sentó en el quicio de la chimenea frente a él) y hasta con vellos duritos o que hacían cosquilla. El coronel, está bien claro, acompañaba a esta niña a la Alianza Francesa donde estudiaban los dos en el mismo curso. En las fiestas (el embajador lo llamaba todos los días para que se echaran un palo en la oficina y la siguieran por los bares y en la casa de alguno de los dos) el coronel se sentaba a hablar con esta niña para ver qué le sacaba, ya que pensaba que el embajador la había manoseado, y él también tendría chance y no habría peligro. Pero no estaba bien el coronel en las fiestas, ya que su mujer se le sentaba al frente a mirarlo con furia y a decirle: “-¿Pero no te vas a despedir? ¿No ves que la señora del embajador está cansada? ¡Ay, sus contigo!”
El coronel lo que hacía era mirarla con sus ojitos y decirle que esperara y cuando su mujer le reclamaba el porqué se sentaba con esa niña, él respondía: “-¿Pero tú no ves que se parece a la mayor de nosotros? ¡Tú pareces loca!” El coronel tenía tres hijas a las cuales atendía, cocinaba y compraba lo que él consideraba que debieran cargar. Además, las aconsejaba y decía a todo el mundo lo que aconsejaba a sus hijas: No se dejen tocar aquí (y señalaba las rodillas y las piernas), no se dejen poner la mano aquí cuando estén bailando (y señalaba la pata de la nuca), metan este brazo para parar al parejo (y metía el brazo con fuerza apoyándolo en un cestal), la que se deje hacer eso se putea. Por eso había prometido a sus hijas y mujer que no fueran nunca por la Embajada.
Ahora estamos mucho mejor que hace un rato.
El embajador bebe whisky y pulsea una guitarra. Va a cantar un tango. Se hace el corro. Sale la señora del farmaceuta y dice que cante la señora del comandante Filardo. Ésta se niega porque dice que no canta desde hace mucho tiempo y que si no es con su marido, que le conoce todas las bajadas, no canta. Entonces el embajador le entrega en este momento la guitarra al comandante Filardo y dice en un tono que quiere pasar como mexicano: “-Ándele, pues. Estamos muy bien y la noche avanza”.
Pero después de todo no hay que hacerse ilusiones. Al coronel no le gusta sino la mujer del farmaceuta. Le ha dicho al comandante Filardo que ese es su tipo. Pero también quisiera coger la mujer del consejero para vengarse de una vaina que éste le echó a su mujer. Ahora repite el cuento: estaba en Israel y despachó a su familia para Venezuela con un automóvil; para que le entregaran el automóvil, su mujer se vio obligada a firmar un papel en el que renunciaba a su pasaporte diplomático. Y esta vaina se la había impuesto este consejero; ése que ustedes ven allí. ¡Quién iba a decir que se iban a tropezar fuera del país! Cuando el consejero lo vio salió a su encuentro y le dijo: “-por allá ocurrió algo contra su mujer, pero yo no fui”. ¿Y quién iba a ser entonces si él era el jefe de personal y quien quitaba y daba cargos, quitaba y daba pasaportes diplomáticos? Mi coronel bebe a la salud de la mujer de Ganteaume. Se vengará. Tan sabe que el embajador se le ha metido dos veces a la casa. ¿Quién dice que él no pueda hacer otro tanto? Desde el año pasado está pendiente del cumpleaños de la mujer del consejero para aparecerse por allá con un ramo de flores; le hará ver que se acuerda a menudo de ella, que ha estado pendiente; el embajador bailó con ella y se la pegó. El coronel se acuerda, era cadete e iba a las fiestas con uniforme prestado y una noche vio a una pareja bailando así, pegado y vio como la mujer se reía y a pesar de que el hombre era un viejo no se quería despegar. Lo que hay es que saberlo poner, se dice. Y él ha aprendido. No cree que el consejero le dé duro a su mujer. Con esa barriguita “prominente” lo que parece es una avispa. Salud. El comandante Filardo que no habla en mal ni en bien de nadie, quiere hablar de cuándo salió de su pueblo, pero el coronel, que ya le ha oído el cuento más de tres veces (una vez cuando se conocieron, otra cuando vino su amigo Morillo y otra en un automercado) le dice que ya viene y se mete en la cocina. Al embajador lo llaman “cañita”. Al consejero lo llaman “avispa” y al coronel lo llaman El Cunaguaro, pero nadie conoce el sobrenombre del coronel. ¿Cunaguaro? No era así, no obstante, en un principio, sino “pata e´loro”, porque tiene un defecto en un pie, tiene un pie que parece una garra. Pero el coronel supo muy bien desviar ese sobrenombre y lograr que se lo cambiaran por Cunaguaro. No le gustaba que le hicieran mención de su pie. ¿Cómo? – preguntó una vez haciendo que no oía cuando lo llamaban desde un baño- ¿Cunaguaro? Sí, Cunaguaro, lo llamó el otro y desde esa vez se quedó así. Es mejor y se da cuenta de que no tiene defecto. En la cocina el coronel se come una carnita asada y se lanza al coleto un vaso de vino blanco. Ahora vendrá con más bríos y tal vez baile con la mujer del consejero. Está más buena que el carajo. Le dirá: no coma mucho, mire que engorda.
14 de septiembre.
Soñé que nos mudábamos para otra casa y el hombre que vino a buscarnos para trasladar los muebles nos dijo: “un mecánico del garaje donde trabajo les dará una vueltica para que conozcan el barrio donde van a vivir” Después era ya noche y yo tenía que ir al cine a ver “El retrato de Jenni”. Llegué al cine pero me sentía cansado, pegajoso y hasta hediondo. Quise darme un baño. Me dirigí al baño. Estaba ocupado. Tocaron el timbre indicando que la película iba a empezar y no me quedó más remedio que entrar así como estaba.
El comandante Filardo se dirige al embajador de Guatemala. Este embajador tiene dos hijas que son unas hembritas.
- Como yo le digo al embajador de Venezuela, su colega – dice el comandante Filardo- el venezolano que viaja es porque puede, pero el pueblo no viaja. Yo le voy a echar un cuento que es verdad. A nosotros nos tienen negreados. Una vez un hermano mío, que es técnico en radiodifusión, publicó un aviso en El Universal, un periódico de Venezuela, que decía así: “Alonso Filardo, nacido en Río caribe (Río Caribe es un pueblito de Venezuela), ofrece sus oficios como radiodifusor”. Bueno, nadie lo llamó. Ajá, se dijo, con que éstas tenemos. Y publicó entonces otro anuncio que decía: ALONSO FILARDO, nacido en BARCELONA, ESPAÑA, ofrece sus servicios”. Bueno y cuando lo llamaron se presentó ante quien lo llamaba, le dijo: tenga, yo no acepto su trabajo, y le rompió la invitación en la cara. ¿Cómo le parece? ¿Es cierto o no es cierto que nuestra gente es así?
- Sí es muy cierto, y si quiere le explico un caso que pasó en mi pueblo…
- ¿Pero dígame usted si es cierto o no es cierto que eso pasa en nuestros pueblos? Ah.
A todas éstas el embajador de Venezuela está sentado al lado de la hija mayor del embajador de Guatemala y el coronel que lo ve con los ojos abiertos, “cómo un cochino sádico destrozando…”, le saca una foto para la historia.
El comandante Filardo que se precia de beber poco para no alebrestar a su mujer que es una puritana evangélica, se acerca al cónsul de Venezuela en Amberes y le dice:
- Como yo le decía, no hace mucho, al embajador de Guatemala: en Venezuela el que lo consigue todo es el que tiene. Fíjese, pongamos un caso, un caso que es cierto y que me pasó a mí, pero que lo voy a contar como si le hubiera pasado a otro. Fíjese: supongamos que van tres personas a pedir un crédito para poner un negocio, van un hijo de Eugenio Mendoza, un hijo de Vollmer y un hijo de Enrique Filardo, que no tiene nada, pero siendo más capaz de todos no tiene cómo conseguir un fiador, no le dan nada, pero a los hijos de Vollmer y de Eugenio Mendoza sí les dan el préstamo y de paso los halagan, y siendo que éstos son los más incapaces y que pasan el tiempo en cabarets…dígame, ¿no es esto una injusticia? Ah.
El cónsul de Ambers ha oído a medias al comandante Filardo porque se está fijando en su mujer que habla en el centro de la sala con el embajador Rivero, de la embajada de Venezuela en el Mercado Común, y piensa ir a decirle que se acuerde de él por si es verdad eso de que va de ministro de Hacienda. Este comandante lo tiene retenido por nada. Ahora es el momento ahora, que su mujer lo retiene. El puerto. Amberes. Un dominó. Vaya por mi casa.
El embajador Rivero ante el Mercado Común va a decir unas palabras a la amada concurrencia. Levanta la mano.
- Yo propongo -dice- que pasemos una película sobre Caracas, Nuestra Caracas, para que recordemos las navidades en que comíamos nuestras hallacas allá.
¡Bravo!
Aplausos.
- Para ver La Pastora -dice Losada, un abogado que hace un curso de criminología- ¿no es esa que ya vimos en Lovaina y donde sale La Pastora? -pregunta al embajador Rivero.
- Shsh. Dejen hablar al embajador.
La mujer del embajador Rivero hablaba con el coronel:
- Ese carajo es un oportunista – le dice la mujer del embajador Rivero al coronel señalando a su marido.- Es un oportunista. lo sacaron para acá con este cargo cuando el partido de Uslar entró al poder y aún siguió siendo embajador después que el partido de Uslar se salió del poder. Y no es nada, regresa como Ministro.
El coronel se calla. Qué puede decir él. lo único que piensa es esto: lo que pasa aquí es que el embajador no le da duro a su mujer. y esta mujer esta buena. Le voy a echar un piropo. Le diré que su vestido, que es negro le luce. ¿Pero cómo? Espere que pare esa retahíla. Esta mujer lo que necesita es candela.
- Ese es un perro – Continúa la mujer del embajador Rivero. Ahora va adular. Ya usted va a ver.
Sí, piensa el coronel, no me cabe la menor duda, esta mujer lo que necesita es candela. ¡Y tiene un culo! A esta edad es cuando las mujeres son buenas. El coronel no está sino pendiente de decirle a la mujer del Embajador Rivero que el vestido le cae bien a ver cómo responde.
Pienso que los poemas de mi hermano son extraordinarios. Hoy me acosté para cerrar los ojos un rato y creo que me dormí unos segundos y soñé con Santa María de Ipire. Cuando abrí los ojos tenía un brazo encalambrado y me creí niño y recordé los poemas de Adolfo: “El mundo era aquel, no éste/ la vida era aquella, /no ésta. ¿Quién saqueo mis predios? ¿Quién me exiló?/ ¿Quién me lanzó hasta las atajadoras murallas?/ ¿Qué devastó mi infancia?/ ¿Qué alud sepultó las fragantes naves?/ El mundo era aquel”.
Luego recordé que yo he tenido varias época maravillosas: la infancia esa que narra Adolfo y que narró yo en “Entre las Breñas” y en un que otro relato; mis primeros tiempos de Caracas, cuando aprendía a escribir y leía a los escritores norteamericanos y vagaba de noche por las calles; cuando militaba con XX en el Partido Comunista y vivía en San José del Avila; cuando vivía en El Silencio y una noche fuimos al mar y era la primera vez que yo iba al mar. Luego vino el exilio. Cayó Pérez Jiménez o la dictadura y hubo un rompimiento: no era sólo lo que buscábamos y creíamos que eso era lo más importante. Yo no me engañé, al menos. Seguí solo. Incluso en las guerrillas estaba solo.
.-Esta noche, a las 10 salí a ver el retrato de Jenni”.
.-Este libro está mal escrito porque no pude escribirlo de otro modo.
1) Para el coronel la mujer del farmaceuta Parra era su tipo. La Sonia estaba sentada con la otra Sonia. A mí me gustan las Sonias. Si tuviera coraje le diría que en el bolsillo cargaba el retrato de una reina. Le hizo una vuelta con el dedo indicándosele que si bailaban. La mujer del farmaceuta hizo un movimiento de cabeza. El coronel se acercó y besó las manos de la dos Sonias. ¿De dónde acá le había salido eso? Nunca le había besado la mano a una mujer. Eso me vino del antiguo adjunto que tenía allá que estuvo en Italia.
– Bueno, pues – dijo el coronel, pensando él que le hacia ver a la mujer del farmaceuta que se iba a dar un gustazo bailando con ella.
– Qué gentil, coronel – dijo la Sonia poniéndose de pie.
– Aquí, en el corazón, tengo el retrato de una reina – dijo el coronel toqueteándose el bolsillo del corazón.
– No me lo diga.
– Sí, y lo va a ver.
Se detuvieron y el coronel sacó su cartera y de la cartera un retrato de la mujer del farmaceuta.
- Devuélvame mi foto, coronel!
- No, ni que me pagué un millón de bolívares.
- Mire, coronel, que se la puede ver mi marido.
El coronel no dijo nada porque pensaba que no había peor insulto que el de desconocer o no nombrar al rival o al enemigo.
El coronel volvió a guardar la foto en su cartera y se la metió en el bolsillo.
- Como siempre –dijo-, en el lado del corazón.
– Ay, pero que no lo sepa la Sonia de Gantón, coronelito. Le da mucho a la sin hueso.
2) La mujer del coronel no era tan loca como decían. Divisaba al coronel muy sí señor besándoles las manos a las Sonias y luego lo divisaba bailando con la mujer del farmaceuta. Bandido, al llegar se lo digo. O se lo digo ahora mismo, que nos vamos a casa. No ves que la señora del embajador está cansada. anda a despedirte. Y se lo voy a decir en voz alta, que es lo que le molesta, para que me oiga todo el mundo. Bandido. Y ahora quiere que yo me vaya. Qué el clima. Sí el clima. Mírenlo pues, tan romántico él mientras uno se fuñe aquí sin nadie que quiera hablar con una. Bandido. Mira, que la mujer del embajador está cansada.
3) Ay, ¿y qué le pasaba al comandante Filardo que iba de un grupo a otro? andaba diciendo las bases de su socialismo. Ya había hablado con el embajador de Guatemala y con el Cónsul de Amberes. Ahora iba a hablar con el coronel. Pero el coronel no lo oía nunca y no hizo su curso de estado mayor fuera, como yo. Y dice que uno es la aristocracia del ejército. ¿Porqué no estudió, pues? Yo cogí el camino largo. Yo pensé por la tropa, fui dirigente obrero en un campo de Tumeremo, volví al ejército, pero ya como oficial ya me ven aquí. Dos diplomas, uno de ingeniero y otro de estado mayor.
Pero el coronel bailaba con la señora del farmaceuta. Y el embajador de Venezuela pulseaba una guitarra ya le hacían coro y ya cantaba Garúa. Pero aquí estaba el embajador de Venezuela ante el Reinado de Dinamarca a quién él no conocía, pero se iba a presentar.
- ¿Cómo está embajador? – dijo el comandante Filardo tendiéndole la mano al embajador de Dinamarca.
- Mi comandante, ¿cómo vamos?
- Vamos bien. Por cierto que acabo de hablar con el embajador de Guatemala y le dije que yo había escogido el camino más largo…
- Sentémonos y bebamos a la salud de ese ilustre americano, de la patria de un Premio Nobel.
- Porque yo era de tropa…
- ¿De tropa?
- ¿Y usted no lo sabía? Sí, de tropa. Y yo le voy a echar el cuento para que usted vea por qué digo yo que cogí el camino más largo. Yo soy de Río Caribe. Un pueblito de Venezuela.
- Río Caribe, por demás conocido por mí.
- … bueno, y pasó la recluta, yo que era el único de los hermanos que ayudaban a mi papá en la recolección de las papas, me llevaron e hice mis dos años de servicios. Juan Ramón Filardo, me dijeron cuando me iban a pasar de baja, ¿quiere usted seguir para que haga un curso de Sargento Técnico? No, respondí yo, muchas gracias. Pero un compañero mío, que se había hecho amigo del coronel del batallón sí siguió y se hizo Sargento Técnico. Pues, yo no. Yo me fui a Tumeremo y trabajé en un campo petrolero, y de ahí me dije, qué caray, me voy a meter a la Escuela Militar. Bueno y me metí. Ahora soy Teniente Coronel y cada vez que veo a aquel sargento que se fue de las primeras, pienso en mí y me digo: yo me fui por el camino largo.
4) El embajador de Venezuela ante el Reinado de Dinamarca se sacó un papel del bolsillo y le dijo al comandante Filardo que acababa de escribir un poema en homenaje a Miguel Angel Asturias.
– ¿Quiere que se lo lea?
– Muy complacido, muy complacido.
– El indio de Guatemala se llama el poema -dijo el embajador y que se lo había dedicado a Miguel Angel Asturias.
5) El consejero fue arrinconado por el cónsul de Venezuela en Amberes:
– Usted es un sinvergüenza, usted cuando era Director General del Ministerio le andaba mandando comunicados, vainas, a uno.
– ¿Yo?
– Sí, usted. Usted es una mierda. Un hijo de puta. ¿De qué le valió eso? Ya ve, después de tan alto ahora no es más que un primer secretario de una embajada en un país perdido.
– Yo, pero usted está confundido.
-¿Confundido? ¿Y usted no se llama Gantón?
– Sí, pero…
– Pero, pero a usted lo mandaban, ¿no es verdad?
6) El coronel oyó que arrinconaban muy feo al consejero Gantón y pensó que le venía de las mil maravillas. Se acercó a la Sonia y le dijo:
– Dígale a su marido que se venga para acá. ¿No ve que lo están insultando muy feo?
– ¡Freddy!, ¡vente! – gritó con una vocecita achicada la Sonia de Gantón.
7) Ya ve mi amigo – le dijo el coronel al consejero, agarrándolo por el brazo-, Yo me di cuenta que el Cónsul de Amberes lo estaba jodiendo. Véngase para acá. Este tipo conmigo no puede. Es un antimilitarista de primera, yo lo sé. Véngase para acá. ¿Qué le pasó con él?
– Nada – dijo el consejero, enjugándose el sudor de la frente con un pañuelo floreado-. Pero de todas maneras le voy a confesar una cosa. Lo que pasa fue que yo eché mucho nombramiento para atrás cuando era Director de Personal y este cónsul quería meter un sobrino suyo en el ministerio.
– ¡Ese carajo es un antimilitarista de primera!
8) Realmente que el consejero se sentía compungido. Con una bicoca de dios se la guarde y una barriguita larga y baja y unos hombritos y una estatura normal y unas piernas largas y rodilludas. Agarró a su vez al coronel por el brazo. Salieron al patio.
– Este viento glacial me hace bien – dijo el consejero -, me despeja la cabeza. Yo no he sido un santo, mi coronel.
– Diga nomás – dijo el coronel, que está con un amigo.
– Yo no he sido del todo un santo. Yo sé que le caigo mal a la gente. Es esta barriga. No me quedan bien los trajes. Tengo que usar un sombrero, yo que no siento ninguna predilección por los sombreros. No le caigo bien a nadie. Los trajes me caen mal. Esta barriga. Qué voy a hacer yo si soy así.
El coronel se sintió incómodo. Ese es ya otro problema, se dijo. Yo no puedo hacer nada. Su revolución debiera estar dirigida contra la naturaleza que fue quien lo hizo así. De todos modos, el coronel se rió:
– Cuá, cuá cuaá. Usted si que tiene vainas, Gantón. Vamos a entrar y a echarnos otro palo. Cuá, cuá cuaá. Perdone que me ría, pero usted si que es tremendo jodedor.
9) El consejero volvió a la casa con la sensación de que era un incomprendido. Nunca se había confesado como lo había hecho con el coronel. Se sintió agradecido. El coronel le demostró amistad. Nunca confió en nadie. Nunca se confesó. Traía al coronel y el coronel se reía. Mejor que lo tome así y no en serio, yo sé como tienen la lengua los venezolanos. Le he podido decir que la secretaria que nos llegó es la amante de Jaime Lusinchi. Le doy un dato para que aproveche. Usted nada más sabe. Pero le diré esto cuando me dé más confianza y me lo quiera ganar. El salón le daba náuseas. Había tomado mucho. Su mujer mostraba descaradamente las piernas. Las abría y no se daba cuenta, o se daba cuenta. Se iba a acercar y le iba a dar un pellizco por el brazo para llamarle la atención. Ahora sí, mostrando las piernas frente al embajador. ¿Acaso no sabe ella cómo es él? Coño de madre. Lo que quiere es andar bailando todo el tiempo.
10) Garúa, tristeza. Y hasta el cielo se ha puesto a llorar. Cantaba el embajador de Venezuela.
11) La Sonia de Gantón se inclinó hacia la Sonia de Parra y le dijo:
– ¿Tú ves aquella señora que está enfrente? No hagas ningún tipo de gesto. Vela después de un rato, como si fueras a mirar para afuera y la ves. ¿La ves? Es la mujer del coronel. Está loca. El coronel sufre por eso. Dicen que vivió con ella diez años antes de que se casara. Se casó porque fue teniendo hijos.
– Vamos pues, vamos pues – dijo el embajador-. Que toque otro, que toque otro. Me duelen los dedos.
– ¿A qué se debe esta fiesta, embajador? – preguntó la mujer del farmaceuta..
– Nada. Que yo quería tenerlos esta noche en casa para que recibamos el año juntos. ¡Toca, muchacho! – le dijo el embajador al comandante Filardo. El comandante Filardo se agachó y agarró la guitarra.
– Por cierto, que acabo de hablar con el embajador de Venezuela en Dinamarca…
– ¡Palo de hombre, ese! – dijo el embajador Morales.
-… Y le dije yo que había cogido el camino más largo…
12) El embajador ante el Mercado Común, Dr. Gonzalo Rivero, editorialista de El Nacional, le había publicado un libro y se lo ofrecía a un abogado que hacía un curso de criminología en la Universidad de Lovaina.
– Vaya por la Embajada, calle de Comercio, y se lo doy. Humilde trabajo para las elecciones. ¿Usted no ha leído a Camus? Meto una cita de Camus.
13) El consejero se metió en la cocina y le pidió un whisky al que atendía que no era otro que Pierre, el chofer de la Embajada. El consejero no veía con buenos ojos a Pierre, porque una vez lo mandó a buscar una cosa a su casa y se quiso meter con la sirvienta.
– Dame un whisky, Pierre.
Desde entonces, cada vez que el consejero se quedaba encargado de la Embajada le daba vacaciones a Pierre y él mismo manejaba el Mercedes.
– Con bastante whisky, Pierre. Hoy es año nuevo. En Venezuela, la gente se come sus hallacas. Yo quisiera comerme mis hallacas. ¿Con qué fue que el embajador envolvió sus hallacas?
¿Con papel de plomo? Ese papel no le va a dar a la hallaca el gusto que le da la hoja del plátano. Bébase usted un whisky, Pierre. En Venezuela no hay discriminación. Todos somos iguales. Ya usted ve, se le dispensa de ponerse el uniforme para manejar. Eso no lo hace otra embajada. Nosotros hicimos una guerra que se llama la guerra federal, para igualar todas las clases sociales. Lo que entiende la gente es que si hay ricos y pobres el pobre puede vestirse como el rico y no hay diferencias. Ya usted ve. Tenemos un ejército popular. En el ejército nuestro no entra sino la gente del pueblo. No es como en la Argentina o en Chile. A su salud, Pierre. De nuevo. Dichosos los ojos, coronel. Aquí estoy hablando con Pierre. Diciéndole qué fue lo que hicimos nosotros con nuestra guerra federal, la guerra de los cinco años. Dichosos los ojos. Tengo algo para usted. Salgamos al patio.
– A usted si le atrae el patio, consejero.
– Ese aire glacial. Pareciera que no hubiera nevado. Tengo una cosa para usted. ¿Cómo le parece la señorita Ermini, formidable, no? Formidable. Un dato. No la aceptó Burelli en la embajada de Londres porque creía que se la mandaban para que le descubriera las malas intenciones. Pero yo me averigüé. Resulta que era la amante de Jaime Lusinchi. La mujer de Lusinchi se dio cuenta e hizo que la sacaran del país. Se la mandaron a Burelli y Burelli creía que era para que le sacara las intenciones. ¿Cómo le parece el día lo que pasó con el embajador Morales? A él lo sacaron en el periódico pero a su señora no y eso que los dos estaban juntos. ¿No le parece que hay algo sucio por allí? Salud y pesetas. Pesetas. Este traje me cae mal. Muy glacial el viento. Glacial y bueno. Bueno.
El coronel, ante tanta retahíla, se estaba acordando que una vez subía hacia su oficina y había oído al consejero gritándole a la secretaria: «Pero que no lo sepa Sonia, que no lo sepa Sonia. ¡Por favor, por favor!». Y hacía que la secretaria le jurara: «No, doctor, no doctor». Y así es como le paga a la secretaria. Ojo avisado no mata soldado. ¡La pecueca! Al consejero le había dado aquel día una patulequera y ahora… Mierda. A mierda bien mierda. La pecueca.
– ¡Pierre, ayúdeme!
Agarraron al consejero cada uno por un brazo y lo metieron a la cocina y lo sentaron en un banco.
– Búsqueme una bolsa de hielo y no le diga nada a nadie. Mucho menos a su mujer.
¡La pecueca!
14) La mujer del comandante Filardo pensaba que si alguien decía algo malo en su presencia la culpa era suya porque lo inducía a pecar. Y salía del atolladero diciendo que iba a cantar un pasillo. Que la acompañara su marido. Se alejó del grupo de las dos Sonias, de la mujer del embajador Morales y de la mujer del embajador Rivero, porque esta última decía que su marido era un sinvergüenza. Le cargaba la guerra al marido. Cosas de ella. De ellos dos. Que había guerra en el Vietnam era cosa de ellos. Que judíos y moros se mataban era cosa de ellos. Ahora que los judíos y los protestantes mandaban en los Estados Unidos y combatían el comunismo. Los judíos y los protestantes. En Venezuela estábamos bien porque el más pobre tenía un televisor. Uno veía un rancho en los alrededores de Caracas y el que vivía ahí tenía un carro en la puerta y una antena de televisor. Y ella que había estado en Yugoslavia de vacaciones no había visto ni automóviles ni carreteras. Eso era el socialismo. Ah, ahí está. Pero ella no discutía con nadie para evitar que la gente pecara en su presencia.
15). El embajador Morales quería bailar con la Sonia de Gantón y la Sonia le sacaba el cuerpo. Su marido no se lo perdonaría. Le diría que la culpa era suya por andarse insinuando. El embajador le dijo que ya que no quería bailar se iba a sentar a su lado. El comandante Filardo le dio a la guitarra. Su mujer dijo que iba a cantar. La mujer del farmaceuta arrimó la silla. El farmaceuta le dijo al embajador de Venezuela en Dinamarca:
– Usted sabe, yo también escribo versos pero cuando estoy inspirado.
Se formó un grupo para esperar el año nuevo unidos. La mujer del coronel buscaba al coronel con la vista. La mujer del embajador le dijo a su marido delante del embajador Morales, que a él no se le paraba.
- ¡Y tú eres insaciable! – le respondió el embajador con una sonrisa.
Su mujer entonces le dijo que se acordara de anoche y que la decisión estaba en pie. La mujer del embajador Morales se retiró.
– ¡Calla la jeta! – dijo el embajador Rivero.
– Mañana me voy -le respondió su mujer.
– ¡Váyase!
El embajador creyó que había gritado y alzó las manos.
- ¡Atención! – dijo. Y echó un discurso. Se cayó para atrás y se rió. ¡Viva Venezuela! – dijo -. Que se cante aquello que dice: «En esta noche clara de inquietos luceros…».
Su mujer se fue de su lado y caminó dando la espalda con la mujer del embajador Morales.
El comandante Filardo y su mujer cambiaron del pasillo para «Esta noche clara de inquietos luceros, lo que yo te quiero te vengo a decir». Pierre pasó con una bolsa de agua.
– ¿Para que es eso? – interrogó la mujer del embajador.
– Para el coronel, pero que no se diga a nadie.
– ¿Se puede ver?
– En la cocina y con el consejero Gantón sentados y bebiendo whisky y no más.
– Favor que se le hace al pobre.
– ¿Patulequeras? – preguntó la mujer del embajador Rivero.
– Pobre su mujer – dijo la mujer del embajador Morales.
– Pobre porque no perdona hablando mal de la gente, querrás decir.
– Y el marido que no lo pasa mi marido.
16) Vicente Gervasi, embajador de Venezuela en Dinamarca, llegó a la conclusión de que si no hallaba a quien leerle el poema era porque ya se lo había leído a todos. Dobló el papel y se lo metió al bolsillo del paltó y se dirigió a la cocina por un whisky.
No faltaba más – dijo el coronel -, no faltaba más.
El coronel tenía una mano sobre el hombro del consejero y repetía:
– No faltaba más.
– Pero no se olvide, coronel – decía el consejero -, se lo ruego que no se le olvide. Ni a usted, tampoco, Pierre.
-No faltaba más – decía el coronel – Y ahora échese otro whisky. Ahora que llega nuestro poeta y embajador, vamos a echarnos otro whisky.
El embajador de Venezuela en Dinamarca sacó el papel del bolsillo y se lo mostró al coronel.
– ¿Por casualidad yo no le leí a usted un poema sobre M.A.A., que escribí para mandárselo a El Nacional?
– Ya me lo leyó y aún me sé unos versos de memoria.
– ¡Qué tronco e’ poema! – dijo el consejero -. Pero en Venezuela el poema que hay que escribir es el poema de los caños de Tucupita. Hay miles de salidas hacia el mar, ¿pero cuál se coge?
– Excelente metáfora. Usted debiera meterse a poeta, doctor – dijo el coronel. El embajador de Venezuela en Dinamarca cogió un vaso de las manos de Pierre y se fue a la sala. Allí todo el mundo se abrazaba.
– Todos unidos aquí, pero cuando regresemos a Venezuela, todos unidos allá.
– ¿Cómo dice? – le preguntó el poeta Gervasi, embajador de Venezuela en Dinamarca.
– ¡Qué Feliz año nuevo y venga un abrazo!
El abogado Losada y el poeta Vicente Gervasi en un tremendo abrazo.
– Pero abrázame bien fuerte -dijo el abogado.
– ¡Guá. Bien fuerte, como un hombre!
Se abrazaron y las mujeres salieron gritando a sus maridos para abrazarse y todos se abrazaron.
– Que hable ahora el embajador Morales – dijo el abogado.
– Sí. Que hable – gritaron todos.
El embajador Morales se plató en medio de la sala:
- ¡Yo me conformo con decirles que quería tenerlos a todos aquí! ¡Y no tengan cuidado, que la economía de Venezuela es la más fuerte de América Latina y que tenemos un potencial minero extraordinario!
Se aplaudió y se pidió que hablase el embajador Rivero.
– ¿Ese carajo es doctor?
– Tiene un título.
– Aquí hay doctores para cagarse.
– Y coroneles y comandantes. ¿Qué hay de la mujer del otro ataché?
– Se fue. Muy nariguda.
– Me debe una.
Del brazo, las dos señoras de los embajadores fueron a ver si era verdad lo de la cocina y encontraron la puerta trancada por dentro.
Cuando el consejero se fue de vacaciones para España, ambas mujeres, reunidas, jugando solitario en un cuarto de arriba, se decían que: que se mate por la carretera, que se maten por la carretera; que choque y que se mate por la carretera.
– Y que manda informes de todo el mundo. Mi marido no lo pasa y eso que fue él el que lo metió en la carrera – dijo la mujer del embajador Morales.
– Que se fuña entonces -dijo la mujer del embajador Rivero.
– ¿Te vas?
– Mañana, y yo te tengo informada.
– Y yo de aquí.
– Ese es un mierda. No puedo explicarte que es una mierda. Recién casados me decía: mete a tu hermana también. Y tu hermano es un marico.
– ¿Igual a lo del pianista?
– El que estaba becado y se fue cuando se acercaba el concurso Reina Elizabeth. La mujer me dijo que pensaba que ella lo envenenaba y le caía a golpes.
– ¡Sinvergüenzas que son los hombres!
A instancias del embajador Rivero, los esposos Filardo repitieron «En esta noche clara de intensos luceros”, y de paso propuso que cada uno cantara una canción.
– ¡Ahí está! -gritó la mujer del comandante Filardo. Le gustaba las diversiones sanas.
– Yo cantaré el tango Golondrinas – dijo el abogado Losada.
– Ya, pues – dijo la mujer del comandante Filardo.
– A mi debido turno y después de los señores embajadores -, dijo el abogado Losada.
Cuando fueron a buscar a los embajadores se dieron cuenta de que el de Guatemala se había ido.
– Escapado – dijo uno.
– Escapado o cagado. Pero se fue – dijo el embajador de Venezuela en Dinamarca. Cargaba el poema en la mano y no hallaba a quien leérselo.
Sin embargo, las mujeres fueron las primeras en abrazarla y la mujer del embajador Morales la llamó aparte y se lo dijo:
– Cuídate que están hablando mal de ti.
– ¿Quién? -preguntó la Ermini- ¿Una mujer?
– No se sabe si es una mujer o un hombre, pero te están calumniando muy feo.
La nueva secretaria dijo que iba al baño y se escabulló para la cocina. Iba pensando que era una mujer al que la calumniaba y que lo iba a averiguar para vengarse. Sabía cada cual de cada mujer. Y enumeraba: La mujer del consejero es puta; dice que el embajador Morales se le ha metido varias veces en la casa en ausencia del marido. La mujer del embajador Rivero dice que al marido no se le para y seguro que la engaña. La mujer del coronel…, no, esa es loca. Pero la mujer del cónsul de Amberes, que es una motolita, puede que sea la que lance la piedra y esconda la mano. Llevaba el ceño trabado y pensaba vengarse escribiendo cartas para Venezuela para regar todo. O haciendo que de Venezuela se dirigieran a los hombres o mujeres de Venezuela que vivían en Bruselas con cartas anónimas donde se echaran los cuentos de todos.
Parecía que la casa fuera a caerse.
17) En la mesa, de pie o sentados, comiendo en platos de cartón, todos ahí se dieron cuenta de que faltaba la secretaria.
– Falta por que se fue al nomás entrar – dijo el coronel.
– Falta porque se fue, porque tenía otra reunión – dijo la señora del embajador Morales. Ella me lo dijo, es una excelente persona.
Todos dijeron que era una excelente persona y el consejero remachó diciendo que era mejor secretaria. El consejero comía poco porque se sentía acalorado y se acordaba que ahora le entraban asfixias en las fiestas. Y sin las fiestas no podía vivir porque sino no se relacionaba.
– Los invito a todos a pasar la noche de Reyes en casa dijo, y lleven los niños.
– Idea genial -dijo el embajador Rivero -. Yo propongo que se haga una recolecta para que les compremos juguetes a los niños y los sorprendamos.
– ¿Quién recoge? – dijo el consejero. Estaba ufano con la idea que se le había ocurrido y quería seguir acaparándola.
– No faltaba más -dijo el coronel-. Cada uno va poniendo su nombre en un papel y anota lo que da. Luego se recoge todo y se da a las damas para que compren los juguetes.
– Genial -dijo el consejero-. Es una idea pero lo que se llama genial.
– Es una brutalidad -dijo el poeta Gervasi- eso de que digan de que los militares no leen. Habrá unos que no leen. Pero no todos. eso no es así.
El embajador Rivero ocupó el sitio del embajador Morales y habló lo que sigue:
– Usted me ganó de mano porque el que ha debido hablar de economía soy yo. Pero yo no voy a hablar de economía. Yo lo que pido es un grito bien fuerte: ¡Viva Venezuela! ¡Carajo!
– ¡Viva Venezuela!
– ¡Carajo!
– ¡Carajo!
– Ahora esto no se queda así -dijo el consejero-. Esto se hincha. Vamos a hablar todos. Donde come uno comemos todos. Como dice el dicho. Como yo le decía al poeta Gervasi no hace mucho, que en Venezuela hay miles de salidas al mar, pero no hallamos cuál coger. ¿Cuál cogemos? Es una imagen que se me acaba de ocurrir. Los dejo ahí pensando.
-Usted, ahora doctor -dijo el poeta Gervasi señalando al abogado Lozada.
– Yo también voy a repetir lo que dije al poeta Gervasi no hace mucho: Aquí todos estamos unidos, pero cuando regresemos a Venezuela nos desuniremos todos. ¿Por qué? Yo también ahí los dejo pensando.
– Ahora me toca a mí -dijo el coronel-. Bueno, ya hablé. Dije eso: «bueno, ahora me toca a mí».
– Cua, cua, cua.
– Venga pa dale su abrazo -le dijo el embajador a la mujer del consejero.
Se abrazaron y el embajador le dijo en la oreja algo que pensó decirle desde el comienzo: «No coma porque engorda».
– Pero yo necesito comer.
– No. Qué va, si así es como está divina.
El coronel se acercó pensando que el embajador goteaba por debajo y sintió odio hacia el embajador Morales. También abrazó a la mujer del consejero y le dijo que estaba bellísima.
- Mi reina -le dijo.
Luego fue donde la otra Sonia y también la abrazó y la llamó «mi reina».
- Cállate -le dijo el coronel al oído-. Si me haces una me las pagas.
Sonrió y fue a abrazar al cónsul de Amberes.
- ¡Feliz año, palo de hombre!
Todavía sonaban las campanadas cuando entraba la nueva secretaria, pero ya todo el mundo lo sabía todo acerca de ella y los hombres pensaban en atacarla para cogerla y las mujeres en hacer fiestas o reuniones para no invitarla. Era lo que se llamaba sacarle el cuerpo para que sufra.
– Esos son los enemigos de los militares que dicen eso para destruir al ejército -dijo el consejero. Después llamó al coronel y le dijo:
– ¿Se fijó lo que dije delante del cónsul de Amberes?
– Lo hizo muy bien -dijo el coronel-. Ahora usted y yo para los que salgan.
– De ahora en adelante -dijo el consejero- usted leerá los periódicos primero que yo. Apenas me los pase el embajador, se los paso yo a usted.
18) El «no faltaba más» del coronel le iba cayendo «simpático» a la gente y ahora cada vez que alguien se dirigía al coronel se lo decía y el coronel soltaba una carcajada y decía sin poder respirar:
– Nooo faltaba más.
Por otra parte, el embajador Morales quería imponer el «muchacho» y a cada rato llamaba al comandante Filardo y le decía:
- Muchacho, trae la guitarra.
Al comandante Filardo le caía bien el embajador porque le parecía llano y sencillote.
– ¡Firme! -decía el comandante Filardo y se «cuadraba» golpeando los tacones. Él también quería ponerse simpaticote y llano y decía que venía de abajo:
– De Río Caribe. Y mi papá, para que nosotros estudiáramos, nos fue llevando de pueblo en pueblo hasta llegar a Caracas.
Era la una de la madrugada y la mujer del embajador Rivero le decía a la señora del embajador Morales que dentro de una hora estaría rumbo a Venezuela
– Pero qué fue lo que te pasó -le preguntaba la señora Morales.
– Lo mismo, lo de siempre -respondía la mujer de Rivero-. Que ese hombre es un cochino.
El cónsul de Amberes proponía una jugadita de dominó en su casa y ya había casado la pelea entre los dos militares y él y el embajador Gervasi.
- Eso sí -decía-, allá van a comer sandwiches.
Al abogado que estudiaba criminología en Lovaina nadie quería invitarlo porque no le gustaba salir con su mujer.
- A mi casa yo no llevo solteros -dijo el comandante Filardo. Parecía ilógico que teniendo mujer el abogado no saliera con ella.
El farmaceuta llevaba más de una hora de pie detrás de una puerta sacándose una hilacha de carne que se le había metido en una muela y que no le dejaba alternar con tranquilidad. Pero lo mismo daba que estuviera detrás de la puerta que delante de la puerta. Nadie hablaba con él ni a nadie le interesaba que tuviera una hilacha de carne en una muela. La filosofía del farmaceuta era la de empujar el agua hacia donde corría.
Para unos el farmaceuta era un vivo que vivía de una lechería que tenía su papá en Maracaibo, y para otros era un pendejo se dejaba dominar de su mujer, que era una colombiana.
En la reunión sólo faltaba el secretario con su familia, porque allí se corría que el embajador había querido abusar de su mujer. Nadie hacía ningún comentario. El secretario al peo. El embajador Morales había hecho correr la bola de que iría de secretario de la Presidencia de la República. Su mujer decía que fue la mujer del secretario la que se le había insinuado a su marido. De forma y tal que cada vez que se referían al secretario, se referían a «ese muérgano». El embajador se lo había traído, le había bautizado un hijo y le pagaba con una sinvergüenzura, una mentira, una calumnia (calumnia era la palabra más usada en aquel tiempo, allí entre los venezolanos).
- Ese es un muchacho -decía el embajador Morales.
Y si era el mismo secretario, éste decía:
– Morales quiso abusar de mi mujer, pero mi mujer es tan buena que todavía lo quiere.
– Carlos es tan bueno, tan sin rencor, que si el embajador lo busca es capaz de perdonarlo -decía la mujer del secretario.
Total, el secretario seguía en la Embajada y preparaba su viaje de regreso porque el embajador se regresaba. Parecía que las únicas que hubieran salido peleando hubieran sido las mujeres.
El único comentario que hacía el coronel era el siguiente:
- Yo lo que no le perdono a Carlos fue que no reclamó.
La conversación decayó y uno dijo que empezaban el año nuevo tristes. Y cantaron «Fúlgida Luna», «Los Ruiseñores» y «Alma Llanera».
- ¡Esta es Venezuela, compadre! -gritó el embajador Rivero.
La única que no gritaba a lo del embajador Rivero era su mujer. Y los dos se evitaban.
– ¡Que la señora del embajador está cansada, Francisco! -gritó la mujer del coronel. El coronel la miró y le peló los ojos.
– ¡Anda! ¡Despierte! -volvió a gritar la mujer del coronel.
El coronel se levantó de la mesa y fue a despedirse. Cuando salieron la llevaba del brazo y le decía:
– ¡Esta vez si no te me salvas!
– Sí, como no -le gritaba su mujer- Allá veremos. Y a mí no me vengas con que el tiempo es malo para viajar. Yo me voy en esta semana.
– Para qué se casó, pues -le gritó el coronel.
19) El consejero Cantón le dijo a su mujer que le quitara las medias.
– Atiéndeme -le dijo-. Estaba acostado en su cama y tenía los brazos sobre los ojos para protegerse de la luz.
– Estabas allí escarranchada y Morales mirándote.
– La culpa no es mía.
– Sí, no es mía, no es mía. ¿De quién va a ser entonces?
– Lo único que yo te sé decir es que la culpa no es mía.
– Sí, no es mía, no es mía. ¡Ahora que te pongo un zapato por la cabeza!
– Atrévete y ojalá y me des en la cara para que veas la noche de reyes.
– Cógeme cinco pastillas de meprobamato, sino no puedo dormir. Cada pastilla 400 unidades. Lo que vendría a ser, déjeme ver, cinco por cuatro, veinte: Dos mil unidades. Dos mil unidades.
20) Volando en su camioneta el comandante Filardo le decía a su mujer:
– Les hablé claro a todos. Les dije cómo me había levantado y había cogido el camino más largo.
– Sí, la puerta estrecha. Ay, mijo, eso me lo has dicho más de mil veces.
– Tú pecas más que nadie. Los americanos que son evangélicos como tú, son los que matan más gente en el mundo.
21) El farmaceuta cargaba todavía la hilacha en el diente y sólo pensaba llegar rápido a su casa para sacársela con un hilo dental. Su mujer fue una de las agraciadas en la elección para salir a hacer las compras de los juguetes para el día de Reyes en compañía de la mujer del embajador Morales, la Sonia de Gantón y la mujer del cónsul de Amberes.
22) El cónsul de Amberes, por su parte le iba diciendo a su mujer:
– Lo que aquí yo le hablé claro al Gantón.
La mujer del Cónsul de Amberes pensaba que los Filardo se habían cogido toda la noche para cantar ellos solos y que la próxima vez verían si ellos iban a hablar en cuatro idiomas para hacer las presentaciones de los que fueran llegando.
En coronel formó un escándalo en su casa y le sacó los corotos a la mujer para la sala.
.- ¿No se quiere ir? ¡Pues, prepárese!
Gritaba y sus cuatro hijas lloraban y la mujer lo amenazaba con decir como lo trataba- Diga y le cae y le mostraba una correa. ¡No sé como no le meto una cueriza!
- Meta, pues, meta-, le gritaba la mujer y se le acercaba retrechera.
24) La mujer del embajador Rivero se quedó durmiendo en la casa del embajador Morales.
El embajador Morales corrió hacia los cuartos de arriba y se metió en el de su sobrina.
– Calma le dijo a la niña. – Calma, no te voy sino a tocar.
– Ay, no tío – lloriqueó la niña. Yo le voy a escribir a mi papá para que me mande a buscar.
– Pero no te voy si no a tocar, – dijo el embajador y todo él temblaba.
– Ay, no tío, tengo miedo, tengo miedo, tío, voy a gritar.
25) La mujer del embajador Morales fue a dormir con la mujer del embajador Rivero para hacerle compañía.

















