JOSÉ SANT ROZ
9 -2 -1993: He ido a visitar junto con Rómulo Aranguren al profesor de origen ruso Andrés Zavrostki. Este paisano de Dostoievski, es uno de los personajes más enigmáticos y geniales que ha venido a residenciarse en Venezuela. Durante muchos años se vino desempeñando como profesor de matemáticas en la Facultad de Ingeniería, y hoy se encuentra jubilado. Es un anciano de origen ruso, de casi noventa años, radicado en Venezuela desde la década de los cincuenta. Ya yo lo había conocido durante las jornadas de la V Escuela Venezolana de Matemáticas donde se le hizo un homenaje. Llegué con Rómulo a su casa, a eso de las 10:30 de la mañana; estaba como siempre lo he visto, impecablemente vestido de flux y corbata; con un traje marrón y la corbata del mismo color. Él mismo nos recibió y lo primero que nos dijo fue: “-Lástima que llegan cuando ya hemos retirado el pesebre. El pesebre estuvo allí – señalando hacia un rincón- hasta ayer». Para el profesor Zavrostki celebrar las fiestas navideñas con todos sus protocolos, siendo él un hombre que nunca se casó ni tuvo hijos, es de lo más sagrado. Había hecho la Paradura y por lo tanto quitó el pesebre. En esta casa de dos pisos, de su propiedad, vivía una señora de nombre Amada, quien tenía dos hijos, por cierto, una niña muy pequeña que era la adoración del profesor Zavrostki. El profesor le dio albergue a esta familia, y también le daba de comer. Siendo profesor titular, cuanto devengaba lo repartía entre los pobres, y como se llegara a conocer los dones de su gran generosidad bandadas de curas y gente aprovechada iban hasta su casa a pedirle limosna.
Aquel día, al pasar a la sala vimos un joven que había estado recibiendo clases de matemáticas, de modo que tuvimos que esperar un poco.
Observé que sobre una pequeña mesita había un cuaderno y Rómulo me dijo que era allí donde Zavrotski iba anotando a los alumnos que tenían cita cada día con él para recibir clases de matemáticas. La lista de cada semana tenía por los menos quince estudiantes. Me sorprendía que este anciano de unos noventa años tuviera tan excelente vista, que no requiriera de lentes.
El señor Zavrostki en tres oportunidades interrumpió su clase para buscar algo en lo cual nos pudiéramos entretener mientras él daba su clase. Nos trajo algunos artículos suyos. Considerando que podíamos estar perturbando su clase, le dije a Rómulo que diéramos una vuelta y volviéramos más tarde, pero en cuanto vio que me incorporaba me pidió que me sentara en un sofá al lado del suyo. «-Espere. Mire- dijo señalando hacia un motivo japonés con algunas inscripciones que colgaba en la pared “ -¿quiere que le traduzca lo que dice?». Y con agilidad se acercó al afiche, en cuyos símbolos aparecía una mujer; leyó primero en japonés. Luego dijo en castellano: «En medio de los sueños un corazón sensible recibe revelaciones de los sucesos futuros». Leía haciendo énfasis en la terminación de cada palabra. Entonces nos invitó a sentarnos. Yo aproveché para decirle que queríamos tener una serie de testimonios suyos, de su vida, y que si no le perturbaba que las grabáramos. Se estuvo un momento en silencio, mirado fijamente sobre algo lejano, para después decir: «-Yo quiero ser determinante en que no se me hagan preguntas sobre mi vida privada». Más tarde agregó que prefería hablar sin tener un grabador a su lado. Nosotros convenimos en que todo se haría según como él lo considerar.
Una vez que se retiró el estudiante, quedóse el doctor Zavrostki un instante en silencio. Yo trataba de adivinar su estado interior; si se trataba de la «defensa» de su soledad, si le preocupaba que fuésemos a utilizar sus conversaciones con fines extraños al conocimiento, al saber, a la cultura. Rómulo estuvo hablando sobre los problemas por los que había pasado Zavrostki para poder donar sus papeles a la universidad. Que se había nombrado para estos fines a un Colegio o a una Asociación civil cuyo nombre no recuerdo. Repentinamente, el anciano pareció recordar algo y nos interrumpió. Dijo que quería renovar su inscripción en el colegio de Egresados de la Facultad de Ciencias, y que en varias ocasiones lo había intentado, pero que nadie le informaba los procedimientos. Entonces me miró durante un instante, preguntándome qué tendría que hacer para conseguir esa inscripción. Yo le dije que hacía mucho tiempo había pertenecido a ese Colegio pero que renuncié porque ahí nunca se hacía nada, y que no resultaba en absoluto de ningún provecho para nadie ser miembro de tan anodina institución, y agregué: “Mucho menos para usted, profesor. Estar en un gremio es tiempo totalmente perdido, ¿para qué?”. Dejó vagar su mirada fija en algo lejano cuando yo le decía que había dejado de pertenecer a ese gremio porque no encontraba allí nada que valiera la pena, y añadí: “Allí lo que hace la gente es jugar dominó y bolas criollas los fines de semana, y tomar cerveza”. Entonces algo se iluminó en su rostro y sonrió. Yo continué hablando de otros asuntos y le expliqué que el Departamento de matemáticas le tenía una alta estima y que en varias oportunidades habíamos estado planificando hacerle una visita, y que al fin nos conocíamos, y que le agradecíamos que nos dedicara parte de su tiempo. Que nos animaba sólo el interés por su obra y su conocimiento, que considerábamos terriblemente doloroso que se fuera a perder. Que queríamos mantener una más estrecha relación con sus ideas y su trabajo. Dije muchas cosas más y cuando hube terminado, él como si algo le hubiese quedado pendiente en relación con lo del Colegio de Egresados, agregó: «- Una vez vino de Caracas una delegación de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, porque querían establecer aquí una filial. Eso hace como unos treinta años y quedó de presidente el profesor Antonio Luis Cárdenas. Recuerdo que en la primera reunión aquí en Mérida se hicieron varios discursos y cuando me tocó mi turno de hablar, yo dije que era una buena idea que bajo esta sociedad quedaran las investigaciones que se hicieran sobre el fenómeno del Catatumbo, el estudio sobre la sociedad de las abejas, sobre la ciudad perdida de Acequias (la vieja), sobre las lagunas Las Coloradas, pero de pronto alguien que fungía de moderador me interrumpió: -Profesor usted está fuera de orden, lo que nos concierne en este momento es lo relativo al coctel de clausura….” Bueno yo dejé de hablar, y ocurrió que un año más tarde cuando volvió la misma delegación y nos reunimos para que se diera cuenta de lo que se había hecho hasta entonces, nadie recordaba otra cosa que lo del coctel». Después de estas conversaciones, el señor Zavrostki aceptó que lleváramos el grabador, pero eso sí, no quería que le tomaran fotos.
Nos despedimos y quedamos en vernos el día viernes 11 a las 5 p. m.