Lo había dicho Guillermo Meneses: «Argenis Rodríguez es un hombre con talento literario», y esto lo dijo apenas iniciaba Argenis su carrera como escritor. Luego lo confirmarían sus enemigos quienes no le perdonaban el que hubiese sido el único escritor de su generación al que al que un genio como Camilo José Cela le acogiera con aprecio y respeto y le publicase en los Papeles de Son Armadans varios cuentos y una novela. Las Memorias dejadas por Argenis comprenden una obra tan voluminosa como la de FRANCISCO DE Miranda. Y es el memorioso más prolífico, polémico y contundente del siglo XX en Venezuela. La última vez que lo vi fue en noviembre de 1999; nos encontramos en el semanario La Razón y fuimos a beber y a comer en un restaurante de La Candelaria. Yo sentí que Argenis pronto pasaría al campo de la leyenda y de la ficción como otro personaje más de sus novelas, y que me iba a tocar la parte dura de recoger, ordenar y publicar su fabulosa y terrible obra. Y me entregué a esa tarea. Organicé dos de sus últimas novelas en un libro que titulé Azote. Pero temía seriamente que no la fuera a ver publicada. Viviendo en la calle, a veces hasta de la caridad de sus amigos, embriagándose todos los días, convertido en un ser casi intratable por los seres normales y hasta por su familia; desahuciado socialmente, inservible en un país donde poco se piensa o se lee, Argenis sintió de modo irremediable el día de aquel lunes de carnaval de 2000, que no le quedaba más camino que cumplir lo que tantas veces había prometido. Como siempre anduvo por unos bares, escribiendo, leyendo y tomando. Como a las 5:30 de la tarde dio una perorata en la terraza de la casa de mi hermano Adolfo. Gritó: «¡Me voy a matar!», como tantas veces lo había dicho. «Eso sí, que mi hermano José publique mi obra».
José Sant Roz
















