(EN LA GRÁFICA APARECE ARGENIS CUANDO TENÍA DIECISÉIS AÑOS, EN SAN JUAN DE LOS MORROS… YA HABÍA DECIDIDO NO SEGUIR ESTUDIANDO EL BACHILLERATO…)
He aquí por qué yo prefiero ser pastor de cerdos en Amagerbro y ser entendido por éstos, a ser poeta y no ser comprendido por los hombres. -(Kierkegaard).
Eso de mi cobardía o de mi valentía me vienen de niño. Y creo que se debe a mi papá. Mi papá era sumamente delgado. Lo llamaban “alemán viejo” porque elogiaba a Hitler. Los muchachos por las calles, le gritaban, pero él se quedaba callado y más bien se sonreía con unos ruidos guturales que provenían del fondo de su garganta. El asunto fue que una tarde salió a reclamarle unos reales a un señor de apellido Arcé y se regresó diciendo que Arcé no quiso pagarle y lo amenazó con un machete. ¿Qué edad tendría yo? ¿Tres, cuatro años? Yo lo vi con lágrimas en los ojos contándole a mi mamá. ¿Era mi padre un cobarde? ¿Iba yo a ser como él? No me agradó para nada que mi padre se regresara con las manos vacías diciendo que el otro no le pagó y encima le salió con un machete en las manos. Por la noche a mi papá lo hicieron preso. ¡Más todavía! ¿Iba yo a ser como él? Eso me molestaba.
Creo que Alirio se metió a aviador por coraje. Y se mató a los treinta y cuatro años después de sufrir tres accidentes de aviación. Nosotros habíamos visto llorar tanto a nuestros padres que ya nos imaginábamos unos seres que tenían que pasársela llorando, escondiéndose por temores o sintiéndose amenazados por todos. ¿Es que Alirio reaccionó como yo? Nunca me enteré de que fuese un provocador. No podía serlo puesto que fue un buen estudiante. Yo no fui un buen estudiante. Yo no fui ni siquiera eso. Sumar, restar, multiplicar y dividir fueron cosas que aprendí solo. Lo que sé si sé algo, lo aprendí solo. Alirio lo que aprendió lo aprendió en la escuela. Yo lo oía repetir lo que aprendía en la escuela. Asistíamos al mismo curso y yo salía sin saber nada. El no. El sabía lo que era una isla, un golfo, un istmo. Yo no sabía nada de eso. Y eso lo aprendía Alirio en el mismo salón de clases al que yo asistía. En bachillerato, en un examen final, me mandaron a la pizarra y me preguntaron cuál era el adjetivo de la oración que estaba escrita ahí. Yo no supe decirlo. “Eso lo hemos repasado todo el año” dijo el profesor. Pues yo no los sabía y no había faltado a una sola clase. ¿Qué pasaba por mi cabeza que no me entraban esas cosas? Y después todas aquellas fanfarronadas de querer pelear con tipos más fuertes eran predisposiciones suicidas. El suicida hizo carne en mí desde temprano. Desde niño pensaba en el suicidio. Ya sabía que no sería como los demás. Me consideré un fracasado. No iba a ser como la mayoría y eso era ser un frustrado, un fracasado. No sacaría una carrera y no aprendería nada que me sirviera para ganarme la vida. Esto me iba a mantener al borde de cualquier locura o de esas cosas que los demás llaman audacias. El problema de si era cobarde o valiente me lo estuve planteando hasta los treinta y seis años. De allí para acá han pasado dos y ese problema se ha evaporado. Y nunca llegué a desenredarlo. No me quedé en la duda porque realmente se me olvidó y hoy por hoy no es asunto que me preocupe. Ahora me dejo ir como en una corriente y hago lo que tengo que hacer como empujado por fuerzas que me sumergen que no me son posible controlar. Esto es lo que entiendo por destino.
Argenis Rodríguez. El Nacional (1970).