Hacia la azul lejanía.-
Enfermo: gripe, evacuadera de sangre. Cero trabajo. Lectura de algunos poemas de García Lorca.-
Para mí no hay peor tortura que pasar una noche revolcándome en la cama sin poder dormir. Me estoy tomando un té y no sé por qué me acordé de Orlando Araujo. Me acordé de Pío Gil y su diario. Por un momento pensaba en que me moría y la gente, al ver lo que dejé escrito, exclamaría que trabajé bastante. “Para treinta y dos años que vivió”. El próximo mes, el 27 de noviembre, cumpliré 33 años, una edad respetuosa si se piensa que a esa edad murió Cristo. Pienso que me he convertido en un pensador del tipo Hölderlin o de Goethe y que en Venezuela (o en América Latina) no ha habido hombres así.
Con furia al pasado, pero con miedo al porvenir. He vivido de pura casualidad y ayer y hoy he estado recordando cómo vivía con mi mamá en San Juan de los Morros y de lo poco que comíamos. Me daban unas gripes tremendas y enfermo de gripe leí por primera vez “El viejo y el mar”. Regresar. ¡Vivir solo! Alquilar un cuarto. ¡Un cuarto propio! ¡Leer a Nerval, a Poe! ¡Qué dicha si pudiera vivir un día como antes! Si. Si Emilia se hubiera casado no hubiera escrito “Cumbres Borrascosas”. No sé como hay gente que puede vivir entre tanta riqueza, entre tantas comodidades, entre tanta limpieza, entre tanto orden. No hago sino pensar que vivo en la casa que tiene Turupial[1] en el campo y escribo, por las tardes, en el corredor. Creo que podría escribir poemas como Hölderlin o Novalis. Nadie puede escribir como esa gente entre la multitud o la compañía. Leyendo el Diario de Novalis me di cuenta de que vivió en una aldea. Conocía a todo el mundo, visitaba el cementerio y luego escribía sus Himnos a la Noche. Para escribir a la noche hay que vivirla. La vida nocturna no es vivir la noche. Vivir la noche es soñar, o pasearse bajo las estrellas. Recordar en la soledad. Ahora han cogido el rábano por las hojas y han confundido la vida nocturna con la noche. Orión. La Cruz del Sur. Tampoco es enumerar las estrellas como hacía Alfonso Daudet.
(El genio vuelve a casa)
Soñé que se me había salido un diente y que me lo había tragado.
La enfermedad es el estado normal del cristiano (Pascal).- Lo recuerdo de cuando leía los “Pensamientos de Pascal” en San Juan de los Morros.
14 de octubre.-
Llegué a Caracas y me dirigí a la Librería Letras, que dirige Moisés Moleiro y éste me dijo:
- Qué lástima que invité a Elio Gomez Grillo, si no hubieras podido venir tú también a la fiesta.
Yo me puse a mirar los libros y le dije que esperaba dos: uno que me editaba Camilo José Cela y otro Jorge Álvarez.
- Pero no estoy seguro de nada – le dije.
Moisés saco una colección de libros de bolsillos y me dijo que el único que estaba editando en Venezuela era José Rivas. Y me señaló el establecimiento de Rivas a través del vidrio de su exposición.
- Escríbele una carta ofreciéndole tus libros – dijo.
Yo negué con la cabeza. No quería decirle a Moisés que Rivas era enemigo mío.
- A propósito – continuó- qué hiciste con la muchachita que te llevaste para Europa. E hizo un guiño de picardía con sus ojos y me dio con el codo.
Nunca me he sentido peor que hoy. Debilidad física, la cabeza pesada, el recuerdo de que Jorge Álvarez quiere que corrija mi novela para poder publicarla, lo que tomo como un rechazo; el asunto de que esperaba carta de Papeles de Son Armadans y no llega nada, el asunto de que XX haya perdido la beca y no sabemos si consigue otra; nadie me toma en cuenta ni a nadie le interesa lo que yo haga; pienso que hay una conspiración contra mí; el otro día vino L. y me dijo que cuándo me iba, que se me consideraba el “enemigo público número uno”. Aquí estoy encerrado en casa, y he eliminado el timbre para no abrirle la puerta a nadie. Anoche estuve aquí hasta tarde revisando las bases de algunos concursos. Pienso que para encontrar editor o imponerme debo ganarme un concurso de novela… pero para esto hay que esperar no se sabe cuánto tiempo. Y no me imagino cómo y de que voy a vivir. Hasta escribir esta nota es para mí un esfuerzo, porque no le doy valor a nada.
15 de e octubre.-
Yo me mecía en aquel chinchorro en el patio.
- Y de Gertrudis también te enamoraste – dijo mi hermana.
Yo callé, pero recordé a Gertrudis en el corredor de su casa. Su casa quedaba detrás de la nuestra.
- Su cintura – dijo mi papá – esa cinturita que tenía.
Yo recordé a Gertrudis, pero no recordé nada especial en ella. Yo continuaba meciéndome en el chinchorro.
- Y después te enamoraste de Ilde – dijo mi hermana-. Yo recordé a Ilde. Era la hermana menor de Gertrudis y era baja y tenía granos en la cara.
- Ese era un bomboncito – dijo mi papá – Mi papá estaba sentado en una silla que tenía recostada de la pared de la cocina. A su lado estaba sentada mi mamá. Ahí también había un gordo español que era fotógrafo. Yo me mecía en el chinchorro y mi hermana Idilia estaba sentada en una silla ahí en todo el medio del patio.
Me perseguían en automóviles. Yo corrí por un potrero y me acosté en un camino. Vi a un hombre que venía hacia mí. Yo, para no sorprenderlo, me levanté y grité bostezando. Luego descendí. Venían unos vaqueros arreando unos toros. Pasó el auto que me seguía. No pude dar un paso más: enfrente había un mar. Lo más gracioso era que me perseguían para obligarme a casarme.
[1] Cuñado de Argenis, casado con Idilia.

















