(EN LA GRÁFICA VEMOS A SANT ROZ CON SUS ERMANOS FRANK, FELIPE Y ADOLFO, EN SAN JUAN DE LOS MORROS)…
AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
24 – 2 – 1993: Hoy me corresponde ir a dictar clases en el Núcleo de la Universidad de Los Andes en Trujillo. Afortunadamente, así espero, también hoy terminan nuestros horrendos carnavales. Me llevaré de compañero de viaje a “Don Quijote”. La gente ya supone que se ha divertido bastante. Yo he estado encerrado como una ostra en mi apartamento.
Ayer vino hasta mi casa el colega José Zambrano, Roger Vilaín y Pedro Pablo; pasamos toda la tarde estudiando lo de la edición, de lo que podría ser una revista o un periódico. Editar el periódico, mil ejemplares, sale por dieciocho mil bolívares. He estado revisando el material de este periódico.
He tenido en mente escribir un paralelo entre Bolívar y Don Quijote. Una vez se lo propuse al Padre Santiago López -Palacios quien es un estudioso de la literatura cervantina. Unamuno hizo un trabajo en este sentido, pero yo no creo mucho en él. Lo hizo más que todo para cumplir con una formalidad que le solicitó Rufino Blanco Fombona. Pero Unamuno no entendía el alma del Libertador; era demasiado terco, cazurro y obstinado en sus posiciones académicas y un académico jamás podría entender a Bolívar. Insisto, Unamuno era un español apegado a los protocolos de la academia y a las petulancias universitarias. Ser rector de la Universidad de Salamanca le parecía una gran cosa…
Bajo al estacionamiento para desconectarle la batería al carro; cuando voy bajando por el ascensor, recuerdo que habiendo arreglado la maleta para el viaje, sólo me faltaba recoger el dinero que guardo en una camisa del closet. Me hago mentalmente la promesa de que al subir, debo tomar el dinero antes que todo, pues pienso dejar las llaves del apartamento. Desconecto la batería, vuelvo al apartamento y recojo algunos libros; echo una última ojeada a mis cosas, tomo únicamente la llave de la multilock; cierro puerta y tranco la reja. Al salir del edificio caigo en la cuenta de que no he tomado el dinero. De modo que me veo con la maleta en una mano, libros en otra y meditando qué hacer. Palpo en mi bolsillo y veo que tengo unos setecientos bolívares, lo cual me permite, al menos, pagar el pasaje hasta Trujillo; dinero tendré que sacar del banco al llegar a mi destino. Voy calculando cuánto me cobraría un taxi por llevarme hasta el terminar, tomando en cuenta que el pasaje a Valera cuesta 450 bolívares, y de Valera a Trujillo 40, y de la plaza Bolívar al hotel 10. Pero al llegar al semáforo del Viaducto, alguien me llama. Me vuelvo y veo que es Briguita, la esposa de Miguel Valeri, quien me da el aventón hasta la terminal.
Al llegar a la Terminar compruebo que no hay carros por puesto para Valera, sino busetas. Habrá entonces que esperarse, pues estamos al final de las vacaciones de carnaval. Doy un vistazo a las busetas que están por salir a Valera, y observo que una de ellas tiene los cauchos delanteros un poco lisos. No me explico cómo pueden permitir que circulen estas ruletas rusas. En Venezuela uno tiene que resignarse a que nos jodan conscientemente. Me meto en la que me parece se encuentra en mejor estado, pero con la determinación de reclamarle cualquier exceso que cometa el conductor. Están abusando con el cobro de los pasajes. Aquí cualquiera hace lo que le da la gana y si uno reclama sus derechos, los demás le ven a uno como un loco, como a un «mal educado». Están cobrando lo mismo que los carros por puesto. Vamos veinte pasajeros. No hay más remedio: partimos. De inmediato comienzo a observar la velocidad que el tipo le imprime al destartalado carro. Es una buseta roja, con cauchos anchos y rines de magnesio. Por fuera el aspecto es el de una muy bien cuidada nave, pero por dentro cruje por todas partes; se observa que no tiene una cobertura interior fuerte y en muchos puntos se ven unidos refuerzos de láminas con soldaduras muy chapuceras. En cada hueco, truena horriblemente, sobre todo en la «cocina», donde me he ubicado.
Ya a nivel de Los Chorros, en el último semáforo de la ciudad, el tipo adelanta a todos los conductores tomando una vía no permitida. Me sigo conteniendo para no desatar el reclamo. Observo cómo todo el mundo se queda en silencio sin tomar en cuenta las barbaridades que va cometiendo el desaforado. Me pregunto si es que en este país la gente ha perdido la capacidad para reclamar, para protestar. Si es pena o estupidez; para mí es que esta es una nación de infames esclavos. Para todo son arrechos menos para lo que más importa. Cada día, cada venezolano se encuentra en manos de algún imbécil, del cual depende su vida, pero a él se somete como un idiota.
Hemos pasado la alcabala y al llegar a la Capilla del Carmen, a unos tres kilómetros de Mérida, el conductor sale de su carro y se pone a rezar. Luego vuelve y toma el volante con mayores bríos. El tipo es de barba canosa, rechoncho y fornido. Lleva lentes para miope.
Por fortuna el gran tráfico que se ha estado formando impide que el conductor se exceda.
A mi lado derecho, en el asiento de la «cocina», vamos cuatro pasajeros. El lugar apesta a monóxido de carbono, pues estas busetas no están hechas para conducir pasajeros; las últimas ventanas son herméticas. Por Tabay pasamos a las 10:05. Al frente mío van dos muchachas que no dejan de reír por cualquier tontería.
Llevo a mi lado un joven de ojos verdes, bien fornido, de unos dieciocho años, que dice ser estudiante de Ingeniería. A este compañero de viaje le cuesta hablar. Para evitarlo se pone unas gafas oscuras y se acomoda como procurando el sueño. En cada curva se bate como un tonel suelto. Yo veo por la ventana el ambiente seco de la vegetación en esta época de verano. A lo largo del camino se notan grandes columnas de humo.
ll:l3 a. m. La buseta se detiene en la Bomba de Gasolina de San Rafael de Mucuchies. Hay una bodega donde leo sobre un cartón:
Dijo el sabio Salomón
al comenzar la mañana
para que tu cliente vuelva
no le fíes hoy ni mañana.
Me viene a la mente una carta que el Libertador, en 1829, enviara al general Salom, donde le dice que él luchando por la Patria ha podido curarse de sus enfermedades. Una manera de curarnos es mediante el trabajo. El hombre es único animal que para vivir necesita trabajar.
12:36: comenzamos a descender el páramo, rumbo a Timotes. Al fondo de una inmensa «caverna», la intensidad de luz mezclada con polvo, humo o neblina da la impresión de entrar en un abismo de fuego. Es como el resplandor de una gran llamarada que saliera de la tierra caliente, allá en los confines de Valera.
El carajo que llevo a mi lado trata de robarme espacio. Va medio dormido y tengo que llevarlo a su lugar, mediante empujones. El tipo permanece impávido hasta que tengo que reclamárselo.
12:54 – Chachopo. Voy leyendo ahora, entre fajo de libros que me traje, El Poder de Soñar, de Colin Wilson.
1:10 – Timotes. Sembradíos de soledad.
2:10 – Valera: un saltimbanqui de buhoneros, atropellándose y apoderándose de las calles.
2:55 – Trujillo.
3: 40 – Cafetín del Núcleo de Trujillo. Hace 24 años, yo escuché esa canción que suena por primera vez… Tenía veinticuatro años y ya estaba casado… Y mucho más todavía: tenía dos hijas y quería vivir. Y han pasado tantas cosas desde entonces… No me reconozco y lo único que sé es que he luchado intensamente, y he resistido… Fue en un salón de fiesta, en Petare, con los jóvenes de una promoción de estudiantes, los cuales habían colocado mi nombre en la placa de graduación de bachilleres. Muchas muchachas hermosas que me querían y me halagaban… había ilusiones, quería cambiar el mundo; quería irme del país con la idea de volver preparado para una gran batalla. No conocía el la naturaleza humana y sus perdiciones, pero tenía grandes bríos para desafiar tantos peligros. Ahora soy sólo un profesor, qué cosa…