Sábado 1º. De agosto.-
En el sueño me siento más solo que en la vida despierta. En los sueños sufro más que en la realidad.
Estoy en un apartamento. Siento grandes deseos sexuales. Una mujer se acerca. Yo la convenzo de que se acueste conmigo. “Pero rápido- me dice- porque mi madre anda por aquí”. “-Bien, agáchate”, le digo. Y trato de hacer el acto. Pasa la madre e interfiere todo. Entonces me entra una depresión. Una frustración. Las mujeres desaparecen. Yo camino por una cocina. Diviso a Beneyto con su mujer. Pienso que Beneyto tiene mujer y yo estoy solo. Recuerdo a M. Si al menos estuviera ella. Le pido perdón a Beneyto y salgo. Me tiendo en la cama y el roce de las sábanas vuelve a excitarme. “-Esta soledad, esta falta de mujer es espantosa”, me digo.
Noche: lectura de Sheridan Le Fanu. Lectura de Cela: “Nuevas escenas matritenses”.
Me veo con Candel y Tomás Salvador. Tomás Salvador no siente ninguna admiración por Hemingway y discute con Candel, quien admira a todo Hemingway.
Tomás Salvador está por Baroja. Yo hablo de Thomas Wolfe, a quien ninguno de los dos conoce.
2 de Agosto
Me levanto muy temprano y me voy al mercado de libros de la Ronda San Antonio. Adquiero: un tomo de una historia universal editada en 1740 y libros de Siekiewuicz (“Diario de un artista”), Daniel Rops (“Pasan los ángeles”), Anton Chejov (“La estepa”), Hugo Von Hofmansthal (Narración de la noche 672”), Eduardo Morike (“Mozart en su viaje a Praga”), Augusto Roa Bastos (“El trueno entre las hojas”), Hilaire Belloc (“La crisis de nuestra civilización”).
Almuerzo frugal.
Me encierro en mi cuarto y me leo el “Diario de un artista”, de Sienkiewicz. Noche: lectura de una novela de Sheridan Le Fanu: “El juez Harbottle”.
11 y media de la noche: lectura de un extraordinario ensayo de Daniel Rops sobre Emily Bronte: He aquí dos versos que Daniel Rops transcribe de Emily Bronte: “Un mensajero de esperanza llega junto a mí todos los días y me ofrece, a cambio de una vida breve, la libertad eterna”. Vivió poco Emily Bronte, 30 años, y escribió uno de los mejores libros jamás escritos.
Buen día en lecturas. Debo encontrarme en un período de proceso.
3 de agosto de 1970.
Tomás Salvador es un Baroja que ha vivido, o sufrido en carne propia. Claro, nadie puede decir que Baroja no haya vivido.
Relectura de Cela. Cela es el escritor a quien releo con más gusto. Desde que lo leí por primera vez, allá por 1954, no he dejado de leerlo o releerlo.
Compro una antología de la poesía inglesa editada por José Janés en 1948.
Me llama Ray Ferrer. Ya tiene lista la portada de Gritando su Agonía. A las 9 y media p.m. se la llevaremos Tomás Salvador.
Lectura de Sheridan Le Fanu.-
Lectura (o relectura) de algunos poemas de Eliot.
¿Y si escribiera unos Poemas?
Cuando empecé a escribir escribía poemas. No sé cuando me dio por la narración. Por el ensayo y la crítica literaria me dio por ganarme la vida. No me gané ninguna vida y me perturbó mis condiciones creativas.
4 de agosto de 1970.-
Lectura de algunos poemas de Eliot y de Archibld Macleish.
5 de la tarde: con una francesa que no se quita los sostenes. “-No volveré contigo -le digo-, has perdido un cliente”.
Lectura de una novela de Sheridan Le Fanu: “La habitación del albergue de El Dragón Volante”.
5 de agosto.- Miércoles.-
1 y media de la madrugada: lectura de “La foto del coronel”, de Ionesco.
Abajo, en la recepción, hay un belga enamorado de una francesa. El belga, en un momento que nos quedamos solos, me preguntó si yo no me había acostado con la francesa. “-¡Jamás!, le respondí. Yo le he hablado a esa mujer unas dos o tres veces”. “-Pero yo la vi entrar a su habitación”. ”-De ninguna manera -le respondí-, aunque si ella quisiera entrar yo la recibiría con todo encanto”. “-Ah, usted actúa de una manera maquiavélica”, me responde. “-No, señor -le respondo-, le digo lo que pienso y eso es todo”. “-Usted podría entenderse con ella, me dice el belga. Ella es licenciada en letras”. A mí no me interesa, le respondo yo. Yo lo único que le puedo decir es que esa francesa necesita dinero. Ofrézcale dinero y usted verá cómo se va con usted”. ¿Cómo sabe usted eso?”, me interroga el belga. “-Por nada -le digo yo-. Lo supongo”. “¿Pero cómo lo sabe?”, insiste el belga. ¿Se lo dijo ella?”. “-No -le respondo-, pero estoy enterado que debe la pensión y come muy poco”. “-Ah” responde el belga. Por la noche me he enterado que el belga ha invitado a comer a la francesa. Me he enterado que han pasado todo el día juntos jugando al ajedrez. Me he dado cuenta de que el belga no me saluda y que la francesa rehuye mi vista. El belga, un desdentado y renco, tiene 45 años. La francesa, una mujer muy delgada y bajita, ha dicho que acaba de cumplir 24.
12 a.m. Me llama Milka. ¡Y yo que ya la había olvidado!
Compro una antología de cuentos sobre vampiros. Indudablemente, no hay cosa más preciosa en el hombre que la imaginación.
Anoche conocí a un escritor catalán que se llama Guillem Frontera que me estuvo hablando mal todo el tiempo de Molina y de Camilo José Cela. Me dijo que la mujer de Cela perseguía a Caballero Bonald. Y como Caballero Bonald se resistió la mujer de Cela intrigó para que su marido lo echara de casa. Caballero Bonald, dijo el Frontera, era el jefe de redacción de Papeles De Son Armadans. Yo me levanté de la mesa. Siento demasiado aprecio por Cela para oír hablar mal de él.
Lectura del “José Tomás Boves”, de Valdivieso Montaño.
6 y media de la tarde: viene Milka. Primero entramos a una cervecería donde le agarro las manos y luego en el cine donde la beso. Pero no pasamos de allí. “-Todo no puede ir tan deprisa”, dice. Es hermosa esta mujer y ella lo sabe. Me ha confesado que sale con un “chico”, pero que no sabe si lo quiere. ¿A mí qué más me da?
6 de agosto de 1970. Jueves.
Cumpleaños de M: 33.
Soñé que M, su hermana A y la otra amiga de ellas, una abogado que ahora no recuerdo el nombre, se habían metido a putas. Luego iba yo en un barco no sé si hacia Inglaterra. Yo me paseaba por los puentes, por los pasillos. Un día encallamos. Descendimos a una ciudad donde la gente comía carne asada.
Carta de M, que no ha recibido noticias mías, que me quiere como siempre y desea verme pronto. Y yo pienso en Milka, a la que llamo. “Yo me la llevaré a usted a Venezuela”, le digo. “Oh, no”, responde ella. “Sí”, insisto. “No, por favor”. (Las cosas hay que llevarlas en serio y en broma).
Lo que pasa conmigo es que puedo vivir con una puta si no me pide que me case con ella.
Lectura de un ensayo de Daniel Rops sobre Holderlin.
Por la tarde voy a la editorial a ver, ya impresa, la portada de Entre Las Breñas.
Lectura (o relectura) de “Buenas y malas palabras”, de Rosemblat.
A las 9 y media de la noche mi habitual visita al quiosco de Tomás Salvador.
Vinieron Ray Ferrer y Torcuato Miguel. Tomás me invita a comer el sábado en su casa.
Adquiero una antología de los poemas de Rubén Darío.
Relectura de Darío. Siempre extraordinario.
7 de agosto. Viernes
M y yo habíamos vuelto a encontrarnos. No nos hablamos. Yo sentía una gran indiferencia hacia ella. Vivíamos en una buhardilla, en uno de los peores barrios de la ciudad. Yo estaba pendiente de la correspondencia. Para salir a la calle debía descender una vieja y ruinosa escalera. Pero casi nunca salíamos de casa y yo hacía todo lo posible para no ver a M. Distraía mis ocios escuchando música en un tocadiscos que luego vinieron a buscar dos hombres que entraron sin pedir ningún permiso. Una sola vez salí de aquel encierro y fue para tropezarme con un antiguo compañero. Su posición, la casa que habitaba, todo me conturbó de envidia. Por eso regresé de inmediato. M yacía bocabajo sobre la cama. Yo miré sus piernas. Después la vi bocarriba. Contemplé su vientre. Luego, sin decir palabra, fui y apoyé mi cabeza en sus hombros. Yo la deseaba. Y también comprendí que ella como yo esperaba ese momento.
Carta de M, que se alegra de haber recibido una tarjeta mía en el día de su cumpleaños, que le hicieron una entrevista, que me quiere, que me espera, que no sale con nadie, que espera leer mi Diario de España, que quiere creer todo lo que le digo en mis cartas, etc., y con su carta en el bolsillo me meto en el primer burdel y me acuesto con la francesita más hermosa que se me pone a mano.
Lectura de “Cantaclaro”, de Gallegos. La tierra llama.
A mi entender que M y yo nos engañamos mutuamente y lo pensamos mutuamente. ¡Ella me escribe que no sale con nadie y yo le respondo que leo a los místicos para imitarlos! Y yo me pregunto: ¿Por qué no dejamos de escribirnos? ¿Por qué la gente se regodea en mentir y por qué quiere mentir y engañarse y engañar?
8 de agosto. Sábado
Lectura de “Cantaclaro” y, como siempre donde quiera que llego o me encuentre, lectura de los poemas de Rubén Darío.
Esta noche comeré en casa de Tomás Salvador.
9 de agosto. Domingo.-
12 y media de la noche: Tomás Salvador me trae en su auto al hotel. He cenado con él y con su familia: mujer y cuatro hijos. Dos hembras y dos varones. Libros por doquier. 6.000 libros. Yo me traigo uno: “Tres que hicieron una revolución”, de Bertrand D. Wolfe.
6 de la mañana: me despierto. Pensar en M, en que no volveré con ella. Que vida será posible en Venezuela. Regresar por regresar. O partir a cualquier otra parte.
7 a.m. Bajé a tomar café y encontré a la señora del hotel barriendo la sala de estar. Subo de nuevo. Los nervios no me dejan dormir. Trago pastillas que no me surten efecto alguno. La cabeza me da vueltas. Idea fija sobre las mujeres. Mi mayor error ha sido ése de casarme.
Ayer vino Beneyto. Sigue siendo el mismo hombrecito que alaba a su mujer, quien lo mantiene nadie sabe cómo. Me invita a salir. Pero yo prefiero estar solo. ¡Qué estúpidos son estos seres que se quedan mirando a las mujeres! Mujer-vanidad. A la mujer hay que darle la única importancia que se merece: la de la cama; cuando ya no se porte bien ahí, dejarla. Cuando ya no complazca bien, dejarla. ¡Últimamente cuánto me costaba quedar complacido de aquella…! Al punto de llegar a desconfiar de mi potencia y a veces para probarme salía a buscar prostitutas con las que me sentía mejor, como siempre: en buena forma. Entonces me daba cuenta de que ya no podría vivir más con ella.
Al mercado de la Ronda de San Antonio donde he comprado los siguientes libros: “La Vorágine” de Rivera; “Doce Historias”, de H. G. Wells; “Espectros”, de Ibsen; “La perla” de Steinbeck y “A propósito de Dolores”, de H. G. Wells.
Soledad completa. El tiempo de la destrucción.
¿Y en medio de la soledad qué camino le queda a uno si no es el camino de las putas?
Saldrán mis libros ¿y qué?
Ahora mismo me juntaría con cualquiera otra que me hiciera caso o tratara de seducirme.
Siempre he estado solo.
Y cuando vas con una fulana de ésas, sobre todo con una francesa y le preguntas qué proyectos tiene para el futuro, te responde: “Yo no creo en el futuro. Procuro ahorrar para montar un comercio”. “Y claro, te casarás, le dices. “No”, te responde ella. “Entonces te buscarás un amante”, insistes tú. No sabes qué responder. En un cuarto de hora o media hora a lo sumo no se puede hablar gran cosa con estas mujeres. Tal vez sí, te responde: “-Un amante”.
Lunes 10 de agosto.-
Malos días estos de completa soledad. Sin salir del cuarto. Sin embargo, me intereso sobremanera por esa novela de Wells: “-A propósito de Dolores”. Deseos intensos de regresar a Venezuela. Para vaciarme un poco salí a vender unos libros, pero me regresé. Agosto es un mes perdido. La aparición de algunos de mis libros tal vez me aliviaría. Y en Venezuela ¿qué? Y buscaré una salida tratando de volver a escapar de mi país. Y de ambas mujeres. O de mí mismo.
Ocho meses estériles.
11 de agosto. Martes.-
Lectura de “A propósito de Dolores”, de Wells y de tres o cuatro periódicos. “Los Tupamaros” dan muerte a un yanqui. Sin noticias de Venezuela.
Mis nervios a punto de explotar. Esta soledad. Me siento incapaz de abordar a una mujer para enamorarla, lo que podría ser una salvación. Entonces, en mi impotencia me meto en un burdel y me llevo a una francesa. Todas dicen lo mismo, estas francesas: que se han metido a prostitutas para reunir dinero y comprarse un bar. ¿Qué solución, qué solución, qué solución?
12 de agosto.
Carta de M. ¡Qué me espera en septiembre! La he estado recordando. El infierno. Con ella podría tener cierta independencia económica, modesta, sumamente modesta, que me permitiría leer y escribir. Pero la vida en común, lo pienso, me sería imposible con ella. No la olvido. No la olvido un momento.
9 y media: con Tomás Salvador. Se está arriesgando con la edición de Gritando su Agonía. Ni siquiera se imagina cómo podrá sacar el libro de aquí. No me conoce, no sabe quién soy yo y está arriesgando 15.000 pesetas, un carcelazo y una multa. Ojalá pueda yo corresponderle de igual manera en un futuro no lejano. Mañana, me dice, empezaré a corregir las pruebas del primer tomo. Leyó “Las Lanzas Coloradas”.
- Nada, no sirve, comenta. El hombre tuvo una gran novela en las manos y la malogró.
Con Tomás no se puede hablar mucho porque es sordo. Como tipo humano, es la mejor persona que he conocido en España. Debe ser porque escribe. Pero a él también, como a Cela, se le sale lo de la rivalidad y se cree el único.
Lectura de “A propósito de Dolores” y de “El escritor y su aventura”, de José Luis Cano.
13 de agosto
Voy a la imprenta a buscar las pruebas del primer tomo de Gritando su Agonía. Son las doce del medio día y me apresto a corregirlas.
Trabajo en la corrección de las pruebas.
A las dos, almuerzo. Y mientras almuerzo hay enfrente mío una señora opulenta que me dedica una sonrisa, pero su hijo, un niño de unos 9 años se vuelve preguntando: “-¿Qué pasa?”. y en él miré toda esa ponzoña que es la celosía española. No obstante, la señora, cada vez que su hijo se descuidaba, me brindaba sonrisa tras sonrisa. Me hizo ponerme mal esta señora y del restaurant salí corriendo y me metí en el primer burdel que tuve a mano.
Ducha con agua fría.
Anoche soñé que la americana, mi vecina Bárbara Shaw, se acostaba con una cantidad de hombres. Todos veíamos las escenas. Y a veces la Bárbara lo hacía con tres al mismo tiempo. Yo observaba y esperaba mi turno, pero cuando éste llegó no pude hacer nada porque los que esperaban detrás de mí me incomodaban.
Doce de la noche: listo el primer tomo de Gritando se Agonía. Aunque me ha dolido la cabeza, he trabajado a destajo bajo un calor intenso. Perdí un poco de tiempo porque vino el sindicalista y poeta José Costero Vera a conocerme; Pedréañez Trejo le escribió desde Venezuela diciéndole que yo era un tipo polémico, etc. Me acompañó donde Tomás Salvador. Tomás, de paso, me da una novela para que la lleve a la imprenta de Fco. Gordo Guarinos.
Cena frugal. Dolor de cabeza.
14 de agosto. Viernes.
Muy temprano a la imprenta a buscar el resto de las galeradas de Gritando su Agonía. Como pasé mala noche apenas si puedo poner los ojos sobre ellas. En lo poco que dormí, mal sueño: Estaba en casa de M. Se despidió. Dijo que iba a casa de una hermana. Pero un rato más tarde llegaba su hermana.
-¿Y M?, le pregunté.
-No sé, pero allá no estaba conmigo- respondió ella.
Y entonces empezaron a trabajar mis malos pensamientos acerca de M. Un amante, me engaña, lo que sea. Salí a solicitar un auto y dirigirme hacia el sitio donde me dijeron que estaría. No está, es claro, me decía, pero por lo menos iré para asegurarme, y allí, en una calle oscura y llena de brumas de ésas que aparecen en los sueños esperaba un auto o un autobús.
A un hombre que pasaba le pregunté que si hacia el lugar que yo iban autos o autobuses.
- No -respondió el hombre-: Y no espere porque perderá el tiempo.
Y me invadió la vieja y conocida desesperación, la vieja y conocida desconfianza que siempre he sentido hacia M. Sólo que esta vez no pensaba en venganza como en otras ocasiones. Al fin y al cabo, yo soy el culpable si anda con otro -me dije-: Al fin y al cabo -me decía en la calle solitaria y llena de brumas-, yo fui el que la abandoné. Y caminé de regreso no sé adónde, porque en aquella región (que podía ser Caracas o el pueblo Las Mercedes del Llano, no tenía dónde dirigirme). Yo había roto con todo el mundo. Le edad me pisaba los talones. Todos mis hermanos se habían acomodado menos yo. Yo había deambulado por el mundo y volvía como siempre, con los bolsillos vacíos y convertido en una carga. Y por primera vez sentía vergüenza. Maldije a M. No, no dejaré que juegue conmigo. Me buscaré un trabajo. Mandaré al diablo las letras y “el arte” y todas esas cosas que lo que han hecho es que me hunda. Sí, aquel era el pueblo de Las Mercedes del llano, sus calles de arena me lo decían. Así que me dirigí a la casa que mis padres habían dejado abandonada.
15 de Agosto
1 de la madrugada: He ido con una perra hermosa y lo hemos hecho en una sala emparedada de espejos.
Sigo corrigiendo pruebas hasta las dos de la madrugada.
Me despierto a las ocho. Carta de Molina. Que Cela se expresó bien de mí y que me espera en septiembre. Sin noticias de M. Sí supiera que ayer cuando corregía las pruebas sufría por ella. Recordaba cada capítulo: todos fueron escritos en su compañía. En su última carta, fechada el 8 de este mes, me decía: “En mi encontrarás todo”. Quisiera saber qué entiende ella por encontrar todo. Recordando que cuando vivía con ella me decía: “-¿Cómo podré desembarazarme de esta mujer?” Sí, desembarazarse es fácil, lo difícil es olvidarla. Y conmigo no ha ocurrido eso de a rey. muerto rey puesto. Puedo jurarlo, y es lo que pienso constantemente, que se ha acostado con otros hombres en mi ausencia. No la recrimino por esto porque fui yo quien la abandonó. ¡Al diablo, es mejor olvidarlo todo ya que debo seguir corrigiendo pruebas donde aparezco yo con ella en uno de los tantos hoteles que frecuentamos en Caracas! Finis Opera.
Una del mediodía: Listo. He concluido de corregir las galeradas de Gritando se Agonía. Ahora a esperar. Anoche Tomás Salvador me dijo que a mediados de septiembre estará en la calle. Correrá el riesgo de venderla en España. Como ya he anotado, “Gritando su Agonía” ha sido rechazada por la censura. De Madrid enviaron una nota que decía textualmente: “Se recomienda no publicar esta obra”.
Tal vez he corregido muy a prisa. Si hay errores, que los haya. No deseo volver a releer esa novela. Bastante la sufrí. Primero la sufrí viviéndola y después la sufrí cuando la escribía. Por último mucho, demasiado me angustié solicitando editores. Jorge Álvarez que la acepta como “extraordinaria” y luego que la rechaza por razones “técnicas”. Cambia este capitulo por otro y cosas por el estilo. Después Fuentes: “No, yo no te edito esa novela. Hay personajes que se parecen a amigos míos”. Por último, la censura, después que el editor Picazo la ha aceptado y anunciado en otros libros… De manera que si no es por Tomás no sale. FIN.-
Hoy es sábado, día de Santa María y nadie trabaja. Yo estoy solo. No tengo a quién llamar, con quién comunicarme. Es esta soledad la que me obliga a regresar a mi país. Ya sé que allá también estaré solo, pero tengo la lucha, el riesgo, el peligro que me aportará la circulación de mis libros. Salen al mismo tiempo Entre Las Breñas y Gritando su Agonía. “Vivir peligrosamente” no ha sido me lema, pero soy de los que gustan vivir peligrosamente.
10 y media de la noche: lectura de José Luis Cano: “El escritor y su aventura”.
En mi habitual soledad, el recuerdo de M aun me hace soltar lágrimas.
Me paseé por el puerto y vi la reproducción del Santa María, la nave de Colón. Comí en un restaurant gallego. Me bebí una botella de vino buscando sueño. Regresé y me encerré en este cuarto a preparar paquetes de libros que enviaré a Caracas.
Cena en grande: gazpacho andaluz, carne de cerdo, tortilla, jamón, vino y agua mineral.
La soledad te invade y entonces no te abandona. Y tú tampoco deseas abandonarla.
Domingo 16 de agosto
lectura de un relato de Hugo von Hofmansthal.
Lectura del libro de José Luis Cano.
Día sin salir del hotel. Hay un belga de 42 años, desdentado y renco que está perdidamente loco enamorado de una francesita que conoció en un bar. A la francesita la frecuentan infinidad de tipos y el belga la cela. Llegaron un par de cubanas; una dice que canta y que la otra baila. Pero la impresión que me han dado es que viven juntas, como hombre y mujer. El hombre sería la más vieja y la mujer la más joven, quien evidentemente se pone celosa cuando el hombre habla con la patrona del hotel. Me ha parecido que la dueña del hotel, que es mujer de 49 años, se ha sentido atraída por esa cubana que baila. La busca para hablarle, para ofrecerle cosas, etc. La otra, la que para mí es la mujer, trata con dureza a la patrona. Debe sufrir ésta mujer porque la que hace de hombre también hace de don Juan. Hay un idiota del Opus Dei que le ha confesado a la señora (dueña del hotel) que le han dado un año de plazo para que se case o se ponga los hábitos.
– Bueno, le ha respondido la señora, renuncie al Opus.
– No, porque se me cierran todas las puertas. ¿Qué haría yo?
Hay un hindú que lo que hace es hablar de la motocicleta que tiene. El hindú es deportista y profesor de inglés, pero su vida es la moto.
No volveré a tener tranquilidad para escribir otra novela hasta que no me publiquen las que tengo en las imprentas. Yo creo que no tendré tranquilidad para nada, ni siquiera para enamorar a una mujer, hasta que no me publiquen esas novelas.
5 de la tarde: voy con una perra francesa.
6 de la tarde, me ducho y de paso me limpio con alcohol.
Lunes 17 de abril. Agosto.
Carta de M. Sigue con que me espera y que vive en el apartamento en el cual tiene a Carolina. Que a su casa sólo va los fines de semana.
Voy a la imprenta a llevar las pruebas, corregidas ya, de Gritando su Agonía.
En la calle hojeo (u ojeo) una nueva edición (en español) de “Los cantos de Maldoror”: Yo buscaba un alma gemela, leo. Ni más ni menos que yo.
Me he ido al kiosco de Tomás Salvador. Le he esperado. Ha venido. Lo he presionado. Hemos ido a una calle donde tienen la portada de Gritando su Agonía. La tipografía estaba cerrada. Nos hemos regresado. Nos hemos sentado en el café Zurich. Nos hemos sentado a beber, él un refresco y yo una cerveza. Hemos hablado de mujeres. Yo más que él porque tengo necesidad más que él de una mujer. Le he hablado de putas, de burdeles, sé que he perdido la cabeza. ¡Es un escándalo! Me voy. Compro la versión de Julio Gómez de la Serna de “Los Cantos de Maldoror”. Repaso la frase de esta mañana: “Buscaba yo un alma que se me pareciera, y no podía encontrarla”… lo demás no me interesa. Esa frase está dicho todo.
A las nueve me llama Beneyto. Es todo un misterio. Que está con Teresa en la Costa Brava, que hoy se ha acostado con ella dos veces y que aun la quiere.
– ¿Te casarías con ella? -le pregunto.
– Cuando la conocí, sí. Al principio. Pero ahora no.
Comemos juntos. Beneyto, a pesar de todo, siente la literatura como el que más.
Martes, 18 de agosto de 1970
Lectura del tomo primero de la “Historia de España” de Antonio Ramos-Oliveira. Relectura de algunos cantos del libro de Lautréamont. Leyendo, como siempre, “Los Nocturnos” de Darío y esa “Epístola a la señora de Lugones”, que es una obra maestra en su género.
De resto. Nada.
19 de agosto
Soñé con Valle-Inclán. Soñé que me paseaba por un Museo Valle-Inclán. Soñé que me metía por una ventanilla, andaba en compañía de Acevedo y de mi hermano Adolfo, y caía en el depósito de una librería y me robaba el “Tirano Banderas”.
Mala noche. Por culpa de las pastillas que tomo para dormir, amanezco, muy temprano, completamente mareado.
Lectura de Ionesco: “Rinocerontes”.
Relectura de los poemas de Rubén Darío.
A la calle. Compro “El plan de la aguja”.
A las 4 p.m. Me llama Torcuato de Miguel. Desde que se enteró que Tomás Salvador me va a publicar una novela, desea conquistarlo para intentar meter una suya en las Ediciones Marte. Torcuato de Miguel es un tanto o completamente fastidioso. Ha estado en un sanatorio. Tiene un tic nervioso en la boca. Tiene 42 años. Desea que lo lleve a la editorial de Tomás. Y como yo tengo que ir a llevarle a Moreno Echeverría algunos libros sobre Boves y otros sobre Pizarro y Lope de Aguirre, le digo que me acompañe. Moreno Echeverría me obsequia su último libro: “Los Almogávares”. Torcuato habla hasta por los codos. No se quiere marchar aun cuando la gente le dice que trabaja. Hasta el mismo Moreno Echeverría me recomienda decirle que debemos irnos.
En casa leyendo “Los Almogávares”.
11 de la noche: con una española de Jaén.
20 de agosto.-
Entré a un auditórium. Había un hombre que quería fundar un partido político y quería dirigirnos la palabra a los que estábamos ahí. Yo buscaba a M. La veía pero no quería descubrirme ante ella. Entró el Presidente de la República y habló con sus partidarios. Más tarde, por la prensa, los que seguíamos en el auditórium nos enterábamos de que había muerto en un accidente de aviación y traían su cuerpo al mismo auditórium. El avión había explotado en el aire. Un general se hacía cargo del gobierno.
Día horrible. Por un momento me vienen nudos a la garganta por el recuerdo de J y por otros momentos me vienen por los recuerdos de M. A J la recuerdo esperándome en el aeropuerto de Maiquetía la noche de mi regreso de Chile. A M la recuerdo en el último apartamento que compartimos en Bruselas.
9 y media: Tomás Salvador me da una prueba de la portada de Gritando Su Agonía. No nos gusta a ninguno. La portada fue diseñada por Ray Ferrer.
21 de agosto
Espera en un bar. Llega la mujer que espero. Es morena, bronceada. “A todos tus amigos les pregunté por ti (dice) y todos me hablaron mal de ti. Decían que no hacías nada”. Yo me beso con la mujer en una calle de barro. Beso sus senos. Caminamos y un hombre le dice algo. Yo agarro una piedra. “Por si vuelve a molestar”, le digo a la mujer, a quien ni siquiera sé el nombre. Sólo sé que es pintora y que tiene dos hijos. “Nos iremos de aquí”, dice ella. E imaginamos París bajo un bombardeo.
Me despierto. Trato de analizar el sueño de anoche: soy un aventurero y conmigo se avienen las mujeres aventureras. Pienso en M quien era una aventurera. O es una aventurera.
Carta de M. Que no le escribo. Que me quiere siempre. Que se comprará un carrito. Que lleva a Carolina a los teatros infantiles. Que cogerá vacaciones. Que estudiará inglés. Un curso intensivo. Etc. ¡Que haga lo que le da la gana! Mi vida con ella ha terminado.
Para una mujer es difícil casarse. Sí, la mayoría se casa. Pero hay una minoría que no se casa nunca. O al revés. Y mujer que no tiene posición y no se casa, sufre horrendamente. Hasta las putas, perdón, las prostitutas, desean casarse algún día. No pierden las esperanzas. (Hacer salvedad: puta: mujer que se acuesta con cualquier por placer. Prostituta: mujer que se acuesta con cualquier por ganarse la vida).
22 de Agosto
¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué no estoy en mi país?
A la una con Tomás Salvador y Francisco Candel en el Café Zurich.
– ¿Qué opinas tú -le pregunto a Candel-: de un escritor llamado Gonzalo Suárez?
– No puedo opinar porque no lo he leído -me responde-: Pero si te puedo decir que vi una película suya llamada “Laberinto” que es el acabose, lo peor que como cine he visto mi vida.
Le hice esa pregunta porque Beneyto y Molina me han hablado de González Suárez como si se tratase de un genio. A Beneyto no le hago ningún caso, pero que lo diga A. F. Molina es otro cantar.
Después de almuerzo y con el recuerdo de M fui y me acosté con una francesa.
Regresaré en septiembre. Tengo el recuerdo de una M joven y dura y la que dejé era una mujer acabada. ¿Necesidad de verla para perder todas las ilusiones?
Noche: dos cartas, expresas, de M. Que me espera, que me quiere, que siempre me ha querido. Que me dará todo, ternura, amor tiempo. Que me regrese pronto. No puedo ocultar mi alegría. Tal vez cambiemos de verdad. A lo mejor existe eso del cambio, del recomienzo.
23 de agosto.
Leyendo a Gonzalo Suárez: “De cuerpo presente”. Estilo ágil. Gonzalo Suárez aprendió del periodismo. Caso raro en un escritor. Otros son destruidos por el periodismo.
Viene Ramón Hervás. Me invita a comer (mañana) en su casa. Me dice que Tomeo golpeaba a Milka delante de no importa quién. “-Es un hombre -dice Hervás-: que sufre un complejo de Edipo tremendo. Debe estar telefoneando a su madre cada media hora. Y está cerca de los 40 años. (Son observaciones que yo he anotado ya).
24 de agosto
Carta de M. Que me espera.
Llamo a Picazo. Sí, que “Entre las Breñas” se está tirando. Que lo llame el miércoles. Que a lo mejor me consigue un ejemplar.
He aquí un belga enamorado de una francesa que se llama Ana Dupont. El belga, que me ha dado confianza cree que la Dupont está acobardada por algo que debe. La Dupont no sale del hotel y se niega a comer. Es grosera. Dice que su padre es un gran psiquiatra, que ella es licenciada en letras, etc. Pero yo creo que la tal Dupont es una puta que quiere salirse del “milieu” por temor. Tiene a un chulo o algo así que “trabaja” en Palamós. He caído en el peor hotel de Barcelona. La patrona tiene de amante a un tipo que unas veces dice que es americano y otras que es francés.
El belga está obsesionado con la Dupont. Quiere saber qué hay detrás de ella. En este momento acaba de tocarme a la puerta, de entrar y de pedirme 100 pesetas prestadas. Se las doy. “Yo la invitaré a cenar mañana”, me dice. “Yo creo –continúa-, que Bárbara, la americana, la va a colocar en un bar. Yo debo averiguar esto”. Se sonríe. Es un belga, que quien quita, si no ha sido mercenario en el Congo. Carece de un pie y no puede doblar la rodilla. Me da un consejo: “Escuche, calle y vea”.
25 de agosto
El carro del barón, se incendió en la carretera y la señora del hotel y la Dupont tuvieron que hacer auto-stop hasta Palafrugell. El barón no llevaba si no las cien pesetas que yo le había prestado y no pagó la entrada a la autopista. Mintió diciendo que había perdido la cartera con la documentación.
Pero la Ana registró por los asientos y encontró la cartera, la documentación y las cien pesetas. El barón enrojeció y dijo que era todo lo que tenía. Por eso y por lo del auto lo dejaron en medio de la carretera. “¿Usted no ha visto al barón?”, me pregunta la señora. Le respondo que no. “En todo caso -le digo a la señora-: cuando el barón diga que se va, cóbrele mis cien pesetas”. “Ni tanto, ni tanto”, dice la señora.
Viene Beneyto. Me dice que a estas alturas él no sabe si es maricón o no. “Tengo 36 años –dice-: pero no sé que soy o que seré. Con decirte que no se si soy marica, y con eso te digo todo”. Yo me le quedo mirando y él se ríe con una risita extraña. Me pide que lo acompañe a casa de Jiménez, el corrector de pruebas de Picazo. Me niego. Invento un dolor de cabeza.
Lectura de unos ensayos de Marcos Victoria: “Variación sobre lo sentimental”. Y de otro libro de Gonzalo Suárez que no me gusta nada: “El roedor de Fortimbrás”.
A propósitos de Beneyto recuerdo que una vez me dijo que González Ruano, quien tenía fama de maricón, había ido a Albacete a dar una conferencia. Bueno, y él, Beneyto, vivía allá. Y que González Ruano lo distinguió con su amistad y le dio su dirección de Madrid. Beneyto dio un viaje a Madrid. Buscó a González Ruano y éste lo trató fríamente. En toda la conversación Beneyto dejó entrever que estaba decidido a convivir con González Ruano.
26 de agosto
El barón maldecía anoche a la Dupont: “Petite salope”. Pero solo, ahí en la sala de recepción del hotel, gastó en ella más de 30 mil pesetas en una noche.
– ¿Pero por qué? -le pregunté.
– Mon cher ami, usted no comprendería -Se saca la cartera de bolsillo de atrás del pantalón y me muestra la fotografía en la que aparece una mujer con un niño en los brazos-: Es por eso, esa perra sucia de la señorita Dupont se parece a mi mujer.
Me dice la patrona que hoy se va la Ana Dupont. El belga anda desesperado. Me echa la culpa a mí. Dice que al comunicarle yo a la dueña del hotel que yo le había prestado cien pesetas le había echado por tierra todas sus ilusiones. “Ahora va a pensar que no tengo dinero”, dice el belga. Se lleva las manos a la cabeza. “Usted no ha debido hacer eso”, dice el belga. Se lleva las manos a la cabeza. “Usted no ha debido hacer eso”, continúa. “Y qué tiene eso de particular?, le pregunto yo. La otra vez –continúo-, yo mismo le pedí prestado a usted 50 pesetas delante de todos los inquilinos”. “No es lo mismo, me responde él. ¿No se ha dado usted cuenta que esa señorita Dupont lo que busca es dinero y yo debo aparentar que tengo mucho dinero? Usted me ha destruido. Usted debe inventar cualquier cosa y comunicársela a ellas, a la patrona y a Ana.” “¿Cómo qué?”, le pregunto yo. “Oh -dice él-, diga que hoy me aparecí con un gran paquete de billetes y que le pagué a usted sus cien pesetas”. “Está bien”, le respondo. “¿Pero lo va a hacer?”. “Claro, le respondo, eso a mí no me cuesta nada”.
Pero cuando se lo voy a decir a la patrona, ésta salta. “-No se me acerque señor Rodríguez. El señor belga me ha dicho que usted le dijo que yo iba a fundar un burdel en Palafugrell”.
-Maldito belga! -le respondo yo-: Le dijo eso para vengarse por lo de las cien pesetas. ¿Qué se hizo ese belga?
– Se fue. Marcha. Se marcha Ana. Ya no tiene que buscar aquí.
– Ese hijo de puta -respondo.
Noche: carta expresa de M. Que desea que me regrese rápido.
27 de agosto.-
Le respondo a M: regresaré cuando vea en mis manos el primer ejemplar de Entre Las Breñas.
11 de la mañana: he ido a la imprenta donde se tira Gritando su Agonía y he ayudado a la compaginación.
Ya casi estoy listo para el regreso. El Beneyto llamó ayer. Que Picazo me mandaba a decir que Entre Las Breñas salía en septiembre. El Beneyto no quiso acercarse por acá. Es una rata. Si le editan su libro fue porque llevó Entre las Breñas. No sale de Edisven (la casa de ediciones) y hace trabajos gratuitos. Y todo por que le editen esa porquería que titula “Los Chicos Salvajes”. El editor que es una analfabeta y que no lee lo que edita, cree que el Beneyto tiene una gran vocación.
El Beneyto es uno de esos tipos que quieren hacerse un nombre como más fácil les sea. Escribe porque conoció a Molina. Pinta porque conoció a Guinovart. Quiso hacer cine porque conoció a Gonzalo Suárez. Es un tipo que no sabe lo que es ni lo que quiere hacer. En esto hay que hacerle justicia porque él mismo lo reconoce. El otro día me decía que ni siquiera sabía si era homosexual. Si decía esto es porque ya ha probado la homosexualidad.
Dormí mal y ahora los nervios me destrozan.
28 de agosto
Ahora me dicen que es el próximo jueves, de aquí a una semana, cuando podrán entregarme algunos ejemplares de Entre las Breñas.
Soñé que estaba acostado con J y ya nos disponíamos a hacer el amor cuando a mí me entraron ganas de orinar. Me levanté y me dirigí al baño. No podía orinar con todo el esfuerzo que hacía. Regresé a la habitación y vi a J que hablaba por teléfono. “¿Con quién hablas?”, le pregunté. Ella hizo un gesto con la mano. Era un gesto de disgusto. Entonces yo fui a coger el auxiliar para enterarme con quién hablaba y ella cortó la comunicación. “Es por esto que la he abandonado siempre”, me dije. Y a J: “No te extrañe que parta mañana”.
Cero lectura.
Estoy sentado con la hija de la dueña cuando llega la dueña de la calle: “Ahí viene la puta ésa”, dice la hija de la madre. La niña tiene 15 años y la madre 49.
Almuerzo con Aníbal Valero, vicecónsul de Venezuela.
Paso el tiempo ahí en la sala de recepción del hotel jugando a las damas con el barón belga. No tendré paz ni tranquilidad hasta que no vea impreso Entre Las Breñas. Un señor de la encuadernación de apellido Jiménez me dice que procurará levantarme uno para el lunes. Y el editor, Picazo, dice que me tendrá uno para el jueves. Y yo no creo nada. He enviado todos mis libros para Venezuela y apenas si he dejado las poesías de Machado, una antología de cuentos de vampiros, una antología de Rubén Darío, “Espectros”, de Ibsen y el relato “Bajo el Volcán”, de Lowry. Pero no leo nada. La angustia me domina.
Plan: Cuando salga el libro viajar a Madrid y conocer a Jorge Campos.
29 de agosto. Sábado
Dos cartas de M. Reconvenciones, reclamaciones. Podré regresar, pero no vivir en el apartamento con ella. Etc. Yo le respondo que no se preocupe, que regresaré a mi país a presentar mis libros y que no la molestaré, que viviré en un hotel que me pagaré con los artículos que escriba. Que ella sabe que no podría vivir en casa de mi mamá.
Carta de mi hija Clara. Clara es un porvenir. Estudia sus clases y música.
J es una mujer que se preocupa por sus hijas.
Algún día mandaré la literatura a la mierda y me dedicaré a buscar dinero.
1 y media del mediodía: viene Aníbal, el vicecónsul. Tomamos unos aperitivos en el hotel y luego almorzamos en “Mi burrito y yo”. Él quiere descansar. Lo acompaño a su apartamento. Yo me acuesto en un mueble a pensar en mi país, a pensar en esas cosas tontas de lo que haría uno si fuese gobernador de un estado o Presidente de la República. Y todo acompañado con música de Beethoven.
Por la tarde vamos a Casteldefells. Allí una familia Capriles tiene un chalet alquilado. Jugamos al dominó. Esta familia Capriles no puede ver a Miguel Ángel Capriles por un asunto de unos telares.
2 de la madrugada: regreso. Ya es 30 de agosto. Domingo.
30 de agosto. Domingo
Fuera Todas las Ilusiones.
Lectura de algunas páginas de “El Libertador”, de Augusto Mijares.
Paso el tiempo en nada. Hasta que no vea Entre Las Breñas en mis manos no podré volver a la tranquilidad, no podré recuperar mi confianza. Y por hacer que el tiempo pase sin que lo sienta me voy al cine, me pongo a lavar la ropa sucia, procuro leer. Y el regreso, está ese regreso, porque debo regresar quieras que no; en diciembre se me cumple el plazo de la beca. Un año y no he olvidado del todo a M… Y cada revista, cada diario que leo de Venezuela lo que me trae son recuerdos del suicidio de Ramos Sucre. Pero no fue tonto Ramos Sucre, sólo se suicidó cuando vio publicado su último libro. Un año más tarde o unos meses más tarde se suicidó. ¿Lo que podría sucederme a mí? Escribe Camus que el que se suicida es porque no le encuentra sentido a la vida. Pero me consta que Ramos Sucre se suicidó porque no podía soportar sus insomnios, no podía permanecer tranquilo mientras veía que sus facultades mentales se le escapaban debido al insomnio. Lo que contradice a Camus. ¿Y qué es lo que sabe la gente de la vida o de la muerte? Nada. Definiciones para nada. No hay uno que acierte.
Influencias en Ramos Sucre: Swedenborg, a quien conoció a través de la “Serefita” de Balzac, influencia de Poe. El misterio de la bruma de los países nórdicos. Y la imaginación, esa enfermedad. Y los sueños.
A Swedenborg ha podido leerlo en latín o en una vieja versión francesa. En la Biblioteca Nacional de Caracas hojeé (u ojeé) ese incunable. O lo leyó en la biblioteca de sus familiares. Es posible.
Mi mamá siempre corriendo detrás de las enfermedades de mi papá y nosotros detrás en lo mismo.
Mi papá llorando, impotente, por las enfermedades de mi mamá y nosotros, detrás, asustados, llorando.
Dos puntos de vista.
31 de agosto
Dos cartas de M. Que me espera. Que regrese cuanto antes, pero que no podré vivir en su apartamento porque su familia se enteraría. Que ya veremos la forma de arreglarlo todo. Yo le respondo que no se preocupe. Regresaré por mis libros, que llegaré a un hotel. Que acaso vuelva a Europa. Que se quede tranquila, que no la molestaré. Fuera todas las ilusiones.
Lectura de “El libertador” de Augusto Mijares y de algunos cuentos de Maupassant. A las cuatro, para hacer tiempo (para no sentir la horrible carga del tiempo que nos ahoga) me meto en un cine y veo una película que vi con M en Caracas: “Zorba el griego”.
9 y media de la noche: con Tomás Salvador. Ha recibido una carta de la Librería Historia de Caracas en la que le piden mil ejemplares de Gritando su Agonía. “Ese libro, me dice Tomás, debe estar en la calle a mediados de septiembre”.
10 de la noche: aquí, solo, en este cuarto.
















