Por: Antonio José Nava Chacín
En estas fiestas decembrinas, regocijémonos por nuestros familiares, siempre cerca de nosotros en el hogar de la ternura; miremos jubilosos a los amigos y vecinos, compañeros de viaje en este complejo y perturbado mundo. Alegrémonos por los desconocidos que, con sus afanes, se nos cruzan fugazmente por los caminos; gocemos el infinito “sombrero azul” que sirve de trasfondo al archipiélago celestial que nos circunda; demos gracias por la tierra bendecida proveedora del diario sustento; admiremos con reverencia las obras de nuestros antepasados y maravillémonos con la naturaleza que Dios nos obsequió.
Como hijos de la madre tierra deseamos todo género de bendiciones para ella y para los seres humanos y cosas amadas protegidas en su seno y decimos como Bolívar al Mariscal Santa Cruz, frente a la cruel escena de su país devastado por la guerra: “Primero el suelo nativo que nada. Él ha forjado con sus elementos nuestro ser. Nuestra vida no es otra cosa que la esencia de nuestro pobre país. Allí se encuentran los testigos de nuestro nacimiento, los creadores de nuestra existencia y los que nos han dado alma por la educación”.
Hoy como entonces, estamos bajo asedio. Imaginemos por un instante que los turbulentos vientos de la guerra sean desatados y arremetan frenéticamente contra los objetos de nuestros afectos. El invasor vendrá a ocuparnos, desplazando a propios y extraños, apoyados por las manos vendidas de nuestros hermanos. La ominosa espada de la opresión será esgrimida por los extranjeros que hoy nos ofenden, acechan y amenazan.
Meditemos sobre lo que sentiríamos si viéramos desecho todo lo construido con tanto esfuerzo; la tierra sembrada de inocentes criaturas y el fantasma de la tiranía sentado sobre el trono de nuestra ruina. ¿Qué sentiríamos si la viéramos habitada por indolentes desamparados que lo perdieron todo para convertirse en sombras de lo que fueron y que arrastran la pesada carga de una esclavitud de nuevo tipo y la vergüenza de no haber sabido defender su paz imperfecta?
Hoy vivimos rodeados de familiares y amigos; compartimos con ellos el pan y las tertulias; podemos acompañar a nuestros menores a sus escuelas, liceos y lugares de esparcimiento, mientras disfrutamos sus alegres risas, travesuras y ocurrencias.
Nada es más ilusorio que estas simples satisfacciones. La espada de Damocles penderá sobre nosotros mientras estemos asentados sobre estos vastos y ricos yacimientos preñados de metales preciosos y estratégicos, petróleo, gas, reservorios de aguas dulces superficiales y subterráneas, exuberante biodiversidad y lugares de valor geoestratégicos.
Dicen que un año de guerra genera cien años de odio: Quién puede dudarlo. Los que hoy se muestran dispuestos a pagar tan alto precio por sus inconformidades nada perderían frente a semejante desgracia. Estos seres inhumanos con identidad nuestroamericana y corazón extranjero, tendrían asegurada la protección de sus bienes y familias, además de contar con eficaces medios para evadirse de la dantesca escena del fratricidio que generaría tal conflagración.
Los vende patria, seguramente también recibirían el beneficio de las migajas de lúgubres botines de guerra que siempre quedan, entre los escombros, para las aves carroñeras y los lobos del hombre.
Todos los que aquí nacimos o escogimos esta tierra para echar raíces y plantar nuevas simientes, debemos examinar y registrar con amor patrio y responsabilidad ciudadana los cuadros horrorosos pincelados por viles procreadores de los perros de la guerra. Pueblos inocentes ya sirvieron de escenario para estas tropelías. Palestina, Afganistán, Iraq, Libia, Siria y Yemen, exponen tétricas imágenes desoladoras, que presagian un tenebroso futuro para sus habitantes.
Reflexionemos hondamente sobre esto y actuemos en consecuencia, convencidos de que el itinerario que nos conviene, y que debemos seguir, es el de la sempiterna búsqueda de la unión, apartándonos del camino ancho de la hostilidad entre hermanos que nos conducirá a los sepulcros. Estamos obligados a poner manos y mentes sobre la obra sublime de salvaguardar nuestra heredad que es la Patria Grande Es tiempo de emprender acciones individuales y colectivas para apuntalar los esfuerzos que muchos líderes políticos, de diversas tendencias, hacen para alejar de Nuestra América el espectro de la guerra.
Llevemos nuestra luz de confraternidad por todos los rincones de la Tierra. Resistamos los embates del imperialismo y hagámonos resilientes en el proceso, como primer paso de gigante, que habrá de servirnos para enfrentar con tesonero esfuerzo la fase final de la caída imperialista que avizoramos.
José Martí, Apóstol de la libertad de Cuba y esencial bolivariano, orientado por sus enérgicos mandatos, nos convoca a tomar legítima posesión del gentilicio nuestroamericano, para fundar marcadas diferencias con la clase gobernante del imperio norteño y sus asociados.
Después de ser oprimidos por los europeos por más de trescientos años, entramos en los planes del naciente imperio de Washington. Ellos siempre han ambicionado subyugarnos, lográndolo de manera aplastante, durante la segunda parte del siglo XIX y casi todo el siglo pasado. Por esta poderosa razón, siguiendo las lecciones de nuestros libertadores, debemos estar como ellos, siempre prestos para enfrentar al enemigo imperialista y a la quinta columna apátrida que lo secunda.
Los últimos veinte años de Historia de la Patria Grande, han traído favorables vientos de resistencia y esperanzas de redención, gracias a la fortaleza y el empeño de nuestros pueblos, siempre bajo la sombra amenazante del imperialismo. El hegemón norteño se esfuerza como nunca para ahogar nuestra rebelión, cometiendo para ello toda clase de crímenes y propagando su variado repertorio de mentiras contra los gobiernos que nos hemos dado libremente.
Si realmente deseamos consolidar nuestra independencia, soberanía y autodeterminación, debemos prepararnos para presentar batalla. El enemigo es degenerado e implacable, su prontuario criminal y dañinos propósitos están a la vista. No permitamos que plaguen de tristeza “las caritas lindas de nuestra gente bella”. Unidos en la diversidad seremos capaces de alcanzar con éxito independencia, autodeterminación, libertad y derechos sociales.
Nuestro deseo más sentido en estas fechas tan importantes para el pueblo cristiano que habita en Nuestra América, es que sus justas aspiraciones comiencen a ser satisfechas en el nuevo año y que éste marque el punto de partida de una vida nueva, fructífera y feliz para toda la humanidad.
















