Creo que a los venezolanos les interesa saber que yo he vuelto a Venezuela. A mí no me van a reseñar en una página social, no me van a recibir en el aeropuerto como reciben, por ejemplo, a un cantante de boleros, a un jugador de béisbol o a un político mediocre. No, a mí no me recibe nadie.
El día que yo llegué había una multitud gritando y pidiendo autógrafos. Eso no era conmigo. Esa gente reunida allí en el escándalo no esperaba aun escritor, esperaba a unos boleristas, tipos a los que no critico, pero hay que decir que muchos cantan cosas desentonadas y medio cursilonas. La gente allí reunida con una gritería de padre y señor nuestro por otro lado, esperaba a unos boxeadores y a unos peloteros que para colmo no eran venezolanos. ¿Quién demonios iba a esperarme? ¿Quién iba a esperar al Argenis Rodríguez que no se gana millones para declarar cosas superfluas sobre los pantalones que usa o las cremas que se unta en la cara? No, para mí no había espacios de televisión, para mí no había fotógrafos de prensa. A mí nadie vino a preguntarme qué pensaba acerca de la literatura en el mundo o acerca de la ciencia o de las nuevas teorías políticas discutidas en Europa. Nada de eso. A quién interrogaban era a los boleristas. Les preguntaban que qué podían declarar sobre el show del recuerdo o algo así. A mí lo que me estaban era abriendo las maletas. Parece que tengo cara de contrabandista. Cuando entregué el pasaporte leyeron en una lista a ver si mi nombre aparecía allí. Me miraron de arriba abajo. Me costó un puyero demostrar que era una persona honrada, sería, trabajadora. De saber cómo estaban las cosas aquí me hago pasar por bolerista o boxeador, con todo respeto para ambos.
¿Quién va a querer a un hombre que dice que vive en un país atrasado, inculto, que nada en la vanidad y en la chabacanería? ¿Quién va a querer o admirar a un hombre que se expresa de ese modo de su país? Como si no estuviera en lo cierto, traigo diez libros en mi alforja, pero en Venezuela no hay editores. En Venezuela hay otras cosas. Hay espacio para las vulgaridades. Para mí, el exilio. Tengo que irme como se fue Baralt después de la publicación de su Historia de Venezuela. Baralt no elogió a las nulidades y le hicieron el silencio y el vacío. Lo mismo pasa conmigo. Yo elogio a ciertas y determinadas personas a las que de verdad hacen una nación. Yo elogio a Razetti, a Codazzi, al doctor Vargas, al doctor Torrealba, a Zumeta, a Gallegos, a Pocaterra, a Fernández Morán, a Pérez Alfonzo y a otros por el estilo. A personas como estas no las sale a recibir nadie.
Cuando murió Pérez Bonalde nadie sintió nada aquí en Venezuela. Este país no perdona a personas como Pérez Bonalde. No me perdona a mí. A mí los izquierdistas (excepto los del MIR que son gente decente) me condenaron a muerte por la publicación de un libro. Y más tarde fue la derecha. Los de la derecha demandaron a un periodista que reprodujo un fragmento de mis Memorias. Ahora he regresado a mi país y ya comienzan los tiros a mansalva. Me devuelven los originales que llevo a las editoriales. Yo no me alineo a favor de derechas o de izquierda. Voy de frente contra el país de la vulgaridad, contra esa gente inútil y parasitaria que sólo se ocupa de destruir a los hombres como uno. Entonces, reseño mi propia llegada. Total, a los hombres como uno siempre le sueltan la jauría de perros sarnosos que no pueden hacer otra cosa que aullar, bramar y echar espumarajo por la boca. El subrayado es de un gran poeta alemán, Hördelin, que miró loco en medio de la indiferencia de sus compatriotas. Yo no me quiero morir así. Antes doy la pelea por la dignidad y la libertad de cada individuo. Antes doy la pelea por la dignidad de esta nación embrutecida temporalmente por los héroes de la vulgaridad y de la guachafita.

















