Rómulo Gallegos y Laureano Vallenilla Lanz vienen de la misma escuela positivista, y entre ellos ideológicamente no existe ninguna diferencia. Ambos defendían los mismos intereses y ambos eran racistas.
Ambos buscaban el poder para usufructuarlo en beneficio propio pero en distintas formas.
Gallegos en todas sus novelas es un racista de capirote. Divide a los hombres de acuerdo con sus razas, y no de acuerdo con su inteligencia, como lo hicieron un Dostoyevski o un Nietzsche. No señor. Para Gallegos, El Brujeador, que era llanero, tenía algo de asiático, lo que era definitivo para que fuese aún inferior. Ahora bien, ¿quién le dijo a Gallegos que los asiáticos eran inferiores a otros hombres?
En cambio Santo Luzardo era superior, no en cuanto a su pensamiento sino en cuanto a su raza. Y se supone que Santos Luzardo no era de raza pura, ni ario ni mucho menos, sino un doctorcito como cualquier otro aquí en Venezuela, moreno, de estatura regular y de bogotitos y un poco buenmozo si se quiere, ya que Gallegos no se apartó nunca del folletín y de la novela rosa.
Escribe Gallegos: “A bordo van dos pasajeros. Bajo la toldilla, un joven (Santos Luzardo) a quien la contextura vigorosa, sin ser atlética, y las facciones enérgicas y expresivas préstanle gallardía casi altanera. Su aspecto y su indumentaria denuncian al hombre de la ciudad, cuidadoso del buen parecer…”.
Ahora distingamos a El Brujeador: “Su compañero de viaje es uno de esos hombres inquietantes, de facciones asiáticas, que hacen pensar en alguna semilla tártara caída en América quién sabe cuándo y cómo. UN TIPO DE RAZAS INFERIORES CRUELES Y SOMBRÍAS, completamente diferente del de los pobladores de la llanura…”. Ambos párrafos tomados de la novela “Doña Bárbara”, Capítulo primero.
Por su lado, Laureano Vallenilla Lanz, más responsable, con una más definida personalidad dice: “Entre mis convicciones de historiador y de sociólogo y mis convicciones políticas, no hay discrepancias de ningún género… el régimen actual de Venezuela (el gomecista) por los resultados, es el único que conviene a nuestra evolución normal…”. Habla de la “paz que se impone” y de la necesidad de poblar “pero con inmigración europea y norteamericana (gente blanca)” del libro “Cesarismo Democrático”.
Además hay otra cosa. Santos Luzardo va al llano a defender sus propios mezquinos intereses. No obstante, en honor a Gallegos, diremos que Santos Luzardo tiene ideas de progreso y piensa en un ferrocarril, lo que se venía haciendo en tiempos de Guzmán Blanco para los pueblos del centro.
Entonces, ¿qué diferencia hay entre “Doña Bárbara” y “Cesarismo Democrático”, en que Laureano Vallenilla-Lanz propone que se traigan razas blancas, pero blancas de verdad y concretamente europeas y norteamericanas?
¡Ninguna, por supuesto!
De todos modos, cuando Gallegos llegó al poder no hizo nada de lo que se propuso y más bien fue un saboteador del progreso que venía llevando a cabo Isaías Medina Angarita, un militar, esa gente que tanto él como Betancourt atacaron con saña. ¿Qué no le dieron tiempo a Gallegos? Es cierto, pero fue por su propia incapacidad y por la anarquía que contribuyó a sembrar en el país.

















