Por ahí se inauguró y clausuró un Congreso de Escritores. Los “jóvenes” estaban furiosos porque nadie los leía y hablaron de generación y de lo que se habla siempre que se abre o se cierra un Congreso de Escritores.
Por lo que a mí respecta no hay generaciones. Hay escritores buenos y otros malos y los buenos se imponen a como dé lugar sienten fidelidad hacia sí mismos.
Yo no asistí a ese Congreso y nunca he asistido a congresos ni a reuniones de escritores. Y personalmente conozco a muy pocos escritores.
¿Por qué?
Porque para mí el escritor es un ser solitario, un tipo que piensa que se debe hablar poco y escribir mucho y leer mucho. Releer aún más que leer.
Pienso que un escritor se hace solo, batallando durante la noche, metiéndose entre la gente común y corriente, sentándose en la barra de un botiquín o, si es posible, jugándose la vida. ¿Para qué le sirve un congreso a un escritor? Creo que para nada, como no sea para hacer relaciones públicas.
El escritor de verdad es una isla. Se va por ahí, se encierra como un monje en un pueblo. O se mete en un yate y se interna en el mar. O se va a las montañas. O vive solitario en medio de la muchedumbre.
Los mejores libros no se han escrito entre asistentes a congresos ni los libros se hacen por encargo ni se hacen entre dos o más personas. Los grandes libros son obra de un ser solitario, apartado de todo y no obedecen a reglas de grupos. El mejor libro sale de la locura y el retiro. Y podría citar miles de autores que se impusieron por el rigor a que se sometieron, por la tortura que sufrieron, por el insomnio que los llevó a suicidio.
Los tipos que van a ser escritores no tienen que ver con los demás sino con su propia fidelidad. Con su honor personal. Con el sacrificio que los manda al infierno. Con la imaginación que quema. Por el amor a alguien o a sí mismo.

















