A Julieta la conocí cuando yo contaba 23 años y fue la primera y la única novia que tuve en mi juventud. Mi infancia y mi juventud fueron duras y nunca tenía tiempo para el baile, el ocio o la diversión. Si iba al cine después de una brega en casa con mi papá, quien era talabartero. Y de los 14 para arriba trabajé en una carretera, en un mercado libre, en un taller mecánico. Aquello, como diría Wells, era la verdadera lucha por la vida o la existencia. Así que a Julieta la conocí sudando la gota gorda detrás del mostrador de una librería. Fue al sitio y pregunto por un libo de Jorge Amado que estaba agotado, y yo que lo tenía se lo ofrecí y más tarde se lo presté. Allí comenzó nuestra amistad. La asedié. Yo no era nadie. Un pobre muchacho que vivía en un cuarto de hotel. Sin embargo, después de un noviazgo relámpago nos casamos un día de diciembre. Clara, que estudia en Londres, nació justo al año. Yo a Julieta la celé bastante y para hacerme valer ante sus ojos leía más de la cuenta, escribía febrilmente y en doce noches escribí El Tumulto. Salvo Guillermo Meneses, nadie me tomó en cuenta. Me convertí en un energúmeno, abandoné el trabajo, vivía una especie de días sin huella, me alcé en armas contra el gobierno de Betancourt y fui a dar dos veces a la cárcel. No levantaba cabeza. Era un fracaso completo. Andaba por allí sin hacer nada y con la ayuda de un cuñado me fui a Chile, donde trabajé en “El Siglo”, “Vistazo” y “Última Hora”. Salía con los ojos rojos y aún así, cansado, leía y me fueron saliendo los relatos de “Entre las Breñas” y este libro me dio cierto valor, y personalidades como Juan Liscano, Consalvi, Sanoja Hernández, Pedro Francisco Lizardo y otros cuantos lo distinguieron. Gracias a tantos elogios me mandaron a París y luego a Madrid. En Madrid escribía en un café de La Gran Vía unos cuentos que titulé “Donde los ríos se bifurcan”, y a mi regreso conocí a Mirna, de la que me enamoré. Con Mirna más que amor viví una pasión, la más terrible y dramática que haya sentido en mi vida. Hoy la recuerdo y todavía tiemblo.
COMO EL FINAL – 1982
Como esta casa se acabó voy a vender todos mis libros y mis cuadros. Voy a vender los estantes, esta máquina de escribir y hasta las pocas camisas que tengo. Vivo solo en un apartamento y sueño todas noches el mismo sueño. Me veo en un patio y allí, balanceándose en una mecedora, está mi mamá. De pronto entra un tipo por la puerta (que es un portón de pueblo) y dispara contra mí. Me despierto, salto de la cama, empuño el arma que me acompaña siempre y disparo. Pero no doy en el blanco y no sé si me ha dado a mí y me toco por todas partes. Comienzo a sudar, me levanto, bebo un vaso de agua, me paseo por el pasillo. Procuro leer a altas horas de la madrugada. Pienso en una guerra, en que me voy a volver a inscribir en el servicio militar, y que haré mandar a la frontera, a cualquier frontera y como un simple soldado empuñaré un arma y llevaré una libreta para narrar mis experiencias. Eso es lo que puede salvarme. Tengo 45 años y voy pidiendo por ahí, vendiendo mis cosas, saliendo de lo que no me hace falta…
Tengo que pensar en muchas cosas, por ejemplo, apartarme de esa pérdida de tiempo que representa dedicarse a la política de partido, aun cuando la he practicado lo he hecho de manera totalmente desinteresada. Pero es un oficio que me ha apartado de lo mío y lo que me ha deparado son dolores de cabeza. Con desprendimiento me fui a unas guerrillas y sufrí cárceles, insultos y desprecios. Con desinterés apoyé a un candidato presidencial y me sucedió lo mismo: salí de allí lleno de enemigos. Cuando voy a alguna parte, dicen:
- Argenis es un gran carajo.
Y esto lo dicen delante de mí, con provocación, para que desaparezca o me vaya. ¡Qué estupidez! Yo trabajo con la realidad o la imaginación y lo que deseo es limpiar a este país de tanto canalla y de tanta inmundicia. Yo no he sido ningún ladrón ni asesino y vivo más pobre que cuando me vine del campo y puedo lanzar la primera piedra. Cristo en esto se equivocó porque siempre existirá alguien que pueda lanzar la primera piedra. Yo soy uno de ellos.

















