“Donde no hay visión los hombres perecen”, dijo Aldous Huxley, frase acorde para hacer un estudio sobre el romanticismo alemán y el simbolismo francés. Esos dos movimientos literarios eran búsquedas de un misticismo. Agrega Huxley: “Desde el siglo XVIII el número de fuentes del conocimiento místico ha ido disminuyendo”. Es claro que Huxley se refiere al misticismo religioso y nosotros nos referimos al misticismo literario, al misticismo creativo, el cual no muere nunca.
Novalis, Jean Paul, Kleist, Hördelin, Hoffmann, Armin, Moritz, etc., por el romanticismo alemán, buscaban un nuevo sentido, una nueva significación para la comprensión del mundo. Para se concretaron a confiar, a creern en los sueños; en la imaginación que los llevaba “hacia una azul lejanía”; en la muerte, que era la noche eterna donde se purificarían el espíritu y los sueños; en los dioses superiores a los hombres; en el mundo helénico que fue el más piro acercamiento al hombre; en fin en las leyendas antiguas. Eso por lo que toca a los alemanes.
En cambio los franceses, comenzando por Nerval, Baudelaire, Lautréamont, Verlaine y Rimbaud, signados por una suerte de inmovilismo, se hicieron más introvertidos, se pusieron a hacer un juego donde la realidad se presentaba impura, indecorosa, sucia, bestial, asqueante y para lograr el desdoblamiento y escapar de ella se entregaron a un desenfreno de los sentidos que los llevó a claudicar con el cuerpo y el espíritu hasta convertirlos en magros y descuartizados seres. Y como dijo Lautréamont: “Cantaron el mal”. Con Nerval, sin embargo, habría que hacer una excepción por cuanto, influido por el romanticismo alemán prosiguió en la búsqueda en el sueño y las reminiscencias infantiles.
El mismo Leutréamont llamó a Víctor Hugo, a Lamartine y a Musset mujercitas y consciencias reblandecidas porque los creyó gimoteadores y pura retorica hueca. En tanto que él siguió con el asco, la imprecación, y con el elogio al mar, como antes Baudelaire:
“Hombre libre, tú siempre añorarás el mar”.
Y el mar era una ilusión, una imagen, algo indescifrable por su profundidad, “un espejo”. A diferencia de los alemanes que buscaban en el cielo y en la noche la inmensidad del conocimiento y del misterio de la vida y de la muerte. Con la excepción de Hördelin (hay sus excepciones) que saludo el esplendor de las mañanas radiantes.
Unos más cerebrales que otros en este caso los franceses, que se comportaron más intelectuales y más civilizados, fueron menos sensibles al mundo exterior, y nunca lo idealizaron. Porque los alemanes cantaron a la naturaleza y a la patria y los franceses como se diría hoy, se burlaron de todo esto. Leamos a Rimbaud: “Lo más sagaz es abandonar este continente donde la locura anda suelta para proveer de rehenes a esos miserables”. Y luego se pregunta: “¿Conozco tan siquiera a la naturaleza? ¿Me conozco?”. Y en seguida con furia se responde: “Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre”.
Y esto como si nada le interesara, salvo su propia e indomable desesperación.

















