Fuera de los sueños: entrevista a un diplomado. El hombre está sentado detrás de un escritorio. Se saca un pañuelo, se quita los lentes, le echa vaho a los lentes y los seca con el pañuelo, vuelve a quitarse los lentes y a mirarlos poniéndolos hacia la luz, vuelve a echarles vaho y a secarlos con el pañuelo. Vuelve a ponerse los lentes. No ve bien (esto lo adivinamos) no hemos podido empezar la entrevista. El hombre vuelve a quitarse los lentes vuelve a verlos a través de la luz que entra por una de las ventanas y vuelve a echarles vaho y limpiarlos con el pañuelo. El hombre hace gestos cada vez más veloces y yo no me atrevo a empezar la entrevista porque me parecen esos gestos más importantes que lo que voy a preguntarle.
Así hablaba Zaratustra
Josefina la cantora.
Se bate el culo con una tambora.
Así cantaba Zaratustra mientras marchaba por los caminos de la vida después de bajar de la montaña donde estuvo encerrado por propio gusto. Según parece (esto es lo que dice al menos Federico Nietzsche) Zaratustra se metió en una cueva a pensar y a explicarse el problema de la vida. Estuvo ahí no sé cuanto tiempo y después bajó y lo primero que encontró en el camino (de la vida) fue a un trapecista.
- ¿Qué haces ahí? – le preguntó Zaratustra al trapecista.
- Estoy aquí distrayendo a la gente para comer – respondió el trapecista con una inclinación.
La gente que miraba se rió creyendo que Zaratustra era parte de la comedia. Zaratustra (ya lo sabemos) era un hombre muy inteligente que se había encerrado en una cueva a buscarle explicaciones a todo y se dio cuenta de que la gente lo tomaba como tal, digo como acompañante del trapecista, se fue muy amargado. A esta cosa no le había encontrado explicación en la cueva y ahora bajaba la cabeza y la anotaba en su diario.
“Esto es lo que te pasa por tratar con la gente, se dijo: -pasar vergüenzas”.
Zaratustra cambió de canción porque aquella era muy alegre y no concordaba con su estado de ánimo de ahora. Ahora, se dijo, debo cantar amargamente. Y así, amargamente, cantó:
Josefina la gaznata.
Se bate la cuchara con una lata. (La Josefina que él se imaginaba)
Esto era amargo porque Josefina se parecía a su mamá y sufría el pobre Zaratustra. Zaratustra, como esos hombres de circo, pagaba todas sus culpas maldiciendo a la madre.
Y la canción era amarga y se refería de mala manera a las madres.
Realmente pasan cosas bien extrañas entre los venezolanos. El día que fui a Amberes a legalizar el pasaporte, el cónsul se levantó de su escritorio y me dijo que le agarrara el brazo.
- Agarre-, me decía.
Yo le agarré el brazo. Lo tenía duro como piedra.
- Agarre aquí ahora, me dijo y levantó una pierna.
Le agarré la batata y realmente que su batata era dura.
- Ahora aquí, continuó y esponjó el pecho.
Le toqué el pecho que no era menos duro.
Luego se sentó satisfecho de la demostración.
- Usted debe tener fuerza-, me dijo-, porque yo conocí a un echador de pulso que era como usted y tenía fuerza.
- ¿Yo? No, no creo que tenga tanta fuerza-, le respondí-. Llevo dos años encerrado en un cuarto y no hago ningún ejercicio.
El cónsul puso su brazo sobre la mesa. Yo pensé que ya me iba a pedir que echáramos pulso. Yo crucé mi pierna displicentemente.
No quería igualar mis fuerzas con el cónsul. No me importaba eso. Yo había ido ahí a renovar un pasaporte.
El cónsul en tanto se sonreía y decía que había sido deportista y un gran peleador. Le pregunté qué edad tenía y me respondió que 56 años. Sacó unas pastillas y me las mostró.
- Esto es para no comer en casa-, dijo-. Evito engordar.
- Pero usted está fuerte-, le dije-, y no veo que necesite dejar de comer.
- Sin embargo, debo mantenerme en forma-, dijo. Me dijo que había sido jefe de la policía en el estado Barinas y que a él no le temblaba el pulso.
No sé a qué venía todo este cuento. Yo pensaba que este cónsul había oído decir que yo había sido guerrillero. A él no le temblaba el pulso y tenía fuerza. ¡Vaya! Me retuvo ahí hablándome de unas tierras que le dejó el papá, de la atención que le prestó a la madre y que se casó a los 43 años para no dejar a su madre sola. Antes hubiera podido casarse, pero ¿y la mamá? Yo le dije que sí, sin pensar en nada porque eso realmente no me daba nada que pensar. El cónsul se reía con una sonrisa socarrona. Se tiraba hacia atrás en su silla y abría los brazos como King Kong. Por decir algo le dije que los hombres como él, bajos y cuadrados eran los hombres fuertes. Y vi que eso le gustó. Le eché el cuento de Lunar Márquez, que es bajo y cuadrado y que yo considero el hombre más fuerte y temible de las guerrillas. El cónsul se sonreía y hacia un juego con las muñecas. Seguro que era un ejercicio. Elogié dos o tres hombres pequeños y cuadrados como él y dije que eran fuertes. El cónsul estaba entusiasmado. Y yo lo entusiasmaba. ¿No era eso lo que quería? Me atendió muy bien y después me llevó a su casa para brindarme un whisky. Allá también le elogié dos o tres hombres pequeños y cuadrados como él e insistí que eran los más fuertes. Le hablé de Francisco Sánchez (que era como él, era como si lo estuviera viendo en él, dije) y dije que Sánchez desarmaba a los policías a fuerza de llaves. El cónsul dijo que me acompañaría a la estación. Durante el trayecto a la estación le cité otros nombres de hombres fuertes y cuadrados como él. Le elogié su brazo pequeño y robusto y le dije que esa era una ventaja en los pulseadores. En la estación, al fin, pude perderme en una escalera automática.
16 de octubre . Miércoles.-
Lectura de un libro de Marañón: “El Conde Duque de Olivares”.-
Lectura de algunos capítulos de “La Colmena”. He releído el relato que titulé “La Fiesta del Embajador” y que Cela me ofreció publicar en su revista el próximo mes de noviembre. Con el objeto de escribir dos o tres partes más.
Escritura de dos sueños que tuve anoche y croquis para un futuro libro que se titule “Libros de los sueños”.
Los nervios me están destrozando. Anoche me dormí tarde y a duras penas.
Volver a empezar. Esperar los originales que le envié a Jorge Álvarez, corregirlos y enviarlos a un concurso. No le diré nada más. Cambiar título- el golpe que me dio Álvarez me fue resarcido por la aceptación que le dio Cela a mi última novela. Si no hubiera sido por esto estaría más que decaído. Propósito: romper con Jorge Álvarez que me hizo perder seis meses.
.-Concurso: Nadal . Alfaguara.
17 de octubre.-
Recibo cartas de José Ramón Medina y Domingo Fuentes.
Recibo de Caracas un recorte de “El Nacional” que dice que Camilo José Cela editará una novela mía.
Le respondo a José Ramón Medina.
Recibo carta de Vicente Gervasi.
He comenzado a traducir el “Diario Íntimo de Novalis”.-
Compro una reproducción del Cristo de Dalí. Lectura de Marañón: “El conde duque de Olivares”.
18 de Octubre.-
A las ocho y media nos fuimos al hospital. Yo a examinarme la vista y XX hacer examinar a Carolina. No me encuentran nada. Me piden que lea con lentes. Es todo.
No recuerdo el sueño de anoche. Es la una del mediodía.-
Espero que no me pase con Cela lo que me pasó con Álvarez. Pienso si no tengo enemigos poderosos que insisten sobre los que me han ofrecido editarme para disuadirlos. Esto se debe a que cuando ofrecen editarme escribo a la prensa de Caracas para que divulguen la noticia. Así paso con Álvarez. El sábado 12 “El Nacional” tituló: “Novela de Argenis Rodríguez Editará Camilo José Cela”.
.-Se casa Jacqueline Kennedy con Onassis.
Nada. Salí y compré una reproducción de un cuadro de Magritte: “Le chateau des Pyrénees”
19 de Octubre.-
Yo no sabía si había dado muerte a aquel enemigo. Pero anoche, mientras dormía, abrí los ojos y vi que se abría la puerta del baño. Me incliné en mi cama y dirigí mis ojos hacia donde dormían mi mujer y mi hija. Volví a mirar hacia la puerta del baño y la vi cerrada. Me dije que había sido un engaño de mi vista, o una visión. Pero antes de recostarme de nuevo me di cuenta de que la puerta volvía a abrirse. Así que me quedé inclinado, bien mirando hacia la puerta como hacia la cama donde dormían mi hija y mi mujer. Pensé en aquel enemigo y pensé que no le había dado muerte y que venía por la venganza. Llamé a mi mujer por su nombre:
- Mireya! ¡Mirna! ¡Carmen!.
¿Cuál de esos nombres era el de mi mujer? Los grité todos tres. Pero mi mujer no se movía. Me fijé hacia la sala y caí en la cuenta de que dormíamos con las ventanas abiertas y yo divisaba las montañas verdes y claras. Me senté y volví a gritar el nombre de mi mujer. Sin dejar de dirigir mi vista hacia la puerta del baño la cual divisaba ahora entreabierta.
Pero mi mujer no respondía. Yo me arrastré por mi cama y estiré el brazo para halar a mi mujer por un pie. Así lo hice. Pero ella no se movía aun cuando yo la iba a tirar al suelo.
Y cayó. Entonces vi su cara con esa horrible expresión inanimada. Mi enemigo había logrado entrar a casa y había estrangulado a mi mujer y ahora se escapaba por la ventana. Yo grité y salté de la cama.
Cuando Novalis comenzó a escribir este diario tenía 25 años y hacía 31 días que Sofía Von Kihn su novia, había muerto. A la edad de 15 años. El estilo del diario es simple, candoroso e ingenuo, y lleva en sí la fuerza de resolución interior de su autor, quien se propuso seguir a la novia en la muerte, morada la más pura para el autor de “Himnos a la noche”. Según lo que se sabe, la novia de Novalis no pasaba de ser una niña de inocencia riente; como se encuentran en todos los pensionados, dice Mauterlinck. O sea, no era nada del otro mundo. Para Novalis fue la mujer tantas veces idealizada por los románticos y que toman un cariz de pureza cuando desaparecen. El diario, como se verá, no alcanza más que algunos meses de la vida de Novalis. Luego hay una interrupción y nos damos cuenta de que el poeta no fue del todo fiel a la “resolución” de la imagen de Sofía y vuelve a enamorarse, esta vez de Julia Von Charpentier. Después no escribe más que seis fechas en su diario y diez meses más tarde muere, a la edad de 28 años. En esta versión al castellano hemos preocupado ser fiel al ritmo y a la sutileza de las líneas de este documento humano. A. R.
Ayer vino L. a decirme que creía que el coronel se estaba cogiendo a la mujer de Parra. Como yo le dijera que ahora que yo me iba se quedaba sin amigos, me respondió que si yo le hubiera dicho antes que el coronel no era su amigo le hubiera cogido a su hija Chachita; según él ésta se le sentaba enfrente a mostrarles las piernas. No se la cogió, dijo, porque respetaba al amigo y al jefe. Ahora el coronel será su jefe, pero no su amigo. Me dijo que se iba a poner a seguir al coronel a ver si lo cazaba en la casa de la Parra. “La Parra se la pasa sola en la casa- dijo-. Sus hijos van a la escuela todo el día”. Yo le dije que la Parra era una vieja y él me respondió: “Bola! La Parra es una hembrota”. No me extraña que L. cele al coronel por esto. El quiso coger también a la mujer de Parra. Cuando una vez esta señora le dio una cena pensó que la mujer estaba enamorada de él y que esperaba que su hija Ama se fuera para caerle encima.
Anoche, además del sueño que anoté en el “Diario Onírico”, tuve otro: asistía yo a un cine y veía una película de horror y unas veces era yo espectador y otras veces era actor principal. Cuando tenía que besar a una mujer ésta se transformaba en vampiro. La escena transcurría en una ascensor y Jorge Álvarez era el productor de la película. A cada interrupción aparecía este letrero: Jorge Álvarez Presenta.
Día horrible. Frío. Llevo un mes con una gripe de mierda. Me gotea la nariz. Falta que Cela no me publique la novela. Avisé a Venezuela, le dieron propaganda y ahora todo el mundo espera. Y si no me publica Cela quedaré como un mentiroso, un hablador de bolserías y un exhibicionista. No podré verle la cara a nadie hasta que no dé un golpe fuera del país. En Venezuela tienen que reconocerlo a uno fuera para que le den valor.
Ayer la mujer que me vendió la postal de Magritte me dijo que Magritte no era pintor, que lo que valía en él eran sus ideas. Yo no sé nada. Yo encuentro mucha idea en Magritte, pero también veo muy buen trazo en él. Y muy buen color. Muy buen movimiento. O muy buena estabilidad u horizontalidad.
- ¿Y ahora qué hacemos?
19 de Octubre. Domingo .-
Llevamos el féretro y lo depositamos en su tumba. Mi papá y yo nos dimos vuelta un momento. Después fue cuando vimos que se levantaba y ponía un pie en tierra. Yo le dije a mi papá que corriera para que la ayudara. Ella camino toda demacrada y en los huesos por el camino que conducía a la puerta del cementerio. Mi papá la llevaba por una mano y yo iba detrás, sin creer a mis ojos. “Tanto ver la muerte, me dije, es una señal mala”. Y recordé que ayer la había encontrado ahorcada. Hoy había muerto después de una larga enfermedad y resucitaba cuando ya íbamos a enterrarla. Entramos a la casa. Yo corrí por la gran sala de la biblioteca pisando muellemente sobre la alfombra. Pensé que allí, en esa alfombra, se podía dormir. “Pero no hay calefacción para calentar tan grande sala”, pensé. La biblioteca pasaba todo el invierno incomunicada. Era el otoño y ya se sentía la humedad del clima de aquella región. Salí a los otros cuartos. Los periodistas estaban ahí para interrogar a la resucitada. Su madre se me acercó y me dijo.
- Yo estaba pendiente de ir a ver cuando la fueran a enterrar.
Se le veía la alegría en la cara.
Ella, la resucitada, cargaba una copa que le acababan de regalar.
Me desperté y pensé lo que en el sueño: “tantas veces la muerte es mal aguero”. Vi hacia su cama. Luego me levanté por los aires y grité su nombre:
- ¡Marta!, ¡Marta!
Pero, no, yo seguía acostado. No creí que gritara yo suficientemente fuerte y yo mismo me abría la boca con los dedos.
De regreso, por los aires, pasé por la habitación de la biblioteca. Al lado de la chimenea crecía el hongo. “Este invierno va a ser más fuerte que los anteriores”, pensé.
Ayer tarde vino L. y me dijo que lo convidaron a pasear unos médicos que venían de Venezuela a hacer un curso de medicina tropical en Amberes. Fuimos a un restaurant. L. creía que todas las mujeres se enamoraban de él. Mandó a decirle al guitarrista que le cantara una canción a cada mujer. Dijo que era macho, que se caería a coñazo con cualquiera. Tenía dinero. Era attache militar de la Embajada de Venezuela. Le picó un ojo a una española y el hombre que andaba con ella se lo quedó mirando. A una mujer que iba al baño L. le metió el pie y la mujer trastabilló. Eso era ser macho, dijo, aquí los hombres no eran machos y no peleaban, que lo que les gustaba era discutir, que él en cambio no discutía, sino que echaba coñazos. Los venezolanos tenían un gran espíritu de lucha de sacrificio, un espíritu de gloria, que estos pueblos eran unos pueblos sin felicidad, que a él un belga le había dicho que le gustaba el espíritu de los venezolanos, tan alegres; L. dijo que era cierto: “Un venezolano, dijo, vive al día, porque se gasta lo que se gana en pura gozadera, y que eso era la verdadera felicidad”. Cuando los médicos le preguntaron que edad tenía dijo que cuarenta, o sea, se había quitado tres. Dijo que tenía una hija que me odiaba a mí porque yo la creía una niña de 13 años, pero que en realidad su hija tenía 19 o 20 años. Y mintió, porque su hija tiene 24 años. Dijo que su hija era una universitaria. Sí, su hija entró al primer año de Derecho y la rasparon. El era un militar macho. Se comió un bisté con pimienta. Se tomó un vinito. Le preguntó a uno de los médicos si él había oído hablar de él en Maturín. “Teniente coronel Aquiles López S.” dijo.
El medico dijo que sí. Había hecho memoria y si habia oído hablar de él, como no.
- Pues, yo echaba coñazo allá en bruto – dijo L.
– Cierto, le dijo el médico. Tienes fama de macho allá.
L. se rió. Me miró a mi para que me fijara que él era conocido en Monagas. Dijo que además de macho era intelectual y que escribía un diario. “Dentro de poco van a ver quien soy yo”, dijo. Dijo que por lo menos llegaría a ser ministro de la defensa.
Yo le dije a los médicos que nos fuéramos. Nos fuimos.
Muere el poeta brasileño Manuel Bandeira.
Vino L. y almorzó con nosotros. Yo he estado releyendo mis sueños y pesadillas y he llegado a la conclusión que debo titularlos, como Quiroga, “cuentos de amor, de locura y de muerte”. De todos modos, publicar esos sueños como cuentos, como cosas de la imaginación.

















