Por cierto, que quien me abrió las puertas de la “Revista Nacional de Cultura” fue García Morales. Tenía yo necesidad de unos trescientos bolívares que pagan por un cuento. No me pasó como la vez anterior en el que el encargado de tal Revista era Óscar Zambrano Urdaneta. Vivía yo mi peor época, de vender libros de puerta en puerta. Fui donde Zambrano Urdaneta con un cuento y me dijo que no me lo podía publicar, porque la Revista se había trazado la línea de sólo publicarle a los que tenían obra conocida. Sin embargo, leyó el cuento, lo corrigió como quiso y me dijo que estaba bien. Salí de ahí compungido. Pero lo que me sobresaltó fue que en ese mismo mes leí un relato de David Alizo, en la misma Revista Nacional de Cultura, y Alizo no tenía obra publicada. Bueno, qué le vamos a hacer. Ese cuento que me rechazó Óscar Zambrano Urdaneta apareció publicado en el periódico El Siglo de Santiago de Chile, en primera página y me valió un trabajo como corrector de pruebas en la editorial Horizonte. Cuando lo mandé a Venezuela, alguien me dijo que nadie era profeta en su tierra.
4 DE NOVIEMBRE DE 1967: DIARIO DE UN NOVELISTA…
- Yo no sé lo que es vivir una novela, pero a mí todo el mundo me decía que decía que yo vivía novelas. Si conspiraba, vivía una novela; vivía una novela o vivía para escribir. Nadie creía que yo viviera sinceramente. Una noche, preparando un asalto al X, Renzo me dijo:
- Tú no haces más que mirarle la cara a la gente para escribir tus impresiones.
Nada más falso. Recuerdo todo. Recuerdo el apartamento al que me había llevado K.
- Traigo un compañero con experiencia –dijo.
Renzo estaba en la sala con su padre y un pintor. Les di la mano y nos pusimos de acuerdo para ejecutar el “trabajo”. Esa noche Renzo no hablaba sino de secuestrar a un tal Pancho que había sido embajador en Cuba.
- Lo agarramos –decía-, y le damos un baño de mierda.
- K reía y afirmaba. Decía que como su apellido sonaba extraño en el país no se dejaría llamar Comandante K, sino Comandante L.
Al día siguiente volví por el apartamento de Renzo. Alguien trajo una ametralladora. Renzo recibió los planos de X. dos días más tarde nos prohibió salir de casa y el día del asalto, cuando explicaba lo que cada uno de nosotros tendría que hacer, explotó contra mí. Dijo que yo lo que quería era estar allí para escribir. Para colmo no se dio el asalto porque el encargado de robarse el automóvil en la Universidad no se apareció a la hora señalada. Renzo ordenó dispersarnos. Si había algo nos convocaría, dijo. A mí no me convocó más, pero andaba diciendo que el asalto había fracasado por mi culpa. Él era el jefe del grupo. Yo no podía alegar nada. Después cuando supe lo de su muerte en Lara, no comenté mayor cosa.
Quién sabe si Renzo leía mi subconsciente. Quién sabe si él me sentía su contendor para escribir sobre la violencia. Los dos habíamos publicado un primer libro. Quién sabe si me achacaba lo que pensaba de sí mismo. Que yo recuerde, vivía mi peor época y pedí incorporarme a la guerrilla con el deseo de morir haciendo cualquier tontería. Siempre me imaginé muriendo de sed o hambre porque me herían en las piernas y no podía moverme. Sin embargo, yo duré en las guerrillas el tiempo que duró Renzo. Él murió mutilado y como en la profecía de Job quedé yo para echar el cuento. ¿Lo habría contado mejor él?
- Ahora pienso que todo lo que somos yo y mis hermanos mayores se lo debemos a mi mamá. A mi mamá la recuerdo fuerte, algo gorda, voluntariosa, enérgica, hablando duro, a gritos, dirigiendo la casa de pensión[1]. Pero en Santa María, cuando aún no se había ocurrido la idea de crear la pensión, vivíamos del trapiche, de la bodega y de los potreros de mi papá. Entonces veo a mi mamá atareada por sus hijos, haciendo que aprendiéramos a leer, ofreciéndonos sus libros de maestra, la “Historia Sagrada”, recuerdo sus dibujos: David tocando el arpa para Saúl y Absalón prendido a un árbol por los cabellos…
- … un poeta alemán del siglo XVI, Ulrich Von Hutten, acosado por la pobreza y las injusticias sociales se “armó caballero” y con su gente sitiaba castillos y hacía imposible el tránsito por los caminos. Cuando se quedó solo cruzó la frontera y no se supo más de él. Pero por dos años consecutivos logró lo que se propuso…
… si sueño con una persona creo que va a morir.
… después de esos días de pesadilla volver al cuarto en que me estaba acostumbrando a leer y escribir con tranquilidad era como volver a una sala mortuoria…
- Flaubert: “El talento es una larga paciencia”.
… Recuerdo que en las guerrillas, para no olvidar las fechas, Lunar Márquez llevaba un diario…
PRIMER LIBRO DE MEMORIAS
- Hubiéramos sido quince si no hubiera sido por los abortos, y Rommel, que murió a los cinco años. mi papá, germanófilo, había bautizado así a ese hermano nuestro; todos sus hierros de talabartería eran alemanes y no se cansaba de prodigarlos. Del mismo modo, una vez se puso a criar un perro y lo bautizó Stalin. Su hijo preferido era Rommel porque era rubio, de ojos azules. Le escribía poemas y con la canción Fúlgida Luna hizo una parodia que copió en máquina y repartió entre sus amigos y familiares. Alirio y yo nos encontrábamos en Calabozo con un tío cuando supimos lo de la muerte de Rommel. Mi papá había perdido la razón, andaba con un machete en la mano en busca del médico que había atendido a Rommel. Rommel murió de tétano y el médico no acertó con su diagnóstico. El médico huyó del pueblo y mi papá era recogido casi a diario de las calles, donde según parece, se acostaba para hacerse matar por un carro.
- Tengo el recuerdo de una carreta en el camino El Rastro-Calabozo con mis abuelos. Mi mamá vieja me coloca una cobija en la cabeza para protegerme del sol y yo me la quito angustiado por el sofocamiento.
- Una madrugada en una camioneta, abandonamos Santa María de Ipire. Recuerdo una quebrada llamada de El Mono donde tenemos que descender para pasarla a pie. Mis papas viejos van en el asiento de adelante. Lo demás con mi mamá, atrás. También viene una muchacha, Flor, que crió mi mamá y que se va a quedar con mis abuelos en Las Mercedes. De mis hermanos, sólo Alirio y yo, que somos los mayores, nos quedamos. Aquí vivimos en una casa de mi tío Francisco, que es el jefe civil del pueblo.
- Mi mamá quería tener hembra y sus primeros hijos fuimos varones. Tal vez por eso en los carnavales, nos disfrazaba de mujeres y nos mandaba a hacer visitas. Yo me sentí incómodo cuando el viento me levantaba el camisón por detrás. Yo creo que Alirio se sentía igual porque por las calles agarrados de las manos, ninguno de los dos hablaba.
- Alirio y yo éramos blancos y de ojos verdes y mi mamá nos prefería. Nuestro otro hermano Adolfo era moreno y lo llamaban Negro. Nunca figuraba como nosotros. Cuando le llegó el tiempo de mudar dientes, le tardó algo más de lo corriente volver a tenerlos. Creo que lo llamaban el viejo, también.
- Mi mamá suele decirse y más comúnmente decir:
- ¡Qué mujer tan macha es Clara! Refiriéndose a lo que dicen u opinan sus hermanos acerca de ella. Porque sin duda es consciente del papel que en esta vida ha jugado en la familia. La mayor y única hija entre cuatro hermanos, dice que heredó el carácter de su padre. Se vanagloriaba de haber criado a un tipo de su misma edad que yo vine a conocer tarde y el cual vi más viejo que mi mamá: Julián. Era un jugador empedernido. Siempre le gustaba andar corrigiendo a los demás. Si uno decía abajo, él decía que no se decía así, sino adebajo. Decía que tenía un ojo clínico. Yo creía que quería decir que era mago, adivinaba los pensamientos o algo por el estilo, sus ojos verdes brillaban siempre. mi mamá nos decía:
- Julián, ése que ustedes ven ahí, lo crié yo a palos.
(Yo pensaba que criar a una persona era darles palos hasta que creciera). Sin duda mi mamá se daba cuenta de que era el carácter, la directora y ejecutora de la casa. Nunca dejó de trabajar y ganar más que mi papá. Regentó una pensión en Santa María y otra en Las Mercedes. Cosía ropa de hombres para la calle. Le prestaba dinero a mi papá para que comprara sus cueros y sus hierros y pagara las deudas de la bodega y de la talabartería. La gente decía:
- Los hijos de Javier y de Clarita van a salir flojos. Cuando los padres son trabajadores los hijos salen haraganes.
Mi mamá discutía con los clientes, se defendía, acordaba todo. Un día que discutía con un petrolero dijo:
- Bolívar no hizo nada bueno. Darle la libertad a negros y a indios no es gran cosa.
Y señalaba un Bolívar hecho por ella misma. Debajo del bordado había puesto: “Hecho en la máquina Singer de Clara de Rodríguez”. Otro bordado que tenía colgado en el corredor decía: “Pensando en ti toco mi cuatro”. Los bordados los había hecho para una exposición, yo no sé si de la pequeña industria o de los productos que tenía o daba el Guárico, pues mi mamá era ambiciosa. Uno de sus hijos tenía que ser doctor. Para ella un doctor era una especie de todopoderoso.
- A mi papá –decía ella-: le faltó un año para graduarse de médico – se trataba del papa-viejo que estaba encargado del dispensario de Santa María.
A veces por las tardes, cuando el trajín de la pensión lo permitía, se sentaba en la acera de la casa a conversar con una anciana vecina. Mi mamá hablaba de un tal Lisandro Alvarado, hijo de un sabio que le regaló un poema de Alirio Díaz Guerra.
- Alirio Díaz Guerra –decía- es primo de mi papá – y en seguida recordaba que Alirio Díaz Guerra había sido Secretario Privado del presidente Crespo.
En la sala de doña Eloisa, la vecina, había una mesa redonda como la de la casa. Pero en la mesa redonda de casa había un gran frasco de picante. A mí, doña Eloisa me hablaba del infierno y de la gloria. Al infierno lo llamaba purgatorio y yo no tenía idea de lo que quería decirme con semejante palabra. El purgatorio me daba la impresión de ser un sitio oscuro.
7-: También mi mamá era amiga de una mujer mayor que ella de nombre Eva. A casa de Eva nos mandaba mi mamá los domingos o los días de fiesta. Eva era ya mayor y soltera. Un día vi una niña en su casa y como me creyera sucio y desarreglado volví a la mía, me bañé y cambié de ropa y regresé al instante.
En el parto de Milagros mi mamá estuvo de muerte. Le dio eclampsia. El día que la ambulancia la sacó de la casa nos lo ocultaron. Nos obligaron a salir o nos convidaron a jugar. No obstante, el peligro por su vida nos acosaba estábamos intranquilos. Alirio y yo nos dimos cuenta de que algo serio pasaba. La gente corría por el patio y por los cuartos. Todo estaba gris o muy claro y el sol era amarillo o como de fiesta. Ese día salimos corriendo del corral donde jugábamos metras y atravesamos la casa que tocaba dos calles, y al salir a la principal vimos a mi papá con las manos a la cabeza, desesperado dando gritos. Algunos lo sostenían y cuando nos divisó corrió hacia nosotros exclamando:
- ¡Mis hijos!
Alirio y yo comenzamos a llorar. Más allá al final de la calle, la ambulancia estaba detenida y había una aglomeración a su alrededor y todo el mundo mirando por las ventanillas.
- ¡Murió! –decía- ¡Murió!
La gente logró dominar a mi papá y nosotros no quisimos acercarnos a la ambulancia. El pueblo estaba en la calle. Yo pensaba en todos los muchachos de mi edad que había conocido y que habían perdido a sus padres. Yo me imaginaba diciendo que era huérfano. Esa palabra huérfano, nunca me gustó. Me sonaba a pobreza, a miseria, a lástima.
9 -: La enfermedad de mi mamá nos tendría siempre en vilo. Una mañana llegó un telegrama de mi tío Guillermo: “Salimos ésa”, y mi papá que no se había fijado en la fecha creyó que ya no había nada qué hacer, que mi mamá había muerto y mis tíos, que le hacían compañía, estaban de regreso.
(Las cosas ahora tenían idéntico color: mi papá salía a la calle y la casa se llenaba de gente. Nosotros que estábamos jugando o leyendo en los cuartos sentíamos miedo. Siempre veíamos a mi mamá vieja abandonar su chinchorro y caminar descalza por el patio).
Al cabo de un rato se descubrió que el telegrama era viejo y que no era de Roblecito, donde tenían a mi mamá, y mi papá se quedaba acostado y deliraba por la fiebre.
10-: Hoy mi mamá pierde el sentido, anda como un fantasma. Pone la mesa a deshoras y llama a la gente a comer. Cuando vuelve en sí, no sabe lo que ha hecho y hay que insistir en acostarla sobre una tabla como ordena el médico. Dice que prefiere morir de cualquier manera menos de locura. Eso se lo ha dicho a cada uno de sus hijos, no sé con qué objeto. Mas yo creo que para que pensemos más en ella, nos preocupemos o nos duela.
- A Javier le ocurre peor que a mí y ustedes ni siquiera van a visitarlo.
(Mi papá lleva tiempo en el Psiquiátrico. Antes estuvo en Bárbula y tuvimos que sacarlo de allí porque otro trató de estrangularlo. No me explico, es verdad, la costra que yo, al menos, tengo. Tal vez se deba a todas aquellas angustias, a todos aquellos temores).
[1] NOTA DEL COMPILADOR DE ESTOS ARTÍCULOS: Por lo general la madre de los escritores notables fueron de espíritu, y de febril imaginación, de carácter severo y de facultades nada comunes.

















