CÉSAR DÁVILA ANDRADE
ESCRITO EN BRUSELAS: Como no fui a la fiesta de su excelencia, pasé hoy por la embajada para despedirlo. Allí me entero de la muerte César Dávila Andrade. Apareció muerto en el cuarto de un hotel. Se cortó las venas de las muñecas. Yo lo conocí por los meses en que Domingo Fuentes imprimía ENTRE LAS BREÑAS. Había ido a la Dirección de la Revista Nacional de Cultura a cobrar el valor de un cuento que le había entregado a Luis García Morales. Ese dinero lo iba disponer en la edición de ENTRE LAS BREÑAS. García Morales hablaba de mi libro con un hombre que me presentó como César Dávila Andrade. Yo ya lo conocía de nombre.
En Las Mercedes del Llano, cuando aún no pensaba viajar a Caracas, leí un cuento suyo titulado “El hombre que limpió su arma”, y el cual aparecía en la antología de veinte cuentos que publicó El Nacional. César Dávila Andrade le decía a García Morales le decía que admiraba el poder de síntesis de mi relato, el que aparece con el nombre de “La llama limpia” historia sexta de ENTRE LAS BREÑAS. Luego cuando apareció el libro, el Dr. Velásquez se lo regaló. Cuando me lo volví a tropezar iba justamente hacia El Nacional con una nota sobre mi obra. Recuerdo que en el periódico no pusieron el nombre del autor del artículo. Más adelante lo invité a comer en casa, pero nunca nos pusimos de acuerdo. Aquí me vine a enterar de la publicación de su último libro de relatos. Antonio Márquez Salas me decía que admiraba mucho la manera de escribir de César Dávila Andrade. Leí otro cuento de él titulado El Viento. Lo leí en la Revista Nacional de Cultura, número 139, de marzo-abril de 1960. De estilo directo, realismo, diremos, mágico o impresionista. Tengo la Revista a mano y aquí se dice que nació en Cuenca, Ecuador, en 1918, y ha publicado los siguientes libros: “Espacio, me has vencido”, poemas “Catedral salvaje”, poesía: “Abandonados en la Tierra”, cuentos “Trece relatos”, “Arcos de instantes”.
Intuí que César Dávila Andrade se iba a suicidar. Me daba la impresión de ser un desesperado. Algunas veces me detuvo en la calle para leerme sus poemas; con el último libro mío DONDE LOS RÍOS SE BIFURCAN, no estuvo de acuerdo. Me dijo que me había apartado del camino.
- Has debido seguir como al principio –me dijo.
Y ya a la carrera:
- Con aquello de ENTRE LAS BREÑAS.
Yo pensé que quería decirme que debía rodear a los personajes en una nebulosa, en un paisaje, y luego de allí desatar la trama. Pensé al instante en CUMBRES BORRASCOSAS, en los páramos y en aquella turbulenta gente. Un día lo vi en compañía de una señora ya de edad que me presentó como su mujer. La señora manejaba un automóvil. Anteriormente Ramón Palomares me había hablado de César Dávila Andrade. Me dijo que lo había conocido en la época de Pérez Jiménez, y que una vez la Seguridad Nacional la había emprendido contra él y lo había expulsado del país. Para mí que César Dávila Andrade se embriagaba a menudo, aunque nunca lo vi en ese estado. Quizá porque dominaba sus impulsos con drogas. Lo creí un poseído, un poseso, como Poe o Baudelaire. No obstante, lo que he leído de él me ha parecido sereno, apacible, lleno de lo que quiso comunicar.
Vuelvo a leer su relato “El Viento”. Encuentro en él algo sensual. Una mujer de 18 años casada con un herrero que le aventaja en 35. Un día sale la mujer por agua y un viento le levanta la falda y la gente que está por los alrededores se ríe y la muchacha se avergüenza. Su esposo también se avergüenza y corre hacia ella para protegerla. Le dice que le compró unos pantalones y la conduce al cuarto, y cuando la muchacha se los va a poner, suelta la risa y se abraza al hombre. El viento afuera ruge y quiere entrar por los intersticios de las paredes.
Me pongo a registrar en las revistas que tengo a la mano y en el número 40 de Zona Franca, de diciembre de 1966, veo una portada del último libro de César Dávila Andrade, CABEZA DE GALLO. Es el título (también) de un cuento que le leyó (inédito) a Márquez Salas en mi presencia. El reseñador encuentra influencias de Quiroga y Lautréamont… enseguida sigo buscando y en el número 16 de Zona Franca, de la primera quincena de mayo de 1965 encuentro el relato “La última cena del mundo”. También en Zona Franca de agosto de 1965, encuentro el relato “En Rotación Viviente del Dodecaedro”.

















