Por Alberto Lopez Girondo, TiempoAR.
Ese Donald Trump que, hasta hace poco más de un mes pretendía el premio Nobel de la Paz por haber logrado un acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán, parece haber renunciado a ese galardón. O quizás piense que si se lo dieron a Barack Obama lo de él tampoco debería sonar a una impostura. Por eso ahora profundiza sus amenazas contra Venezuela y apoya decididamente el genocidio en Gaza, cuando muchos de sus aliados, aunque a regañadientes, le están dando la espalda a Israel. O, quizás, es que el imperio se siente tan despavorido como para correr peligrosamente hacia un enfrentamiento contra las potencias que le están mordiendo los talones. Por imperio léase Estados Unidos, Israel, el Reino Unido y la OTAN. Por enemigos, China, Rusia, India y los BRICS. Pruebas al canto: mientras ataca a barquitos pesqueros frente a las costas venezolanas con la excusa de perseguir el narcotráfico, busca reactivar bases militares en el Caribe, Ecuador y Afganistán. El gobierno de Benjamin Netanyahu, en tanto, se lanzó a expulsar o exterminar a toda la población nativa de la ciudad de Gaza –lo que ocurra primero– ante la lenta respuesta de las instituciones y la creciente indignación pública, a horas de que desde este martes en Naciones Unidas se abran los debates de los jefes de estado de los países miembro en la 80ª Asamblea General de la organización.
A principios de mes, Trump firmó una orden ejecutiva para cambiar el nombre de la secretaría de Defensa por secretaría de Guerra, una denominación dejada de lado en 1947. Dos días más tarde, el funcionario a cargo del área, Pete Hegseth, viajó a Puerto Rico y a las pocas horas cinco cazas F-35 aterrizaron en la base naval Roosevelt Roads de Ceiba, Puerto Rico. El jueves pasado marines apostados en ese destino realizaron un simulacro de desembarco que elevó las alertas en Caracas.
Se trata de un destacamento que había sido desactivado en 2004 y que el presidente quiere reabrir para apoyar una posible incursión en Venezuela. Podría decirse que Roosevelt Roads simboliza los movimientos tectónicos que se estaban registrando en el mundo: había sido creada en 1941 cuando los submarinos nazis amenazaban por controlar el mar por donde en 1492 Cristóbal Colón protagonizó, sin saberlo, aquel otro gran giro de la historia que por poquito más de cinco siglos le dio la preminencia a Occidente. Había sido cerrada cuando parecía que la historia se había terminado, según Francis Fukuyama.
Al mismo tiempo, en Ecuador, el gobierno del empresario bananero Daniel Noboa, uno de los incondicionales de la Casa Blanca, firmó este viernes dos decretos para legalizar la reapertura de la base de Manta, cerrada en 2009 durante la presidencia de Rafael Correa. La Constitución de Montecristi prohíbe cualquier tipo de instalaciones militares extranjeras en su territorio. Noboa pretende matar dos pájaros de un tiro: que los ciudadanos digan si quieren una reforma constitucional y por otro lado, si aceptan bases militares de otro país. Las votaciones se realizarían el 30 de noviembre.
En Afganistán la cosa tiene también sus bemoles. Trump dijo que quiere reabrir la base aérea de Bagram, cerrada cuando Estados Unidos trasladó a los últimos funcionarios de Kabul en agosto de 2021, con el rabo entre las piernas. El plan del Pentágono es recuperar una guarnición estratégica que esta cerca de Irán, Pakistán y la India -países con armamento atómico- y a una hora de una planta nuclear china. Pero los talibán no están dispuestos a tolerar la presencia militar de estadounidenses. Ya bastante daño hicieron tropas estadounidenses en esas regiones desde que llegaron, aquel 7 de octubre de 2001.

En Venezuela, mientras el ministro de Defensa, general Vladimir Padrino López, anunciaba el plan estratégico Caribe Soberano 200, con el despliegue de buques de la armada hasta la isla de Orchila, a unos 160 kilómetros de Caracas, donde se ubica la base Antonio Díaz, la Asamblea Nacional aprobó por unanimidad el proyecto de ley sobre el Tratado de Asociación Estratégica con Rusia.
El acuerdo entre Maduro y Vladimir Putin se había firmado durante la visita del presidente bolivariano a Moscú, en mayo pasado, pero necesitaba la aprobación legislativa. La amenaza de Trump aceleró los tiempos.
Entre otras cosas, el pacto contempla una amplia colaboración en áreas de la economía, la energía, la minería, ciencia, tecnología y militar. Establece un proyecto de exploración de petróleo y gas y su procesamiento mediante una empresa conjunta entre la rusa Rosneft y PDVSA en la firma mixta Patromonagas. También detalla un esquema de seguro para el transporte de petróleo que tenga en cuenta las sanciones que padecen tanto Venezuela como Rusia. Además, promueve el desarrollo de ferrocarriles y telecomunicaciones y, a nivel político, plantea el respaldo mutuo en las instituciones internacionales y ante posibles amenazas para cada uno de los firmantes.
Conviene recordar que no es el primer acuerdo entre ambos gobiernos y que las fuerzas armadas venezolanas están siendo equipadas con material y reciben entrenamiento de Rusia. De hecho, el país caribeño fabrica bajo licencia fusiles AK y misiles y cuenta con aviones de combate Sukhoi Su-30.

Acuerdos en Londres
La gira de Donald Trump por el Reino Unido también sirvió para que el empresario inmobiliario viera de primera mano en qué consiste la pompa del viejo imperio anglosajón- con un banquete pantagruélico y claramente obsceno que le ofreció el rey Carlos III- para la firma de un pacto entre los dos aliados de cara a un futuro que los va a encontrar otra vez en la misma trinchera.
El llamado Acuerdo de Prosperidad Tecnológica pretende recuperar terreno con China acelerando la investigación en IA para -especifica- «el desarrollo de nuevos medicamentos, tratamientos más rápidos y una mejor atención oncológica, y el apoyo a proyectos nucleares civiles», según el comunicado oficial.
La agencia Xinhua destaca que por ese pacto -de sangre, se diría- la firma Microsoft invertirá 30.000 millones de dólares estadounidenses en infraestructura de IA en el Reino Unido y Google abrirá un centro de datos en Waltham Cross, Hertfordshire, como parte de una inversión de miles de millones de dólares en el país europeo durante dos años que puntualmente esquiva a Europa.
Trump y el primer ministro Keir Starmer informaron sobre el pacto en una conferencia de prensa en la que aludieron, sin embargo, a las diferencias entre ambos mandatarios. Ocurre que el inquilino del 10 de Downing Street se inclina por el reconocimiento del estado de Palestina, mientras que el de la Casa Blanca recalcó que ese tema es “una de las pocas discrepancias” con el líder laborista. «La situación en Gaza es intolerable», dijo en cambio el premier británico.