El asesinato del joven estudiante Jesús Israel en el Colegio de Ciencias y Humanidades (Pedregal de San Ángel) con arma blanca, a la vista de testigos y de su compañera, ha generado una onda expansiva de inseguridad e indignación entre los miles de estudiantes de la UNAM.
No es la primera agresión en este plantel (hasta una violación ha ocurrido), pero este suceso habla de una violencia que crece imparable e invade rincones antes considerados relativamente seguros. Penetra ahora recintos a los que por definición se considera lugares del ejercicio de inmaculados ideales y propósitos. Lugares donde, diría Justo Sierra, hablando de la Nacional, “los príncipes de la ciencia escuchan voces, las más sabias, las que vienen de lo alto”.
Y cuando ocurren hechos como el actual, en lo interno esa imagen rompe violentamente el equilibrio y genera reacciones de profunda inseguridad y la necesidad de expresar con movilizaciones y paros que los términos en que ahora se debe estudiar y trabajar, así como ahora se presentan, son insostenibles e inaceptables. Y la situación empeora cuando las autoridades, pensando que es su deber tranquilizar y mostrar que tienen el control, en los hechos se distancian de la emoción de los afectados y su conmiseración es vista como impostada y artificial.
Pretenden, a veces, sin ocultarlo, también fortalecer su propia figura llamando a la calma y ejercer un liderazgo que logra que se acepten medidas antes desechadas (torniquetes, saturación de cámaras, vigilancia extrema). No piensan en reunirse con profesores y estudiantes y discutir con ellas y ellos cómo fortalecer la prevención desde el aula, erradicar el autoritarismo, educarse todos mediante la comunicación abierta y horizontal y crear climas de trabajo colectivo que hermanen y apoyen.
Y esto no excluye el fortalecimiento y multiplicación de los servicios de apoyo sicológico que los estudiantes por propia iniciativa buscan y no encuentran. Y se desesperan. Como docente, uno siente esa desesperación cuando jóvenes lloran en el hombro de uno profundamente desconsolados ante un mundo que se les ha convertido en injusto y radicalmente hostil.
Saturadas, las compañeras y compañeros que prestan ese servicio de apoyo sicológico ven con desesperación que no pueden llegar a todos los que lo necesitan ni a la profundidad debida, y queda entonces el espacio libre para confiar en medidas penitenciarias y lucidoras.
Las universidades, ya heridas por la pedante y extrema adoración por la calidad y la excelencia y por la precariedad de sus abrumados profesores temporales, pierden lo que las hace vivas, su sentido de compañerismo y apoyo. En ese sentido es que mueren lentamente y se puede pensar que sin remedio. Las y los jóvenes se rebelan, sin embargo, y las huelgas y paros se convierten en realidad en maneras de sacudir, tomando por las solapas, a los engolados funcionarios y su discurso experto en la evasión del compromiso.
Se van a la huelga o a las protestas en la calle, y con eso muestran que están vivos e inconformes, y con eso obligan a la institución, así sea brevemente, a sacudirse los laberintos mentales y legaloides que castran toda la emoción que supone un cambio radical.
El asesinato de un joven –como la desaparición de los de Ayotzinapa o las muertes de niños y jóvenes en Gaza–, hemos visto que no imprime un sentido de urgencia a los gobernantes, pero, como diría Freire, sí cambia a los que luego podrán cambiar las cosas. Y ahora parece que entramos en un momento así. Hoy existen rebeliones en la Universidad de Guadalajara, Estado de México, Autónoma de Zacatecas y Veracruzana; ahora la UNAM y sigue el tema del poder en la UAM-X.
Ahora se filtró un documento que denuncia que padres de familia entraron al plantel y buscaron y violentamente amenazaron a un profesor por reprobar a su hija estudiante. Se negó a cambiar la nota y recibió insultos y amenazas. Sin embargo, en una decisión paradójica que provocó el rechazo de todo un departamento académico de medicina, la autoridad local (doctora Buendía) decidió procesar al profesor por violencia de género y en castigo se le redujo a la mitad el monto de sus ingresos durante un año. No extraña el incidente, pues es sabido que –como ocurrió a este amanuense– a la menor crítica, la secretaria doctora Buendía responde airada argumentando violencia de género. Y ahora busca ser rectora de Xochimilco.
Nota: Con su presencia en el Poder Legislativo exigiendo más presupuesto (La Jornada, 24/9/2025, pág. 35), algunos rectores ya se dieron cuenta de que desde hace poco más de dos décadas, para el Estado mexicano la universidad autónoma y pública dejó de existir como referente de lo que debe ser la educación superior mexicana. Se quejan, pero insisten en ir solos, separados de sus comunidades. Y como diría un clásico griego: “Porque van separados, morirán juntos.”
*UAM-X