José Sant Roz
Lo quisieron doblegar, quebrar desde el mismísimo día en que murió Chávez. Fue así, como a partir de 2013, saltaron por doquier los hijos mimados del imperio (Leopoldo López, Henrique Capriles, María Corina Machado, Julio Borges,…) a tomar las calles, a llamar al bloqueo, a propiciar la guerra económica, a planificar actos terroristas con los narcotraficantes y paramilitares colombianos juntos con las criminales guarimbas. Días de interminable horror, días de interminables angustias y muerte, y desde entonces esta guerra lleva ya doce años.
En los planes de EE UU, sus magnates y guerreristas, hicieron un estudio y un cálculo en el que Maduro no pasaría más de dos meses en el poder. Poco a poco se fueron dando cuenta de que habían calculado mal. El mismo Trump que era en ese momento un mero espectador, se reía y criticaba acerbamente a Obama por no actuar de manera frontal e invadir a Venezuela de una buena vez. Luego vendría el asedio y la asfixia feroz a la economía, la cual fue haciéndose total, implacable. No entraba un dólar, la despensa nacional llegó a cero, la trágica migración volvióse una salida para miles de compatriotas, y prácticamente nosotros solos en Occidente…, de modo que a Maduro le tocó la inmensa tarea de llevar el timón y de salvarnos de la degollina que nos esperaba. No ceder, no rendirse, no someterse a las reglas del orden mundial impuestas por los malditos gringos, fue su divisa. Una tarea que parecía imposible, abrumadora, bestial, inconcebible. Pero así, como para Bolívar su medio, su terreno, su mejor lugar de batalla eran LAS DIFICULTADES, las ADVERSIDADES, y en ellas se condujo hasta su muerte, Maduro asumió también la defensa de la patria en las más difíciles circunstancias desde 1812, y en esta terrible lucha lleva ya casi trece años, sin contar todo lo que le tocó resistir al lado del Comandante Chávez. Y esto por fuerza nos retrotrae a los esfuerzos gloriosos del Libertador por darnos patria.
Pocos hombres de talento mostraron a Colombia ejemplos de valor, de capacidad para sacrificios inmensos y predisposición innata para arrostrar las más terribles adversidades. ¿Quiénes fueron esos pocos hombres de talento? Pues, algunos militares de cierta cultura, algunos clérigos (muy pocos) y hasta algunos doctores (muy pocos). En cierto modo éstos eran hombres cultos, que por sus conocimientos estaban llamados a comprender y reflexionar sobre la híbrida conformación moral de nuestros pueblos. Sucre era, entre todos, quien mostraba más alta serenidad y mayor voluntad de sacrificio, de valentía y prudencia en todos sus actos, pero con una extraordinaria y poderosa personalidad. Con un carácter y seriedad pasmosa, y habrá que añadir, sublime. Con cinco hombres como Sucre tal vez nuestra América se habría salvado, y consolidado para siempre. Y por eso, en eliminar a estos tipos de hombres se empeñaron las fuerzas negativas que nos querían regresar a la colonia, sobre todo los encapillados que trabajaban a la sobra de Santander.
En aquellas circunstancias, tenían que comprender nuestros legisladores que en la América hispana no se podían imponer leyes con inflexibilidad absurda; que las constituciones no podían ser rígidas en un país que apenas nacía a la libertad, donde las ciudades eran unas demoniópolis llenas de las mezclas contradictorias de esclavos, aventureros, caudillos y ladrones disfrazados de patriotas y de liberales aturdidos por lecturas que no comprendían ni mucho menos asimilaban para poder adaptarlas a nuestro medio.
Bolívar mismo había cometido un error al creer y jurar defender la Constitución de Cúcuta por diez años. Error que se abrió a sus ojos cuando se encaminó a libertar el sur de América. Pero la equivocación no estaba en los tratados y códigos, como se ha querido ver, sino en el abismo moral que separaba a los más austeros próceres de aquellos que veían en el poder las prácticas de un mero negocio de partido, de castas protectoras del abuso y de la vieja práctica de la injusticia social.
Luchando contra aquellos obsesivos y bestiales pastusos, viendo la miseria de los pueblos acostumbrados a vegetar en sus indiferencias, desconociendo los más elementales principios de justicia y de equidad, Bolívar vivía sumido en negras dudas y terribles pesares. Ya comenzaba a darse cuenta del peligro de que masas recién salidas de la mayor servidumbre pudieran tener el derecho de elegir y ser elegidos en la organización de un Estado soberano; que pudieran organizarse bajo un sistema político y una libertad que desconocían en todos los sentidos.
A su paso no veía sino caos, nada bueno se podía hacer porque existían pocos hombres buenos y los malos se multiplicaban de manera alarmante. Todo para él presentaba el aspecto de un pueblo que repentinamente sale del letargo y nadie sabe cuál es su estado, ni lo que debe hacer, ni lo que es. Y se preguntaba: “¿Sabrán nuestros representantes del Gobierno, nuestros diputados, lo que yo sé y he visto, y lo que lleva a erigir repúblicas con elementos tan tristes y opuestos entre sí? ¿Sabrán nuestros legisladores que América entera está plagada de esclavos y cautivos indígenas y que los pocos europeos que han combinado su sangre con esta pluralidad de razas sólo propenden a sacar partido de sus negocios, propenden a la división y a la imposición de clases y de odios? ¿Sabrán esos señores que me llaman ‘tirano’ que para afrontar estos desastres debemos desprendemos de la ambición mezquina y recurrir al remedio del medio externo, aunque sea muy costoso, cáustico y cruel, pero que evitará en el futuro la gangrena que nos consumirá a todos? ¿Por qué esos simétricos, esféricos y perfectos legalistas no se dan cuenta de que debería yo estar en el Perú, en Cuba o Puerto Rico, en la Argentina o Chile, en cualquier parte donde haya tiranos y donde el peligro de la esclavitud amenace nuestra América? ¿Por qué querrán ellos penetrarme de su inercia, a mí que toda inacción me atormenta, más aún cuando veo a hermanos que desean luchar por la justa causa de la libertad? ¡Ah, cómo deseo volar donde me necesitan y sacar mi espada! ¿Se habrán percatado, en fin, nuestros consejeros de Gobierno, de que viviremos envenenados por la anarquía, si no desarraigamos la herencia funesta de los españoles, fundamentada en el fanatismo religioso, en egoísmos, degradantes y miserables intereses?
Estas ideas las transmitía al Vicepresidente Santander, pero éste pensaba en pequeñeces, y proyectar su imagen por encima del Libertador y sostenerse en el poder así fuese con los peores asesinos que se incubaban en la naciente Colombia, y fue por este medio como terminó organizando una casta con lo peor de la Nueva Granada, con los que acabaron asesinando a Sucre y desintegrando la Gran Colombia. Por eso creemos que la independencia del Ecuador y del Perú se hicieron bajo la entera disposición y voluntad de un sólo hombre: Bolívar; el desvalido visionario decidido a salvar a los oprimidos contra la voluntad de leyes absurdas, el eternamente criticado por el solo delito de hacer el bien pese al reumatismo constitucional del Congreso o del Gobierno. Así, pues, que de haber Bolívar obedecido a los legisladores y al Vicepresidente, ni el Perú ni Colombia habrían existido entonces como repúblicas, y tal vez la corta vida de las provincias libres habrían sido acorraladas por el ejército de Canterac y compañía. Porque Santander admitía que él era un mero administrador, que no podía traspasar las leyes de la Constitución para satisfacer los pedidos de Bolívar, que sus facultades extraordinarias estaban bien determinadas y controladas; que, en fin, era un autómata, y que si en la obediencia de la Constitución se encontraba el mal, el mal sería…