Manuel Gragirena
Hace varios años, cuando salía Obama y los candidatos eran Donald y Hillary, escribí sobre la tragedia norteamericana de tener solo esas candidaturas presidenciales. No era conmigo, y me daba vergüenza que el país todopoderoso del norte tuviese como única opción a tales «líderes» de tan cuestionable categoría.
Y lamentablemente, la cosa se puso peor, pues en las elecciones de 2020, tras la salida de Donald, no les quedó más remedio que postular al anciano Joe; no había más nadie, y mediante alguna que otra maniobra lograron que ganara. De nada valió la pataleta de los trumpistas asaltando el Congreso: el ganador fue Joe y punto, dijo el establishment, así que quien no lo aceptase iría preso, incluyendo a Donald.
Ahora, tenemos otro escenario. Donald solo tiene unos nueve o diez meses de ser nuevamente presidente. Pareciera más, pero lo ha hecho tan chocantemente mal que tiene a medio país protestándolo, negándole culto a su personalidad, llamándolo dictador y rechazándolo como político y persona.
En el fondo, cuando en esa nación, o parte de ella, se desata una campaña de protestas con el lema «No Kings» (Sin Reyes), se está retomando uno de los argumentos más interesantes que desembocaron en la constitución de una república a partir de la unión de varias colonias inglesas.
Por si ustedes no se han dado cuenta, cuando se juramenta al presidente de los EE. UU. no se utilizan trajes de gala, ni condecoraciones, ni bastones de mando, ni banderas. Simplemente se le hace jurar sobre una Biblia o sobre la Constitución y en presencia de un juez. Ni siquiera el presidente saliente debe estar presente. Esto es muy significativo, pues representa la ruptura rebelde de los empresarios, comerciantes y pensadores fundadores —una burguesía, pues— ante la pompa y el flematismo de la nobleza inglesa de hace 200 años, y que todavía hoy persiste.
Las protestas simultáneas en múltiples ciudades de los Estados Unidos de América son una excelente tribuna para que surjan nuevos líderes. Es más, es una circunstancia que pone en jaque al bipartidismo, pues el Partido Demócrata salió muy mal parado con la candidata Kamala. Donald aplastó al Partido Demócrata, de eso no hay dudas, e insisto: fue Donald Trump, no fue el Partido Republicano, el aplastador.
El discurso electoral de Donald Trump fue claro, contundente y efectista. Levantó en los viejos estadounidenses blancos, y más de un negro, el deseo de volver a tener sus fábricas de vehículos de 8 cilindros, electrodomésticos grandes y pesados, casas con tina, bidé, albercas y amplios jardines. De hecho, se gestó y nació un movimiento llamado «Hacer Grande a América Otra Vez» (MAGA, make america great again), un movimiento que no creo haya salido del cerebro de Donald ni de sus asesores, sino de la frustración de ver cómo los hijos de los chinos trabajan en gigantescas empresas de tecnología, como ingenieros y científicos, mientras que los hijos de los norteamericanos salen de la secundaria para trabajar en un centro comercial vendiendo artefactos, ropa y cuanta cosa es made in China.
Ayer vi los discursos de varios gobernadores y alcaldes, algunos convocando abiertamente a una huelga general. Discursos encendidos, fulgurantes, apasionados, algo que poco se ve en estos tiempos en la sociedad norteamericana.
También leí los comentarios de quienes como yo ven estos fragmentos, hoy llamados Reels, y me topé con personas que veían renacer en estos gobernadores y alcaldes nuevos Martin Luther King, o Malcolm X, e inclusive hubo quien recordó al racista gobernador de Alabama, George Wallace.
En resumidas cuentas, Donald, a sus 79 años, abandonará la Casa Blanca, pues no creo que supere el período presidencial, y menos a este ritmo de confrontación con todos, dentro y fuera de USA. Y no serán ni Marcos ni JD sus sucesores, pues se hundirán con él.
Nuevos liderazgos en los EE. UU. son algo necesario y urgente. Liderazgos que reconozcan que ya el modelo de la posguerra se agotó, no por el tiempo transcurrido, sino porque las condiciones de las cuales se aprovecharon para imponer su moneda como divisa de reserva mundial desde hace largo rato no existen.
Hay una unidad en la Unión Europea, a pesar de que hace 70 años pretendían destruirse mutuamente; hay una nación Rusa, no un conglomerado de naciones subordinadas al Buró de un partido; Japón está en paz consigo mismo y es un gigante tecnológico que en cualquier momento va a correr de sus territorios a los invasores, a los estadounidenses. El mundo árabe sabe que necesita conectarse al mundo para crecer y superar el rigor de sus desiertos, y para eso deben revertir el deterioro del planeta, algo en lo que ellos muy poco han contribuido, más allá de haber vendido petróleo. La población de África, dentro de sus tragedias, cada día más avanza hacia la estabilidad que le fue arrebatada por los neocolonialistas. Y América Latina cada día crece más, pues con todas las deficiencias que padecemos, tenemos un continente rico en recursos naturales, tanto es así que con o sin tecnología podemos producir alimentos en abundancia.
Se necesitan nuevos líderes para los EE. UU., líderes que reconozcan que hagan lo que hagan jamás podrán detener a China, pues es un país-continente que lo tiene todo: recursos naturales, tecnología propia, ideales milenarios y más de mil millones de personas para su propio mercado, además de cientos de millones de personas dispersas por el planeta buscando mercados.
Espero que eso de MAGA se haga realidad, pero no un MAGA en donde los EE. UU. sea grande por aplastar a los pequeños, sino grande por reconocer que este planeta no es su propiedad privada.