AHORA LA COSA NO ES CON LA DERECHA SINO CON EL PUEBLO
Imbuido como ya estaba en el tanque blindado del poder norteamericano, aquel atentado de Los Próceres para él no pasó de ser una simple broma. Horrible era lo que le tocaría enfrentar al comandante de Cuba, quien no tenía ni idea de lo que le esperaba, en función de cuanto él sí sabía de las perversas mañas del monstruo.
Betancourt, quien podía frotarse sus manos quemadas, decía que Fidel y sus seguidores cubanos eran unos loquitos a quienes les quedaban pocos años de vida, o poco tiempo en el poder. Sabía que quienes querían derrocarle tenían poderosos contactos con perezjimenistas derrotados, y para confundir montó un teatro diciendo: «Volvamos al espíritu del 23 de enero, que cesen las luchas acerbas y que busquemos fórmulas de entendimiento para trabajar todos unidos por la patria […]».
Este llamado colmó de alegría a los comunistas, creyendo que el presidente estaba por cambiar su política, publicaron un memorándum hablando «de un paso audaz para darle a la orientación gubernamental el contenido nacionalista y popular que demandan las exigencias venezolanas […]». No se había visto un Partido Comunista más «pacífico», más «ecuánime» a pesar de la tenaz y tendenciosa guerra que se le hacía. Nada. La derecha había sido la culpable del atentado, estaba claro, y como era la fuerza capaz de hacer volar en pedazos al país y amarrarlo a dictadura militar, era necesario enviar signos a Washington para que se entendiera que esa derecha jamás iba ser amenazada en sus intereses, en sus negocios, en sus proyectos. De modo pues, que una vez recuperado Betancourt, arreciará sus ataques contra los comunistas, con desprecio y soberbia.
El 17 de junio aparece un artículo de Carlos Arturo Pardo en Tribuna Popular, en el que dice: «La verdad es que ya el pueblo está cansado de recibir plomo por quítame estas pajas […] Está bueno ya de plomo. De oír, sin que se oiga, la consabida directiva de: ¡Aaaatención, Aaaapunten, Fuego! Un buen día va a suceder que los que disparan a mansalva serán barridos […]». Esta desesperación le va cayendo de perlas a Betancourt, quien está abonando el terreno de la violencia desde donde podrá controlar como le venga en gana a los militares.
Andaba entonces el MIR promoviendo lo de un Frente de Liberación Nacional para echar abajo al gobierno.
El 22 de julio de 1960, Wolfgang Larrazábal regresa de Chile, donde se desempeñaba como embajador; coincide su arribo, con una declaración de la Cámara de Diputados aprobando un solidario respaldo a la Revolución Cubana; firmaban este documento entre otros, Fabricio Ojeda, Pedro Ortega Díaz, Jesús María Casal y José (Cheíto) Herrera Oropeza. Para el día 24 de julio, como cosa casi cotidiana, por decreto número 320, se suspenden las garantías constitucionales por 75 días.
El 26 de julio, aniversario del asalto al cuartel Moncada, se realizan manifestaciones y cae abaleado por el Servicio de Inteligencia Policial (SIP), Andrés Coba Casas, dirigente del Movimiento «26 de julio». Este es uno de los hechos más monstruosos que ejecuta el gobierno. Andrés Coba Casas es asesinado delante de su mujer y sus hijos. El dirigente fue visitado en su casa por una comisión del SIP para una citación. Era la una y media de la mañana. Cuando trató Andrés Coba de abrir la puerta recibió varios balazos en el abdomen, la pierna derecha y ambos brazos, y ya en el suelo, lo remataron. Luego, los policías arrastraron el cuerpo por las escaleras hasta el pasillo del tercer piso y después hasta el ascensor. El presidente de la Corte Superior Segunda en lo Penal no hallará culpabilidad en los policías que cometieron tan horrendo crimen. Así funcionaba la democracia, y así se respetaba la Constitución.
Betancourt había caído en cuenta de la enorme incapacidad de la gente de izquierda para enfrentarle. Entonces procuró hacer ver que eran muy poderosos, que tenían mucha ferocidad y garra, para así apoyarse en ellos y exigir toda la ayuda posible a Washington. Su plan estaba en hacerles coger el terreno de la violencia, para luego, en virtud del argumento de la defensa nacional, de la Constitución, mantenerlos semivivos hasta el término de su mandato. Así también entretenía a los posibles golpistas de la derecha, no dejándoles acción para la conjura.
El 8 de septiembre de 1960, cae asesinado, en Lagunillas, por bandas armadas, el dirigente comunista Ricardo Navarro (incansable luchador contra la dictadura, al que Pérez Jiménez no pudo arrestar ni matar).
Las bandas adecas entran a saco en los sindicatos matando miristas y comunistas. Quedan 20 heridos regados por el local asaltado. Se estaba iniciando la era de los «cabilleros adecos».
Para que se vea el grado de irresponsabilidad y desorden que existía en la llamada izquierda venezolana y la forma alegre como algunos de sus altos dirigentes tomaban sus acciones, relataremos el siguiente hecho que ocurrió el 12 de septiembre de 1960: Un teniente de nombre Exio de Jesús Saldivia Celis, acompañado de 38 guardias nacionales tomó la emisora Radio Rumbos. Durante varias horas se dedicó a transmitir mensajes y proclamas contra el gobierno, incitando a la rebelión. Pedía que el pueblo tomara represalias contra el director de la Digepol, mayor Cedeño Tovar. Inmediatamente el gobierno acusó a Saldivia de estar loco y dopado. Entonces, los comunistas Luben Petkoff y Douglas Bravo se dirigieron a la Policía de Caracas y se les ofrecieron a un tal coronel Arráiz, para que les dieran funcionarios y así ellos contener y detener al «loco» Saldivia605. ¿Se justificaba esa solicitud a un cuerpo tan miserable y represivo como la Digepol, que ya había matado a tantos camaradas?
Asume el Ministerio de la Defensa el general Antonio Briceño Linares, y poco después cae muerta en una manifestación a favor de Cuba, Luisa María Cazorla. Más tarde, en octubre de 1960, son abaleados los estudiantes Isabel Acosta Rivas, Jesús Enrique Echenique, José del Carmen Chávez, Aníbal Morales Boada (urredista), Ramón Antonio Revilla (estudiante del liceo Andrés Bello) y Alexis Rivero Muñoz. El 2 de noviembre, con un tiro de fusil FN 30, cae abaleada, en El Pulpo, Natalia Ghinaglia. El 26 de noviembre muere, en la esquina de La Pedrera, el estudiante de tercer año de Farmacia, Santos Inocente Chauron Belisario y en la esquina de Solís, Rosario Mujica. El día 28 del mismo mes, es asesinado por la policía Antonio Mogollón, de 17 años, en la esquina de Cruz Verde. El 28 de noviembre, mediante decreto 403, se suspenden otra vez las garantías en todo el territorio nacional, hasta el 23 de enero de 1961.
La represión se sigue intensificando y el 30 de noviembre caen asesinados, Pedro Aniah Hazim en Los Chaguaramos, José Montesinos Palacios (estudiante de Arquitectura en la UCV) y Luis Adrián González.
El 23 de enero de 1961, cuando el presidente firma el ejecútese a la nueva Constitución Nacional, dicta, por decreto 455, suspensión de garantías por 350 días más; es decir, hasta el 8 de enero de 1962. Para entonces Betancourt dirá ufano: «Mi gobierno es una mezcla del que soñé cuando joven con el de Juan Vicente Gómez».
Por cierto, ya tardíamente, el comunista Jesús Faría diría que al tiempo que Betancourt cumplía con el acto formal para legitimar la nueva Carta, ya tenía preparada la cama en Miraflores para violarla. Así fue y así sería.
Las bandas armadas del cabillero Hugo Soto Socorro (la Sotopol), causaban terror en los sectores populares, en los liceos y universidades.
Estos comandos adecos solían ser reforzados con policías camuflados de civil. El adequismo y la moral del manguareo habían minado totalmente a los sindicatos, y estos estaban convertidos en furibundos cabilleros a favor de las políticas del gobierno. Cundían por doquier los trabajadores con fuero sindical, que no trabajaban pero que eran temidos por patrones y obreros; fueron los que forjaron aquella expresión: «Es preferible jalar bola, que jalar pico».
Betancourt había aprendido la lección: Pueblo no tumba gobierno, quien puede hacerlo son los militares y, si a los militares se les da las tres «c» (en su concepto: coños, casas y mucha caña), pues habría «gobierno estable» para siempre. La misma lección que habrá de aprender muy bien don Rafael Caldera y su gente.
Ciertamente, Caldera como presidente de la Cámara de Diputados está cumpliendo a la perfección su tarea según el manual que juró sostener en Washington en 1958; sabotea el derecho de palabra a los parlamentarios de la oposición, quienes solicitan, con justísima razón, que se detenga el baño de sangre que provocan los cuerpos represivos.
Además, está aprovechando con furor los privilegios de su cargo y se hará instalar un teléfono privado a un costo de 40.000 bolívares en su casa veraniega de Corralito. Este escándalo fue denunciado en la prensa por César Cienfuegos, mostrándose pruebas fotostáticas de este delito. ¿Pero, quién estaba dispuesto a investigarlo?
El gobierno enfrentaba a una izquierda confusa, y convulsa en sus acciones, que pocas veces se planteaba la autocrítica, o se revisaba por dentro. Se conformaba con mofarse de Betancourt llamándole marica, y pintando profusamente paredes y muros públicos con letreros de: Renuncia Rómulo. Algunos dirigentes amenazaban con irse a la guerrilla, pero más bien lo que hacían era tomarse fotografías hundidos entre la maleza de alguna quinta abandonada de Caracas, con un uniforme verde oliva y un fusil.
Los seres más indefensos del mundo eran los del llamado «extremismo». Betancourt los estaba acorralando, minando y destruyendo, sin hacer mucho esfuerzo y sin fulminarlos de una buena vez; en la radio hacía difundir miles de veces al día un slogan que decía: «La violencia es el arma de los que no tienen la razón», cuya verdadera lectura debe ser: «La razón del que manda es la violencia».
En realidad, y esto sería un tema aparte que debe investigarse profundamente, la creación de las guerrillas fue obra de Betancourt.
Esta tesis está plasmada en una obra del coronel retirado Edito Ramírez R., en la cual afirma que el ambiente preferido de Betancourt era el de manejar un estado de conmoción social permanente, para él poder hacer lo que le viniese en gana con el Ejército y las leyes. Es decir, un militarista de corazón, al mejor estilo de los que en el Pentágono sostienen la tesis de la necesidad de la guerra perpetua. Así describe Ramírez quiénes eran y de dónde provenían los responsables de la angustiosa realidad en que se vivía: […] de Miraflores salieron las primeras guerrillas, […] desde Palacio se dirigieron los combates como los del «23 de Enero», y la «Maternidad» […] que las garitas de los cuarteles tenían órdenes de accionar, intermitentemente, sus armas automáticas a determinadas horas de la noche, para dar la sensación de alerta en cadena, o de asaltos sorpresivos, o de choques con rondas guerrilleras, porque la estrategia y la táctica betancurianas, no son de paz sino de guerra.
Los «extremistas» caen definitivamente en la trampa que les monta Betancourt, los tres últimos meses de 1960. Ya la izquierda no cree en el viraje que se esperaba del gobierno y comienza a plantearse seriamente su derrocamiento. Pero carecen de organización y sólo cuentan con el fervor de los estudiantes, liceístas primordialmente.
Creen que con estos muchachos van a crear una situación insostenible de perturbación social en las grandes ciudades. El 14 de octubre apareció un editorial del órgano del MIR, Izquierda, en el que se planteaba que no había otra salida que el cambio de gobierno, «la sustitución del régimen actual por otro que responda a los intereses del pueblo […] Pero no propiciamos el cambio de gobierno mediante la asonada cuartelaria o el golpe palaciego. Tampoco le impondremos a las masas una insurrección que no estén en capacidad de realizar […]».
Los anteriores planteamientos que resultaban de una crítica casi angelical, indignan a Rómulo, quien por intermedio de su ministro de Relaciones Interiores ordena la detención de sus redactores. El gobierno exclama:
—¡Esto es un llamado a derrocar al gobierno! La gente del MIR corre a enconcharse, sobre todo Gumersindo Rodríguez quien ha sido el autor de dicho editorial. Resulta hasta delirantemente escabroso el desorden como se está llevando la denominada lucha revolucionaria. El mismo Gumersindo contará años después que ese editorial lo recomendó el Comité Político del MIR, pero como Domingo Alberto Rangel estaba enfermo, no le quedó más remedio que redactarlo él. Cuando Domingo llega a saber lo que se ha publicado dice que es una insensatez, y Gumersindo dirá: «Yo no estaba en condiciones de saber que eso era una insensatez […]». Mírese pues, en manos de quiénes nos encontrábamos, para después añadir: «La irresponsabilidad de eso (y no tengo ningún problema en decirlo, con toda honestidad intelectual) es que cosas así no se deben escribir si usted no tiene montado realmente un operativo revolucionario para confirmarlo […] Allí no hay ningún llamado a la insurrección. Allí hay una incitación indirecta a la insurrección, pero hecha de manera inconsciente».
Fue el mismo gobierno quien se encargó de hacer de ese insustancial artículo una explosión de amenazas subversivas, de tal modo que a los pocos días la inminente amenaza de una sublevación estaba servida para que todos los medios se divirtieran a su antojo. Recrudecieron los allanamientos, se abaleó a más estudiantes, y las cárceles se atestaron de presuntos subversivos. Betancourt decía que por las noches cuando escuchaban ráfagas de ametralladoras (que él mismo ordenaba disparar), se le encogía el corazón.
Para completar, la Dirección Política del MIR y el Buró Político del PCV se dieron a la tarea en esos meses de octubre y noviembre de 1960, de llamar a una huelga general contra el gobierno, que terminó en un total fracaso. Decía la convocatoria: «Huelga insurreccional, huelga total hasta la caída del gobierno de Rómulo». Sólo el que estuviese apostando a una horrible sangría de jóvenes —cada día eran asesinados por los cuerpos represivos uno o dos—, podía estar haciendo tal llamado.
La conmoción adquirió niveles casi de guerra civil, y el 23 de noviembre se dio la huelga de los trabajadores de la telefónica. Habían dejado de funcionar los teléfonos y rumores de toda clase se extendieron por la ciudad. El gobierno se preparaba para responder con la violencia, por lo que a la postre se generó otra incontenible represión que dejó exhaustos muchos frentes populares de lucha.
La conclusión que uno saca de todo este estado de conmoción sin control ni orden alguno, es que se estaba jugando a la derrota de las organizaciones populares.
Octubre y noviembre de 1960 terminaron con el asesinato de 19 personas por parte de la policía. De modo que la acción armada de los sesenta, comenzó con los sucesos de octubre y noviembre. Al concluir el año, nos encontramos con una «democracia» que ha prohibido los mítines, que mantiene una férrea censura de cuanto se publica por la prensa y se difunde por radio y televisión; las libertades públicas coartadas, no hay garantías constitucionales y el país todo en estado de sitio y bajo el control de las Fuerzas Armadas. Navidades de terror para el país, fue el regalo de fin de año.
Con Rómulo estaban comenzando los traumas económicos: luego de una espantosa fuga de divisas, el 8 de noviembre de 1960 se ordenó establecer un control de cambio, y al mismo tiempo se decretó que los medios de comunicación no podían hablar ni escribir libremente sobre este tema; quien, por prensa, radio o televisión mencionase lo del reajuste monetario, como lo referente a la devaluación, podía ir a la cárcel. Cuando un miembro de la agencia UPI envió al exterior un cablegrama que hablaba de los efectos que había producido la desvalorización del bolívar, fue citado a las oficinas de Ministerio de Relaciones Interiores para ser reconvenido severamente.
Por otra parte, no es cierto que Betancourt no acudiera a pedirle auxilio al FMI. La devaluación formaba parte de una receta impuesta por este organismo, pues el gobierno buscaba que se le concediesen algunos créditos. Rápidamente Venezuela pasó a ser un país endeudado, con una moneda que comenzaba a tambalearse. La verdad era que en el aspecto económico se carecía de ética; la moral toda estaba basada en que el dinero no tiene patria. Comenzó la horrible fuga de divisas, las estafas y quiebras fraudulentas con crisis bancarias frecuentes, empresas de maletín; todo esto se reflejó en un desempleo creciente, y la cantidad de desocupados superó bruscamente la cifra de los 700.000. Además, persistió la fuga de divisas, y pese a todo su amor por el sistema capitalista, él nunca consiguió eso de lo que tanto se ufanan los sesudos economistas de la derecha: crear confianza para atraer inversionistas foráneos (el eterno cuento), porque además prevalecía un pavoroso desorden fiscal.
Seguía sin entenderse, cómo un país tan rico, con sólo 7 millones de habitantes, se encontraba en una alarmante penuria económica y social.
Además, el gobierno se hizo de la vista gorda ante la proliferación de ranchos en el área metropolitana; continuó, como si de una guerra se tratase, un pertinaz desplazamiento de gente del campo hacia la capital. La causa de esta migración masiva era que el negocio del petróleo y del hierro, que se sacaban del país de manera ilegal, estaba en manos de los trusts imperialistas, y los obreros que se contrataban para trabajar en estas industrias eran campesinos, por consiguiente, los campos iban quedando desolados. Ya para finales de 1960 estábamos pasando a ser un país gravemente endeudado, y la comida la teníamos que importar casi en su totalidad. Finalmente, Fedecámaras exigió la renuncia del ministro de Hacienda, José Antonio Mayobre. El ministro entrante será Andrés Germán Otero (quien asumirá el cargo el 25 de marzo de 1961), una pieza del Grupo Mendoza.
Así comenzó la mala prensa que tendría para siempre Venezuela internacionalmente. Los motines y manifestaciones callejeras en Caracas y las principales ciudades del interior, copaban los titulares de prensa de los más importantes diarios de Madrid, Londres, París, Bonn y Nueva York. Era un plan muy bien concebido. Desde esta época pasamos a ser un negocio redondo para los especuladores, porque paradójicamente, para estafarnos mejor, se colocaba a Venezuela como un país de altísimo riesgo para las inversiones extranjeras. Es decir, como era «muy peligroso invertir» en nuestro país, todo nos salía extraordinariamente caro en comparación con otras naciones del hemisferio.
De la supuesta inseguridad jurídica de la que siempre las corporaciones se estaban quejando, responsabilizaban al Estado; cualquier hecho que atentara contra sus bienes, y por la situación de la desbordada delincuencia en Caracas, lo tenía que pagar el gobierno.
Las transnacionales con este cuento buscaban toda clase de privilegios y excepciones; se negaban a pagar impuestos y le exigían al Estado que se atuviera a las consecuencias y a los castigos que impusiesen las leyes extraterritoriales de sus países, ante cualquier incumplimiento en los acuerdos o contratos.
Lo que le interesaba a Rómulo era abrirse paso ante el mundo como el campeón del anticomunismo de América Latina; quería ser, bajo los tanques blindados de Washington, el jefe de una guerra en la que no tendría que arriesgar nada, en la suposición que si participábamos en la contienda, Estados Unidos nos lo compensaría con creces. Mejor todavía si los gringos decidieran adoptarnos. Qué feliz habría sido si el Tío Sam hubiese hecho a nuestra medida algo como la Enmienda Platt.
El imperio se sustentaba en la política cuyo argumento era que si un país latinoamericano estaba «tranquilo», aunque fuese con los tanques en la calle y con policías y militares torturando en las cárceles y ametrallando en los campos y universidades, ese país era democrático y podía contar con todo su apoyo. Como cualquier sátrapa que hubiese asaltado el poder, Betancourt había abolido las libertades públicas y mantenía a la República en estado de sitio. Sostenía, retórico y ridículo: «Los regímenes sin partida bautismal en los comicios libres, y bajo rectoría militar, tienden a utilizar argumentos de la fuerza y de la negación de los derechos humanos contra los pueblos, encrespados y reacios a perder sus libertades».
Y lo fundamental de su Doctrina consistía en que él iba a: …solicitar cooperación de otros gobiernos democráticos de América para pedir, unidos, que la OEA excluya de su seno a los gobiernos dictatoriales, porque no sólo afrentan la dignidad de América, sino también porque el Artículo 1º de la Carta de Bogotá, Acta constitutiva de la OEA, establece que sólo pueden formar parte de este organismo los gobiernos de origen respetable, nacidos de la expresión popular, a través de la única fuente legítima de poder que son las elecciones libremente realizadas. Regímenes que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitarias, deben ser sometidos a riguroso cordón sanitario y erradicados mediante la acción pacífica colectiva de la comunidad jurídica internacional.
Rómulo contaba con popularidad entre la gente del campo y eso le daba a su gobierno una cierta consistencia democrática. Los mitines adecos siempre estaban atestados de campesinos, aunque se realizasen en Caracas. Cuando Rómulo salía a visitar alguna aldea, lo rodeaban y le gritaban «¡Rómulo estamos contigo!» «¡Viva el general Rómulo!» Se le acercaban y le daban pollos, huevos, carne de chivo, chorizos carupaneros, y él abrazaba a los pobres y los escuchaba, recibía sus quejas y clamores. Este apoyo «popular» iría con el tiempo provocando cierta desmoralización en los grupos extremistas, sobre todo en el MIR, porque en lo relativo al PCV, este partido nunca había estado seguro de la orientación política que siguió, al hacer el llamado de enfrentar con las armas al gobierno.
El 20 de febrero de 1961, el coronel Edito Ramírez junto con un grupo de oficiales pretende tomar la Escuela Superior de Guerra. La intentona es rápidamente aplastada y los responsables van a dar con sus huesos a las mazmorras. Cae en aquellos días por la metralla del gobierno el estudiante Francisco Lozada. Ante estas frecuentes muertes producto de la represión policial, cabe preguntarse, ¿qué habría sido de Medina Angarita si sobre sus hombros hubiese recaído tal carga de jóvenes asesinados, y con las cárceles abarrotadas de presos políticos?
Pues nada, todo gobierno asesino de su pueblo tiene que llevar una fuerte carga de apoyo externo, y en nuestra historia política ése siempre ha provenido Estados Unidos. De modo que contra Medina sí se justificaba un golpe de Estado, sencillamente porque él no estaba moralmente apoyado por Washington; en cambio, contra Rómulo nadie se atrevía, ya que el imperio le había dado a su gobierno internacionalmente garantía de ser muy democrático, y si algún militar se alzaba tenía que saber que lo estaba haciendo no contra el presidente de Venezuela sino contra el imperio.
Lo cierto fue que a Betancourt entonces no se le derrocó por la firme determinación del gobierno norteamericano de sostenerle a como diera lugar. Los altos oficiales venezolanos fueron todos llamados a la embajada norteamericana en Venezuela e informados de esta firme determinación.
El PCV lanza en marzo de 1961 la consigna de Nuevo Gobierno Ya. Esto pone histérico a Rómulo, aunque va en la dirección de sus planes, pues ordena el allanamiento de todos los locales del MIR y del PCV. Ya en abril de 1961, a causa de esta feroz arremetida, caía otro estudiante muerto, Edgar Ramírez Márquez.

















