Escrito por: Rodolfo Gómez C.
El analista Juan Ramón Guzmán nos presentó por Wsp este miércoles 27 de mayo de 2020 un análisis histórico impecable, basado en un enfoque dialéctico, acerca de la campaña de desprestigio en ejecución en Venezuela hacia los militares, como cuerpo, para atacar realmente a uno de los más grandes escollos que ha impedido la toma del poder político en Venezuela por parte del imperialismo y sus lacayos, cual es la hasta hoy invencible Unión Cívico – Militar.
Viene a mi mente el proceso histórico mediante el cual la nueva burguesía globalizadora decidió iniciar en todo el planeta un cambio de actores en el ámbito de la representación política. El predominio de esa burguesía financiera globalizadora se establece a partir de una serie de acontecimientos desencadenados durante la década de 1970 en la metrópoli, como el abandono del patrón oro por EEUU en 1971 y la irrupción del petrodólar en 1974, a partir de un acuerdo estratégico entre EEUU y Arabia Saudita.
Ya desde los 70s se había hecho en Venezuela experimentos de candidatos burgueses, como Germán Borregales y posteriormente Pedro Tinoco. Su participación testimonial como candidatos presidenciales generaba sonrisas y comentarios burlones; lejos estaba el para entonces todopoderoso bipartidismo de prever que su ocaso estaba tan cerca. Y lejos estaba la masa popular de conocer que el Sr. Tinoco era en verdad uno de quienes operaban tras bastidores para tomar las grandes decisiones, es decir, de quienes giraban las instrucciones macro a los grandes partidos de la “alternabilidad democrática” en Venezuela.
Por aquel entonces arrancó de manera aparentemente “espontánea” una feroz campaña de desprestigio sistemático al oficio de político. A través de los grandes medios se instaló, con profusión de mensajes y titulares, una matriz de opinión que desacreditaba a los políticos en general, sin importar su vinculación a la derecha o a la izquierda. Se trataba de cambiar hacia una nueva forma de representación política, una en la cual mutaba la manera de interactuar y de movilizar a las personas. Ya no era apropiada la élite política, con una fuerte doctrina, doctrina esta que siempre contenía inherentes contenidos nacionalistas. Ya no le era funcional tampoco, a la nueva ola globalizadora, ese militante político tradicional, como mediador entre aquella elite dirigente y las masas. Se requería un cambio de modelo hacia uno más acorde con los cambios en proceso dentro del ámbito del poder burgués.
El nuevo modelo pretendía imponer las ideas globalizadoras, por lo cual el nacionalismo de los partidos tradicionales, incluso los de la derecha, se convirtió en un estorbo, y su pesada manera de manejar la relación con las masas, además cargada de vicios y prejuicios desarrollados por décadas, también era estorbosa. Entonces las elites de las grandes corporaciones pasaron a convertirse gradualmente en sustitutos de la alta dirigencia de los partidos políticos tradicionales y dictar sus decisiones coyunturales directamente, sin pasar por las obesas estructuras partidistas.
El crecimiento incontenible de la cobertura de los grandes medios radioeléctricos y los vertiginosos avances tecnológicos, los convirtió en apropiados sustitutos de la tradicional militancia de los partidos políticos. Entonces las dirigencias de las corporaciones globalizadoras, con sus representantes subalternos en cada país, tuvieron una expresión directa de sus dictados y también medios directos para llevarlos a las masas. Los medios de comunicación fueron gradualmente transformándose, como el Dr Jekyll en Mr. Hyde, es decir, a ejercer el papel de los partidos políticos tradicionales como tenebrosos mediadores entre la dirigencia corporativa y las masas. Fueron tiempos de grandes debates en Venezuela, de escándalos de corrupción ya no ocultados a la dirigencia política de turno, sino ampliamente publicitados, tiempos de la COPRE, del grupo Roraima y de propuestas de transformación del país en “una sociedad más moderna”
¿Y los candidatos visibles? Esos poderes hegemónicos empezaron a promover candidatos ajenos a la hiper desprestigiada (por ellos mismos) actividad política tradicional. En todo el mundo, sobre todo en los países periféricos, empezó la promoción de figuras de la farándula: deportistas, actores de cine y TV, reinas de belleza, cantantes, pastores religiosos, empresarios y todo tipo de individuos que no mostraran en su currículo la “mancha” de una carrera política previa. Solo tenían en común tres cosas: su inexperiencia en la política tradicional, su elevado potencial como comunicadores (evaluado y decidido en los ambientes mediáticcos), y su adscripción al modelo de las corporaciones globalizadoras.
El expresidente venezolano Carlos Andrés Pérez fue una especie de “rara avis”, usada por la burguesía para la transición entre ambos modelos. El CAP de 1988 rompe con la usanza de su partido y se erige en líder mediático de contacto directo con las masas y aliado (inconfeso) de la nueva burguesía globalizadora neoliberal. CAP se basó en una manipulada nostalgia del pueblo hacia un primer gobierno suyo de abundancia para meter de contrabando un programa económico salvajemente neoliberal. La naturaleza indómita del pueblo y su decepción temprana ante la estafa padecida desencadenaron la rebelión popular de 1989 y marcaron el destino de CAP a los pocos días de iniciado su nuevo gobierno. Luego, usando como excusa un ridículo episodio de corrupción (ridículo por la escasa magnitud de sus cifras en comparación con casos anteriores), quien fue alguna vez un hiper-popular presidente fue sacrificado por sus antiguos promotores.
Como muestra de las nuevas tendencias, entran en escena como alternativas Irene Sáez, ex Miss Universo, quien pasó por una breve carrera política como alcaldesa y gobernadora, Henrique Salas Römer, empresario importador, quien de una vez se destaca como gobernador “de nuevo tipo” y luego intentó alcanzar la presidencia de la República, y una generación de jóvenes salidos del propio vientre de la burguesía importadora parasitaria venezolana. Aparece en un papel inicial secundario, pero con grandes aspiraciones, Leopoldo López Mendoza y, con bombos y platillos, Enrique Capriles Radonsky, un desconocido muchacho “hijito de Papá”, a quien la burguesía eligió como Delfín, asignándole un puesto “salidor” en las elecciones parlamentarias de 1998 y luego, en una extraña jugada que reflejó el fondo del papel que le tenían reservado, fué electo en enero de 1999 como presidente del Congreso Nacional de la República.
Simultáneamente viene creciendo la influencia decisoria de los grandes Medios Radioeléctricos y aparecen en el horizonte las redes sociales, con un papel inicialmente complementario, sobre todo posteriormente, a finales de la primera década del siglo XXI, pero futuras sustitutas también, a finales de la segunda década, de los grandes medios radioeléctricos como mediadoras entre las elites corporativas y las masas.
Todo iba bien para las maquinarias corporativas globalizadoras y su expresión económica neoliberal, pero como diría muy bien el sonero Carlos Puebla, súbitamente se acabó la diversión, ya que “llegó el Comandante y mando a parar”. Por eso fue brevísimo el reinado el de Capriles en la presidencia del congreso desde 1999, ya que menos de un año después la ANC originaria hizo inoperante al cuerpo legislativo electo en diciembre de 1998 y fue definitivamente sustituido a mediados de 2000 por una nueva Asamblea Legislativa Nacional, electa en el marco de la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Allí inició Capriles su ya hoy larga carrera política, primero como alcalde en del este de Caracas, luego Gobernador del estado Miranda, y allí se inicia su frustrada carrera de candidato presidencial eternamente derrotado.
Las elites corporativas no tienen entre sus opciones el resignarse a las derrotas; poseen un poder económico, político y cultural inconmensurable en el ámbito mundial, y sus decisiones son “de obligatorio cumplimiento”, so pena de desencadenar la suma de todas las plagas contra cualquier nación o pueblo que se niegue a acatarlas. Venezuela hoy paga por su rebeldía un elevado precio en penurias de todo tipo, incluyendo golpes de estado, paros patronales y magnicidios frustrados, guerra sicológica intensa, escasez, hambre, violencia y muerte. Así como hace décadas los “villanos” blanco de desprestigio fueron “los Políticos”, para lograr sus fines de cambio de representación política, lo cual al menos en el campo de la derecha lograron con éxito, hoy los villanos propicios son nuestros militares, para las élites corporativas debilitar la resistencia orgánica de la revolución, ponerle las manos al poder político y desarrollar íntegramente los planes que tienen dibujados desde hace décadas para nuestra Patria.
Si tenemos una visión dialéctica de la historia y un corazón patriótico y humano, no debemos facilitar a nuestros enemigos principales la concreción de sus planes. Tenemos instancias para atacar y corregir las desviaciones en nuestro campo. Varios gobernadores y alcaldes (incluso mí una vez amigo, el Ing. Edgardo Parra, de Valencia) han sido destituidos y presos por hechos de corrupción. En Venezuela han sido destituidos hasta magistrados del TSJ.
Lo que jamás debemos hacer es soplarle vientos a los molinos del enemigo. Apoyando sus campañas regadoras de porquerías, intentando salpicar a todos nuestros cuerpos militares para facilitar el derrocamiento de una revolución que tanto le ha dado a nuestras mujeres, a nuestros ancianos, a nuestros originarios, nuestros afrodescendientes, nuestros niños y niñas. Una revolución que si logramos defenderla con éxito tiene tanto aún que darle a Venezuela, a Nuestra América y al mundo entero.
















