El día que Eisenhower decidió derrocar a Pérez Jiménez
El presidente Dwight Eisenhower propuso en 1956, la celebración de una cumbre presidencial interamericana que acabaría haciéndose en Panamá. Los fines eran los de siempre: reiterar los compromisos de la unidad continental, mantener la paz, la libertad y la cooperación económica y militar. El gobierno de Pérez Jiménez se enteró con antelación que los fines eran otros: plantear la necesidad de una base estratégica gringa con misiles de cabezas atómicas, en la península de Paraguaná. Este proyecto estaba dentro de los planes de seguridad continental emprendidos por la Casa Blanca y Einsenhower contaba con que los mandatarios presentes no le presentarían ninguna clase de objeciones. Lo insólito fue que Pérez Jiménez lo rechazó de plano por considerarlo lesivo a la soberanía nacional y, por tanto, inaceptable para las Fuerzas Armadas Nacionales.
Esto causó mucha irritación entre los asistentes, ciegamente plegados a los mandatos de Washington, sobre todo la oligarquía criolla, que se estaba beneficiando de los contratos con el gobierno. El general Pérez Jiménez había advertido que si Einsenhower planteaba el tema de los misiles, él airadamente se retiraría de la cumbre. Este mensaje se le hizo llegar al presidente anfitrión Arnulfo Arias, quien seguidamente lo comunicó al presidente de Estados Unidos, de modo que éste no sufriera un desaire, y para que retirara a tiempo la propuesta.
Pérez Jiménez, considerando que había hecho respetar a Venezuela, y que podía llegar un poco más lejos en ese enfrentamiento con el monstruo del imperio, se arriesgó a proponer en esta cumbre un fondo económico para el desarrollo de los países de la región, cuyo capital provendría de los aportes de las naciones participantes, representados en un diez por ciento del presupuesto de cada una. Einsenhower consideró que esto constituía no sólo una imprudencia temeraria sino una bofetada a la majestad de su mando, y llamó a varios de sus asesores para que le hicieran saber a Pérez Jiménez que él no estaba siendo apoyado por Norteamérica para que cometiese desquicios y perturbaciones en la región. Que esa no era su función, que las cuestiones de tipo económico en el hemisferio eran de su total y exclusiva incumbencia, así como los tratados bilaterales entre las naciones. Frances Grant se frotó las manos, pues esta molestia de Einsenhower podría significar el fin del gobierno de Pérez Jiménez y el comienzo de un Estado «democrático» en Venezuela, bajo la certera y seria orientación de un estadista ejemplar como Rómulo Betancourt.
En esa conferencia en Panamá, Pérez Jiménez habló sólo cinco minutos, y entre otras cosas dijo: «Ya no es época de liberaciones políticas. Los pueblos son dueños de sus destinos. Pero sí tenemos que hacer mucho en el campo económico, para lograr nuestra soberanía en ese campo». Fue cuando propuso crear un fondo común para la realización de importantes obras en Latinoamérica, y Venezuela comenzaría aportando cien millones de dólares, «que para los norteamericanos hubieran repercutido en unos 3.000 millones de dólares, y el fondo se habría situado en 4.000 millones». Los norteamericanos lo rechazaron de plano. Lo más cercano a una ayuda económica que Estados Unidos hará para Latinoamérica en toda la historia del Siglo XX será lo que aportó en la Alianza para el Progreso, que apenas si alcanzó la miserable cifra de 200 millones de dólares; y en este caso su fin era recuperar ese dinero con creces, mediante la incorporación de grandes empresas estadounidenses que monopolizarían casi todas nuestras industrias básicas. Además, el país que solicitara un préstamo dentro del proyecto de esta alianza, tenía que prescindir de su soberanía, lo que realmente era una dádiva humillante.
Betancourt, quien junto con Figueres habría de ser de los principales artífices en el lanzamiento de la Alianza para el Progreso, se estremeció de indignación ante la propuesta de Pérez Jiménez en esa conferencia de Panamá, e inmediatamente dirigió a todos los presidentes asistentes a ella una irritada Declaración, en la que expresa: La sugerencia del presidente Eisenhower de crear un organismo que estudie los medios para mejorar el nivel de vida de los pueblos latinoamericanos es merecedora de atención. Parece que se admite cómo es de serio el problema de extrema pobreza en que viven millones de gente en América Latina. Ese malestar es tan agudo en vastas zonas del continente que puede desembocar en motines y sacudimientos de masas, hambreadas, según acaba de opinar ante un organismo de la ONU el
economista Prebisch. Pero cabe observar que esta situación no se resolverá con gestos demagógicos y exhibicionistas, como el del dictador de mi país, al ofrecer 33 millones de dólares499 para una especie de caja de beneficencia colectiva. Más que desplantes de esa naturaleza y discursos en un nuevo organismo, reunión económica interamericana de
Río de Janeiro y las adoptadas en las numerosas reuniones del Consejo Económico y Social de la OEA. La estabilización de precios y mercados para los productos latinoamericanos de fondos bancarios, públicos, provenientes del Banco Mundial y del Exibank; y aun la creación de un
organismo dedicado exclusivamente al fomento económico interamericano, son arbitrios ya suficientemente discutidos, sobre cuyas ventajas hay generalizado consenso. De aplicarse sin tardanza le permitiría a los pueblos de más debajo de Río Grande alcanzar un mayor desarrollo económico, derrotar la pobreza generalizada y convertirse en mayores consumidores de mercancías esenciales compradas a Estados Unidos y a otras naciones industrializadas.
Dice Leonardo Altuve Carrillo que con este discurso Pérez Jiménez signó su destino y provocó su caída:
Los Estados Unidos acostumbrados a que las grandes iniciativas de carácter económico y social para América Latina, partieran de ellos, se sorprendieron desagradablemente de la iniciativa del general Pérez Jiménez para solucionar los problemas económicos de los pueblos menos favorecidos. Colaboración igualitaria y fraternal, de iguales a iguales, no dádiva generosa a pueblos subdesarrollados.
Pérez Jiménez trataba de zafarse del tiránico monstruo del norte y claro, sirviéndole como un peón se sentía miserable y traidor a su patria. ¡Cómo reconocería ahora que por no haberse puesto Medina Angarita de rodillas ante ese imperio fue por lo que lo echaron del poder! Y ahora él se las iba a ver feas por pretender ser un poco soberano e independiente en sus decisiones. En un principio, Pérez Jiménez se había obstinado en no asistir a Panamá, alegando que se estaba abusando del nombre del Libertador para negar el mensaje y la misión de éste y ponerlo al servicio de los Estados Unidos. Cuando él sabe que se trata de cien millones, pero lo hace ex profeso, para tratar de desmeritar la propuesta de Pérez Jiménez.
Eisenhower supo que Pérez Jiménez no aseguraba su asistencia se irritó, porque la presencia del jefe de Estado venezolano (de la cuna del Libertador) era esencial para reunir a sus vasallos y dictarles su política en nombre del manido Panamericanismo. Por eso tuvo que enviar a Venezuela, en misión urgente, a su subsecretario de Estado, Henry Holland, para convencerle de que era imprescindible que se presentara en Panamá.
Viendo la importancia que le daban, ante tantos ruegos y elogios que le hicieron, finalmente accedió, pero entonces se negó a hospedarse en el Hotel Panamá, donde Eisenhower ocupaba la suite presidencial y a los demás presidentes, como en enjambre, los alojaron en habitaciones menores. Pérez Jiménez se alojó en una casa a la que tuvo que ir Eisenhower a visitarle, pequeño «desaire» que habría de pagar muy caro, y fue cuando el Departamento de Estado decidió tomar medidas para sacarlo de circulación.
Era lo malo: “luego que Estados Unidos les da su apoyo para que lleguen a la Presidencia, estos «hombrecitos» pierden todo sentido de responsabilidad y se creen que cuanto tienen lo han ganado por sí mismos; se creen con el derecho de imponer políticas del todo desviadas de los principios y de los valores democráticos que sustenta Norteamérica. Es una verdadera desgracia tener que lidiar todos los días con esta gentuza, que no sabe agradecer ni ajustarse a las reglas que se les dictan”.

















