José Sant Roz
- El terremoto (en realidad fueron dos, el segundo más intenso) que ayer tarde estremeció a Mérida, que se sintió también en Colombia y las islas neerlandesas (Caribe), Curazao y Aruba, tuvo su epicentro a 69 kilómetros de Valera (Estado Trujillo) con una magnitud de 6.3.
- El primer temblor fue cerca de las 6:30 de la tarde. Debo decir que vivo en un conjunto residencial que consta de cinco torres; resulta que yo había salido a caminar como a las 5 pm, de modo que cuando llego a las 7 de la noche me encuentro con que todo el mundo ha salido de sus apartamentos, lo que me pareció bien extraño. Luego veo a unas personas que me hacen señas para que me acerque, son mis vecinos y mi esposa, y allí me refieren lo sucedido, lo cual fue espantoso, nunca antes sentido en Mérida. Dicen que duró cerca de un minuto, con tal estremecimiento que se partieron multitud de cuadros, lámparas, adornos, utensilios de cocina, se abrieron closets vomitando todo lo que tenían dentro. Lo que sigue a estos hechos van acompañados de la angustia más terrible, la cual consiste en tratar de saber de nuestros familiares y amigos, para saber cómo están, con todo ese horrible de temor de lo que nos puedan contar.
- Me mantuve una media hora conversando en aquella feria repentina en que se volvió el estacionamiento, con niños correteando, gente yendo y viniendo y saludándose como si llevaran años sin verse, hasta que entonces decidimos regresar a nuestro apartamento, y allí encontrarnos con un desastre de vidrios regados por doquier, cuadros destrozados con casi todo lo que estaba en estantes como adornos esparcidos por el piso. Entonces comenzamos a ver el programa “Con el Mazo Dando”, siempre pendiente de que de un momento a otro comenzase a temblar de nuevo, a crujir el apartamento por doquier, y como estábamos muy cansados, como a las diez nos dormimos. A diez minutos para las doce comenzó el segundo guamazo mucho más intenso que el primero, a decir de mi esposa; era como si mil campanas estuviesen sonando, al unísono estruendosamente; todo se estremecía, los vecinos se santiguaban y rezaban y a gritos en cuello pedían ayuda al Dios misericordioso. Otra vez la romería piso abajo, con morrales y sacos, con los infaltables celulares y sus cargadores, teniendo en cuenta que en nuestro caso, nosotros vivimos en un séptimo piso. Otra vez al estacionamiento, esta vez vendo a una multitud de ancianos mal abrigados, madres con sus bebés en los brazos, y allí nos estuvimos, hasta que a la una de la madrugada decidimos nuevamente recogernos, sin saber qué otra cosa se podía hacer. Y otra vez llamando de nuevo a familiares y amigos con el corazón en un puño.
- Al poco rato, de nuevo, de vuelta al apartamento, a encontrarnos con el espectáculo de los regueros de vidrios por doquier, para luego ir matando el tiempo, de deambulando por la sala durante una hora, hasta que nos fuimos a la cama, y apenas estábamos cogiendo el sueño, otra remezón más, esta vez mucho más corta pero suficiente como para que los vecinos abrieran puertas y se lanzaran escalare abajo, como alma que lleva el diablo. En esta ocasión mi esposa y yo decidimos no bajar, dejar que la naturaleza dispusiera lo que quisiera sobre nosotros, cuando nos asomamos al balcón, vimos cómo la gente había tomado la decisión de dormir en sus carros, y también acoger en ellos a los que no tuviesen un vehículo, sobre todo a los ancianos. Lo que sí fue cierto, es por aquí, nadie pudo dormir, temiendo otra espantosa sacudida, y según me mostró mi esposa de su celular no estaba fácil el panorama, mostrándome edificios en Valera que se agrietaron.
- Es decir, esto se trata de un enjambre sísmico, algo que vivimos en Mérida hace diez años atrás, y que duró durante varios meses, más de seis meses, con la gran diferencia de que los estremecimientos en esta ocasión fueron mucho más intensos y peligrosos.