*JUAN MARTORANO
Estamos en los estertores de este análisis, apoyados en las reflexiones del economista estadounidense Jeffrey Sachs. Desarrollaremos un poco el tema de las redes financieras alternativas, la batalla de las narrativas y hasta el tema de la opinión pública estadounidense.
Cada sanción impuesta, cada bloqueo financiero lejos de debilitar al país, ha empujado a Caracas a innovar. Hoy los intercambios con Rusia, China, Irán y Turkiye se realizan en sistemas alternativos, monedas locales y esquemas que Washington apenas puede rastrear.
Un país aislado bajo presión internacional, desarrollando un sistema financiero propio capaz de sostener su economía y el flujo de recursos estratégico. ¿No es eso un ejemplo claro de resiliencia estratégica?
Cada operación financiera fuera del dólar es un mensaje silencioso pero potente porque el mundo ya no depende de un solo centro de poder económico. Y mientras las finanzas se reinventan, las guerras también se libran en otro terreno igualmente crítico: La batalla de las narrativas.
No solo se lucha en los mares y en los mercados. También se lucha en las mentes, en los medios y en la percepción internacional. Washington describe a Venezuela como un Estado Fallido, mientras Caracas se posiciona como símbolo de soberanía y resistencia.
Cada titular, cada informe, cada discurso es un campo de batalla donde se decide quien tiene legitimidad y quién no.
Imaginémonos la magnitud de esto: Mientras un país maniobra para mantener su flujo económico, también está moldeando la percepción global, asegurándose de que su narrativa no sea aplastada por la propaganda occidental.
Cada palabra del Presidente Nicolás Maduro, cada apoyo diplomático de aliados internacionales, multiplica el impacto de la resistencia venezolana y convierte la guerra mediática en un arma tan poderosa como cualquier misil.
Cabe la pregunta: ¿Cómo puede un imperio manejar simultáneamente sanciones que no funcionan y una narrativa que lo debilita ante la opinión pública mundial? La respuesta es inquietante.
El poder militar estadounidense puede ser inmenso, pero cuando se enfrenta a una economía resiliente y a un relato que gana legitimidad internacional, incluso el gigante titubea.
El verdadero control global ya no se mide solo por la fuerza militar sino por la capacidad de un país de sostener su economía y mostrar ante el mundo que su causa es justa.
Caracas ha entendido esto bien y lo hace con precisión. Cada operación financiera paralela, cada mensaje estratégico en medios y redes internacionales construye un muro de resiliencia que Washington no puede derribar ni con bombas ni con sanciones.
Estamos ante un escenario donde la economía y la narrativa se convierten en aliados inseparables. Un frente que opera simultáneamente en dólares, mercados de percepción pública, donde cada movimiento venezolano multiplica la complejidad del desafío para Estados Unidos.
Y la pregunta inevitable es: ¿Cómo puede un país imponer su voluntad cuando el adversario ha aprendido a resistir, a adaptarse y a narrar su victoria incluso antes de que llegue el conflicto?
Mientras Caracas consolida su red de aliados internacionales, hay un frente interno dentro de Estados Unidos que se vuelve cada día más relevante. La sociedad estadounidense muestra signos claros de fatiga frente a conflictos internacionales.
Los efectos de Irak, Afganistán, Siria y Palestina por solo nombrar algunos, permanecen en la memoria colectiva, generando un escepticismo profundo sobre nuevas intervenciones. Esta resistencia interna se convierte en otro muro invisible que limita la acción política y militar.
La división política del país intensifica la complejidad: Partidos enfrentados, déficits crecientes y debates constantes sobre prioridades nacionales crean un ambiente en el que cualquier operación contra Venezuela se percibe como costosa y arriesgada.
Sanciones que fracasan y maniobras venezolanas que desafían no solo los fracasos de la hegemonía estadounidense sino que constituyen además golpes silenciosos que alimentan la percepción de impotencia del gobierno de ese país y cuyo impacto económico no puede subestimarse.
Porque una intervención militar estadounidense en suelo venezolano elevaría los precios del crudo, del gas y los combustibles que se consumen en Estados Unidos por las nubes, eso sin contar la llegada del invierno en ese país como comentábamos en ediciones anteriores de nuestra columna, lo que afecta directamente la vida de millones de ciudadanos y ciudadanas estadounidenses.
En un país donde la inflación y el costo de la vida son temas muy sensibles, esta presión inmediata sobre la economía se convierte en un factor muy determinante para su estabilidad.
Cada barril de petróleo o gasolina que llega al mercado estadounidense es un recordatorio de que la estrategia de aislamiento sobre Caracas tiene límites claros.
Además, la movilización social añade otra capa de complejidad. Movimientos universitarios, sindicatos y organizaciones civiles mantienen viva la memoria de conflictos pasados en Estados Unidos, transformando cualquier intervención en un catalizador de protestas y de presión política dentro de ese país.
La combinación de opinión pública crítica, fatiga moral y presión económica genera un frente interno que ningún poder militar puede ignorar. Y la resistencia venezolana se nutre de esos factores.
Mientras los aliados internacionales operan en el terreno diplomático, militar y económico, la sociedad estadounidense se convierte, sin proponérselo, en un aliado indirecto de la resiliencia venezolana.
Cada día de resistencia, cada maniobra de Caracas que desafía sanciones, multiplica la presión sobre Washington, demostrando que la fuerza bruta no siempre determina el resultado.
En este contexto, la verdadera vulnerabilidad de un imperio radica tanto dentro como fuera de sus fronteras y Venezuela ha comprendido esto perfectamente.
Mientras la presión interna en EEUU crece y los aliados internacionales de Venezuela consolidan su respaldo. Surge un fenómeno que cambia las reglas del juego. Un bloque sub global que comienza a mostrarse con claridad.
Países históricamente dependientes de las potencias occidentales están encontrando caminos de cooperación propios donde intereses compartidos superan la obediencia solo al imperialismo estadounidense.
Venezuela se posiciona en el corazón de ese movimiento no como un caso aislado sino como un nodo estratégico dentro de una transformación global que busca redefinir el poder en el siglo 21.
Cuba, Nicaragua y otros actores regionales no solo ofrecen apoyo político y logístico como indicamos en las entregas precedentes; sino que representan además un modelo de resistencia y resiliencia que inspira a otras naciones del sur global.
Esta cooperación no solo se limita a acuerdos diplomáticos sino que se traduce en estrategias compartidas de defensa, economía y soberanía.
El mensaje es claro. La dependencia unilateral está siendo reemplazada por redes de solidaridad estratégica. Cada país que se suma fortalece un ecosistema capaz de resistir presiones externas y extremas, además de prolongadas en el tiempo, lo que debilita la capacidad de intervención de cualquier potencia que pretenda actuar sola.
En este contexto, la lucha por la soberanía adquiere una dimensión mucho más profunda.
Porque no se trata simplemente de un conflicto entre Washington y Caracas, sino del derecho de las naciones a decidir su propio destino.
Cada maniobra internacional de Venezuela, cada alianza estratégica con China, Rusia, Irán, Turkiye y aliados regionales envía un mensaje que trasciende fronteras. El poder no siempre se impone, se comparte.
Y es precisamente esa idea la que más teme enfrentar Estados Unidos.
La combinación de aliados externos, redes clandestinas, estrategias energéticas y la resistencia interna estadounidense forma todo un entramado asimétrico fragmentado pero extremadamente efectivo. Cada actor opera en su terreno impulsado por intereses propios y aún así todas convergen impulsarlo por intereses propios en un objetivo común: Frenar la capacidad de Estados Unidos de doblegar a Caracas.
Esta coalición invisible demuestra que la fuerza militar no es el único determinante. La diplomacia, la economía y la percepción pública juegan un papel decisivo.
Ante esta realidad, cualquier intervención en Venezuela no es un simple conflicto regional, es un desafío orden global.
La resistencia de Caracas y su red de aliados muestra que la verdadera fuerza de una nación no se mida solo por el arsenal que pueda manejar sino por su capacidad de establecer alianzas estratégicas, movilizar recursos. Este es el mensaje que Washington teme enfrentar más que cualquier misil o sanción.
Creo que hemos cumplido.
¡Bolívar y Chávez viven y sus luchas y la Patria que nos legaron sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!
* Abogado, Defensor de Derechos Humanos, Militante Revolucionario y de la Red Nacional de Tuiteros y Tuiteras Socialistas. , [email protected], [email protected] , [email protected] , cuenta tuiter e instagram: @juanmartorano, cuenta facebook: Juan Martorano Castillo. Canal de Telegram: El Canal de Martorano—

















