Un estado, pues, de enervación, alentado en todo momento por canales que se ven en Venezuela como CNN, BBC, Deutsche Welle (DW), ANTENA TRES (española), TVE (española), TV-Chile, NTN24 (colombiana), Caracol (colombiana), RCN (colombiana), El Trece (argentina), 24-horas-Chile, CNN-Chile, además de estaciones privadas nacionales como Venevisión, Televen y Globovisión.
Si la estupidez y la maldad terrible de los terroristas por algún medio deroz llegara a imponerse en Venezuela, serían arrasados por el imperialismo todos los países en América Latina. Así tuvimos que luchar con harta paciencia durante catorce años bajo la dirección certera, firme y profundamente humana del Comandante Chávez. Y así nos mantenemos ahora bajo las órdenes del Presidente Nicolás Maduro, logrando sostenernos por el filo de la navaja, evitando a todo trance caer en el abismo de la guerra civil que es lo que persigue el imperio euro-americano.
Amarga realidad.
En un territorio ajeno y hostil
En todo momento hay que
intentar lo aparentemente imposible.
Juan José Bautista S.
10 de abril de 2017 – lunes de Semana Santa.
Salimos para La Coromoto (una aldea de los Pueblos del Sur, situada a cinco hora de Mérida) con este pensamiento de Rousseau: “Nunca he pensado tanto o vivido tanto, he sido tanto yo mismo como en los viajes que he hecho a pie y solo. El andar tiene para mí algo que anima y aviva mis ideas. La vista del campo, la sucesión de espectáculos agradables, el aire fresco, el buen apetito, la libertad del mesón, la ausencia de cuanto pudiese hacerme sentir mi dependencia o recordar mi situación, todo esto libera mi alma, me comunica una mayor audacia de pensamiento. Dispongo así de toda la naturaleza a mi arbitrio.”
Esto es lo que uno desearía en esta Semana Santa: vagar como un paria por los campos. Tratar de no depender del tiempo, compartir la comida criolla en un descampado y la buena conversa con gente sencilla, para que nuestro deambular sea, en el mejor sentido de la palabra, una aventura del espíritu. Todo lo que demuestra que en cierto modo nosotros, estos humildes viajeros, hemos sido refractarios a los valores de esta sociedad artificial, a la doblez y las caretas de los civilizados.
Cuando me asomo al balcón y veo nuestra camioneta allá abajo en el estacionamiento, y más al fondo apreciamos las rejas que están en la entrada con varios vigilantes, y unos muros de concreto que rodean a la urbanización, miro en todo eso los barrotes de esta larga condena en la que vivimos en las ciudades una extensa cárcel a la cual cada vez le ponemos más paredones, alambradas eléctricas y cerrojos: esa larga historia en las que nos han exprimido la vida, atormentándonos con banalidades, por el traje, los afeites, la necesidad del carro, los miles de papeles que nos piden en oficinas, el qué dirán, y en el fondo, por estas vacuidades pasamos por este mundo sin haber valorado lo más grandioso que nos ofrece la naturaleza. Es, así, ese azaroso día a día en el que nos vamos anulando sin darnos cuenta hasta quedar en el ocaso de la vida exprimidos como un bagazo. Perdonen estas divagaciones, porque lo que menos quiero es volverme filósofo en estos escritos, pero es que verdaderamente estamos asediados por todo lo que niega la existencia. Al parecer escasean las amistades verdaderas, y la confianza entre unos y otros va desapareciendo (por el vil interés). ¡Uno que lo que ha nacido es para amar!
Por doquier entonces resalta ese permanente chapotear en el desencanto, la sospecha, los odios y temores, y esas crueles traiciones que esconden la cortesía y la urbanidad impuestas por el capitalismo.
Los abriles en Venezuela llenan los campos del amarillo de los guayacanes. Las avenidas de Mérida se engalanan con estos vistosos colores, como en la canción aquella de nuestro repertorio popular que dice “te vestiste de amarillo pa’ que no te conociera”…, cuando es todo lo contrario: amarillo es lo que luce, verde nace donde quiera. Mérida cuando se viste de amarillo proyecta un brillo de refulgente primavera, fresca, fecunda y encantadora, con lo que mejor se aprecian sus entornos montañosos moteados de estos gloriosos penachos.
Pero al mismo tiempo, resulta nos llega otro abril de truenos y ardores satánicos en las porfías de algunos por ser lo que no somos. Y recordamos aquel pensamiento de Bolívar: “como la corza herida llevamos en nuestro seno la flecha y ella nos dará la muerte sin remedio. Nuestra propia sangre es nuestra ponzoña…”.
Abril de guerras cibernéticas, mediáticas y económicas, inyectadas desde afuera por los que nos quieren dominar e inutilizar; esa contienda atroz y pertinaz porque aún llevamos en las venas unas cuantas gotas envenenadas de los godos. Una sangre que debe ser deslastrada de los complejos y residuos bárbaros que dejaron implantados aquí todas esas mezclas hostiles a nuestra naturaleza. Es una vieja y a veces irremediable incordia que nos inocularon algunos que llegaron con pretensiones de conquistadores, y que nos creen incapaces de hacer nada propio. Fue así, como estos conquistadores hicieron que casi todo nos llegara a empellones: detrás de lo que trajeron los españoles (que lo criollizamos sin producirlo: el pan de trigo, el aceite de oliva, las nueces, la cebada, el queso manchego, el jamón serrano o el vino,…), nos idiotizaron las virguerías tecnológicas gringas: sus headphone’s, sus aparatos de radio, televisores o computadoras; sus celulares, sus carros, sus tablas y juegos de video.
¿Qué carajo hacemos muchos de nosotros sino gritar, desde que nos levantamos, que nuestras maldiciones provienen de los gobiernos cuando sencillamente durante dos siglos estuvimos vendiendo nuestra alma al diablo?
Ese odio al otro acaba siendo en definitiva un odio hacia nosotros mismos. Se odia por el hecho de no tener dólares para adquirir todo lo que nos venga en gana, porque siempre pensamos que la civilización nos debería llegar a través del poder de esa divisa extranjera. Hasta Rómulo Gallegos suspiraba para que esa civilización con vapores y trenes se sembrara en los llanos. Y se catalogó de “barbarie”, erróneamente, a lo que brotaba de nuestro campo, a los más humildes, cuando la verdadera barbarie nos ha sido inoculada a través del progreso occidental, del cual no formamos parte ni podremos formar parte (a menos que nos exterminen o nos traguen los imperios en forma de esclavos). Eso está retratado en novelas como “Peonía” (Romero García), “Puros hombres” (Antonio Arraíz), “Zárate” (Eduardo Blanco), “Mene” (Ramón Díaz Sánchez), “El Sargento Felipe” (de Gonzalo Picón Febres), “Doña Bárbara” (Gallegos), “Los Tratos de la noche” (Mariano Picón Salas), …
Pues bien, no dejo de filosofar y pido mil perdones, pero es que todo esto le va fluyendo a uno con los temblores políticos de estos últimos años. Los Estados Unidos y la Unión Europea, día a día van forzando la barra para ver si Venezuela se descarrila y nos arrasa una guerra civil.
No existe una sola guerra civil en el planeta que no haya sido provocada por Europa o por Estados Unidos.
Mucha gente no pareciera darse cuenta de que si por órdenes o presiones externas, como está sucediendo, se llegara a derrocar el gobierno del Presidente Nicolás Maduro, América Latina y el Caribe entraría en un espantoso caos de impredecibles consecuencias, y no lo dice uno porque sea chavista, sino porque es una realidad extremadamente palpable: la inmensa mayoría del ejército venezolano es chavista, lo mismo los trabajadores de PDVSA, de los Metros, los barrios, la gente que ahora habita en más de millón y medio de viviendas hechas por el gobierno, y de todo aquello que beneficia las Misiones. Todo esto como consecuencia de un programa y de un proyecto político, con líderes forjados en una exigente y decidida batalla social que engloba lo productivo, lo propio, lo que tiene que ver con la soberanía nacional y la independencia, nada de lo cual tiene cabida en lo que persigue la oposición, básicamente sostenida en poderes transnacionales y extra-territoriales.
En fin, vayamos de una vez a los hechos de este viaje pues, a La Coromoto: nos preparamos para ir a ver unos telares en los Pueblos del Sur, y para pasar estos días santos en santa paz y armonía con la naturaleza. En esta ocasión nos acompaña nuestra hija Adriana (recién llegada de Ecuador), quien entre otras cosas lleva un bulto de hilo para ponerse a tejer con muchos bríos. Hay un notable movimiento vehicular pese a la gran campaña por las redes de que ésta será en Mérida una “Semana Tranca” (el exquisito encanto de algunos por guarimbear, diríamos, ese sueño eterno y reiterativo porque el gobierno de Maduro caiga).
“¡Esta vez sí va a caer, segurísimo, segurísimo!”
El día está nublado, y llevamos en la tolva naranjas y cocos, abono, junto con un alboroto de plantas: más de una docena de arbolitos de garbancillo que sembraremos alrededor de la cerca de nuestra casita. Adriana, mi hija, también lleva consigo sus libros y su computadora portátil, para seguir armando su tesis de grado que piensa presentar en junio o julio (si la eterna jarana de las huelgas y de los paros en la Universidad de Los Andes lo permite).
Cerca del sector de El Anís, compramos un cartón de huevos que están hasta más caros que en Mérida.
En la alcabala de El Anís, un policía me pide los papeles del carro y me pone una multa porque violé la ley al no llevar puesto el cinturón de seguridad. Ahí, nos estamos detenidos esperando la boleta como veinte minutos. No sé cuándo me habituaré a llevar ese fulano y necesario cinturón que en verdad para mí es una cincha.
Seguimos nuestro camino, encontrando la vía bastante empapada por las recientes lluvias, y con el cielo cruzado por grandes nubarrones hacia el norte. Ya no se ven los campos festoneados de verdes oscuros, de amarillos y plata.
Interviene María Eugenia:
- Verdad es que vamos al campo, a trabajar la tierra a cuidar animales, a hundirnos en la sencillez de la gente campesina pero no dejo de pensar en la situación política.
- Eso lo llevamos todos en la cabeza- responde Adriana -: el problema está en que escogimos ser distintos. No queremos ser como Colombia, México, Perú o Chile, con verdaderas lacras de gobierno. Pero eso no lo permite el señor Tío Sam.
- Pero mi pregunta es – insiste María Eugenia-: cómo podríamos salir de este acoso, porque tal como estamos con elecciones no creo. Fíjense lo que pasó el 6 de diciembre del 2015, el bachaquerismo y la guerra económica que nos llevó a la debacle electoral.
- Y ahora nos quieren llevar a una guerra civil –agregó Adriana-. Esa es la apuesta de la MUD, porque de una guerra civil a la intervención gringa sólo habría un paso.
En Tusta, Yosmar, el hijo de Benito (dueño de la bodega) nos obsequia café, y encontramos que el cartón de huevos criollos de gallinas de su corral está mucho más barato que en Mérida. Le apartamos un cartón de huevos para cuando regresemos el domingo. Le preguntamos por Benito y nos dice Yosmar que se ha unido al Viacrucis de semana santa, cargando la cruz, una tradicional peregrinación que se hace desde Estanques hasta el Páramo del Motor, que comienza el domingo de Ramos. Es un recorrido de unos cien kilómetros siguiendo la carretera, en medio de un espectacular cuadro de montañas, nubes y abismos. Recuerdo que el nombre de ramera, proviene precisamente del día de domingo de Ramos, cuando a las prostitutas no se les dejaba entrar en los pueblos.
A diez kilómetros de Tusta nos conseguimos la procesión de unos setenta peregrinos, acompañados de tres camionetas en las que van los víveres, unas carpas y el condumio para la larga jornada. Los favorecía el que no teníamos un día soleado. Vimos niños, ancianos y señoras echando los bofes, pero alegres, cantando y rezando. Seguimos en nuestras disquisiciones, y yo alboroté el avispero:
- Por dondequiera que tú metas el ojo, ahí encuentras invasores. Hasta en esa sencilla procesión que ves ahí.
- Chico, esa es gente buena – dijo Adriana.
- Es verdad, perdón. A veces los buenos no nos ayudan en nada.
- ¿Tú eres ateo?
- Los ateos creen en el No-Dios. Además los ateo suelen ser unos cobardes que viven temerosos de Dios a cada segundo. A la final le piden la confesión a un cura, como pasó con Francisco de Paula Santander.
- ¿En qué crees tú?
- En el presente.
- ¿Bolívar fue ateo?
- Bolívar nunca fue pendejo para andar perdiendo el tiempo en eso, y además se burlaba de los masones, los consideraba inmaduros, infantiloides.
- ¿Crees entonces que nos espere el infierno?
- Ya he pasado varias temporadas en él. El infierno lo crearon los europeos, y lo vemos en lo que han hecho en Asia, África y América Latina. Está en sus campos de campos de concentración.
En el Páramo de las Nieves nos detuvimos porque las damas necesitaban ir al baño, y allí vimos como un grupo de católicos preparaban el terreno para recibir a los peregrinos. Aquí se hará la segunda parada del largo trayecto porque la primera propiamente se realiza en Tusta. La tercera será en La Quebrada, un poco más allá de El Molino, y la última el día miércoles a las once de la mañana en el Páramo del Motor, donde se encontrará con una procesión que subirá de Canaguá.
- ¿Qué diferencia puede haber entre esos gringos que nos desean invadir y los bachaqueros?
- Los primeros lo hacen conscientemente, los otros no.
- Y muchos de esos invasores están en nuestra familia; sean negros o mulatos o indios.
- Politiqueros o sepultureros.
- ¿Te gustaría ser un peregrino?
- Sí, claro, pero un peregrino que no aspira llegar a ninguna parte. Que no anda cumpliendo ninguna promesa. Bueno, cuando uno es joven uno quiere estar lejos de casa y uno es un peregrino por naturaleza; perderse por el mundo y aparecer por un lugar que nunca ha visto antes.
- Sabes una cosa que está bien puteada eso que llaman hacer el Camino de Santiago de Compostela, por ejemplo. Eso estaba bien hacerlo genuinamente el siglo pasado, pero ahora es un maldito negocio de las agencias de turismo.
- Una burda manera de hacerte creer que estás purificando tu alma cuando estás enriqueciendo a una banda de ignorantes y estafadores.
- Tú detestas a los españoles, ¿verdad?
- No es cierto. Abomino de los fascistas. Hay una gran carga de fascismo en el Estado español que es un reino medieval putrefacto y miserable. Una vieja serpiente, como dijo Bolívar. Yo siempre he querido escribir un libro en el que quisiera recoger todo el inmenso desprecio que Bolívar sintió por aquella España tan detestable y baja, que aún tiene mucha fuerza; Bolívar llegó a decir: “Si alguna vez vimos grande a España fue porque lo hicimos de rodillas”.
- Y ahora la conocemos mejor con godos como Rajoy, Aznar y Felipe González que muestran un odio histérico contra la revolución bolivariana.
- Es que recuerdan a Bolívar. Miren, cuando el rey Juan Carlos vino a Venezuela en 1983, para los actos del Bicentenario del nacimiento del Libertador, en pleno Panteón Nacional se negó a llamar a Bolívar Libertador; lo llamó sencillamente “general”. Una afrenta para todos nosotros, y el presidente Luis Herrera Campins no lo mandó a la mierda que lo debió haber sacado a patadas de Venezuela.

















