La muerte de Francisco Franco, hace hoy 50 años, no supuso de facto la liberación de la sombra creada por una estructura que el líder fascista dejó bien atada. El historiador Iñaki Egaña realiza un repaso de lo acontecido durante su régimen y aquel 1975, año del deceso del dictador.
La selección vasca masculina de fútbol jugó en el exilio desde el golpe de Estado franquista de 1936 y se fue diluyendo con sus jugadores en la Liga de México. Había ganado en París su primer partido en 1937 contra el campeón de la Liga francesa y no volvería a representar a nuestro país hasta 1979, derrotando en San Mamés a Irlanda. Unos años antes, en 1974, y con una valentía inusitada, la selección vasca femenina jugó su primer encuentro en Beasain. En 2025, los jugadores vascos han competido contra la selección de Palestina. El eco ha traspasado fronteras y compartido las ansias de libertad de dos pueblos hermanados en esta ocasión por el fútbol.
En 1937, Euskal Herria había sido arrasada por el fascismo, mientras Palestina se había sublevado contra el Imperio Británico. Entonces, el 10% de la sociedad palestina fue asesinada, encarcelada o debió partir al exilio. En Hego Euskal Herria, las cifras fueron aún más escandalosas: para una población de cerca de 1.300.000 personas, 152.000 exiliadas, 60.000 detenidas y 6.000 ejecutadas extrajudicialmente en retaguardia. Gernika nos quedó como alegoría. Identificada por su simbología por el Ejército franquista, fue bombardeada por la aviación nazi y la fascista italiana.
Este año se cumplen 88 años del bombardeo de Gernika y medio siglo de la muerte del dictador, el que dio lugar a una férrea dictadura durante cuatro décadas, apoyada por su alianza con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Sucedió, sin embargo, que a la derrota al fin de la Segunda Guerra Mundial de Berlín y Roma, la España de Franco sobrevivió por razones geoestratégicas. Al comienzo de la Guerra Fría, en un planeta repartido en dos bloques, Washington lanzó un bote salvavidas a la dictadura franquista que subsistió hasta al menos la muerte del dictador, un 20 de noviembre de 1975. Madrid y Washington se convirtieron en aliados, y las disidencias vascas y españolas continuaron en el exilio, siendo detenidas y encarceladas, y abocadas a la clandestinidad.
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«Todo atado y bien atado»
Aquel 1975 fue terrible, con pocas buenas noticias, entre ellas la larga agonía del tirano que desde principios de año mostraba en la decrepitud su cercanía a la muerte. Su sucesor, el hoy emérito Juan Carlos Borbón, ejercía provisionalmente, asesorado por una ristra de cercanos soportados por la banca, la Iglesia, la oligarquía (también la de Neguri), el Ejército y la Embajada norteamericana.
Para la mayoría opositora, la muerte de Franco se había alargado más de lo previsto, falleciendo encamado y dejando, como había señalado, «todo atado y bien atado». Había sufrido unos cuantos atentados, de los que salió indemne. Su veraneo anual en Donostia provocó que dos de esos atentados ocurriesen en la capital guipuzcoana, alentados por anarquistas, en uno de ellos, ayudados por ETA.
Entre las noticias horribles estuvieron las ejecuciones, semanas antes del 20N, de Txiki, Otaegi y tres militantes del FRAP; las muertes en controles, manifestaciones o ejecuciones extrajudiciales; la muerte del solidario Jacques Andreu a lo bonzo frente a un Consulado español en solidaridad con los refugiados vascos acosados por la Gendarmería; la habilitación de la plaza de toros de Bilbo como centro de detención, en un estado de excepción que generó cerca de 4.000 detenidos de los que algunos, brutalmente torturados, como Tasio Erkizia, sobrevivieron al borde de la muerte; el inicio de la guerra sucia con mercenarios que crearon el BVE y, más tarde, los GAL. También murió Gabriel Aresti: «Nire aitaren (gurasoen) etxea defendituko dut».
Mayor cifra de presos
A comienzos de 1975, las cárceles españolas albergaban a 245 presos políticos vascos, dispersados en 22 prisiones. La intensidad del enfrentamiento a la dictadura fue el espejo de que, al final de ese año, los presos políticos se incrementaron en 504, alcanzando la cifra de 749, de ellos 104 mujeres. Efectivamente, una dictadura de corte fascista. Los modelos italiano y alemán crearon tendencia y, a su citada caída, EEUU dejó hacer a cambio de bases militares, entre ellas en Bardenas y Elizondo.
La cercanía de la muga nos permitió ilustrarnos desde Ipar Euskal Herria, comprar las perseguidas ikurriñas, lauburus y los libros prohibidos por Franco. Y, en la soledad de la noche, a bajo volumen para que no escucharan los chivatos del régimen, jugar con el dial de la radio, intentando sintonizar las emisoras del exilio, Euzkadi, Pirenaica, París o Tirana. Así nos enteramos de las torturas, las detenciones, la muerte de Carrero Blanco, las acciones de la oposición guerrillera y del inicio de la agonía del dictador.
Hoy, cincuenta años más tarde, la personalidad de Franco me recuerda -como se dice, salvando las distancias- a la de Trump. Uno militar, el otro empresario inmobiliario. Aquello que al Caudillo se le pasaba por la cabeza y lo manifestaba era no solo de orden político, sino, en muchos casos, y por muy disparatado que pudiera parecer, soporte jurídico. La opinión del dictador era la única válida y alcanzaba hasta los últimos rincones de la vida cotidiana.
Aficionado al fútbol, por ejemplo, y jugador de quinielas, en mayo de 1967 se suspendieron cuatro partidos para que Franco pudiera acertar el pleno de una quiniela (cuyo premio cobró, por cierto).
En ese mes, Cisjordania estaba en guerra contra el sionismo israelí y en Bizkaia, ante las huelgas obreras, el régimen decretaba un nuevo estado de excepción. Medio siglo a la sombra de aquella dictadura. Esperemos que la historia no se repita, ni como tragedia, ni como farsa.
Fuente: NAIZ

















