Por: Andrés Gaudin /Tiempo ar.
Un modelo en descomposición. A meses de la primera convocatoria, son cada vez más los millones que enfrentan la militarización del país ante «la invasión desde adentro», como lo calificó Trump.
25/10/2025
En un contexto en el que Donald Trump se asume y actúa ya como un puro exponente del absolutismo, un sembrador de odio que lleva a la sociedad a vivir en estado de pánico en medio del terror promovido desde el propio aparato gubernamental, entre siete y nueve millones de norteamericanos coparon las calles de más de 2600 ciudades, convocados bajo el lema No Kings. Lejos del tremendismo oficial, que en el delirio extremo calificó a los opositores como «asesinos, marxistas, socialistas, defensores del ‘antifa’ (antifascistas), anarquistas del ala pro Hamas de la extrema izquierda del Partido Demócrata» (todo eso en Estados Unidos), la protesta de una masividad no vista ni en los tiempos de Vietnam fue un mosaico de alegría avivado con guitarras y bombos que recordaron lejanos carnavales.
Las marchas del domingo se dieron cuatro meses después de la primera convocatoria al No Kings (no reyes) de junio, cuando a la caza de migrantes, Trump y su jauría cruzaban una línea impensable con el despliegue de la Guardia Nacional en la latinizada Los Ángeles. Ahora la protesta se enriquece, cuando la militarización del país se ha vuelto la nueva normalidad después de que el presidente-rey convocara a los cientos de generales y almirantes desplegados por el mundo para que se concentraran en la base de Quantico, en Virginia, donde les ordenó usar las grandes ciudades como campo de entrenamiento. Entonces deliró, como la más extrema derecha de su Partido Republicano, hablando de la necesidad de disponer de todo el poderío militar para detener lo que llamó «la invasión desde adentro», es decir, los inmigrantes llegados para trabajar y saciar el hambre.

Todas las crónicas, de uno al otro extremo del país, coinciden en la reproducción de expresiones de miedo de los manifestantes, desde los que dicen que es la primera vez que temen que se los identifique en una protesta hasta los que tratan de mimetizarse, ya sea ocultándose tras máscaras quirúrgicas para preservar el anonimato o con barbijos inflables de ranas o unicornios, como los que popularizaron los manifestantes de Portland (Oregón), usándolos para desactivar el relato de violencia en las calles que esgrime la Casa Blanca. Una mentira que les transmitiera Trump a los altos mandos reunidos en Quantico, cuando les dijo que «estamos luchando contra un enemigo interior, que no es diferente a un enemigo extranjero, pero es más difícil en muchos sentidos, porque no lleva uniforme».
El asesinato del terrorista Charlie Kirk, un propulsor del odio político y racial baleado en setiembre pasado en Utah, por un extremista como él, ambientó un recrudecimiento de la persecución ideológica que el presidente-rey había iniciado contra las universidades. Y llevó a la militarización de las ciudades gobernadas por opositores, donde se redoblaron las acciones represivas de extrema violencia de los agentes de inmigración lanzados a la caza de mexicanos y centroamericanos. En Portland y Chicago (Illinois), donde se desplegó a la Guardia Nacional, los agentes ejecutaron redadas particularmente agresivas, más que nada en Chicago, donde el gobernador demócrata JB Pritzker denunció que Trump ha convertido a la ciudad en «área de guerra».
Hasta ahora, a Trump no se le ha ocurrido decir que «L’État c’est moi», quizás porque no sepa que en Francia, alguna vez, existió un tal Luis XIV. De todas maneras actúa como el borbón cuando, comentando su reciente encuentro con Javier Milei, advierte que «no quiero que tenga tantas relaciones con China», o señala que «si Milei gana las elecciones estaré cerca de él, pero si no, me iré» y, en el colmo ya, dice que «este Putin me tiene un poco cansado». En el medio de sus dislates y bravuconadas se divierte, o da pena, según quién lo mire, al enfrentar al No Kings con un video de 19 segundos divulgado en la víspera de la fenomenal ola de repudio que recorrió al país. Allí apareció piloteando un avión de combate decorado con la leyenda King Trump, arrojando bombas de bosta a una multitud.

Tras el No Kings hay cientos de grupos de activistas que se han unido para protestar contra la marcha autoritaria del gobierno. «Trump cree que su poder es absoluto, se siente como un verdadero monarca, pero en Estados Unidos no tenemos reyes y, aunque nos cueste, no cederemos ante el caos, la corrupción y la crueldad», fue una de las consignas repetidas en las convocatorias del movimiento. «Cualquier adulona mediocre es una vocera autorizada de esta monarquía», rezaba una de las pancartas enclavadas en Washington, en las cercanías de la Casa Blanca. Ryan, su portador, explicó: «Hablamos de Karoline Leavitt, la vocera que hoy dijo que ‘se nos acabó la paciencia con Venezuela, no toleramos más a Nicolás Maduro’. Quien puede ponernos ante una situación crítica es la bufona, la dueña de un solo laurel, el de haber dirigido a la hinchada del equipo de softbol del Saint Anselm College”.
En las más de 2600 ciudades y pueblos donde vibró el No Kings –“sin reyes, sin tronos, sin coronas”– se leyeron proclamas de repudio al presidente-rey. En una de ellas, en una barriada obrera de Chicago, un breve texto señaló que «en este momento de peligro para EE UU nuestro mensaje es exactamente el mismo: presidente Trump, no queremos que usted ni ningún otro rey nos gobierne. Muchas gracias, pero mantendremos nuestra forma democrática de sociedad. No avanzaremos hacia el autoritarismo, gobernaremos nosotros, el pueblo», dijo el orador anónimo no lejos de Haymarket Square, el sitio donde fueron masacrados los trabajadores que se manifestaron en mayo de 1886 en demanda de los más elementales derechos laborales.

La sala vacía
Mientras Trump apelaba a sus invisibles dones diplomáticos para advertirle a Milei que se olvidara de sus dádivas si no le iba bien en las legislativas de hoy, casi 4000 km al sudoeste, cruzando la frontera, escritores y periodistas del mundo debatían en el marco de la 25º Feria del Libro de México sobre “El periodismo en tiempos de Trump”. Y a sólo 8 km, en el Pentágono, los periodistas acreditados vaciaban la sala desde la que, durante 84 años, transmitieron urbi e orbi los detalles oficialmente permitidos de las aventuras bélicas imperiales. Un fenomenal gesto de desprecio: se fueron con todos sus bártulos y sólo se despidieron de los cocineros y el personal de limpieza.
En la Feria mexicana hubo quienes recordaron que “en estos nuevos tiempos impuestos por el rey Trump nos hemos visto obligados a usar una palabra antes innecesaria para definir al régimen: fascismo”. A esa hora aún no se habían ido los periodistas del Pentágono, que con su gesto rechazaron la resolución con la que el ministro Pete Hegseth pretendía que los acreditados firmaran un documento, admitiendo la posibilidad de que sus noticias fueran consideradas riesgosas para la seguridad nacional. Se convertirían voluntariamente en los nuevos Julian Assange, el creador de WikiLeaks pasible de ser condenado a perpetua por haber divulgado documentos diplomáticos y militares norteamericanos.
La Asociación de Prensa del Pentágono, más de 100 medios de derecha, entre ellos las agencias más grandes, declaró que “estamos ante un día sombrío”. Se fueron las agencias AP, Reuter, EFE, AFP y Bloomberg; los diarios The New York Times, The Washington Post, The Wall Street Journal, The Guardian, Financial Times y The Atlantic; los sitios Politico, Axios y NPR y las cadenas radiotelevisivas ABC, NBC, CBS y CNN. Los panelistas reunidos en México recordaron las querellas previas con las que Trump reclama indemnizaciones siderales. Citaron los pleitos/mordaza contra The Wall Street Journal, The Washington Post y Meta, así como Facebook, Instagram, Messenger y WhatsApp.
La salida de los periodistas del Pentágono fue «emocionante», dijeron. Los acreditados esperaron para irse juntos, a las 4 de la tarde. A medida que se acercaba la hora, cajas de documentos se alineaban en un pasillo del Pentágono y los reporteros llevaban al estacionamiento muebles, libros, fotocopiadoras, fotos de archivo, servidores informáticos y material de insonorización del estudio de televisión. A la hora señalada para materializar la protesta, entre 40 y 50 periodistas salieron del lugar tras abandonar sus credenciales, abrazados y en un silencio sobrecogedor, «algo nunca visto en ese sitio que siempre fue infernalmente bullicioso», relató JJ Green, titular del más antiguo de los carnets del área de la seguridad nacional.

















