José Manuel Rodríguez
Una característica muy común de los «intelectuales comprometidos» -con lo que eso signifique- es, precisamente, hablar en abstracto del compromiso revolucionario. Tal prevención busca tomar distancia del involucramiento. Saben que toda revolución, portará virtudes y arrastrará defectos. Estas cosas fueron lo que me vino a la mente luego de leer el artículo «En horas difíciles pensar críticamente no es pensar rígidamente» de Fernando Buen Abad, un intelectual amigo del proceso político venezolano.
Fue precisamente ese título del artículo, lo que más me llamó la atención, pues la antinomia allí contenida pareciera hablar de prefigurar, en momentos de dificultades, formas diferentes a la crítica. La pregunta inmediata sería: ¿cómo medir, en esos momentos, la rigidez de ella? No la hago por impertinencia pues, todo proceso socialista -nunca completado- pasa por enormes y, en muchos casos, terribles circunstancias, dado que el capitalismo siempre lo agredirá. Tales ataques facilitó que, aquella proclama de Lenin: «Todo el poder a los Soviets», terminará en la consolidación de los esperpentos llamados -por los intelectuales- «socialismos reales». O que, en nuestro caso, la llamada «democracia participativa y protagónica», visualizada por Chávez como el Estado Comunal, derivará, luego de su muerte, en el gobierno del Partido. En China, la forma socialista, apelando a razones históricas y geopolíticas, la decidió el Partido.
Volviendo al asunto de los intelectuales y su papel en la revolución, Buen Abad, en el último párrafo de su artículo, trata este asunto con bastante elegancia. Dice esto: Pensar críticamente en horas difíciles exige desobediencia epistemológica con flexibilidad teórica, disciplina práctica, claridad pedagógica, audacia estética y humor estratégico… Lo asume señalando a los intelectuales como mediadores entre las autoridades y los ciudadanos. Y explica esa mediación: Nuestra tarea es construir narrativas verídicas que organicen y movilicen una pedagogía que conecte análisis y deseo…
¿Mediadores entre gobierno y ciudadanos? Ese es el quid del asunto. La cosa parece simple y prefijada: se asume que en todo gobierno, incluido los socialista, están los jefes del Partido, seleccionados, en el mejor de los casos, por sus militantes. A estos últimos y al resto de los ciudadanos, se les pide adhesión y acatamiento. Ayudando a enlazar unos y otros -supone Buen Abad- están los intelectuales. ¿Y por qué el socialismo tiene que aceptar ese destino irremediable? Lo pregunto porque el pensamiento crítico -y el marxismo lo es- busca emanciparnos de toda dependencia del poder omnímodo, omnisciente y omnipresente, es decir, de todo poder divino en los asuntos terrenales pero, también del tutelaje patriarcal y del autoritarismo gubernamental.