Campaña sin regreso
El 15 de mayo de 1813, sale el batallón bajo las órdenes de ese ser “pequeño”, con quinientos hombres, a libertar a Venezuela. Era una aventura sin esperanza para muchos, porque lo que lleva son restos de una escuálida división, estropeada, medio anárquica y turbulenta, fruto de las amargas desavenencias con Manuel del Castillo y el propio Santander.
A casi dos siglos de este hecho, ciertos neogranadinos ingratos, como la historiadora Pilar Moreno de Ángel, aún no le perdonan a Bolívar el que hubiese decidido liberar a Venezuela, para luego emprender el proyecto (que se tardaría unos seis años) de independizar la Nueva Granada. Dice doña Pilar, totalmente amargada: “en esta campaña (Admirable), pereció la totalidad de la tropa granadina tal como lo había predicho Castillo… y Bolívar y su ejército finalmente fueron aplastados tal como lo había vaticinado Castillo”.
Y añade:
El coronel Manuel del Castillo y Rada y el sargento mayor Francisco de Paula Santander, habían sostenido la tesis de que una invasión a Venezuela en ese momento histórico por la vía de Cúcuta, San Antonio y Mérida para liberar a Caracas de las fuerzas españolas constituiría un error estratégico de vastas proporciones. Los hechos confirmaron este aserto.
Sin mando y sin destino
Llega Santander a la gran casona solariega, propiedad de sus progenitores. ¡Qué tarde más hermosa! La algarabía de los pájaros, la sencillez de las almas campesinas, dedicadas al cultivo de la tierra, le hacen ver súbitamente la inutilidad de las porfías humanas en medio del lenguaje de las armas.
Después, allí, tratará de escribir al general Baraya, pidiendo licencia para organizar un batallón y arreglar intereses de la familia.
Alterado por la confusión de sus pensamientos, indeciso, imposibilitado de explicar su conducta a sus superiores, mirando hacia el cielo, exhala gemebundos suspiros. El pequeño caserío de El Rosario recibió la noticia de que había llegado el hijo de Manuela, arrastrado por los desastres de la guerra. Francisco envía a sus criados hasta el Hato Tres
Esquinas a ver si algún baquiano o viajero tiene noticias de lo que pasa en Tunja.
Dos comerciantes de los lados de Barinas, van hasta la casa del sargento mayor y le dicen que es bueno que se apreste para la lucha porque las fuerzas al mando de Bolívar, han llegado triunfantes a Caracas.
El batallón del sargento mayor sale a hacer un reconocimiento; se interna por las veredas aledañas a El Rosario.
Pernoctan dos noches en el corralón de la hacienda de un pariente suyo. Manda a un baquiano para que le rastree la zona y le avise de movimientos de gente extraña a la comarca.
Hay otros planes, como el de concentrar a la guerrilla en las faldas de Loma Pelada.
—Yo no tengo sino los recursos que ustedes ven. Aquí no hay gobierno y no puedo exponerme desde una posición tan desventajosa. No sabemos si el enemigo tiene un partido oculto en El Peñol; si nos cogen por la espalda nos destrozan. Esperemos hasta mañana que se nos va a unir un pelotón que viene de La Grita.
En efecto, recibieron refuerzos y cogieron hacia los lados de San Faustino. Por allí mataron una res. Estaba en plena cena cuando escucharon una sacudida brutal de varios trabucazos. Rodaron con bestias y todo, dispararon al azar, al tiempo que corrían hacia unos potreros. Fue una retirada forzosa al amparo de la noche; sin saberlo, llegaron a Capacho. Quería saber Francisco dónde se hallaban Rafael Urdaneta, Manuel del Castillo o el brigadier Gregorio MacGregor para servir más eficazmente a la patria, porque los estúpidos que lleva ni para arriar mulas sirven.
Llegan al río Zulia, el 1 de agosto de 1813, donde Santander y su gente también reciben otro susto con la guerrilla de Matute. Luego, les cortan la única salida para volver a Cúcuta y tienen que repasar el río. Descienden por una trocha muy tupida cuando se presentó lo inesperado. Nadie obedece. Santander vuelve grupas, a la vez que le pide a su gente protección; se coloca a la altura de la loma en frente de un pequeño grupo de realistas. Al ver que aquellos bajan en tremolina furiosa y que los suyos tiran las armas y huyen desesperados, él mismo se despeña como una bola hacia lo más bajo del cerro. Reventando cincha, pues es seguido de cerca por la guerrilla realista. Esto sucedió en el Llano de Carrillo, el 12 de octubre de 1813. El destructor de las huestes del sargento mayor fue el español Bartolomé Lizón.
Esta derrota dejó a Pamplona a merced de los realistas, una de las provincias más importantes del norte del país.
En fin, después de todo se sentía mejor. Se había salvado y había hecho algo, aunque no hubiera ganado nada. Todo se resolvería con un informe muy bien detallado de aquel infortunio. “En esta guerra no hay un solo militar que pueda jactarse de no haber sufrido una derrota…”.
Le fue informado a Santander que, por Quebrada Seca, se acercaba MacGregor con fuerzas de repuestos desde El Socorro. Hacia allá se encaminó y, en efecto, halló a MacGregor, quien después de oír el sufrimiento padecido en la escaramuza de Carrillo, decidió nombrarle segundo jefe de su batallón.
De inmediato MacGregor decide reconquistar toda la zona fronteriza del norte, perdida en la batalla de Carrillo.
Santander se sentía a sus anchas como segundo jefe.
Era indudable que tenía talento militar, pero necesitaba a alguien que se lo dirigiera.
Muy pronto MacGregor renuncia a continuar sus operaciones en aquella región, lo cual le resulta a Santander un trauma tremendo, por lo que resuelve ponerse a disposición de García Rovira en quien no cree mucho. Luego cambia y se pone a las órdenes de Rafael Urdaneta. Se siente mejor.
Piensa en el papel que habría hecho de no malquistarse con el “Demonio”, pero también se pone a considerar que a lo mejor ya no estaría vivo. Lástima.
En realidad el “Demonio” ha vuelto. Cruzará los páramos.
Castigará al gobierno centralista que Nariño, a sangre y fuego, sostiene en Bogotá. Irá a las costas orientales de Venezuela. Se pondrá a las malas con Manuel Piar, con José Félix Ribas, con Francisco Bermúdez, con Santiago Mariño y hasta con Páez.