SUCRE: ¡múltiples veces asesinado! (ESTO LO ESCRIBÍ EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA, UNA ÉPOCA HORRIBLE, BAJO EL MANDO DE LOS CRIMINALES ADECOS Y COPEYANOS…)
José Sant Roz
Su primer asesinato ocurrió en Berruecos, se sabe. Que su crimen fue producto de la inquina de los partidos, también sabemos. Que su muerte desdibujó para siempre el mapa de la Gran Colombia y consolidó al grupo liberal que habría de gobernar a la Nueva Granada casi dos siglos; que la impunidad de este asesinato fue la causa de las más espantosas guerras civiles padecidas por Colombia.
El pobre Sucre no sabía que habría de ser acribillado también a finales del siglo XX; apostados los eternos acaparadores de nuestra cultura tras los biombos de los realazos durante la IV república; vibrando sus plumas al son de nuestras eternas efemérides, preparando la segunda versión de la emboscada con la carnavalada de los premios y el delirio balbuceante de las academias, el otro tiro infame en la cabeza: «¡Ay balazo!»
Despavoridos otra vez corrieron sus tristes acompañantes: tres tiros más, casi todos certeros sobre la humanidad del Gran Mariscal: traspasaron cabeza, pecho y cuello.
Desde que se inventaron los centros burocráticos que financian la cultura de los pueblos, se propagó una de la más perniciosa degradaciones espirituales: el negocio de las saturnales intelectuales: Bienales, Encuentros, Concursos, Homenajes, Premios, y la IV república fue prolija en ellos. tantas veces más asesinaron a Sucre en Cumaná que se dice que quedó maldita por eternamente. es muy injusto decirlo, pero sobre Cumaná cayó una decadencia bestial. en la IV república los adecos y copeyanos decían:
-¡Vengan, adelante señores, martillen el papel que hay premios!
Decía el poeta Antonio Galán que la Cultura es como esos bellos animales silvestres, que cuando caen en la cautividad de los «promotores del arte», entran en languidez, y no son nunca más los mismos: no cantan si cantaban…; ni siquiera se reproducen ni mucho menos producen. Porque nada está más distante de la cultura que la viveza y la politiquería, y de ésto estaban llenos nuestros ateneos, nuestras casas de la cultura. ¿Se acuerdan cuando los Otero monopolizaban todos los ateneos de Venezuela? Un poeta no tiene estómago para llenar formularios ni escribir proyectos de solicitudes de plata; un artista popular como Juan Félix Sánchez carecía de las sutilezas que exigían los grandes dispensadores de aquellas bolsas de trabajo on las que, por ejemplo, mataron al escritor Argenis Rodríguez. Y al grito de los anuncios de la celebración del Bicentenario de algún prócer cundían toneladas de cuartillas que causaban vértigos, náuseas; ya sabéis que nada provoca más náuseas que ese tráfago de papeles que vibran al son del billete. ¡Tres mil millones de bolívares, aprobaron para celebrar un concurso sobre la vida y obra de Sucre! Los acompañantes del Gran Mariscal sólo pensaban salir de aquel tenebroso boquerón y regresar sanamente a la Venta.
En 1983 en Cumaná, no había ni un sólo archivo para investigar la vida de Sucre. Los estudiosos de la historia que acudían a aquella ciudad en busca de información se llevaban los peores chascos. En ningún lugar, por ejemplo se encontraban los trabajos de Juan Bautista Pérez y Soto, de Antonio José Irisarri, los análisis de Angel Grisanti, las Memorias de José María Obando o de Hilario López, las Memorias Histórico-políticas de Joaquín Posada Gutiérrez, ni mucho mrenos los seis volúmenes sobre la Revolución y el Diario Político de la José Manuel Restrepo.
Pero sobre Sucre en Cumana, no se sabe nada sino apenas un pleito terrible acerca del lugar donde nació, lo cual aún no se ha dilucidado.
Un día le pregunté a Benito Yradi, el por qué de tanta incuria, y me contestó: «-Tú sabes que sobre Cumaná pesa la maldición del Mariscal».
¿Quién por ejemplo sabe entre nosotros que el Crimen de Berruecos fue el hecho político «más rentable del siglo XIX» en la evolución del liberalismo granadino y mediante el cual pudieron llegar a ser presidente de la República los más emperifollados dirigentes, que tuvieron parte directa o indirectamente en la Infernal tramade Berruecos; pues el Crimen de Berruecos fue un coletazo del infame 25 de setiembre de 1828. En pago a estas «jornadas patrias», subieron al solio presidencial: Santander, José Ignacio Márquez, Hilario López y José María Obando, este último autor intelectual del asesinato y máximo mandamás de la Nueva Granada, tres veces.
¿Dónde se ha visto que por razones de la celebración de alguna efemérides se deba producir tal avalancha de producciones literarias, que fuerza no deberán ser sino bazofias? Un trabajo de investigación no es algo cuya culminación tenga fecha; esté maduro precisamente para el día en que se celebre la muerte o el nacimiento del hombre a quien se estudie. Llevo quince años investigando sobre el asesinato de Sucre, y varias personas que conocen de este trabajo se me acercaron para que lo terminara y pudiera así participar de la rebatiña que se anuncia. Y aún siento miedo de sacarlo a luz pública, y por allí se habla de varias biografías sobre Sucre y de un premio multimillonario exclusivamente sobre una muy especifica área de la obra del Gran Mariscal, como si uno pudiera, en cosa de poca tiempo armar, cohesionar con amor, prudencia y tacto un trabajo intelectual por el solo hecho de que se nos va a dar una plata.
Nada envilece más al hombre que este interés de embarcarse en un trabajo de «creación» por el beneficio personal que le pueda reportar… Sólo un genio como Jack London, Dostoyevsqui o Balzac habrían sido capaces de escribir a destajo, y producir verdaderas obras maestras; pero uno carece de ese don sublime de poder convertir simples hojas en blanco en fabulosas realidades.
Y constituye realmente un crimen; otro balazo más a la humanidad del Mariscal, una aberración, embarcar a seres pensantes (que son muy pocos) en la tarea de tener que escribir sobre algo que nunca antes se habían planteado, sólo porque la necesidad de hacerse con un capitalito extra.
Ya tener algo escrito y estudiado sobre Sucre; algo madurado por largos años de visita a librerías y bibliotecas; por la madurez y la experiencia que van dando golpes de la vida; por el conocimiento y el trato de centenares de obras con las que uno debe familiarizarse para decir algo nuevo y diferente de lo ya dicho, es una tarea extraordinaria y acogotante. Y sólo un imbécil, un ignorante, un hombre alejado de los libros y de la dura realidad del trabajo de investigación histórica puede tener la audacia de estampar en un concurso el que se dará un premio de ….. al que pueda parir a un cincomesino, y asi se lleve el gordo de la lotería consistente de ….
Eso es obsceno, criminal: el general hundido en el barro del petróleo y de las posturas indignantes sobre manierismo intelectual que entre nosotros hace estragos. La sangre confundida con el barro del petróleo. Y sus acompañantes conmovidos, implorando misericordia: «-No disparen, no somos políticos; vamos desarmados, no sabemos de pluma ni de premios…»
El asistente de Sucre va repitiendo en voz baja, como un zombi: -Han vuelto a matar al general. Lo acribillaron con dólares devaluados, pero lo acribillaron». Se oyen otras voces y ecos que no se entienden. Hay un animal desbocado que nadie puede controlar: es el mulo del Mariscal con la cincha desplazada hacia las ancas, los estribos arrastrados por el suelo. Alguien pregunta la salida de aquel boquerón, y contestan que quien lo sabe es el presidente Caldera. Caldera es el único que ve la luz. Por todas partes tipos agazapados con carabinas: es el asunto del medio pasaje y la chamusquina de los bancos: ¡Sí, lo han matado de nuevo!. El pavo que vuelve apoderarse de los indefensos ciudadanos: Berruecos en pleno centro de Caracas.
-¡Caicedo!, ¡Caicedo!, no es contigo!
Quince, veinte, cien, doscientos años y el caso nunca prospera en los Tribunales. La impunidad; la misma impunidad de siempre. Nadie supo quién lo hizo. Nadie purgó condena; sólo un pendejo, un capitán de nombre Apolinar Morillo fue llevado al paredón. En esta América del Sur, los subalternos de cuarto o quinto grado son los únicos que pagan por los crímenes.
Y cómo puede Venezuela tener el coraje de venir a celebrar esta efemérides, si Paéz, mientras vivió nunca quiso recordar a Sucre, pues como se sabe, la muerte de Sucre benefició su postura contra el Libertador. En ninguna comunicación oficial ni privada de Páez, jamás habló de la muerte de Sucre como un crimen. Y es muy probable que cuando conoció de este infausto suceso, lo celebrara, como poco después fue celebrada la muerte de Bolívar.