(GRÁFICA: esta imagen de Sender que se ha hecho icónica en la red, se trata de una fotografía que Sant Roz le tomó en su casa de San Diego California en 1979. Tiene en el hombro al pajarito Tridy que vivía en el casa de Sant Roz desde hacía años…)
5 -9 -1979
Me cuesta llevar este diario por mis obligaciones con la universidad. Visito todos los días a Sender. Voy cada tarde, desde el Campo de la USCD en la Joya hasta centro de San Diego donde vive don Ramón que está a unas doce millas de mi casa. Por lo general nos damos unos lamparazos de whisky que él me brinda, que él compra por garrafas; comemos «señoritas» y galletas, y compartimos vitaminas de todo tipo que él tiene en su mesita al lado del balcón, que también pasamos con whisky.
Don Ramón me cuenta que Dios le quitó todas las mujeres que tuvo. A su primera esposa la fusilaron los franquistas durante la guerra civil. Luego conoció y tuvo a muchas otras que les fueron siendo arrebatadas de su vida a medida que él se entregaba con fervor a su trabajo de escritor. Su soledad está llena de recuerdos de la infancia; su amor por Valentina (poéticamente novelado en “Crónicas del Alba”) le llena las horas cuando se asoma al balcón por las tardes, luego de una jornada dura de trabajo desde la madrugada. Amó profundamente a la madre de sus hijos, pero su muerte lo condujo al callejón sin salida de la desintegración total… Y al caer la tarde, cuando no se sabe por qué motivo, por qué extraño cruce de recuerdos se aferra en su alma la España que ha abandonado y que no le deja, viene a su memoria algún percance doloroso y me lo cuenta:
Un día –me cuenta-, no recuerdo exactamente el motivo, don Antonio Díaz del Moral, se abalanzó sobre mí; tuvimos un forcejeo, yo conteniéndole y él lanzándome golpes. Al final, cuando nos separamos, vi que sangraba mi oreja derecha. Más tarde don Antonio habría de morir en Barcelona, en los primeros días de la Guerra Civil: lo encerraron en un corral donde fue toreado, e imitando cada paso del juego de los toros, le aplicaron el tercio de banderillas. Finalmente recibió la estocada mortal. Después le cortaron una oreja que fue exhibida triunfalmente por los asesinos. Tanto Hemingway como Hugh Thomas, concuerdan en que don Antonio Díaz del Moral fue asesinado por los anarquistas catalanes, pero don Ramón asegura que fueron los falangistas.
Don Ramón, en el largo tiempo que le conocí, muy raras veces se refirió al tema de la guerra civil española. Lo evitaba; la vejez, su inmensa cultura, su profunda generosidad le habían dado una compresión muy elevada de lo que había sucedido en España y pensaba que nadie podría llegar a conocer la tragedia de aquella tierra, mucho menos los que no eran españoles. Estaba por encima de colores de partidos, de pugnas religiosas y sólo le interesaban los problemas eternos y complejos del hombre, los cuales le servían para su único aliciente: la creación literaria.
Refiero estos recuerdos como alguien que tuvo la suerte de conocer a uno de los españoles más importantes del siglo XX, como político, soldado, pensador, novelista, poeta y hasta como pintor.
Con la caída de la República en 1936, a Sender le corresponderá recorrer un camino asaz peligroso minado por enemigos tanto del lado de derecha y de la izquierda de entonces. En 1938, se pelea con el general comunista Enrique Líster por lo que acaba abandonando al Partido Comunista. En 1939, cuando huye a París, el recelo y la envidia de los viejos camaradas le sofocan, lo cercan, y va hasta a la embajada americana buscando otros horizontes. Encuentra que las colas para pedir visas hacia Estados Unidos en París son demenciales y decide enviarle al embajador una de sus novelas para ver si el tipo es sensible a las lecturas de novelas españolas, y tiene suerte. No obstante va atravesando una racha de locura y deseos de matarse. Me contó: “si tú hubieras visto el aspecto que tenía en esa época. Por allí se conservan unas fotografías…”
Toda aquella vorágine de desesperación fue una conmoción moral muy extendida entre sus compatriotas: cargaba con un sentimiento de estafa y de tremendas frustraciones. La guerra perdida, los sueños de la juventud destrozados, la familia desintegrada, sus mejores amigos, su mujer y un hermano fusilados. Los partidos y los ideales de una revolución proletaria en el mundo habían terminado para España, Italia, Francia y Alemania en un pavoroso fiasco. Siempre la misma maldición; no se trata de los ideales sino de los hombres. Pero alguien o algo tendrían que pagar por todo aquello. En los que más se habían arriesgado no les quedaba la menor duda de que Rusia los había abandonado, y que Stalin no dejaría vivo a ninguno de los que habían salvado de la guerra civil. Entonces surgió horriblemente, entre aquellos hombres heridos y atormentados un furibundo anticomunismo. Los que mejor desarrollaron ese anticomunismo fueron los trostkistas. Todo este comportamiento aún permanece inexplicable: ¿por qué fue entre los trostkistas de donde surgieron los más recalcitrantes conservadores y más aun los que habrían de enrolarse con la CIA para tratar de destruir al comunismo? Es uno de los más complejos misterios que envuelven toda esta escabrosa trama que surge a partir de 1947, con la implementación de la Doctrina Truman.
Desde esta época se trata de identificar fascismo y totalitarismo con comunismo. Aunque gran parte de esta explicación se encuentra en el horror que llegó a provocar en el mundo la política de Stalin, no puede entenderse cómo en personas forjadas en luchas de varias décadas, con sólidos conocimientos de filosofía, con carácter y valores humanos acendrados y profundos, se hubiese podido generar en ellos una posición tan frontalmente opuesta a lo que durante décadas constituyo la razón de sus trabajos creativos, de sus vidas.
En mis investigaciones sobre algunos intelectuales de izquierda de los años cincuenta, he encontrado que la CIA consiguió hacerles un muy fino y cuidadoso lavado de cerebro. En particular, un ejemplo de esta disociación mental la tenemos en Ramón J. Sender, a quien estuve tratando con cierta regularidad durante cuatro años. Hablaré de cómo fue el fuego cerrado, los bombardeos sicológicos de la CIA para dislocar la posición de Sender y de un grupo de españoles que participaron en la guerra civil del lado de la República. Don Ramón, y esto no parece para nada casual, fue conquistado sin ninguna duda por orden de la CIA, por la señora Florence Hall quien trabajaba para la Sección de Asuntos Culturales Latinoamericanos del Departamento de Estado norteamericano (con quien se casó). Esta “actitud” de Sender a favor de la lucha ideológica del poder estadounidense, se adaptaba perfectamente a las instrucciones que entonces impartía el escritor húngaro (ex bolchevique) Arthur Koestler, quien sostenía que la mejor manera para destruir a los comunistas era utilizando ex comunistas.
Ramón J. Sender, para la época en que lo conocí, me decía que él se consideraba más bien (y así en realidad lo había sido toda su vida) anarquista. Era un profundo admirador de las obras de Mijael Bakunín y del príncipe Peter Kropotkin; admiraba a Durruti, y a final de cuentas concluía que los anarquistas en la guerra civil habían sido los más honestos y los más valientes. Esta posición se refleja perfectamente en todas sus obras. Como don Ramón, todavía en la década de los cincuenta mantenía intacta su fe en ciertos ideales socialistas, para estrategas al servicio del Departamento de Estado como Koestler, resultaba ideal para ser utilizado contra los “fellowes travel”. Ya para principios de la década de los 50, la CIA incluyó a Sender en la lista de los INC (Non -Comunist Left, No comunistas de izquierda)…. CONTINUARÁ…