AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
El Kongress für Kulturelle Freiheit (El Congreso por la Libertad Cultural, CLC) surgió en junio de 1950 en Berlín, en la zona de ocupación estadounidense. Asistieron 118 intelectuales procedentes de diferentes países con distintas posiciones políticas para expresar de la manera más libre cuanto sintiesen sobre sus gobiernos, sobre los partidos, sobre el totalitarismo y lo que se debía hacer para sentar las bases de una poderosa organización internacional que acabara con las ideas comunistas.
El fenómeno del anticomunismo requeriría de todo un voluminoso trabajo de psiquiatría. Para la década de los 40, la sola palabra comunismo causaba pánico en casi todos los pueblos de América Latina. Era un terror que difundían los ricos y la llamada Clase Media, las familias adineradas que hablaban con horror de una revolución que en Rusia había desconocido la propiedad privada, que amenazaba con la destrucción de la religión de Cristo y en la que gobernarían los menos capaces, la chusma, borrachos, asesinos y locos. Toda una guerra propagandística que se reforzaría muy agresivamente con la guerra fría a partir de 1948.
En la Reforma la Constitucional en julio de 1936 en Venezuela, se proscribieron las ideologías Comunista y Anarquista, y el mismo Presidente Eleazar López Contreras expresaba que uno de sus fines políticos primordiales era salvar a Venezuela del comunismo. Recordemos los venezolanos, un acalorado debate en la Cámara de diputados, el 15 de junio de 1937, en el que Rómulo Gallegos ofendidísimo protestó porque lo habían llamado desde negro hasta comunista.
En el encuentro del Comité Internacional del CLC que se hizo en Bruselas (28 y 30 de noviembre de 1950), entre los miembros del Comité Ejecutivo estuvieron: Irving Brown, Arthur Koestler, Eugen Kogon, David Rousset, Ignazio Silote, Stephen Spender (T. R. Fyvel) y Denis de Rougemont, este último elegido presidente del Comité Ejecutivo. Estos siete personajes trabajaban todos y de manera consciente como miembros activos (y financiados) por la CIA.
Como Presidentes de Honor del CLC se confirmaron a filósofos mundialmente reconocidos como Bertrand Russell, Benedetto Croce, John Dewey, Karl Jaspers y Jacques Maritain. Posteriormente se agregarían como Presidentes, a Salvador de Madariaga y Reinhold Niebuhr, Theodor Heuss, Leopold S. Senghor, Ernst Reuter, Jayaprakash Narayan.
Por supuesto, el CLC, tendría su sede en la Ciudad de la Luces, París. Pronto se realizaría la movilización más vasta y descomunal jamás vista en la historia de pensadores, periodistas, escritores y académicos, todos en una febril campaña mundial por “recuperar aquellas libertades perdidas y para preservar y ampliar las disponibles”. Decía el manifiesto con el que salían a la luz: “Sostenemos que es evidente que la libertad intelectual es uno de los derechos inalienables del hombre… tal libertad significa en primer lugar y por encima de todo, el derecho a expresar y mantener las opiniones propias, y particularmente aquellas opiniones que difieren de las de los gobernantes. Cuando a un hombre se le priva del derecho a decir “no”, se le convierte en un esclavo”. Para esta gente la paz y la libertad eran inseparables. Enviaban signos encantadores como este: “solo es posible mantener la paz si cada gobierno somete sus actos al dominio y a la consideración de aquellos a quienes gobierna… y mantener la tolerancia de opiniones divergentes. El principio de la tolerancia no necesariamente permite la práctica de la intolerancia”. Ninguna “raza, nación, clase o religión puede arrogarse el derecho exclusivo a representar el ideal de la libertad, ni el derecho a restringir la libertad de otros grupos o credos, en nombre de ningún ideal o motivo elevado cualquiera que sea”.
Para esta época, se encontraba don Ramón J. Sender, dedicado a producir como nunca en su etapa de San Diego, y “Cuadernos” del Congreso por la Libertad de la Cultura fue la primera publicación en castellano del CLC, financiada por la Fundación Farfield (una de las más poderosas tapaderas de la CIA en el mundo). El escritor Gilles Scott Smith dice que estos Cuadernos recibían fondos junto con la revista Preuves, y que ambas para el año 1955 contaron para su financiación con veintisiete mil quinientos treinta y dos dólares. Para el año 1956 recibieron ciento sesenta y seis mil seiscientos treinta y siete dólares[3]. Para el perfil político de los colaboradores debía preferirse a los formados por “socialistas, liberales, independientes” y algunos, “democristianos”.
En el primer editorial de Cuadernos, de Julián Gorkin, nos encontramos con la monocorde cartilla que todos los días por prensa, radio y televisión nos vienen recitando los llamados “demócratas”. Ya hoy está rancia, pero es que no tiene otra forma y la repiten porque idiotas es lo que sobra en este mundo.
Decían en sus monocordes lamentos que largos siglos de progreso y de conquistas civilizadoras estaban siendo amenazados por los totalitarismos modernos. “¿Quién puede permanecer indiferente a esta trágica realidad? Los propios hombres de ciencia tiemblan a la idea de que sus investigaciones y sus descubrimientos puedan servir a la obra de destrucción y no a la obra de creación, a la muerte y no a la vida (…) Los seres humanos y los pueblos ansían como nunca vivir en paz y en comunicación espiritual, por encima de fronteras y de prejuicios morales y de razas; sin embargo las propagandas dirigidas los dividen y los enfrentan. (…) ¿Qué decir cuando son los propios Estados los que pretenden reducir a los artífices de la Cultura, bajo pena de deportación y de muerte, a simples traductores o defensores de las tiranías? ¿No constituye esto el peor de los atentados? (…) El pensamiento dirigido y controlado es la agonía del pensamiento. Se equivocan los que creen que la lejanía de las fronteras totalitarias y de los focos de conflicto los protege de su contaminación y de sus repercusiones y consecuencias. Que es posible gozar de bienestar y de creación libre y serena en un lugar mientras hay tiranía y esclavitud en otros. Y que es posible la paz en un continente cuando la guerra asola o amenaza con asolar a otros continentes.”
Claro, todo esto trataban de inscribirlo en una supuesta democracia, que no podía ser otra cosa que una brutal dictadura global, la del Gran Hermano Planetario, que ahora está dirigiendo Estados Unidos por las redes como Facebook, Twitter, Instagram, Goolge….
Uno de los trucos del CLC con ciertos intelectuales de izquierda, fue el de ir empujándolos primero, hacia una posición supuestamente neutral. Es así como al poco tiempo de estar escribiendo don Ramón Sender para Cuadernos le encontramos elogiando los méritos de Santayana por ser éste un hombre en política muy neutro. Un pensador que mantenía la firme idea de que “el margen [era] si no el lugar de la verdad, por lo menos el de la duda, tan amada por los filósofos de todos los tiempos”.
“Una posición escéptica, situada fuera de las dicotomías y convencionalismos, es también una cualidad positiva para Luis Araquistáin, quien en su artículo destaca que Donoso Cortés “para las izquierdas era demasiado reaccionario, y para las derechas demasiado liberal y no bastante ortodoxo”, lo que, por otra parte, no impide que critique duramente muchas posiciones defendidas por este pensador.[5]”
Con todos estos ripios y pajonales Cuadernos se presentaba como una revista militante de la libertad, una publicación crítica, desafiante y rebelde, independiente de cualquier ideología concreta o de la influencia de cualquier grupo de presión. “A pesar de ello, esta revista “fundamentalmente política”, como la califica Araquistáin, financiada por la CIA, distaba de ser una tribuna libre… Los fondos del Congreso sirvieron también para fundar más tarde la revista Mañana. Tribuna de la Democracia Española (1965 -1966), dirigida por Julián Gorkin; Censura contra las Artes y el Pensamiento, editada por Ignacio Iglesias desde París (1964 -1966); y Mundo Nuevo (1966 -1971), cuyo objetivo era representar la nueva doctrina de la izquierda latinoamericana de fidelismo sin Fidel, dirigida hasta el año 1968 por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, y a partir de entonces por un comité coordinado desde Buenos Aires por Horacio Daniel Rodríguez. En Madrid se creó a comienzos de los años sesenta el Comité español del Congreso por la Libertad de la Cultura y algunos de sus miembros fueron Dionisio Ridruejo, Pablo Martí-Zarro, Julián Marías, Enrique Tierno Galván, José Luis Caro, Paulino Garagorri y Joaquín Ruiz Giménez. Tras fracasar en el intento de editar su propia revista “Tiempo de España”, el Comité interior colaboró de forma muy estrecha con “Ínsula”, “Revista de Occidente” y “Cuadernos para el diálogo.” Así pues, la derecha y la vieja izquierda española unidas por el CLC.
Entre los miembros del PSOE más destacados en el exilio, que colaboraban con Cuadernos para atacar a los comunistas, se encontraba pues, don Luis Araquistáin a quien Gorkin decía en una de sus cartas: “para mí para esta casa en general usted es el colaborador más eminente y estimado”. Además de Araquistaín nos encontramos con otros decididos defensores de la república como Américo Castro, Salvador de Madariaga, Francisco Ayala, Arturo Barea, José Ferrater Mora, Francisco García Lorca, Jorge Guillén, Juan Ramón Jímenez, Federico de Onís, Claudio Sánchez Albornoz, Ramón Sender y Ángel del Río. Hubo algo que toda esta gente jamás pudo superar y eran los recelos que unos con otros se tenían. Una reserva producto, quizá, de las espantosas traiciones que habían brotado en todos los frentes de lucha. En ese “sálvense quien pueda” se generalizó una desconfianza que a final de cuentas supo aprovechar muy bien la derecha.
Todas estas molestas Cassandras (ex comunistas o renegados), como diría Koestler, eran ángeles caídos que tenían el mal gusto de revelar que el cielo no es lo que se suponía. Pero ellos, entonces, comenzaron a idealizar otro cielo, el del capitalismo, el de la lucha por la libertad que dirigía Washington, y para ellos ese otro cielo tenía muchísimas cosas menos malas que el paraíso soviético. Por ejemplo, Gorkin jamás cometía el “error” de criticar la política estadounidense aunque para la época en que dirigía Cuadernos el imperio estuviese imponiendo y manteniendo las más horribles y monstruosas tiranías en América Latina. Eso estaba muy bien y era muy válido que se hiciera.
En aquel mar permanentemente caldeado de tránsfugas, renegados y carajos a toda vela, don Ramón Sender no se consideraba en absoluto hombre de partido. Por eso me trató con confianza, hablándome de los mercenarios “moscovitantes”. Para don Ramón las ideologías todas terminaban en guerras y estrepitosos fracasos, y en su desesperada tranquilidad observaba con sumo cuidado las frases y sobre todo los silencios capciosos de sus amigos. “Todos somos criminales en potencia”, me decía en broma (y en serio) por las tremendas decepciones sufridas. Yo sabía que él había llegado a lo más terrible de verdades desnudas que muy pocos toleran. Cargaba con toda la culpa de lo que le había pasado a España, con las desdichas y catástrofes incluso de quienes le mataron a su esposa y a su hermano. Todo un océano sin fin de humillaciones. “Ojalá don Ramón pudiera perder la memoria para que la esperanza le renazca”, me decía. Sus obras a veces están empañadas de una gran desconfianza hacia el mundo que le rodeaba, a la vez que de un amor franco sin límites y sin esperanzas. Pensaba que los grandes amores insatisfechos acababan por hacernos divinos. Podía él callar y darse un buen trago de whisky, y luego de un rato soltar una de esas genialidades que lo dejaban a uno cachicorneto: “Mira, todas las mujeres deben estar enamoradas de alguien para que se puedan tolerar a sí mismas.” Después pensaba en una amiga suramericana, porque sólo éstas le daban nota, y recalcaba que “aquello” nunca se acababa… Y no lo olvidaban las mujeres por lo que él alguna vez les había dicho con originalidad y desdén. Cuando una amiga de esas “libres” lo invitaban a alguna reunión o fiesta, contestaba: “Mira, chica, tú sabes que si yo no jodo no me divierto.”
Para don Ramón, Pablo Picasso, en sus últimos años, ya no era comunista. Esta intoxicación sobre la supuesta estampida de Picasso del frente de los moscovitantes, le llegaba por vía de numerosas cartas y panfletos que se distribuían por el mundo. Picasso, su gran amigo, quien le hizo un retrato (el cual aparece en la portada de una de las ediciones de su novela “Monte Odina”, 1981). Me refería Sender que Picasso se había burlado sangrientamente de los moscovitantes y que la paloma de paz que él especialmente había diseñado para los rusos simulaba un tanque de guerra.
Esta supuesta explosiva idealización de esta paloma de la paz fue finamente preparada por la sección de guerra psicológica de la CIA. En cada frente de combate, la ingeniosidad y agudeza de los intelectuales de esa época se estaban usando en gran parte para tratar de penetrar y confundir, ablandar, ridiculizar, desmoralizar a los cerebros de sus oponentes. En una conferencia por la paz realizada en París en abril de 1949, Picasso presentó su famosa paloma de la paz que se convertiría en el prestigioso símbolo de los pacifistas comunistas. Y no fue que Picasso la diseñó para esa ocasión sino que el comunista, poeta y novelista francés Louis Aragón, uno de los organizadores de la conferencia, la encontró entre cartapacios de esbozos y papeles en los estudios del pintor malagueño; era una paloma cuyas plumas parecían polainas blancas que le cubrían las patas. Entonces, el grupo de intelectuales que se organizaron para sabotear esa conferencia en París, fundaron el movimiento dirigido por la CIA, “Paix et Liberté”, y comenzaron a ridiculizar la referida paloma. La llamaban “¡la paloma que hace bum!”, la colombe que fair Boum! Entonces Washington ordenó reproducir por millones en el mundo dibujos de ella, con la leyenda esa de la colombe que fair Boum! Sender se divertía contándome estas historias y a él no le cabía la menor duda de que Picasso le había echado una fina y grandísima broma a los rusos.
Era tal el barullo anticomunista que se le había metido en la sangre a Sender, que en 1980 no comprendía en absoluto cómo era posible que los latinoamericanos considerásemos a Estados Unidos nuestro enemigo. él pensaba que todas las políticas que Estados Unidos desarrollaban en la región eran por nuestro bien, pero que la culpa estaba en nuestra estupidez y locura, que nunca sabíamos apreciarlas ni aprovecharlas bien.
Era lo malo, siempre se escuchaba un comentario en la Casa Blanca, que luego que Estados Unidos les daba el apoyo a cada gobernante para que llegasen a la Presidencia de sus países, estos “hombrecitos” perdían todo sentido de responsabilidad y se creían con el derecho de imponer políticas del todo desviadas de los principios y de los valores democráticos que sustentaba Norteamérica. Era una desgracia con la que frecuentemente el Coloso tenía que lidiar. Así también llegó a pensar Sender.
Un trabajo muy interesante sería investigar la relación que pudo haber existido entre Florence Hall y el talentoso escritor Arthur Schlesinger quien tenía una especial predilección por hacer amistades entre quienes habían desertado de partidos comunistas. Schlesinger dominaba muy bien el español y conocía profundamente la historia y la política de los países latinoamericanos. Además, puede decirse que él estuvo desde muy joven ligado a los mayores centros de espionajes de Norteamérica desde los tiempos en que existía la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos y de la que nacería después la CIA. Fue de las principales políticas desde 1945 y Allan Dulles le invitó a formar parte del Comité Ejecutivo de Radio Europa Libre (Radio Free Europe).
Además de ser Schlesinger gran amigo de los ex comunistas José Figueres (ex Presidente de Costa Rica) y Rómulo Betancourt (ex Presidente de Venezuela), Schlesinger durante la década de los cincuenta recorrió gran parte de Europa en un trabajo propagandístico muy arduo al lado del famoso ex comunista Sydney Hook. Al igual que ex comunista Arthur Koestler, Hook se convirtió en un abominable soplón para la CIA y en un perfecto “reptil contrarrevolucionario”. Schlesinger, además fue uno de los cerebros del Congreso por la Libertad Cultural y siempre en una febril actividad estrechamente relacionada con el Departamento de Estado. Fue Schlesinger quien persuadió al filósofo Bertrand Russel para asumiera la Presidencia del CLC.
En Venezuela se mantenía desde la década de los cincuenta, una ardorosa polémica sobre el libro de Salvador de Madariaga sobre Bolívar. Observaba que Sender le tenía respeto y estima a Madariaga (quien llegó a ser presidente del CLC) no tanto como escritor sino como político. Madariaga debió haber sido un español muy petulante y soberbio quien se vanagloriaba por hablar cinco idiomas, por lo que Gasset tuvo que decirle que era tonto en cinco lenguas. Lo consideraba un sincero republicano y un hombre que amaba a la España profunda, a la España de Don Quijote, Quevedo, Antonio Machado y Federico García Lorca. Para entonces yo no sabía que Madariaga era quien había sustituido a partid de 1952 al monárquico ultra -conservador Benedetto Croce en la Presidencia del CLC. Sender me hablaba de libro de Madariaga sobre Bolívar, y debo confesar que comencé mi gran interés por leer la obra del Libertador a raíz de mis largas conversaciones con él, porque Sender consideraba que Bolívar era el hombre más noble y humano que había parido la América.
El interés de Sender por Bolívar era el mismo que sentía por Cristo, dos seres horriblemente traicionados, fracasados al intentar salvar a sus semejantes. Jesús el Redentor estaba en todos sus libros, como el ser más indefenso e ínfimo de la Tierra, y muchas de sus reflexiones sobre la impotencia de Cristo las había recibido de Simone Weil quien dedicó un ensayo a las palabras: “Señor, por qué me has abandonado”. A Bolívar lo definía totalmente para él todas las cartas de sus últimos días, la proclama final y su expresión: “He arado en el mar”.
A mí me parecía muy tendenciosa y manipuladora la manera como Madariaga analizó la vida y obra de nuestro Libertador, porque Madariaga no le perdonaba a Bolívar, sus juicios contra los españoles y también contra los norteamericanos. La razón de esto lo vine a entender muchos años más tarde. Irremediable y desgraciadamente ningún español jamás ha entendido el tremendo drama de América Latina, porque aunque lo nieguen, sean comunistas o monárquicos, siempre nos han visto con una carga monstruosas de prejuicios. Tanto a Sender como a Madariaga les costaba entender y aceptar nuestra cultura indígena y se les salía el conquistador y se imaginaban que andaban a caballo con la adarga bajo el brazo cada vez que se les cruzaba un indio mejicano, boliviano o peruano.
Respetuosamente le planteé a don Ramón que el señor Madariaga, en su obra se había documentado para presentar como pruebas irrefutables de la vesánica ambición de Bolívar, lo que contra él escribieron sus peores detractores, aventureros y canallas como Ducoudray Holstein, José Domingo Díaz y Hippisley.
Hasta la gloria de habernos independizado de España pretende arrebatárnoslo Madariaga, cuando escribe: “Quisiera saber uno, si tal empresa hubiera sido posible, con esa carga tan dramática de lucha y de creación política, de dolor, de tragedia y de lírica pasión soberana, sin Bolívar. Pasarán mil años, y España no conocerá entre sus políticos, entre sus estadistas, un hombre como Bolívar, y por el contrario le sobrarán Godoys, Fernando VII, y do -as veleidosas como la reina María Luisa.”
Sabemos del papel nefasto que introdujeron los curas en la justificación de la dominación de los indígenas y en la introducción de los esclavos en este continente, pero Madariaga sostiene que la Iglesia española aportó al Nuevo Mundo el principio de la libertad de los indios y el de la igualdad cristiana, cuando pasaron a cuchillo a millones de indefensos seres que poblaban estas tierras. En el capítulo “El Hombre” de su libro “Bolívar”, se extiende sobremanera en este punto, dándole soporte a esa columna básica de la dominación de nuestros pueblos (junto con lo militar y la oligarquía mercantilista): la religión católica, en un todo y perfecto acuerdo hoy con la CIA. Sabemos que casi todos los obispos de América Latina, desde Argentina, Uruguay, Paraguay, pasando por Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil, Colombia, todo el Caribe y Centroamérica, han trabajado codo a codo con el Departamento de Estado norteamericano para mantener en jaque y hundir, o ahogar en sangre si es posible, cualquier gobierno que intente dirigir su destino soberanamente.
Es para sublevarse, conociendo la pavorosa falta de instrucción que padeció y padece nuestra América, que Madariaga diga: “La Iglesia fundó las más de las instituciones de enseñanza y de caridad que pronto cubrieron todo el continente, y en general actuó siempre como la abogada del débil y del indefenso, sin prejuicio alguno de color”.
Cuando Bolívar ataca a los españoles con el verbo de sus clarividentes e inapelables sentencias, entonces Madariaga primero recula y luego se va sobre él y dice que lo deberían encerrar en un manicomio. “Un continente –dice Bolívar – separado de la España por mares inmensos, más poblado y más rico que ella, sometido tres siglos a una dependencia degradante y tiránica… Tres siglos gimió la América bajo esta tiranía, la más dura que ha afligido a la especie humana. El español feroz, vomitando sobre las costas de Colombia, para convertir la porción más bella de la naturaleza en un vasto y odioso imperio de crueldad y rapiña… Señaló su entrada en el Nuevo Mundo con la muerte y la desolación: hizo desaparecer de la tierra su casta primitiva, y cuando su saña rabiosa no halló más seres que destruir, se volvió contra los propios hijos que tenía en el suelo que había usurpado”.
Además de racista y pro -colonialista y por eso encajaba muy bien en el CLC, Salvador de Madariaga quien coincidía en todo con esa brutal manera como España quiso civilizarnos. La escritora Julia Elena Ria dice que “las masacres que hasta ayer azotaban a nuestro mundo latinoamericano, no sólo en el sentido de destrucción del hombre sino como delito social y transgresión de los derechos humanos, hoy son causa de preocupación universal. La ortodoxia sobre ellas supone una doctrina básica dominante (colonialismo, positivismo, liberalismo, neoliberalismo, neocolonialismo) en los momentos históricos durante los cuales se produjeron y donde, por lo general, prevalecían concepciones deterministas. Las masacres se realizan para no interrumpir el encadenamiento ascendente en el cual se considera que la etapa histórica presente debe ser superior a la precedente, sin que nada la enturbie”. Y añade que sobre los fusilamientos en Cholula, Salvador de Madariaga los justificó en su historia sobre Hernán Cortés, tomando una cita del historiador inglés Munro, a quien atribuye estas palabras: “La matanza de Cholula fue una necesidad militar para un hombre que guerreaba como Cortés” (Madariaga. 1951, p. 290). Agrega la escritora Rial que el inglés le “sirve a Madariaga para apoyar su tesis colonialista y para referirnos el porqué de una masacre con un bi -discurso que describe un Cortés pedante y altanero, que se sentía con derecho para atacar cualquier aldea desarmada, pero también era “valiente y legalista”. La distorsión que muestra el lenguaje y la prepotencia histórica se entremezclan para desvirtuar los hechos. Es oportuno recordar aquí a José Carlos Mariátegui quien pensaba que sin sensibilidad política y clarividencia histórica no puede haber profunda interpretación del espíritu literario[9]”.Esa manera sin sensibilidad humana y política, le brota a Madariaga por los poros cuando escribe que los pueblos de las Indias amaban a Fernando VII, porque “la Corona de España había sostenido tradicionalmente los derechos de los pueblos frente a los excesos de los encomenderos y en general de las clases altas criollas”. Esta barbaridad no se la cree absolutamente nadie, que aún en el 2005, en una encuesta que se hizo en Madrid, casi un 80% de españoles no sabe ni siquiera si América estuvo colonizada por España, mucho menos iban a saber nuestros pueblos de entonces que provenía de la Corona española toda “aquella gracia y bienestar, seguridad y protección de sus derechos de los que ampliamente disfrutaban”. Cuando las querellas tardaban siglos en llegar a la Península para que luego estos informes fuesen desechados y olvidados. Y otra vez Madariaga atribuye esta noble virtud realista a la benéfica influencia de la Iglesia, en particular de los frailes. Sender comenzó, a partir de los cincuenta a tener una gran admiración por los Estados Unidos, aunque consideraba que la tecnología era una mierda (“la hija que le salió puta a la ciencia”), y que el capitalismo tarde o temprano nos conduciría al infierno, a una guerra total. Además de Bolívar, Sender conocía de Venezuela lo que había escrito Humboldt en “Viaje a las regiones equinocciales”, algunos trabajos del escritor Rufino Blanco Bombona (quien había sido propuesto al Premio Nobel de Literatura), “Do -a Bárbara” de Rómulo Gallegos y las dos maravillosas obras de Teresa de la Parra: “Memorias de Mamá Blanca” y “Ifigenia.” Nunca se perdonó Sender, que encontrándose Teresa de la Parra muy enferma, a principios de 1936, en un hospital de Madrid, él no hubiese podido ir a verla.
Pero al igual que Madariaga no le perdonaba a Rufino Blanco Bombona, por ejemplo, sus terribles juicios sobre los conquistadores y colonizadores españoles.
Como se había enrolado en el frente anticomunista que dirigían en el mundo personajes como Julián Gorkin y el mismo Madariaga, no soportaba la figura de Fidel Castro a quien llamaba la “Mujer Barbuda del circo”. Y en la misma línea me contaba que él había conocido a muchos hijos de puta en su larga vida pero como a Neruda ninguno. A veces, cuando sonaba el intercomunicar de su apartamento y nadie le respondía, estallaba: “Esos son los grandes hijos de la cerda comunistas que se cansan de fastidiarme.”
Pero se ve que el odio de muchos republicanos contra Neruda le venía también por la campaña atroz que desde la revista Cuadernos difundía su director Joaquín Gorkin. “La campaña contra Neruda llevada a cabo por el Congreso por la Libertad de la Cultura durante años, se acentuó en 1963, cuando el poeta apareció como un firme candidato al premio Nobel. Dice Gorkin que Neruda “encubre y justifica” los crímenes de Stalin y que se ha convertido en un “bonzo político o intelectual” a sueldo del Kremlin. También le echa cara la fortuna ligada al Premio Stalin, concedido por el Kremlin, comparado con los tristes destinos de los escritores -víctimas, Essenin, Bloch y Mayakovski, y con los miles que han muerto en los campos de concentración de Rusia.
Gorkin encontró toda una cantera de “crímenes” en Neruda como para atacarle a fuego cerrado por más de una década: habla del Neruda diplomático que en Francia, le buscó refugio en Chile, sólo a los españoles comunistas. “Si bien es cierto que Neruda fue exponente de un “stalinismo flagrante” y que escribió “lamentables” poemas dedicados a Stalin, y que tampoco condenó la invasión de Hungría y sólo dijo que se equivocó respecto al estalinismo en 1971, también es cierto que son calumniosas las acusaciones de Gorkin al respecto del supuesto afán del poeta de rescatar tan sólo a los comunistas en su acción de ayuda a los republicanos exiliados. A raíz de este artículo vemos que Gorkin miente, cuando atacado posteriormente en la América Latina por Neruda, dirá que “él no ha provocado a Pablo Neruda”.”
Sender conoció a Neruda en México. Me contaba que era muy fácil “poemizar” como lo hacía Neruda, e incluso me escribía unos versos allí en una servilleta donde tomábamos licor y me decía: “hay tienes un verso nerudiano”. Sender se ahoga en el medio cultural mejicano (donde a los españoles le llamaban “gachupines”) y allí no tenía amigos: le perdió toda confianza a Luis Buñuel y a Max Aub, porque seguían siendo según él, “pro -soviéticos”. Me decía que al mejicano le gusta que lo maltraten: “al gringo que les explota, que les humilla y que les ha arrancado más de la mitad del territorio le admiran y le adulan; fíjate como importan artistas de otros países para hacer películas y telenovelas, porque les ofende y denigra ser indios… Ya hasta en las escuelas le prohíben a los niños llevar vestimentas indígenas”, me decía.
Para Sender México tenía muy pocos auténticos escritores, a excepción de Alfonzo Reyes a quien consideraba más bien europeo. Para él, las tres grandes obras mejicanas eran, “La Serpiente emplumada” de G. H. Lawrence, “Tirano Banderas” de don Ramón del Valle Inclán y su “Epitalamio de Prieto Trinidad” (se le olvidó incluir “Bajo el volcán”, de Malcom Lowry). México era un país que le deprimía, sobre todo cuando veía a los hijos de Pancho Villa y Emiliano Zapata deambular por las calles de Los Ángeles o de San Diego, buscando un trabajito y llamando a los gringos con expresiones propias de esclavos: “no tiene algo patroncito en qué servirle…” Un día que paseábamos por Balboa Park como uno perrito chihuahua le diera por ladrarle furiosamente y seguirle un largo tramo con mucho estruendo, me dijo: “Buenos chico, el hijo de puta como que me ha identificado; se acuerda de todos los que se comieron mis antepasados.”
Sobre la figura del Presidente Lázaro Cárdenas, don Ramón tenía el peor concepto: “le pagaron un millón de dólares para permitir la eliminación de León Trostky”. Hay que tener en cuenta que Sender conoció muy de cerca al legendario Trostky y en varias ocasiones lo visitó en “su fortaleza” de Coyoacan. Me decía Sender que viendo la cantidad de hombres armados que le protegían, le advirtió: “Mire, tantos hombres protegiéndole lo que hará será llamar al crimen”.
Como Trostky era judío y tocando el tema de la diáspora, don Ramón me aseguraba que el problema de esta gente es que son los más parecidos a quienes trataron de exterminarlos: son lo que más admiran (con devoción profunda) al nazismo de Hitler, y quienes tratan emularlo en todo.
En 1980, le pedí Sender que fuera el padrino de mi hijo Winston quien entonces cumplía siente años. Con gusto accedió, aunque me dijo que no iría a la ceremonia en la iglesia. Me contaba que los curas lo odiaban y que durante muchos años le estuvieron fastidiando terriblemente; que no soportaba verlos embutidos en esas sotanas, engañando a todo el mundo. Le parecía que esta gente cultivaba la más indigna de las profesiones: asumir la tarea de seguir los mandamientos de Cristo cuando tienen toda la libertad del mundo para ser santos si realmente lo desearan.
Por aquellos días, quise abandonar las matemáticas e irme a España a llenarme de castellanismos; dedicarme exclusivamente a la literatura. Cuando se lo plantee, me detuvo: “No hombre; termina tu carrera de matemáticas y deja la escritura como un lujo.”