AUTOR Y COMPILADOR: Pedro Pablo Pereira
16 -2 -1993: Me ha llamado el abogado de Juan Félix Sánchez, el doctor Álvaro Varela. Estuve hablando con él dos horas sobre asunto de la invasión que se ha hecho a la casa paterna de Juan Félix. Hemos considerado que se deben tomar acciones a nivel de la Dirección de Cultura de la Gobernación para evitar que destruyan las obras del Hombre del Tisure. No sé en qué podrá quedar eso con gente que en absoluto le interesa la cultura.
Vi a Eurípides Moreno, el director del diario “El Vigilante” y le entregué un artículo sobre la doble jubilación del ex rector Néstor López Rodríguez. Me ha invitado con mucha cordialidad a colaborar en el diario El Vigilante. Por la tarde he ido al diario “El Correo de Los Andes” a llevar otro artículo; Alberto Garrido, el nuevo Director, me ha dicho que tal vez no puedan ser publicados mis trabajos en su periódico, pero que intentará enviarlo a “El Nuevo País”, donde él tiene un espacio reservado. Este artículo lleva por título «El túnel sin salida de esta democracia. (¿Puede prosperar un país de acomodadizos y llorones?)», lo había enviado a “El Globo”, pero ya veo que no lo publicaran. Para publicar en los periódicos de nuestro país, hay que ser «decente» y tener algo de putita, indudablemente.
El libro del padre Santiago López-Palacios sigue paralizado, congelado, destrozado en la Imprenta de la Facultad de Ciencias de la ULA… podría asegurar que si nunca más me presento por allí, jamás esos “trabajadores” harían nada por sacar ese libro del padre, y ojo: es un libro que yo estoy pagando en su totalidad…
17 -2 -1993: Ayer he vuelto a hablar con Álvaro Varela, abogado y apoderado de Juan Félix Sánchez. Habíamos quedado en conversar con el Director de Cultura, Manuel de La Fuente, pero a la final le he dicho que sea él quien lo haga sin mi compañía, porque seguramente al verme se pondrá histérico. Suelo ser una traba y una perturbación, en lugar de una ayuda para este tipo de gestiones. En definitiva, le propuse que si no se llegaba a nada con de La Fuente, fuéramos un grupo de merideños a la Gobernación y con una acción radival tratásemos de presionar para que se le devuelva la casa paterna al Hombre del Tisure. Cuando dije todo esto noté a Álvaro Varela nervioso y vacilante.
10:00 a.m. Vuelve a llamar a Álvaro Varela, y lo noto ahora muy entusiasmado con la idea de que el pueblo tome la casa de Juan Félix en San Rafael, me dijo que se lo había contado a Eurípides Moreno y que éste le prometido darle todo su apoyo; le he contestado lo que debe hacerse con la prudencia debida, pues aparecerán los eternos monopolizadores de la cultura y de la politiquería regional dándoselas de defensores de la cultura en plan de tomar la Casa de la Cultura de San Rafael y perturbándolo todo, precisamente para que todo siga igual o peor, y ellos coger centimetrajes por la prensa.
He hablado con Carlos Colmenares, encargado de la edición del libro del padre en la Imprenta de la Facultad de Ciencias, y ahora me ha dicho que sus trabajadores estarán durante esta semana en un curso de computación; que luego viene carnaval, de modo que será después del 24 cuando volverán a dedicarse al asunto del libro.
Le han destrozado los sesos a un liceísta en una protesta en el centro de la ciudad. Esto ocurre en nuestras frecuentes protestas estudiantiles. Lo más indignantes es ver a esos “dirigentes estudiantiles», que no saben expresarse, que no leen, que no piensan, traficar con la sangre de los pobres estudiantes, mantenerse en la cúspide de la opinión pública a fuerza declaraciones cada vez que asesinan, hieren o torturan a un estudiante. Por todo esto, aquí de veras quién podría ser capaz de dirigir una verdadera revolución, un verdadero cambio. Por arriba los cerdos de la «democracia», por debajo la canalla de ciertos locos que en nombre de la revolución lo que buscan es elevarse en los cargos públicos para robar, y mantener al país en un verdadero estado caos interminable.
18 -2 -1993: La ciudad ha estado completamente paralizada por el caos de los tirapiedras que disfrutan quemando cauchos, ambulancias, camiones del Aseo urbano y carros particulares. Nada mejor para nuestros desgraciados gobiernos, que la confundida dirigencia que protesta. No hay una voz que asuma la protesta con seriedad y carácter, no hay un político que sea capaz de cohesionar a las comunidades en sus clamores sociales. Todo es un caos, una verborrea imparable. Desgraciadamente casi todos los dirigentes estudiantiles que hemos tenido a poco de graduarse se venden al sistema. Toda una tragedia que se viene repitiendo desde que derrocaron a Pérez Jiménez.
20 -2 -1993: Es impresionante la cantidad de carros lujosos que se ven por las calles estos días de la feria del ron. Mientras más frívola es la gente, más dinero consigue para derrochar. Se ve que son ociosos estos vacuos que se pavonean con sus naves; llevan vidrios ahumados y el equipo de sonido a todo dar. De diez personas que uno ve, siete van tomando cerveza. He visto a un viejo muy bien vestido, con los calzones completamente meados. Yo creo que trataba de alardear de ello. Lo importante es mostrar que se divierte. Ver este espectáculo produce algo de lástima y algo de asco y pena. De diez mujeres que he visto, siete son feas y tres regulares.
He visto una fotografía en el diario El Vigilante, en la que, en la Plaza de Toros, aparecen celebrando a rabiar el obispo Porras al lado de Michel Rodríguez (actual rector), también con el doble-jubilado Néstor López Rodríguez y otras elevadas y vacuas personalidades de la ULA. Parecieran ebrios de brutalidad y de estupidez. ¡Cómo se merecen los cargos que detentan!
He terminado de revisar los tres primeros volúmenes de la Historia de Amor en la Historia de Francia.
21 -2 -1993: Días de encierro. La ciudad sigue tomada por borrachos. Los disipados quiere siempre divertirse, y lo consiguen a costa de la paz de los restantes ciudadanos que no se atreven a defenderse. Las cornetas y la música truenan por doquier. Toda la avenida Las Américas ha sido inundada por unas diez mil personas. Ayer cuando fui a comprar el periódico la muchedumbre desbordaba las aceras y aplastaba las pocas matas recién sembradas en la avenida. Había muchos hombres disfrazados de mujeres; hacían lo imposible porque otros les miraran, que les rieran sus gracias y contorsiones. Subí hasta al Centro Comercial Mamayeya para comprar pan y vi familias enteras rogándoles al dueño de la panadería que les permitiera usar el baño. “ -Baño no hay. Está podrido, cojan para el monte que está cerquita, ahí, detrás del Hotel Don Juan…”, les decían.
22 – 2 – 1993: Estuve en los Talleres Gráficos de la ULA. Me ha sorprendido encontrar que mi libro “Maldito Descubrimiento» (segunda edición) está a punto de salir a la calle. He escogido ocho dibujos de Goya, que ilustraran este trabajo. Estos dibujos de Goya me los regaló Ramón J. Sender.
He pasado los tres últimos días releyendo Bajo el Volcán de Malcom Lowry. Este ha sido uno de los libros de cabecera de mi hermano Argenis. ¡Oh Dios, hay tantas páginas estremecedoras en esta novela! Pongo por caso estas líneas: “¿Qué belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la mañana? ¿Tus volcanes allá afuera? ¿Tus estrellas?… Perdóname, pero no. No son tan hermosas como por fuera lo es esta cantina; pero piensa en todas aquellas terribles cantinas que pronto estarán alzando sus persianas, porque ni las mismas puertas del cielo que se abrieran de par en par para recibirme podrían llenar de un gozo celestial tan complejo y desesperanzado como el produce las persianas de acero que se enrollan con estruendo, como el que me dan las puertas sin candado que giran en goznes para admitir a aquellos cuyas almas se estremecen con las bebidas que llevan con mano trémula hasta sus labios. Todos los misterios, todas las esperanzas, todos los desengaños, sí, todos los desastres existen aquí, detrás de esas puertas que se mecen…”.
23 -2 -1993: He bajado hasta el jardín del edificio donde vivo (Residencias Cardenal Quintero) para que mis niñas paseen un poco en bicicleta. Bajé con una silla de extensión y el libro de Lowry. Alguien comenzó a tirarme bombas de agua y tuve que volver a casa para no alterarme y no tener que enfrentarme a algunos imbéciles. En Venezuela pareciera que molestan horriblemente los que se dedican a leer un libro en plenos carnavales. Recuerdo una vez que salí a caminar por el vecindario de modo pensativo y una vieja fisgona que vivía pendiente de la vida de todo el mundo, y que me observaba desde la ventana de su casa salió y me preguntó: » – Señor José, ¿qué se le ha perdido?»