Maryclen Stelling
En el 2005 formamos parte del Observatorio Global de medios que cubrió las elecciones generales de Bolivia efectuadas el 18 de diciembre.
Entre los hallazgos de nuestra misión de observación, destacó de manera importante el racismo imperante en la sociedad boliviana. Los medios de comunicación -radio, TV, prensa- constituían el ámbito privilegiado para el ejercicio del racismo simbólico, el escenario ideal para la puesta en escena de los prejuicios racistas. Ante la posibilidad de que se impusiera Evo y, a medida que se aproximaban las elecciones, se exacerbaron -tanto en la opinión como en la información- las prácticas discriminatorias y descalificadoras de la población indígena y mestiza. En tanto construcción social e histórica, descaradamente afloraron el racismo, la blancura y la pigmentocracia.
En 2017, el vicepresidente García Linera afirmaba que en “Bolivia tener la piel blanca ya no da poder y ser indígena ya no representa ser un desposeído, algo que antes ocurría y «asfixiaba» a la democracia boliviana.” En su opinión, lo que está en curso en Bolivia es “una ampliación de élites, una ampliación de derechos y una redistribución de la riqueza. Esto…es una revolución”. Con firmeza y convicción concluía «Hemos avanzado en leyes que desmontan el Estado pigmentocrático que había en Bolivia. Hasta hace once años atrás la jerarquía y el poder tenían pigmentación de piel: a mayor blanquitud, mayor poder y a mayor indianitud, mayor desposesión». En su opinión, esa «pigmentocracia» que dañaba la democracia de Bolivia, ha desaparecido dando lugar a una pluralidad con la presencia de aimaras, quechuas, mestizos y criollos en los distintos cargos del país.
En 2019 el golpe de estado desnuda y denuncia esa ilusión de armonía. Biblia en mano más los ataques a la Whipala, delatan el carácter racista del golpe y el reposicionamiento de la pigmentocracia con el gobierno de facto. Se reavivan tensiones raciales y étnicas que aparentemente estaban dormidas.
El triunfo del MAS en las recientes elecciones no supone el desmontaje automático de la etnicidad y el color de la piel como capital, ni una derrota de la pigmentocracia sustento del patrón de poder que opera tanto en el plano material como subjetivo de la sociedad boliviana.
La lucha sigue.
@maryclens