Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
La estirpes paterna y materna indicaban que la carrera de las armas debía ser en
primer lugar la que abrazara Antonio José, su propio padre llegó a ser general en jefe
del Ejército de Cumaná. Antes, la precipitada muerte de su madre y el nuevo
matrimonio de Don Vicente influyeron poderosamente en la vida del niño que adoptó
una personalidad introvertida y taciturna.
Inició sus estudios en la Escuela de Primeras Letras de Cumaná pero pronto fue
trasladado a Caracas ciudad en la que bajo protección, orientación e influjo de su
padrino el clérigo Antonio Patricio Alcalá ingresó a la Escuela de Ingenieros, donde
aprendió geometría álgebra, trigonometría, agrimensura, fortificación y artillería.
Los sucesos del 19 de abril de 1810 le sorprenden en Caracas, el fulgor de los hechos
van a tener notable influencia en el joven cumanés que paraliza sus estudios y decide
retornar a su ciudad natal que había adherido a la revolución y creado su propia Junta
de Gobierno.
Otro sacerdote, su tío José Manuel Sucre, le insufló a los 15 años el fervor patriótico
que a esa temprana edad habría de adquirir y perpetuar por el resto de su vida. No
hubo más tiempo para el estudio, sintió que Venezuela requería de sus servicios y se
entregó a la carrera militar, asumiendo la responsabilidad de una formación
autodidacta.
Su vida en campaña comenzó en 1811 y no habría de cesar sino con su muerte. Tuvo su
bautismo de fuego a los 16 años durante la toma Valencia, sangrienta batalla que se
saldó con la victoria a pesar que las filas republicanas. En estas condiciones conoció a
Francisco de Miranda, con quien tuvo un encuentro casi imperceptible. En ese
contexto también conoció al coronel Simón Bolívar que servía a las órdenes de
Miranda.
A partir de ahí, y tras el sufrimiento y el dolor por el exterminio de su familia en 1814
a manos del caudillo español José Tomás Boves, su tristeza se acentuó y su carácter
solitario devino en un perfil que no abandonaría jamás.
Sucre se volcó a la carrera militar acerado por el dolor de la pérdida familiar, el
ímpetu de su juventud y el fervor patriótico que abrazaría por el resto de su vida.
Ascendió muy pronto a teniente, en 1813 a capitán bajo el mando de Mariño y en 1815
a comandante al dirigir la artillería en el sitio de Cartagena. En 1817 recibió el grado
de coronel. Solo tenía 24 años recién cumplidos cuando el vicepresidente Zea en
ausencia de Bolívar lo hizo General de Brigada y le encargó el mando de la Legión
Británica de Apure
Su aprendizaje fue lento, difícil y sistemático. Siendo muy activo y sagaz, además de
arrojado, su apocada personalidad pasa inadvertida, sobre todo cuando su primera
formación se produce al lado de jefes ya hechos como Bermúdez, Piar, Mariño,
Monagas y Sedeño. En este período sus dotes militares se manifiestan más en el
trabajo del Estado Mayor donde organiza el trabajo, da instrucciones y consejos,
aprovechando su disciplinada conducta y su astuto sentido para percibir el futuro,
todo lo cual rompe la lógica de sus jefes impulsivos y vehementes.
Pero la verdad es que el acelerado encumbramiento de Sucre a los eslabones más altos
de la jerarquía castrense se dieron en el marco de la guerra, escuela superior de
formación militar que precipita las promociones, así, en el fragor de los combates
–desde temprana edad– comenzó a mostrar su extraordinario heroísmo, su gran
capacidad táctica y su proverbial genio estratégico.
El sentimiento patriótico de Sucre se veía enfrentado a las manifiestas desavenencias
entre sus jefes orientales –a quienes había estado subordinado– y Bolívar, pero en el
momento de tomar una decisión, junto a Urdaneta no presenta duda alguna cuando en
Cariaco se pretende crear una caricatura de república que niega el liderazgo del
Libertador.
Contra su voluntad, se vio obligado a asumir pública posición frente a la interminable
pequeñez política de los caudillos orientales que combatían a España para lograr la
libertad e independencia de su pequeño feudo en las regiones orientales de Venezuela.
Cuando la rivalidad alcanzaba niveles peligrosos para la unidad de los republicanos en
su lucha contra el imperio español, Bolívar le encomendó mediar ante Mariño para
buscar la unidad de los venezolanos. Sucre cumplió a cabalidad la misión, se reunió con
su antiguo jefe, discutieron, en algún momento en tonos acalorados intentó
convencerlo en términos políticos, exponiendo una virtud que Mariño no poseía. Sin
embargo, logró su objetivo, el general oriental decidió subordinarse al Libertador
poniéndose a las órdenes de Arismendi.
En dos ocasiones más se vio obligado a asumir la responsabilidad de mediar en las
luchas intestinas entre Mariño y Bermúdez, y en ambas contiendas –tal vez mucho más
complicadas que el propio enfrentamiento bélico con el ejército español– salió airoso.
Así, va mostrando sus dotes políticas y diplomáticas que se van agregando a las
indudables capacidades militares que ponía en evidencia en los combates.
En estas lides, Sucre hizo gala de una gran capacidad para mantener el equilibrio,
entendiendo y asumiendo en todo momento posiciones alejadas de cualquier rencilla,
rechazando pugnas y conspiraciones al mismo tiempo que propiciaba la atenuación de
las disputas y desavenencias en el campo patriota.
Pero no tiene dudas de donde debe estar. Ya en una carta fechada en Maturín el 17 de
octubre de 1817, en la que informa de una de esas tratativas que se vio obligado a
asumir con desagrado, al tener que dialogar, negociar y convencer a Mariño por orden
del Libertador, le manifiesta total y absoluta lealtad.
Después de cumplir con eficacia y eficiencia una misión encomendada por Bolívar a fin
de obtener armas en Saint Thomas que son entregadas al propio Libertador en Cúcuta,
Sucre comienza a actuar ya directamente bajo sus órdenes. En el momento de su
arribo a esta ciudad neogranadina, Bolívar no se encontraba en ella, pero unos días
después, el 11 de julio de 1820, cuando arribó a esa urbe, una comitiva formada por
altos oficiales, entre los que estaba Sucre, salió a recibirlo. O´Leary que no lo conocía,
le preguntó a Bolívar que quién era ese “mal jinete” que se aproximaba, a lo que el
Libertador respondió ya oteando el futuro: “Es uno de los mejores oficiales del
ejército; reúne los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso carácter
de Briceño, el talento de Santander, y la actividad de Salom; por extraño que parezca,
no se le conoce ni se sospechan sus aptitudes. Estoy resuelto a sacarle a la luz,
persuadido de que algún día me rivalizará”.
Nadie suponía que Bolívar lo “sacaría a la luz” tan pronto. En primera instancia lo
incorporó de inmediato al Estado Mayor General y a continuación, lo nombra ministro
interino de Guerra. En esa circunstancia, en la lucha independentista se abre un nuevo
escenario. Además de la arremetida frontal en los campos de batalla, se va tejiendo la
posibilidad de buscar una salida pactada al conflicto. Ambas partes se comienzan a
preparar para este inédito enfrentamiento en la mesa de negociaciones. En el bando
patriota, Bolívar no tiene dudas: sería Antonio José de Sucre quien en calidad de
representante plenipotenciario dirigirá la delegación colombiana. Pondrá a prueba sus
dotes diplomáticas en el evento más complejo que la república había tenido que asumir
en su corta historia.
Fue su primera misión como diplomático de la república y la transitó exitosamente.
Para que desatara toda su creatividad y autonomía no solo de pensamiento sino
también de acción, durante las negociaciones, el Libertador optó por retirarse a
Sabanalarga, distante unos kilómetros de Trujillo donde se desarrollaba el cónclave.
Sucre brilló en los debates que condujeron a la firma de los tratados exponiendo sus
dotes ya no solo como militar, también como político y estadista cuando solo tenía 25
años.
El 11 de enero de 1821, ya en Bogotá, Bolívar designa a Sucre como comandante del
Ejército del Sur que operaba en Popayán y Pasto, pero posteriormente tal decisión es
anulada cuando el Libertador, entendiendo la capacidad demostrada por el joven
cumanés, considero la conveniencia de ordenarle misiones superiores. Así, es enviado a
Guayaquil con cometidos de mayor envergadura cuando recibe el encargo de
incorporar a Colombia esa provincia que se había liberado del dominio español en
octubre del año anterior.
El 6 de abril llega a Guayaquil y el 15, en representación de Colombia, firma un tratado
con esa provincia que mantiene su autonomía, pero queda bajo protección colombiana.
Sucre quedó facultado para iniciar operaciones después que la provincia le concedió
los recursos con que contaba. El 19 de agosto obtiene una importante victoria en
Yaguachi contra las fuerzas del mariscal Melchor Aymerich.
En esa situación, Sucre solicita a la Junta de Gobierno que decida definitivamente la
incorporación de la provincia a Colombia, pero subsistían dudas en algunos de los
miembros de esa instancia que no permitieron que se llevara a efecto lo que era un
clamor de la mayoría. Sin perder tiempo, ante la indecisión, emprende nuevas
operaciones pero es derrotado en Huacho el 12 de septiembre, siendo obligado a
retirarse a Guayaquil a restructurar su ejército mientras esperaba el envío de nuevos
refuerzos desde Colombia.
Pero una nueva amenaza viene a oscurecer el panorama de la nueva provincia: fuerzas
enviadas desde Perú llegaron a Guayaquil con la intención de apropiarse de ella para
ponerla bajo soberanía peruana. El escenario era sombrío, la posibilidad del
enfrentamiento entre fuerzas patriotas se había puesto sobre el tapete, tres
corrientes pugnaban por el control del importante puerto: las que favorecían a
Colombia, las que planeaban ser independientes y las que empujaban a Guayaquil hacia
el Perú. Comenzaron manifestaciones e incluso se tomaron decisiones a favor y en
contra de cada una de las propuestas.
Una vez más, Sucre tuvo que hacer uso de sus mejores dotes diplomáticas para
convencer a las partidos en pugna que había un enemigo común contra el cual se debían
unir las fuerzas y una vez que este fuera derrotado, se podían dirimir las diferencias
que hubiera respecto del futuro político de la provincia. Sucre, a través del general
Tomás de Heres negoció directamente con las autoridades peruanas y obtuvo de estas
el apoyo con tropas bajo el mando del coronel Andrés de Santa Cruz. Todos estos
hechos que emergieron de la capacidad política, diplomática y militar de Sucre,
permitieron que la opinión pública se volcara a favor de Colombia, permitiéndole
reiniciar las operaciones bélicas contra el enemigo español, consolidando además su
liderazgo y el reconocimiento de Guayaquil.
El diseño de las operaciones militares se hizo a partir de la creación del Ejército
Unido con soldados de varias repúblicas. Las acciones comenzaron al finalizar el
primer mes de 1822. El 21 de abril tomó Riobamba, el 29 continuó la marcha y el 2 de
mayo ocupó Latacunga para esperar un refuerzo procedente de Panamá. El 13 de mayo
reanudó las operaciones dirigiéndose a Quito, al mismo tiempo que enviaba un
contingente para evitar que las tropas españolas procedentes de Pasto (último bastión
español en Colombia) pudieran reforzar la agrupación realista. En esas condiciones,
presentó batalla a los realistas a los pies del volcán Pichincha causándoles una
contundente derrota el 24 de mayo, liberando a Guayaquil y a todo el territorio que
hoy conforma la República del Ecuador, creando de esta manera, óptimas condiciones
para su ingreso a Colombia.
En reconocimiento a sus méritos, el 18 de junio, Bolívar lo asciende a general de
división y lo nombra intendente del departamento de Quito, uno de los tres que junto
a Venezuela y Cundinamarca constituían la república de Colombia. Abocado a las
labores de gobierno, desarrolló una intensa actividad política y de gestión pública que
redundó en beneficios importantes para los pueblos del Ecuador.
Ante el llamado del Perú a Bolívar para que hiciera frente a la situación de anarquía
del país, e imposibilitado el Libertador por el Congreso de Colombia para acudir de
inmediato a Lima, designa a Sucre para que se dirigiera a Lima y negociara con esa
república un tratado de alianza con Colombia. De igual manera, Sucre debía pactar con
el gobierno de ese país un plan de operaciones que condujera a la derrota total de los
españoles en la América meridional. En la práctica, actuó como enviado diplomático
plenipotenciario de Colombia ante el Perú. El 10 de mayo de 1823 arriba a Lima y hasta
el 1° de septiembre del mismo año, cuando llega Bolívar, actuó como máximo
representante político, diplomático y militar de Colombia en el Perú.
En esos días se preparaban operaciones a desarrollar en el sur, en particular dirigidas
a los puertos intermedios. Ante la contingencia y sin poder opinar sobre lo acertado o
no de los planes diseñados, Sucre se ve obligado a marchar junto a las tropas peruanas
hacia Arequipa. Además, propone una alternativa al plan peruano, recomendando al
presidente Riva-Agüero que si se decide enviar la totalidad del ejército al sur, se
deberían tomar simultáneamente medidas necesarias para crear un nuevo ejército
formado por 3.000 soldados bajo el mando de un jefe capacitado, a fin de prepararse
para desarrollar operaciones en una nueva campaña a futuro. Sucre, con su gran
capacidad militar y su visión de largo plazo estaba previendo dar continuidad a la
guerra en caso de que se produjera una situación –tal como lamentablemente ocurrió–
que significara la derrota y desorganización del ejército en el sur.
El 30 de mayo, Sucre es designado por el Congreso del Perú como comandante del
ejército unido y posteriormente jefe supremo militar. Al aceptar tal nombramiento,
puso como condición que ese nombramiento solo tuviera jurisdicción sobre el
territorio de la guerra. La campaña del sur fue un fracaso, estuvo mal planificada, los
patriotas fueron derrotados y debieron regresar a Lima, después de una brillante
retirada diseñada por Sucre que evitó el colapso de las fuerzas independentistas.
Con la llegada del Libertador al Perú, Sucre se incorpora de inmediato a su Estado
Mayor, participando en la batalla de Junín y en la posterior ocupación del vasto
territorio que hasta ese momento había estado bajo ocupación española. En esa
situación Bolívar decide regresar a la costa para etnder reposnsabilidades de estado.
En esa situación y ante la orden del Congreso de Colombia de retirarle al Libertador la
potestad de mando del ejército colombiano y la anulación de las facultades
extraordinarias que le habían sido conferidas para desarrollar la guerra, Bolívar lo
designa para conducir las operaciones finales de la campaña libertadora del Perú. Si
bien, lo había decidido mucho tiempo atrás, ahora tal disposición se formalizaba
institucionalmente. Concluyó el tiempo de Simón Bolívar el Libertador como jefe del
Ejército Colombiano en Perú. Había llegado el tiempo de Antonio José de Sucre, de 29
años. Lo ocurrido después es historia: la victoria en Ayacucho se debió en gran medida
a su visión estratégica, su sagacidad táctica y su manejo operativo.
El 10 de febrero de 1825, al cumplirseel primer aniversario de la dictadura de Bolívar
en el Perú, el Congreso Constituyente se reunió en medio de la mayor solemnidad. El
Libertador reiteró que le parecía peligroso que se le concediera a cualquier hombre
una “autoridad monstruosa”. A continuación invocó la victoria de Ayacucho que “había
curado las heridas en el corazón del Perú y había roto las cadenas que había puesto
Pizarro a los hijos de Manco Cápac”.
Finalizó dejando instalado formalmente el Congreso de la república, pero no sin antes
informar que sus responsabilidades ahora estaban en rendir el Callao y contribuir a la
libertad del Alto Perú después de lo cual regresaría a Colombia a informar a los
representantes del pueblo acerca del cumplimiento de su misión en el Perú, su
independencia y la gloria del Ejército Libertador
Ese mismo día, 10 de febrero de 1825, el Congreso Constituyente del Perú, en
reconocimiento al General en Jefe del Ejército Unido, Antonio José de Sucre, le
concedió el título de “Gran Mariscal de Ayacucho” por la memorable victoria obtenida
en los campos de ese nombre.
A 200 años de esa memorable fecha, la Patria debe volver a la historia para exaltar a
Sucre, uno de sus hijos mas notable y portentoso, que en los campos de batalla y en la
diplomacia, en la guerra y en la paz, transmitió valores de dignidad y honor que hoy
configuran el cimiento y el orgullo de la nueva Venezuela.