José Sant Roz
Fue un viernes 13, por la noche. Un grupo de estudiantes recién graduados celebraba con las consabidas caravanas de carros, con la cervecita y el roncito, por las céntricas calles de Mérida. De pronto se escuchó un disparo. Un conocido abogado de la ciudad acababa de matar a un estudiante, de nombre Luis Carvallo Cantor que ese mismo día se había recibido de ingeniero de la República. El abogado lo mató frente a su casa, en la avenida 4, entre las calles 30 y 31, y el motivo que se esgrimiría era que el estudiante se estaba orinando en el jardín del fulano hombre de leyes.
El sacudimiento fue tremendo. Se expandió como pólvora aquel hecho de sangre. Comenzaron a llegar jóvenes de todos los sectores aledaños. El terrible anuncio corrió con una intensidad y una emoción nunca vista: «Mataron a un estudiante» era el sonsonete por la radio. La casa del abogado, autor del disparo, de nombre Bernardino Navas, fue saqueada y reducida a cenizas en cosa de minutos. El carro Toyota del abogado fue sacado del estacionamiento y convertido en una inmensa hoguera. El tal Bernardino Navas era un conocido copeyano de Mérida.
Durante toda la noche de ese viernes, en el centro, se produjo en mayor y más atronador ruido de sirenas de todo tipo: bomberos, ambulancias, carros de la policía. Al mismo tiempo el centro de la ciudad quedó obstruida por promontorios de chatarras de todo tipo, similar a esas escenas que con escombros hemos visto en la guerra de Bosnia. Se respiraba un aire de tragedia y conmoción, que cada cual interpretaba a su manera. Veíanse en las calles colchones, cauchos, escritorios, sillas, neveras y cocinas viejas, enormes metales retorcidos, descomunales peñascos que nadie sabe cómo pudieron ser movidos, pipotes de basura por doquier. Parecían los restos dejados por una batalla librada casa por casa.
El día sábado amaneció con una tensión abrasadora. Ya a las 9 de la mañana había una concentración multitudinaria en Glorias Patrias, cerca de la funeraria donde se velaban los restos del estudiante asesinado. Pero el caos era total. Las bombas lacrimógenas y los saqueos se sucedían en muchos lugares del Centro. La guerra campal contra la policía habría de durar todo el día y la noche. Muchos estudiantes apostados por los sectores del Rectorado y la Plaza Bolívar mantuvieron en jaque a la policía a punta de piedras y bombas molotov.
El gobierno de Jaime Lusinchi se tambaleó feamente y tuvo el Presidente que dirigirse a la Nación, pero en su torpeza relacionó los disturbios con acciones del narcotráfico. Por primera vez en la poderosa prensa mundial aparecía Mérida en titulares, mostrándose tanquetas de la guardia nacional por el centro de la ciudad. Nuestros depresivos gobiernos siempre requieren de unos espectros para lanzar sus dardos asesinos al tiempo que cometen desmanes. En el pasado sus conductas represivas, sus masacres, fueron siempre atribuidas a la subversión; ahora el chivo expiatorio era el asunto de las drogas. Casualmente en aquellos días Lusinchi estaba preparando una ponencia en la ONU sobre narcotráfico, de modo que discurrió largamente por la televisión sobre este asunto; allí, para él, estaba el meollo de aquella súbita tragedia de Mérida.
Tal fue el horror que causó este estallido a nivel nacional, que un reclamo de aumento de salarios para el sector público que se mantenía pendiente desde hacía varios meses, de inmediato fue escuchado y se ordenó pagarlo sin más demora. Se vivieron en una parte de Venezuela los primeros síntomas de lo que habría de darse el 27 de febrero de 1989. La noticia recorrió el mundo como hemos dicho, pero la desorganización de movimiento estudiantil tremendamente infiltrado por la derecha, jamás habría podido darle a aquella acción un rumbo realmente revolucionario. En realidad, si alguien hubiese podido entonces capitalizar aquel enorme descontento se hubiesen sentado las bases para la organización de un movimiento de masas al nivel de los hechos del 19 de abril de 1810. En verdad el país estaba maduro para iniciar un gran vuelco político, sólo que faltaba el líder, el hombre.
El Alto Mando militar se reunió de urgencia y se coordinaron acciones, disponiendo de inmediato el envío de centenares de efectivos de la brigada antitanques. Bullía un gran estado de descomposición moral en todos los niveles del gobierno, y se respiraba un gran tufillo a golpe; muchos queríamos que ese golpe se generara por los candentes acontecimientos de Mérida. Teníamos el enorme presentimiento de una conmoción en puertas, y particularmente con un grupo de camaradas, nos dirigimos a casa del rector Pedro Rincón Gutiérrez para proponerle que se erigiera en jefe de una sublevación popular. Se vivía el sentimiento de una gran revolución que podía darle un gran vuelco a Venezuela y que podía empezar por Mérida.
Tocamos en casa del rector Pedro Rincón Gutiérrez y nadie respondía. Con honda tristeza fuimos cayendo en la cuenta de que don Pedro Rincón Gutiérrez carecía del suficiente temple para asumir un proyecto revolucionario como el que nos imaginábamos. Pero bueno, así son las revoluciones, unos las comienzan para que luego por sobre sus cadáveres avancen otros más decididos y resueltos. Aquello de contar con Pedro Rincón Gutiérrez resultaba una funesta ilusión. Además, don Perucho sentía un profundo aprecio por Lusinchi y Blanca Ibáñez y con ellos había estado en Japón y Argentina. Qué error, nos dijimos. Qué tristeza: la poca gente para dirigir un movimiento de protesta, y provocar un vuelco general de las podridas instituciones se encontraba seriamente maleada y comprometida con las componendas de los gobiernos de la derecha.
Ya el arma con la que se había asesinado al estudiante Luis Carvallo Cantor, estaba en poder de la Policía. Se quiso mentir al principio diciendo que Bernardino actuó en defensa propia. El arma era un revolver calibre 38 mm que desde el día del crimen fue llevado y traído por varias dependencias de la PTJ. El Comisario Orlando Jordán Petit vino a Mérida con los resultados de la experticia. Se veía cuán tembloroso y aterrado se encontraba el gobierno que tuvo que enviar de urgencia al Comisario General de la PTJ con varios fiscales del ministerio público. En el aeropuerto Carnevalli, a todas las preguntas de los periodistas, el Comisario respondía: «Eso es parte del sumario».
El domingo 15 de marzo, por la tarde, el ejército tomó la ciudad. Toda Mérida ese día mismo amaneció cubierta como con la bruma de un blanco sudario; era una neblina mezclada con gases lacrimógenos. Los soldados armados hasta los dientes, con máscaras antigases, chaquetones, y pantalones de camuflaje parecían como si estuviesen en medio de una guerra bacteriológica. Para entonces habían sido ya saqueados e incinerados la Casa Distrital de Acción Democrática y los Almacenes de la Guardia Nacional. Las cárceles estaban abarrotadas de supuestos «zagaletones».
VENPRES, la prensa del gobierno, informaba escuetamente que Acción Democrática, seccional Mérida había emitido un acuerdo de duelo por la muerte del estudiante Luis Carvallo, quien era militante del «partido del pueblo» e hijo de un miembro de AD.
El partido COPEI desvinculó al estudiante de todo hecho político y dijo que se trataba de un asunto enteramente personal. El abogado Bernardino Navas recientemente había sido postulado por COPEI a presidir los destinos del Colegio de Abogados. Bernardino Navas también había sido Consultor Jurídico de la Policía durante la administración de Luis Herrera Campins. En el momento de los hechos se desempeñaba como Vicepresidente de la Asociación de Ganaderos de Altura.
La Fracción de Estudiantes de AD, inmediatamente, el mismo domingo, difundió un decreto por el cual declaraba 8 días de duelo, y se hacía mención al hecho de que un grupo de militantes de este partido habían contratado los servicios de abogados penalistas para acusar al homicida.
Pero la gente no hacía sino preguntarse: «¿Y Bernardino dónde se encuentra?, ¿en qué lugar tienen retenido a Bernardino?»
El abogado incriminado se había acogido al precepto constitucional de no decir una palabra hasta llegar al punto de la indagatoria; en su casa se encontraron otros dos revólveres del mismo calibre 38 mm.
El día lunes por la tarde, la guerra se extendió hasta las instalaciones estudiantiles de las Residencias Albarregas y las Domingo Salazar; también por la urbanización Las Marías de donde se sacaron varias personas asfixiadas por los gases lacrimógenos. Algunas agencias internacionales ya se encontraban en Mérida para recoger los acontecimientos, pero la manía del gobierno era insistir en que los hechos se desataron por provocaciones del narcotráfico.
Comenzaron a cundir declaraciones de las llamadas fuerzas vivas de la nación y sobre todo de la ULA. El profesor Simón Alcántara (militante de AD), de los más reconocidos gremialistas de la ULA, fue enfático al declarar: «La protesta estudiantil debe tener eco en los líderes políticos». Aseguró que los profesores se encontraban consternados por la situación de emergencia y que la protesta debía mantenerse dentro del marco cívico, y concluyó tajantemente: «Ya es justo que se haga justicia».
Léster Rodríguez, entonces presidente de APULA recalcaba: «En el fondo de su corazón el pueblo debe creer en la Justicia». Suplicaba que el pueblo no hiciera justicia por sus propias manos, ni se continuara en la horrible zozobra ciudadana.
En medio de las declaraciones de los representantes profesorales y electoreros, cundían alarmas por la ciudad de que se estaban generando nuevos brotes de saqueos. Grupos de bomberos se dirigían hacia Los Chorros y El Paseo de la Feria. El sargento primero Ligio Rafael González, de ese Cuerpo, no dejaba de pregonar que tenía el corazón crispado por lo que estaba viendo y sucediendo. Le pedía a los estudiantes que por favor dejaran de hacer justicia por sus propias manos.
El entonces presidente de la Federación de Centros Universitarios era el bachiller Rafael Mora, del partido Acción Democrática, a quien se le conocía como «Burro con sueño». Éste estaba preocupado en aquel momento por el asunto de las Ferias, pues no le habían pagado completo el alquiler (ilegalmente concedido a ciertas empresas) de las instalaciones donde funcionaba la Federación. Pedía Rafael Mora cordura suficiente a fin de lograr la calma y el retorno normal de las actividades comerciales que era lo que más le interesaba, pues los bancos estaban cerrados y a él le urgía cambiar algunos cheques. Eso decía. Y sobre todo le enardecía que “grupos vandálicos estuviesen violando tan criminalmente la propiedad privada y la autonomía universitaria”.
Pero Rafael Mora no se atrevía aparecer por los centros más conflictivos y desde su guarida o desde la radio hacía llamados a la confianza en las autoridades competentes, en la justicia. Todavía no se hablaba de reflexión; esa palabrita aparecería refulge y contundentemente el 4 de febrero de 1992.
Al fin, el día lunes se le pudo ver la cara al gobernador Carlos Consalvi. Apareció con su infaltable chaqueta negra, caminando por las calles del Centro y constatando la efectividad de las medidas para restablecer el orden. Habló de grupos anárquicos que pretendían crear un clima de zozobra y de una artificial inestabilidad social. «Como gobernador -dijo a la prensa – pido a la ciudadanía que tenga confianza en mí y me brinde todo el apoyo posible. La situación actual no significa ningún brote significativo… garantizo que las investigaciones se llevarán hasta el final. El clima de alteración del orden público lo catalizan los agitadores de oficio».
Héctor Alonso López, con su impecable peinado a lo Juana de Arcos, sostuvo tajantemente que «en la sociedad hay sicópatas y dementes». Rodeado de micrófonos estuvo declarando que estas cosas eran inevitables, pero que lamentablemente «los acontecimientos han traído consecuencias que hacen pensar que hay una intención mucho más allá de lograr justicia frente a este abominable suceso». Fue enfático al recalcar que el padre del muchacho asesinado era de Acción Democrática y concurrieron por la causa que su gente representa. También hizo hincapié en cuanto al incendio de la casa de AD que no «se puede acusar a COPEI, por un acto cometido por uno de sus militantes».
Pero cuando dijo esto, Héctor Alonso con media sonrisa irónica miró venenosamente hacia tres lechuguinos que sostenían unas banderas verdes con la emblemática lanza con la puya aquella. Porque para él, lo insólito era que siendo el asesinado un miembro de AD, se hubiese procedido a incendiar de la Casa del partido del pueblo. Por ello José Salcedo, Secretario Juvenil de AD, en el Distrito Libertador, sostenía que ese incendio no tenía justificación de ningún tipo. Compungido y anonadado, exclamaba que se habían perdido todos los archivos, una mesa de tenis, una rockola, planillas y oficios, todo el estante de juegos (de cartas, dominó, monopolio y truco) y que lo más grave era que no tendrían dónde reunirse ahora, aunque el trabajo en las comunidades proseguiría con toda normalidad.
Pero la crispación ni por asomo estaba controlada. Cuando el joven Salcedo declaraba, en la urbanización Las Marías la gente fue atrapada en medio de otro mar de gases lacrimógenos. El presupuesto de un año para reprimir, la Policía se lo había echado en sólo tres días, y ya se hacía urgente realizar un inventario de los depósitos de reserva para incorporar unos cuatro contenedores comprados a Israel y que ya venían en camino. Enormes era entonces el negocio de la importación de bombas lacrimógenas. En Mérida se tiraban un promedio de 300 bombas lacrimógenas al mes. La gente del sector de Las Marías estuvo durante horas imposibilitada de salir ni siquiera para sacar a sus ancianos y niños. Cuando los periodistas llegaron a entrevistar a centenares de jóvenes estudiantes que allí vivían, en medio de llantos y risas, declararon: » -¿Cuándo va terminar este toque de queda?».
La ULA estaba paralizada, el comercio cerrado y de pronto corrió como pólvora el anuncio de que el IUTE se sumaba a la guerra frontal contra los cuerpos represivos. El Consejo Directivo de la máxima autoridad del Instituto Universitario de Ejido en reunión extraordinaria acordó suspender las actividades académicas y administrativas hasta nuevo aviso según decisión de su director, Narciso Lameda.
Como el presidente de la República seguía sosteniendo que las perturbaciones en Mérida eran producto del narcotráfico, Leonel Vivas saltó a la palestra a dar declaraciones sobre un interesante foro titulado “Narcotráfico en Venezuela”; se haría ese mismo lunes 16, a la 7 de la noche en el Liceo Libertador. Hablarían en este foro don Baltazar Porras, José Vicente Rangel, David Morales Bello y Vladimir Gessen (este era el zar antidrogas de Lusinchi), con Leonel Vivas como el moderador.
Nadie entonces entendía por qué el gobierno ponía tanto empeño en relacionar estos líos con el narcotráfico, y que ciertas personalidades se prestaran para ello, sobre todo el supuesto izquierdista Leonel Vivas. Esta manía llevó a muchos a la conclusión de que algo muy raro había realmente entre los mafiosos de la droga, en el que debían estar implicados el propio gobierno regional y las autoridades de la ULA, porque evidentemente los que quemaban cauchos y tiraban piedras, eran utilizados como mampara de todo lo que se urdía tras bastidores con el asunto del narcotráfico. Mucha información debió llegarle a Lusinchi en este sentido, pero por no se atrevía a ser frontal en sus ataques.
Los deportistas también se unieron a la protesta, y pidieron un minuto de silencio por Carvallo Cantor en las canchas deportivas de la Facultad de Ingeniería. Abultadísimos comunicados de la ULA se tragaban todo el tripaje de la prensa local. Uno de ellos, un Considerando hablaba del trágico fallecimiento del bachiller Luis Carvallo Cantor que impedía el normal desarrollo de las actividades académicas. Y acordaba: «suspender totalmente las actividades universitarias, exceptuando las labores de vigilancia, hasta que se haga una evaluación de la situación…» La ciudad envuelta en densas nubes de gases lacrimógenos; totalmente tomada por carros blindados de la Guardia Nacional y en medio de un estado de pánico. Las tanquetas impedían el acceso al Centro, pero eran acosadas con certeras pedradas que lanzaban expertos encapuchados de los distintos barrios adyacentes. La frase que corría de boca en boca el día martes por la mañana era: «Violación del recinto Universitario.
La Comisión por la Defensa de los Derechos Humanos dirigida en aquel momento por Alfredo Hernández se solidarizaba con la familia Carvallo y declaraba que estaba con la protesta siempre y cuando se hiciera cívicamente e hizo un largo llamado a las autoridades superiores, incluso a Dios, para que se pusiera reparo a tantos desmanes. La Comisión de los Derechos Humanos también quedó vigilante ante cualquier acto desmedido de los cuerpos represivos.
Las autoridades universitarias, después de un desayuno en conjunto con las autoridades civiles, se dirigieron al rectorado para deliberar con las fuerzas vivas de la ciudad. El rector se encontraba convaleciente de una operación quirúrgica, por ello no se hallaba en su puesto de combate. El Vicerrector Académico, Dr. Julián Aguirre P. negó lo de la violación al Alma Mater, y de que se estuvieran escondiendo allí saqueadores. «Ni violación ni saqueo», contestaba con evidente nerviosismo.
Hay que decir, que durante estos vandalismos se sucedían unas extrañas treguas para habilitar sitios seguros donde guardar o esconder los despojos que se hacían. Los policías para “ganar méritos” llevaban a sus superiores parte del botín. Posteriormente se institucionalizaron estos vandalismos de modo que cada vez que se produjeran saqueos y quemas, el gobierno y la universidad se responsabilizarían económicamente por los desmanes que se ocasionaran.
El peloteo entre jueces del caso Bernardino Navas sería espantoso. Ningún juez quería encargarse de su caso y se hizo lo imposible para cambiarlo de jurisdicción. Señalaban estos jóvenes, que dentro del dolor y de la amargura que sentían querían dejar constancia de estar actuando con plena conciencia, con razón y no procurando la destrucción, sino pidiendo una sola cosa: “Justicia”.
Por la tarde del día martes, la parte alta de la ciudad, el sector de la vieja Facultad de Humanidades y las adyacencias al barrio Andrés Eloy Blanco estaban controlados por funcionarios armados con fusiles automáticos livianos. Estos funcionarios se mostraban ansiosos por probar sus máquinas con ráfagas al aire y lo hicieron, además de provocar con insultos y vulgaridades a los residentes del sector.
El mayor José Ramón González, segundo comandante de la Policía, se acercaba con frecuencia a los grabadores de los periodistas y refiriéndose a los estudiantes, decía: «Les dimos un madrugonazo». Frotándose las manos aseguraba que ellos habían «arreado» a más de doscientos detenidos. «La lucha ha sido amarga, pues tenemos varios efectivos lesionados; hay heridos de la DISIP y de la propia Guardia Nacional. Y de continuar el combate tendremos que solicitar ayuda. El Retén no se da abasto».
Los periodistas andaban molestos y llevaron de lo mismo que se le mandaba a los “sapos”. Por los lados de las residencias Albarregas fueron recibidos con una lluvia de piedras. Y en el Hospital Universitario se escenificaba otra guerra de insuficiencias. Los heridos por perdigones atestaban las salas de emergencia; el joven Juan Oscar Gil tenía agujereada la cara, dos balazos en la pierna izquierda y estaba tendido en una camilla.
Ya el mismo lunes se supo que el Juez Instructor del caso sería el doctor Quintero Moreno, en el mismo instante en que, pelotones de uniformados procedentes de Trujillo, San Cristóbal, Barinas y Santa Bárbara del Zulia llegaban por carretera.
Así llegó el día del juicio final sin juicio alguno, porque no hay justos en una sociedad como la nuestra. Lo dicho aquí, nos colocaba en la evidencia de que no teníamos donde ir con nuestras quejas y nuestros dolores y que aquella democracia con sus abuelos y patriarcas estaba fundamentada sobre caos y tierra movediza.
Hay quienes comienzan en el medio universitario como revoltosos, luego algo verbosos, después incontrolables tirapiedras, y a la vuelta de uno o dos años, trocados en irreconocibles burócratas. El patrón parece ser universal, y el caso más patético fue el de Daniel Cohn -Bendit, el ángel exterminador de la sacudida del mayo francés. Treinta años después de la famosa revuelta del mayo francés nos llegó la noticia de que estaba convertido en un pederasta. ¿Y el qué terminó “Daniel El Rojo”, quien creyó poder darle un puñetazo en la nariz a De Gaulle? Se cansó de tirar piedras en la Revolución de Mayo, y fue a dar a la cárcel y de aquí a codearse con los poderosos. Cohn -Bendit anduvo buscando un cargo, y aparecía como un izquierdista arrepentido. Aquel dios de la Rive Gauche se hizo fofo, necesitaba encontrarse en alguna nómina y jubilarse como eurodiputado y lo ha conseguido”.
Mucho de esto también le tocó a Venezuela, porque a ciertos jóvenes que se confesaban revolucionarios poco les importó la crítica, la justicia o el humanismo. Buscaban una extraña revolución para revolcarse en los saraos, para darles palmaditas en las espaldas a los comandantes de la Policía, para asistir a reuniones con la crema de la crema empresarial en hoteles de lujo.
En medio todo este gran caos urgía que se apareciese un gran líder y APARECIÓ, se trataba del dirigente estudiantil Alfonso Isaac León Avendaño, que actuaba en el medio político y social bajo el seudónimo de Caracciolo León. Este personaje, se había mantenido durante muchos años como estudiante en la ULA, encabezando marchas, llevando banderas y llevando sobre sus hombros féretros de estudiantes asesinados en los actos represivos de los gobiernos. Tenía un gran vozarrón y cuando hablaba sus palabras estremecían a los jóvenes estudiantes; los equipos rectorales le temían y amaban.
Era Caracciolo León de los supremos radicales de una izquierda subterránea que se disimulaba muy bien en sus andanzas, representante de una juventud universitaria confundida y totalmente frustrada, caudillo de una lucha social mil veces traicionada. Fue sin duda Caracciolo León, no obstante, en aquellas jornadas, el maestro agitador por excelencia, de toda una generación de jóvenes que aprenderían también a negociar en el medio político nacional y de cuyas enseñanzas vendría a surgir dirigentes como Nixon Moreno, Gaby Arellano, Miguel Pizarro, David Smolansky, Liliana Guerrero, Yon Goicoechea, Stalin González, Julio César Rivas, Víctor Ruz, Freddy Guevara, Daniel Ceballos, Lorent Gómez Saleh, Diego Scharifker, Luis Magallanes, Grey Hernández y Vilca Fernández.
Caracciolo León, con sus dotes de tritonante orador que sabía darle al verbo esos altibajos y sinuosidades hirientes contra el poderoso, que le sacaban chispas de indignación a los incautos, encabezó entonces las más terribles y tormentosas acciones de calle en la llamada Ciudad de Los Caballeros, a consecuencias del asesinato de Luis Carvallo Cantor. Se le llegó a llamar “el Federico Engels de la ULA”, “el Robespierre andino”, “el Lenin o León de la Sierra”, y muchas otras calificaciones según el humor, el rumor y las candentes conmociones del momento. Había algo de etílico y mucho de broma también en aquellas ditirámbicas apologías. El resto del final lo conocemos todos. Aquella lucha se escenificó durante el período presidencial de Jaime Lusinchi, y el comecandela Caracciolo León acabaría poco después siendo Secretario General de Gobierno de William Dávila Barrios pieza clave del gobierno de Lusinchi en Mérida.
La leyenda del León de la Sierra, tuvo proyecciones internacionales: Caracciolo León fue considerado el fundador del «Movimiento 13», una fuerza universitaria temeraria que hasta ahora ha venido sosteniendo sus lineamientos morales y políticos embanderados con la ultra-derecha. Ha sido un movimiento que ha escenificados grandes shows mediáticos con huelgas de hambre durante meses (con protuberantes obesos al final de cada jornada), bocas cocidas (como la Vilca), bocas encintadas (como la de Gaby), tipos encadenados, culos al aire (como el de Guaidó). Todos ellos a fin de cuentas, hijos de William Dávila Barrios. De tales padres tales canallas.
Este Movimiento 13 ha tenido una larga participación sangrienta, muy manipuladora de las luchas estudiantiles en la ULA, que solían en muchos casos terminar en mesas redondas en la Gobernación, en el Rectorado, con participación de la cúpula eclesiástica, los comandantes de la Policía y agentes de Fedecámaras. El trato de estas cúpulas para con el Movimiento 13 en ocasiones terminaba siendo muy cordial, muy ameno y afectuoso, para que a la vuelta de dos o tres meses se tuviese que volver a los hechos de sangre, a las muertes de estudiantes, a las marchas por cupo o comedor, por laboratorios o transporte. ¿Cuántos sesos destrozados por molondrones o tornillos en aquellas décadas de los sesenta, setenta, ochenta y noventa? ¿Cuántos jóvenes trasladados a Caracas en estado agónico?, ¿cuántos meses con las clases suspendidas por huelgas y paros?, garantías constitucionales suspendidas y lluvia pertinaces de perdigones y bombas lacrimógenas no sólo en los predios universitarios sino en todos los sectores de la ciudad.
Manteniendo la norma aquí impuesta por casi todos los dirigentes estudiantiles de izquierda (empezando por Teodoro Petkoff, Américo Martín y Gumersindo Rodríguez), Caracciolo León, pues, terminó en el bando en el que siempre había militado: Acción Democrática. Pero cuánto tiempo estuvo aparentando ser de izquierda. Al parecer, su verdadera vocación era la de pertenecer a un cuerpo militar o policial.
Por razones que desconocemos, Caracciolo eligió la carrera de Derecho. Llama la atención que poco después de concluir sus estudios (que fueron bien largos como dijimos) ejerció funciones de inteligencia, su trabajo predilecto, en el páramo, ya bajo las órdenes del señor William Dávila Barrios.
Debieron haber sido excelentes los servicios que prestó porque no habiéndosele conocido como militante de este partido, la decisión fue acatada cuando su nombre fue propuesto para que ocupara la Secretaría General de Gobierno.
Caracciolo León llegó a alcanzar una popularidad tan inmensa a raíz de los sucesos del 13 de marzo, que conquistó con holgada facilidad la presidencia de la Federación de Centros Universitarios de la ULA. Su verbo era tan arrasador como patulequérico y fulminante. Con su voz ronca y gruesa le fue fácil ser un líder de líderes. Llegó a provocar el sacudimiento de mil tarimas, de cien micrófonos, de mares de gonfalones y sus consignas corrieron por todos los espinazos de los centros políticos más importantes de la época. Lástima que Caracciolo León no hubiese tomando tan en serio sus cualidades de agitador de masas, que con aquel vozarrón a lo Dantón, le hubiese podido servir para estremecer el piso a los históricos de las gestas estudiantiles de otros tiempos como Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Caldera o Teodoro Pettkoff. Cuando en algún centro se discutían los tremendos traumas que enervaban a la nación, y él se presentaba, entonces se congestionaban las salas entre vítores y aplausos; buscaban los inocentes bachilleres darle la mano, y ardían las gargantas pronunciando su nombre: “¡Caracciolo!”, “¡Caracciolo!”, “gocho arrecho e inderrotable”. Hoy nos preguntamos, ¿qué fue de tanto baño popular como el que se le echó encima?
Indudablemente que Caracciolo León no tenía en el fondo de sí, nada de esa imagen de revolucionario que trataba de proyectar. ¡Cuántos Caracciolo León deambulan por los pasillos universitarios, por las plazas y calles de esta Venezuela que ha sido tantas veces traicionada¡ Pero que quede este ejemplo sólo para recalcar que cuando no hay conciencia estos líderes son apenas soplos de moribundos, siempre proclives a cambiar sus progenituras por el consabido plato de lentejas.
El asesinato de Carvallo Cantor con las consiguientes jornadas estudiantiles en procura de una severa sanción para con el abogado Bernardino Navas, culpable del crimen, generó una polémica despiadada en el medio merideño que catapultó a Caracciolo León por los cielos de la prensa nacional e internacional, más o menos igualito que a una Gaby Arellano o un Vilca Fernández en los tiempos recientes de las llamadas “guarimbas estudiantiles”. Mérida muy pronto le quedó estrecha al falso líder de Caracciolo y los ámbitos donde se discutía el tema de injusticia social que había estallado en Mérida pasó a discutirse en Caracas.
Lástima que poco después se destapara el asunto de que Caracciolo León trabajaba como agente encubierto de la DISIP, algo que desquició a medio mundo, y que el propio Caracciolo no pudo jamás desmentir en su momento (ni en ningún otro momento, que se sepa[1]); según el abogado Carlos Ramírez López, el dirigente estudiantil Caracciolo León trabajaba en aquellos días aciagos de 1987 para el servicio de Inteligencia de la DISIP. Desde los años sesenta, cuando el hervidero revolucionario alcanzó su punto más álgido, muchos fueron los «dirigentes estudiantiles» quienes pasaron a servir, supuestamente, a un mismo tiempo, tanto a la «causa del proletariado» como a los fines de la policía secreta del Estado en Venezuela.
El asunto de que Caracciolo trabajaba para la DISIP reventó el 27 de marzo de 1987, en un enorme titular de prensa, con letras gruesas y rojas, aparecidas en el diario Frontera, que decía:
“Cobraba mensualmente”.
“CARACCIOLO LEÓN ES CONFIDENTE DE LA DISIP, ASEGURÓ A LA PRENSA EL ABOGADO RAMÍREZ LÓPEZ”
A partir de esta denuncia y otras muchas contra Caracciolo León, el abogado Carlos Ramírez adquirió una sólida presencia política en la sociedad merideña (llegó a ser tan elogiado), al desenmascarar como sostenían muchos, al afamado dirigente estudiantil, de tal modo que Ramírez posteriormente llegaría a ser candidato a diputado al Congreso de la República y candidato a gobernador del estado Mérida[2].
Caracciolo León pudo, después, si lo hubiese querido, enfrentarse en la arena política a Carlos Ramírez López, pues se graduaría también de abogado, y alcanzaría cierta notoriedad en el medio judicial defendiendo a estudiantes y profesores que hubiesen sido detenidos por órdenes de las policías secretas del Estado (como la misma DISIP o la DIM).
Extrañamente, Caracciolo León sufrió un severo retraimiento, no obstante que por su trayectoria se le catalogara de tener dotes mesiánicas para la política de partidos.
Ese 27 de marzo, leímos en el diario “Frontera” la siguiente información recogida por el periodista Ramón Díaz Suárez:
El Dr. Carlos Ramírez López dijo que el bachiller Alfonso León, mejor conocido como Caracciolo, pertenece al servicio de Inteligencia de la DISIP y le pagan por los análisis que sobre los movimientos de izquierda en la Universidad presenta todos los meses. Manifestó por otra parte que introducirá una acusación penal contra el secretario Privado del Gobernador del Estado, Lic. Nicolás Rondón Nucete, por la persona que llamó a Radio Universidad azuzando al estudiantado para que sacaran de la misma a su hermano José Rafael Ramírez, lo cual constituye un intento de homicidio.
Es pública y notoria mi relación con la DISIP, soy amigo de la DISIP, es una policía que aprecio -afirmó el conocido abogado – admiro y me siento ligado a ella espiritualmente hablando; es una policía que cumple con una verdadera función en defensa de los ciudadanos. A mí me han hecho reconocimientos públicos, tengo placas y tengo testimonios escritos, en los periódicos se ha recogido mi presencia con altos directivos de la DISIP, tengo estrecha relación con los altos funcionarios de ese organismo, por esas circunstancias puedo afirmar con toda responsabilidad que Caracciolo León presta servicios en la División de Inteligencia de la DISIP, estos servicios son: el de pasar un análisis mensual a la División de Inteligencia donde se recoge las distintas posiciones, situaciones, perspectivas de las políticas de los grupos de izquierda, él hace esos análisis mensual y recibe por eso paga, dinero; eso es servicio secreto, yo considero que ser policía es bueno, es honroso, a mí no me parece nada malo y por eso defiendo la policía y no me parecería nada malo que me dijeran que soy policía, a mí me gustaría ser policía[3], pero lo que sí es incongruente es ser dirigente estudiantil de izquierda y ser a su vez miembro de los servicios secretos de la División de Inteligencia de la DISIP, y yo creo inclusive que eso no le conviene al movimiento estudiantil, a la izquierda ni a la DISIP.
¿Cuáles son los motivos por los cuales usted hace esta denuncia contra el bachiller Caracciolo León?
-Hago esta denuncia en virtud de que – yo sé que esto me va a repercutir negativamente en mi relación con la DISIP – me veo obligado a hacerlo por los reiterados ataques que Caracciolo me viene haciendo todos los días, dañando mi honor y mi reputación sin tener moral alguna para hacerlo y por eso he puesto en juego mi relación con la DISIP y asumo la responsabilidad de decir lo que sé al respecto.
Refiriéndose a la escolta policial, que según el mismo bachiller León le puso el Gobernador, el doctor Carlos Ramírez dijo: -Esto es inaudito y no puede tener ninguna otra explicación que la actitud impropia que ha tenido el gobernador del Estado en todo este problema que ha hecho una inexplicable llave con Caracciolo.
Caracciolo ha incitado a delinquir, ha llamado a asaltar los tribunales, a romper vidrieras, ha asumido responsabilidades de los saqueos en esta ciudad y encima de que ha hecho todo eso, que ha pisoteado las leyes, que se ha burlado de todo lo que implica autoridad, entonces ahora anda protegido, en vez del gobierno buscar un abogado para que le haga una acusación penal por todos los graves daños que le ha ocasionado a la ciudad y a los comerciantes. La Cámara de Comercio se quejó por eso, y el gobernador le pone una custodia, no entiendo. La única cosa que tiene parangón es cuando el gobernador se paró a echar un mitin al lado de Caracciolo, es una llave que no entiende nadie en esta ciudad.
Por otra parte, el doctor Carlos Ramírez López calificó de insólita la actitud del Secretario Privado, Lic. Nicolás Rondón Nucete. Tengo la información -dijo – precisa y concreta que de llevarla a los tribunales la voy a llevar, de que él fue el autor de mandar a una persona para que llamara a Radio Universidad cuando mi hermano, el periodista José Rafael Ramírez, que estaba allá conversando, para que lo fueran a sacar e intentar contra él. Rondón Nucete es el Secretario Privado del gobernador y altera también la paz pública. No entiendo qué ocurre en Mérida, un gobernador echándoselas de dirigente estudiantil, un Secretario Privado incitando a la gente en contra de mi hermano y le voy a meter una acusación porque eso es un intento de asesinato.
Todo esto es verídico y puede verse en las HEMEROTECAS de Mérida.
Las reacciones del llamado movimiento estudiantil de aquella época a las acusaciones de que el señor Alfonso Isaac León Avendaño, mejor conocido como Caracciolo León, era confidente de la DISIP, fueron algunas vagas, otras confusas, y todas impactantes. A la sede del diario “Frontera”, en Ejido, se dirigieron por la tarde del día 27, tres connotados representantes de este movimiento, y que con los años se convertirían en los directores de muchas revueltas juveniles acaecidas en la ciudad, y después, en otra escala superior, en destacados funcionarios del Estado: Luis Aché, Pilín Zapata y José Villarroel (el llamado Goyo Villarroel). Con aspectos compungidos desmadejados por el esfuerzo que habían hecho para llegar a Ejido, aún un poco jadeantes, dijeron que estaban allí para desmentir al doctor Carlos Ramírez López; aducían con suma preocupación, que las denuncias de ese abogado constituían una difamación y porque tal cosa iba a alinear la represión en el Estado» (sic).
Añadieron que debían luchar contra tal denuncia porque después «desvalorizaba la verticalidad de un compañero reconocido en toda la ciudad de Mérida como alguien que ha estado al lado de las causas más nobles». Que estaban contra esta maniobra porque más adelante otros «compañeros se les podía hacer la misma acusación y esto puede traer graves consecuencias a uno de ellos».
ES UN HONOR SER «SAPO»
La situación se tornaba cada vez más deprimente, porque el 31 de marzo, este titular de “Frontera” dejó sin aliento a toda Mérida:
SERÍA UN HONOR PARA LA DISIP, TENER DE CONFIDENTE A CARACCIOLO LEON –sostiene el Comisario Luis Borjas Castellanos.
En estas declaraciones el señor Luis Borjas, en franca solidaridad con Caracciolo León, dijo entre otras cosas:
Este joven por ser gran líder estudiantil goza del aprecio de todos los cuerpos policiales con los cuales él, por elemental conveniencia, sostiene muy buenas relaciones que le sirven para diligenciar a favor de sus compañeros estudiantes cuando ellos se encuentran en situaciones difíciles.
El día 2 de abril, aparece en “Frontera”, página 3, la ficha que revela que Caracciolo es funcionario de la Dirección General de los Servicios de Inteligencia y Prevención, dependiente del Ministerio de Relaciones Interiores, que en aquel momento se encontraba bajo la dirección del adeco-saurio José Ángel Ciliberto (el que fue a juicio por el caso de los jeeps y el tema de la barragana de Lusinchi, doña Blanca Ibáñez). Esta Ficha de Control Interno, muestra el nombre del portador, el CÓDIGO J 35 -K, CLASIFICACIÓN: Colaborador. FUNCIÓN: Analista. SUELDO: Bs. 3.000.oo p/inf (c/cargo p, sec). En la parte superior de esta ficha se muestra una foto de Caracciolo, y al lado un titular que dice:
La denuncia hecha en los últimos días donde se señala a Caracciolo León como policía, como confidente de un organismo de seguridad del Estado son sumamente graves para el movimiento estudiantil de la Universidad de Los Andes, declaró Héctor Luis Acosta, miembro de la dirección juvenil del MAS. Esto nunca se había planteado en la Universidad de Los Andes donde nuestros dirigentes se han caracterizado por llevar adelante una pelea digna contra los organismos represivos del Estado.
Nosotros pedimos que se aclare la situación y el Consejo Universitario debe opinar al respecto ya que si la cuestión es verdadera esto sería una intromisión de los cuerpos de seguridad en la Universidad, violando la autonomía universitaria. Si es mentira la misma Universidad debe convertirse en acusadora para salvaguardar su nombre ya que ha sido ofendida por fuerzas extrañas a ella.
Nos parece rara la pasividad con que actúa el organismo estudiantil del cual forma parte el dirigente estudiantil acusado de policía y pedimos que se pronuncie al respecto.
Héctor Acosta finaliza sus declaraciones agregando lo siguiente: «Si la ficha es verdadera es una intromisión del gobierno en la Universidad y sería una bofetada al propio gobierno ya que dejaría ver su intención de corromper el movimiento estudiantil, si es mentira entonces los denunciantes deben ir a la cárcel por irrespetar al movimiento estudiantil. El MAS pide que se investigue y se diga la verdad, que todo quede claro. Para bien del movimiento estudiantil esperamos que esta sea una trampa del gobierno a la cual responderemos. Pero queremos, como todo el movimiento estudiantil, que se aclare todo, con pruebas precisas, con honestidad, sin tapar nada».
Confirmado en confidencias
Pero el 4 de abril en la columna «Confirmado en Confidencias», del diario mismo “Frontera”, pudimos leer: «Lo que faltaba para un fuerte nos lo ha proporcionado los exabruptos, señalando al REVOLUCIONARIO con mayúscula, Caracciolo León, Sapo de la DISIP«.
Todos estos escándalos se sucedían, al tiempo que el día 6 de abril, el movimiento estudiantil arreciaba y arrinconaba al Consejo Universitario; este Consejo permaneció doce horas secuestrado.
El día 8 de abril de 1987, nuevamente el doctor Carlos Ramírez, da unas declaraciones a “Frontera” donde ratifica lo dicho contra Caracciolo; sostiene que Caracciolo anda «ofendido porque dije públicamente lo que de él yo sé; su condición de agente secreto, lo cual en verdad es cierto y él más que nadie lo sabe y está consciente de que yo lo sé».
Agregó el Dr. Ramírez, que en realidad Caracciolo no debía preocuparse, pues «esa es una profesión honrosa, pero no es compatible con la de dirigente estudiantil».
Contribuye el doctor Ramírez en esta declaración con otros datos a la confección de una HISTORIA DE LOS SOPLONES «REVOLUCIONARIOS” EN VENEZUELA, que podría llegar a constar de 3 gruesos volúmenes. Dice el doctor Ramírez, que «en Mérida existía un precedente terrible con Leovigildo Briceño, quien era uno de los más violentos dirigentes estudiantiles de izquierda, al punto de que abandonó la presidencia del Centro de Ingeniería para irse a las guerrillas y cuando se le descubrió su condición de agente secreto de la DIGEPOL metió preso a medio mundo, especialmente a quienes habían sido sus compañeros de lucha, y que ingenuamente creyeron en él; los delataba y en muchos casos los persiguió, los apresó y personalmente hasta los torturó».
A fin de cuentas, la muerte de Carvallo Cantor sirvió para muchas cosas, unas miserables y otras loables: El crimen no quedó en principio aparentemente impune, nació el Movimiento 13 que habría de tener honda participación, como hemos dicho, en casi todas las conmociones que han sacudido a Mérida durante los últimos veinte ocho años, se encontró que Caracciolo trabaja para la DISIP y en nombre de esa misma muerte, el movimiento estudiantil solicitó la eliminación de los exámenes finales en la ULA.
Allí están las consecuencias de aquellos bastiones irreverentes de las UCV que encabezaban individuos tan parecidos a Caracciolo, como Américo Martín, Carlos Blanco, Pastor Heydra, Makario González, Juvencio Pulgar, Moisés Moleiro, Teodoro Petkoff, Gumersindo Rodríguez…, que lograban sacarles gritos de furor a la juventud de los años sesenta, setenta y ochenta. Por esa vía de la farsa, llegaron al poder y a las direcciones máximas del Estado y luego traicionaron las esperanzas de todo el mundo. Hoy están afiliados descaradamente con furor y con locura con la más rancia ultra –derecha, la misma que siempre ha asesinado estudiantes en este país.
¿Hacia dónde apuntaba una lucha sin verdadera dignidad, que aglutinara a los desesperados, sin un verdadero pensamiento que los cohesionara, sin un destino claro ni convincente?
[1] Porque de haber sido falso cuanto sobre él se dijo por sus trabajos para los servicios secretos de la DISIP, sus acusadores habrían tenido que purgar cárcel por tan reiterados y desmedidos “inventos”.
[2] Nunca se sabe las volteretas que dan en el mundo políticos aquellos que después de Chàvez quedaron del mismo bando de la derecha: muy probable que el doctor Carlos Ramírez sea hoy muy amigo de Caracciolo. Recuerdo que entonces, el director de Frontera, el doctor Luis Velázquez (profesor universitario y viejo miembro del MAS, trastocado luego en diputado a la AN por el MVR) daba cabida en su periódico a cualquier ataque frontal que se le hiciera a Caracciolo. El doctor Velázquez tenía entonces una gran admiración por Carlos Ramírez. Hoy (2021) sabemos que doctor Luis Velázquez lleva más diez años huyendo de Venezuela por corrupto.
[3] Hay que decir que las declaraciones de este abogado son realmente patéticas y reveladoras de un arquetipo moral que nos deja sin aliento.