El carácter de Francisco de Paula Santander lo va a heredar del capitán Francisco Martínez de Ribamontán Santander, caballero de la Orden de Santiago fundada en 1160, para proteger a los peregrinos que hacían el camino a Santiago de Compostela , personaje que fue un ardoroso
colonizador y quien practicaba las técnicas más severas
para someter a los indios a trabajar en las minas de plata
y cobre, o en la búsqueda de perlas. Por éstas y otras envilecedoras funciones se le siguió una investigación por lo que se ordenó su detención, se le sacó desnudo del convento de San Francisco y fue llevado a rastras hasta la cárcel del cabildo.
En busca de sus antepasados, otro genealogista, don Matos Hurtado, nos puso a tragar más polvo que cucaracha albina. Tiene Santander antecedentes vascos por el lado materno, que se remontan a los vizcaínos de don Nicolás Rodríguez, y por parte de la cacica Suba, una princesa indígena. Además, estaba emparentado con el capitán Nicolás Palencia, compañero de Nicolás Federman, de los conquistadores de Venezuela contratados por los hermanos Welser. De más allá y de más acá tiene parientes antiguos de la casa y solar de los Joveles y del principado de Cataluña en Altafulla. Su tercer abuelo, don Eugenio Sánchez Osorio, fue fundador de la villa de San Antonio del Táchira.
Nos dice don Luis López de Meza: “..tres continentes aportaron en él su signo arcano: Asia, genitora de religiones y de epopeyas delicuescentes de la personalidad, a la vez caótica y profunda; Europa, crítica y pragmática, y América, enalbada de elaciones juveniles”.
Además, como buena casa conservadora, la de Francisco de Paula tenía un sólido soporte curero; empecemos por dos de sus tíos: José Maria Santander, quien era cura de Cúcuta, y el otro, don Lorenzo Santander, cura de Nutrias. Fue por esto, o pese a ello, por lo que sus padres querían que Francisco también asegurara su porvenir haciéndose mensajero de Cristo Redentor. Su otro tío, el doctor Nicolás Mauricio Omaña (también sacerdote) se desempeñaba como catedrático de Latinidad y de Derecho Canónico en el Colegio San Bartolomé; durante un buen tiempo sería su protector.
¿Cómo es el niño Francisco de Paula? Pues, muy robusto, tranquilo, apagado. El niño poco molesta, al niño casi ni se le escucha. No hizo locuras, fue aplicado y mostró obediencia y respeto por sus padres. De facciones europeas, aunque sus rasgos eran indígenas, por lo de los dientes perfectos, blanquísimos y fuertes, que según los ingleses son muestra de “salvajismo”. Por el aceitunado color de su piel va a ser lampiño. Pelo lacio. Ojos adormitados y cubiertos de una brumosa y pertinaz tristeza. Siempre estará considerando que hay peligros que le acechan y sombras que le señalan y le condenan, cosas del espíritu medieval e inquisitorial de
la época. Su padre, Juan Agustín Santander, un terrateniente de 43 años que ya había enviudado dos veces, casó con su madre Manuela Antonia de Omaña y Rodríguez, viuda, cuando ésta sólo contaba con veinte años de edad. Juan Agustín y Manuela tuvieron cuatro hijos, los dos primeros fallecieron prematuramente y el tercero fue Francisco de Paula; la cuarta fue una niña a la que pusieron por nombre Josefa. Juan Agustín contaba con relaciones importantes por ser un rico propietario de acomodadas fincas, esclavos, mulas, abundante ganado, un sembradío de cacao y café, un trapiche. Por esta privilegiada situación llegó a ser elegido para el cargo de gobernador de la provincia de San Faustino de los Ríos. Fue así como dejó de lado las
faenas del campo por los pastoreos de la burocracia, que
lo llegaron a atrapar ardientemente. Fue Don Juan Agustín tan buen administrador en este cargo que se daba el lujo de entregar donativos, a Su Majestad el Rey, para paliar las necesidades de las guerras que nunca faltaban.
Para un muchacho de la condición de Francisco de Paula, aquellos campos eran propicios para aprender labores que luego serían esenciales para enfrentar la dura vida de la Guerra de Independencia. Se hizo buen jinete, y adquirió una complexión fuerte mientras asistía a sus padres en los menesteres del campo. Al mismo tiempo, aprendía algo de música, de baile y de latín (con los presbíteros Manuel de Lara, Manuel de Nava y Juan Téllez), como era usual en ciertas familias pudientes que aspiraban a que sus hijos se hicieran curas.