AUTOR: Pedro Pablo Pereira
(EN LA GRÁFICA APARECE JOSÉ SANT ROZ, ENTRE SUS HERMANAS MILAGRO E IDILIA, EN EL PUEBLO DE LAS MERCEDES DEL LLANO…)
El 19 de noviembre de 1944: nace, de pie, un niño en Santa María de Ipire, Estado Guárico, registrado con el nombre de José Manuel. Lo de José por haber nacido un día 19, tal como lo había soñado su madre Clara (devota de San José) meses antes, y lo de Manuel por significar «el llamado de Dios». También, el Manuel le venía por el tío Manuel, uno de los hermanos de la señora Clara. El tío Manuel era poeta y conocedor de los clásicos griegos y latinos, y vivía como un ermitaño en el pueblo del Socorro, y estaba casado con una muchacha treinta años menor que él. El tío Manuel era muy blanco y regordete, y hablaba muy pausadamente, siempre con una especie de gorjeo en el pecho. La mujer del tío Manuel era morena y delgada, nerviosa y amable. Los recuerdos de aquellos campos se le mezclan con el delirante calor, con el silencio de los ocre peladeros del pueblo El Socorro, con sus casas de barro y techo pajizo, desvencijadas. La imagen lejana del tío Manuel, rollizo, sudoroso y en guardacamisa, con su amplia sonrisa, hablándole de cosas que José Manuel desconoce pero que le maravillan: de los astros, de los misterios de la historia de los babilonios, de los griegos, de la Biblia.
Su madre, la señora Clara Rodríguez de Rodríguez, presentirá que José Manuel, su sexto hijo, después de varios abortos, tendrá que ser un hombre con suerte, que vendrá con cierta carga de terquedad, de angustias y de culpas, y la tormentosa necesidad, quizá religiosa, de llegar a una verdad y a una justicia que justifique su presencia en esta vida.
Ahí está su madre como el anuncio de una gran pena: una mujer, debatiéndose siempre entre tantas enfermedades, y con un esposo que requiere se le diga todo lo que debe hacer para que el enjambre de la familia no se desintegre. Es una lucha diaria, perenne contra muerte. Cuando llega la noche llegan tantos demonios, la desolación y la impotencia, los gemidos, los rezos, las fiebres…. El fin.
Ttal como ha sido para la señora Clara, ese propio batallar como costurera y como dueña del único hotel y restaurante en aquel pueblo polvoriento, caliginoso y petrolero de Las Mercedes del Llano en el que sólo se ven fantasmas. El Padre de este niño, de José Manuel, es el talabartero Francisco Javier Rodríguez Barbieri, un hombre de unos cincuenta años (su esposa tiene treinta) callado, sereno, un catire curtido y cuarteado por el terrible sol, muy sencillo. Sus ojos azules parece en esa piel curtida por los fogonazos dos lumbres agobiadas. Era un hombre flaco (avellanado como don Quijote), de secos músculos y de frente amplia. Se la pasaba todo el día martillando en un mostrador, trabajando el cuero, haciendo cinchas y aperos. Aquel caserón donde nacé José parecía un establo, con gallinas, cochinos, cabras, dantas, becerros, vacas y caballos pasando por los cuartos y los pasillos. Como el pesebre de Belén.
Francisco Javier provenía de una rica familia de hacendados, que habían ido perdiendo sus pocos bienes, en aquellas feraces y terribles tierras, en las que aún se vivía en medio de la imposición de la ley del más violento y del más descarado, de más asesino. Era el mundo de los llanos que describía Rómulo Gallegos en su novela Doña Bárbara. La madre de Francisco Javier era de origen italiano y su padre un ganadero que estaba emparentado con el general José Antonio Anzoátegui. En cuanto a otras conexiones consanguíneas de los padres de José Manuel con meteóricos personajes de la Independencia, hay notas históricas que lo relaciona con el excéntrico maestro del Libertador, Simón Rodríguez. El maestro de Bolívar al parecer pasó un tiempo por estos lares de los llanos, por Santa María de Ipire. Francisco Javier fue el único varón, y sus cinco hermanas se destacaron como reconocidas talladoras y pintoras; eran las que decoraban los retablos de las iglesias de Santa María de Ipire y pueblos circunvecinos.
A los esposos Rodríguez (Clara y Francisco Javier) les nacieron en Santa María de Ipire, además de José Manuel, otros cinco muchachos: Argenis, Alirio, Adolfo, Idilia y Rommel. El caprichoso nombre de la primera hembra del matrimonio, Idilia, lo tomó Francisco Javier de la marca de una rara colonia que se llegó a vender en aquel remoto, polvoriento y apartado pueblo de los llanos.
Al quinto hijo, Francisco Javier se llamó Rommel. Javier era germanófilo y mientras se mantuvieron vivas las acciones militares de la Segunda Guerra Mundial él estuvo a favor de las fuerzas de Hitler, quizá por un sentimiento netamente antinorteamericano. Admiraba al famoso Erwin Rommel (el Zorro del Desierto). Ya uno de esos hijos llevaba el nombre del Führer (Adolfo). No tenía el padre de José Manuel un conocimiento ni un sentido político para estar embanderándose con Hitler; era sólo una cuestión de admiración, hacia los alemanes y hacia Mussolini, él, cuya madre, venía de la tierra del gran Garibaldi. Cosa rara, Francisco Javier admiraba sin conocerlos mucho a Garibaldi y a Mussolini, y su admiración por Hitler consistía, se insiste, en el odio inmenso que toda su vida tuvo hacia los gringos, y que heredaría plenamente su hijo José Manuel.
Francisco Javier leía y componía versos, tocaba muy bien la armónica, y con un radio de onda corta se mantenía al tanto de los acontecimientos en Europa durante aquellos aciagos años de 196 a 1940; tenía un peculiar conocimiento de la geografía universal y de los detalles más extraordinarios de las batallas que se estaban escenificando contra el eje Alemania-Italia-Japón. En sus discusiones con el cura y el prefecto del pueblo con quienes departía casi todas las noches, con el Mujiquita del pueblo (el secretario del prefecto) y con los políticos del lugar, hacía gala de sus conocimientos y de la información que recibía por vía de la radio, imponiendo su visión y sus conjeturas de lo que iba a suceder en los diferentes frentes de batalla, una vez que Hitler lanzara sus mejores armas: unas bombas que estaba probando.
Cuando el niño Rommel, dos años mayor que José Manuel, se acerque a la cuna para ver a su hermanito recién nacido, exclama: «-…pero si es nerro picón». Quería decir que era canelita (a diferencia de los otros hermanos mayores que era catirones) y además, con los labios finos y pronunciados.
La pareja de campesinos, Javier y Clara, hubo de huir del pueblo de Santa María de Ipire cuando un tétano se llevó a Rommel. El pequeño se había herido con un clavo y aquello fue fatal. Cuando la fiebre lo abrasó no había medicina que pudiera salvarlo. Aquella muerte provocó un estado de locura en Francisco Javier, quien perdió el sentido de la realidad, comenzó a deambular por el pueblo, delirando por la calles, por la polvorienta carretera que iba a El Tigre. Se echaba a la espera de que pasara un carro y lo matara. Pero carros casi no había por aquellos desérticos y desolados pueblos y tampoco corrían veloces como los de ahora. Javier no se murió pero quedó lleno de tristezas y de eljanías, entonces todo su amor lo volcó hacia su sexto hijo: José Manuel.
La señora Clara se quedaba contemplando a su sexto hijo, luego de varias pérdidas, y decía: «Este canijo carajito gritón, terco, quiera Dios que sirva para algo y que no nos vaya a dar dolores de cabeza, porque con los primeros he quedado ya muy cansada». La señora madre de José Manuel, que era mujer emprendedora y terca como el hijo que acababa de tener, decidió salir de Santa María porque su esposo estaba loco y porque por todas partes se le aparecía el fantasma del pequeño recién niño muerto, luminoso y gracioso que estaba en todos los rincones, altares y caminos del pueblo de Santa María de Ipire; fue así, como emigraron entonces hacia las Mercedes del Llano, con la ayuda de Francisco, un hermano de Clara quien allí era el Jefe civil del pueblo. Este tío Francisco, era toda una leyenda en los llanos del Guárico: poeta, novelista, político o cacique. Es el Padre de Isaías Rodríguez Díaz, el aliado del Comandante Hugo Chávez, el que más tarde será diputado al Congreso por el MVR, luego Vicepresidente de la República, Fiscal General de la República, después embajador en España y en Italia. El tío Francisco, se había casado con su prima Luisa Díaz, hermana del afamado escritor Pedro Díaz Seijas, de modo que José Manuel venía siendo primo doble de Isaías.
En esta rama filial por los lados de la madre de José Manuel, hay una historia profunda y fecunda, plagada de fuegos sagrados, de errabundeces trágicas y grancolombianismos sublimes que vienen de la Nueva Granada. El Padre de Pedro Díaz Seijas era un sabio extraño, ocultista y esotérico, con grandes poderes, una especie de Gurdief, que se estableció por Tucupido. Este personaje era hermano del escritor, poeta, político liberal y médico Alirio Díaz Guerra (gran amigo del poeta José María Vargas Vila), quien a los 22 años llegó a Venezuela huyendo de los desastres que quedaron de la batalla La Humareda. Alirio Díaz Guerra fue Secretario privado del Presidente de la República Joaquín Crespo, y murió en Nueva York. Manuel Díaz, el padre de Clara, era también médico y hermano de Alirio Díaz Guerra. Manuel Díaz había realizado estudios de Medicina en el Hospital Vargas, y una vez graduado se fue a los llanos. Por un pleito de familia Manuel se cambió el apellido y comenzó a firmar Manuel Rodríguez. El doctor Manuel fue el fundador de casi todos los dispensarios del Estados Guárico.
Sobre el escritor Alirio Díaz Guerra lamentablemente se desconoce gran parte de su obra; sobre todo una novela que escribió en su ciudad natal de Tunja y que trajo cuando llegó a Venezuela. Sus trabajos más conocidos en nuestro país son de carácter político (la obra “Diez años en Venezuela 1885 – 1895”) y otros dispersos de poesía. Se sabe que viene de una familia acomodada y que nació en 1863. Durante su juventud militó en el Partido Liberal en medio la inacabada guerra civil que surgió a partir de 1830, cuando José María Obando y José Hilario asesinan al Gran Mariscal de Ayacucho. Que después de vivir exiliado en Venezuela pasó a Nueva York en 1895, y allí, en 1914, publica la novela “Lucas Guevara”. La novela cuenta la historia de Lucas Guevara, joven de clase media que emigra a los Estados Unidos. En la ciudad de Nueva York, Lucas, mozo inteligente pero en extremo ingenuo e incauto, es víctima de una serie de estafadores y embusteros. Nueva York es presentada como una ciudad sórdida, devoradora, despiadada enemiga de la inocencia y de la moralidad. En las entrañas de la bestia, para emplear la frase de José Martí, al joven protagonista pronto se le ve rondando los barrios bajos, cayendo en los vicios más abyectos, sin poder oponer resistencia alguna ante las más inmundas tentaciones. Tras una sucesión de fracasos, tropiezos y quebrantos, viviendo en la miseria y la vagabundez, sumido en la más angustiosa y amarga de las depresiones, decide tirarse desde Brooklyn Bridge y así acabar con su vida.
La novela de Alirio Díaz Guerra es una clara denuncia del mundo yanqui del materialismo y de la pobreza espiritual que José Enrique Rodó ya relatara de manera más directa en su célebre “Ariel” (1900). Guarda una clara semejanza la obra de Díaz Guerra con “La Factoría”, publicada once años después por el periodista y escritor nicaragüense Gustavo Alemán Bolaños. Ambas tienen como protagonistas a jóvenes pertenecientes a la clase intelectual hispanoamericana, individuos que llegan a Nueva York con muchas ilusiones y las mejores intenciones. En la novela de Díaz Guerra así como en la de Alemán Bolaños, la gran metrópolis yanqui termina devorándolos, ya sea por medio del envilecimiento, como en el caso de Lucas Guevara, o mediante un proceso de deshumanización, como se da en el caso del narrador de La factoría. El protagonista de esta última se convierte de hecho en ¡hombre -máquina! al tener que trabajar como obrero común en una fábrica debido a que no puede encontrar un empleo acorde con sus facultades y su preparación. La situación que retrata aquí el autor, aunque no insólita, no ha sido el caso común para la generalidad de la inteligencia hispanoamericana que, por diversos motivos, ha emigrado a los Estados Unidos. Al llegar, la mayoría, de hecho, se ha amparado a la sombra de varias universidades estadounidenses de prestigio donde han podido desempeñarse como profesores, investigadores y escritores.
Es importante recalcar que, si bien es cierto que muchos escritores de América del Sur llegan a los Estados Unidos en busca de oportunidades económicas y profesionales, un alto porcentaje emigra hacia el País del Norte por razones políticas. Entre estos podemos contar un gran número de chilenos y rioplatenses que salen de sus países en los años sesenta, setenta y ochenta, huyendo de las guerras sucias, la represión, las desapariciones y la censura, males que plagaron a las naciones de América del Sur durante aquellos años.
Así pues, de toda esa camada de genes raros, regulares, angustiantes y contradictorios, provino aquel ser que nació de pié una mañana de noviembre de 1944 en Santa María de Ipire, y que se metió en batallas ingentes contra terribles molinos de viento, solo, airado, despreciado, calumniado, odiado, obstinado y profético.