Miguel Posani
Tratando de reproducir el exquisito sabor de una receta de macarrones con yogurt y curry, que una vez comí en Trípoli, -receta imagino fruto de la mezcla con los ocupantes italianos- me vino a la mente el recuerdo: Entró pasando unas cortinas y se sentó en una silla de plástico blanca de esas baratas que hay por todas partes, nos miró y me pidió acercar mi silla a la suya, tenía unos lentes oscuros de esos que uno llamaría “tapa nota” y un turbante, unos anillos en las manos y vestía una túnica de colores oscuros. A mí me dio la impresión de estar frente a Mick Jagger y Bono a la vez, una mañana temprano después de tremenda rumba.
Estábamos en una gran tienda a la que llegamos después de una espera de una semana en Sirte y un trayecto de una hora en medio de la sabana libia que me recordó las afueras del Tigre en Anzoátegui. El calor era el mismo.
Un guardia coloca en el suelo unas plantas que alejan las moscas y Gadafi nos plantea hacer una entrevista de media hora, que luego se convertiría en una hora. Comencé a hacer inicialmente las preguntas que cualquiera haría en una situación como esa y a un personaje como ese, esperando la oportunidad de salirnos del guión institucional para tratar de tener una interacción más personal.
Todo esto mediado por un traductor libio que había estudiado en Cuba, el cual tradujo todo perfectamente.
Las preguntas se sucedían hasta que se presentó el momento en donde le plantee que él promovía la unidad africana pero que había que impulsarla aún más y responde qué será lo que Alá quiera. Y justamente ahí le planteo que a veces hay que ayudar a Alá, eso lo hace verme y sonreír, asintiendo, no recuerdo con qué argumento cerramos la entrevista. Hasta ese momento todo había ido aburridamente bien.
Pero como en una película italiana con Benigni, el traductor se acerca y me dice “Tenemos un viaje de regreso hasta Trípoli en carro de muchas horas, háblele al “líder“ a ver cómo nos ayuda” ¿Y qué le digo? Le repliqué. “Mire líder necesitamos regresar rápido a Trípoli, ¿Puede usar sus influencias? “
El traductor, mirando al líder desde donde estábamos me dice, “Diga cualquier cosa, si quiere hasta recite un verso de lo que sea, que yo sé lo que le diré”. Me acerco a Gadafi y miro casi mi reflejo en esos lentes oscuros y le digo sonriendo “tengo que decirle algo como si le pidiese algo serio y no sé qué decirle, total no me entiende”. Seguidamente el traductor le dijo algo a él, dio inmediatamente una orden que no entendí, y media hora después abrían un aeropuerto y llegaba un Boeing de poltronas de cuero para llevarnos a la capital.
Tiempo después vimos en directo como en la misma ciudad lo mataban a tiros, mostrando la verdadera y descarnada realidad del horror y la hediondez que anida en todas partes del mundo junto a las farsas, los disfraces y las frases diplomáticas del circo internacional. Las “circunstancias” y los titiriteros escondidos manipulan la vida de millones de personas todos los días. ¿Qué será de la vida del traductor libio?
Pero no concluyamos así este escrito, hay algo interesante y es el librito verde de Gadafi, en donde habla de clases sociales, pero también de tribus, adaptándose al contexto libio. Cuando leí esto me di cuenta que también aquí nos movemos por “tribus”, grupos que se coagulan en base a instituciones, empresas, o personajes generalmente, “un cacique” alrededor del cual gira una corte de personas que se sienten más allá de lo que sea, “parte de una “familia” a la que se le debe lealtad”.
Antropológicamente hablando podemos definir “lo tribal” o “neotribal”, diría Maffesoli, en nuestra realidad como una subcultura ancestral que se reproduce a través de las carencias humanas, ejemplo, la inmensa necesidad de identidad, afecto y reconocimiento de una gran parte de la población.
Lo tribal se expresa en un grupo de personas que se mueven en el ámbito burocrático, que comulgan entre sí proyectando sobre un “cacique” poder, sabiduría, empatía y todo tipo de características positivas. Activándose así un mecanismo de auto preservación y retroalimentación que permite mantener no solo la identidad del grupo sino también la individual en una cultura en donde tanto el individuo como lo colectivo están fragmentados y en donde la mayoría está hambrienta por calzarse una identidad mejor de la de donde provienen. Parecido al mecanismo de vida de las nuevas religiones actuales. Pensamos que somos modernos o hipermodernos, “actuales” pero estamos llenos de dinámicas ancestrales que se plasman en nuestras actitudes, comportamientos y respuestas.
En la dinámica tribal, así como siempre hay un “jefe” hay un “nosotros” positivo y un “ellos” o “el otro” negativo. Lo que conlleva a desprestigiar a la tribu anterior que ocupaba el lugar que ahora ocupa esta otra.
Caso ejemplar ha sido cuando dentro de un mismo gobierno, se cambia un ministro y se sucede una corrida de empleados y funcionarios de la “tribu” del ministro saliente, y una ocupación de los puestos estratégicos por miembros de la “tribu” entrante que actúa bajo el supuesto inconsciente de que lo anterior que se hizo no sirve, tiene inmensos errores, o no son de fiar, o simplemente son diferentes. Parecido a como resuelven sus problemas los maorí entre sus tribus en Nueva Zelandia. Una especie de “revolución dentro de la revolución” pero que a Trotsky le volaría los sesos.
Terminemos con la receta de macarrones con yogurt.
550 gr. de macarrones,
400 gr. de yogurt,
3 dientes de ajo,
200 gr. de cilantro,
1 cucharada de curry,
1 cucharadita de canela,
1 cucharadita de comino,
1 pizca de pimienta,
Sal al gusto,
1 cucharada de aceite de oliva.
Mientras los macarrones se cocinan, se coloca en un recipiente el yogurt, los ajos triturados, el cilantro cortado y las especias, se mezclan todos los ingredientes y luego se agregan los macarrones y servir.