JOSÉ SANT ROZ
Se tiene conciencia de que hay que luchar contra la dictadura, aunque sea tirando papelillos. Los primeros escarceos revolucionarios de Rómulo Betancourt no llegan a concretarse. Los papeles que se escriben y se
reparten, las reuniones para fundar un grupo de lucha que pueda hacer movilizar las masas, no consiguen ningún eco entre los intelectuales ni entre la población. Del otro lado, en palacio, Gómez está cansado y fatigado de las traiciones y no cree ni en su sombra. Así que, un buen sector de hijos bien y alborotadores de la universidad, han cogido al viejo un poco aburrido; aunque no se han atrevido a enfrentarlo directamente sino con el parapeto de las máscaras y unos juegos florales, muy bien camuflados con los actos de la llamada Semana del Estudiante. En esos actos de la Federación de Estudiantes de Venezuela, Betancourt se entusiasma, conoce jóvenes que escriben versos y leen a Marx. Lo que más se difunde entre estos jóvenes es el tema del imperialismo norteamericano, que se manifiesta sobre todo en la Política del Garrote, del ex presidente Teddy Roosevelt, que tantos estragos había causado en Panamá y en el Caribe. Estaba claro que Gómez se sustentaba en el poder que le daba Estados Unidos, y eso todos lo comentaban. Roosevelt había dicho que ningún triunfo de la paz es tan grande como el triunfo supremo de la guerra. Es decir, y esto lo planteaban algunos estudiosos jóvenes del círculo a los que asistía Rómulo, que era inadmisible que en Washington se estuviese creando la certeza y la posición de que la guerra debía ser la condición ideal de la sociedad humana del futuro. Y para esa guerra, por supuesto, lo más importante era tener bastante petróleo y que gran parte de los yacimientos hasta entonces conocidos en el mundo, se encontrasen en Venezuela. Juan Bautista Fuenmayor era uno de los jóvenes que con más claridad analizaba estos temas.
Nos encontramos entre los días que van del 6 al 12 de febrero. Mediante un plebiscito —que reflejaba los irrefrenables deseos por ejercer el voto— se elige una reina, como dijimos, a Beatriz Peña, y un grupo se encarga de elaborar un programa al margen de las consabidas francachelas, disfraces y comparsas. Leoni, con un gesto de histrionismo protocolar, firma un decreto donde hace constar la importancia de estos actos en favor de la alegría universal del género humano. Beatriz I, es la diosa convertida en bello caballo de Troya que sacude las vetustas moles del poder gomecista. Los estudiantes desatan una estridente jarana de latas y voces. Hay un enorme placer por estremecer la modorra de aquella Caracas en la que nunca pasa nada.
A la policía de los cachacos la cogen un poco desprevenida. ¿A quién se le puede imaginar que a Gómez se le falte el respeto?
Estalla la Dios en Cristo, y se desenfundan las peinillas
El 8 de febrero de esa famosa semana, Betancourt habló en el Teatro Rívoli, después que Andrés Eloy Blanco recitara unos versos malísimos.
Betancourt tenía casi 20 años, y ya no podía perdonársele el que dijese cosas como «el sentido trascendente de esta fiesta en la que quinientos venezolanos limpios de claudicaciones, insospechables de oportunismo…»
La palabra «claudicar», desde entonces se vuelve palabra paradigmática en la jerga adeca: «contra los que claudican», «hay que vencer la claudicación», «al claudicar los principios se ahoga la hora magna de la libertad».
Lo cierto fue que Betancourt no quería seguir en la universidad y estaba firmemente decidido mandar al demonio la Escuela de Derecho. Decía que le era insoportable vivir enterrado en una «universidad archirreaccionaria, apestosa a Colonia, escolástica».
Como resultado de estos hechos, se creó la leyenda con la que se asegura que a Betancourt lo habían detenido el 14 de febrero, temprano en la mañana. Ya entonces era escribiente en el Colegio de Abogados. Refieren las crónicas que de allí se lo llevaron a Puerto
Cabello y le pusieron grillos de sesenta kilos, y que estando preso en el cuartel El Cuño cumpliría veinte años. Esta experiencia le servirá para escribir el folleto «Dos meses de cárcel».
De acuerdo con lo que expresa Ernesto Silva Tellería en su texto titulado «Dos años de cárceles de Gómez», la verdad sobre este episodio fue bien distinta: «De acuerdo con el tiempo que (Rómulo) en verdad estuvo preso, le faltaría cumplir un mes y tres semanas más, porque no pasó detenido sino unos cinco días, para simples averiguaciones. Hasta le presentaron excusas al final porque como usaba siempre el nombre de Rómulo Betancourt Bello, alguien le dijo a Velasco que el muchacho decía que era sobrino muy estimado de doña Dionisia, la matrona querida de Juan Vicente Gómez».
El propio Betancourt lo narra de la siguiente manera:
«Vino la represión. Los que nos habíamos significado más por la actitud insurgente fuimos a la cárcel. Allí nos remacharon a los tobillos los pares de grillos (los clásicos, pesados sesentones, de 60 libras, y otros, más
pequeños, llamados parachoques en el argot carcelario). Se nos llamó «los protomártires de El Cuño» en la zumbona jerga estudiantil, aludiéndose al nombre de la cárcel donde se nos encerrara y a nuestra condición de precursores de quienes detrás de nosotros vinieron luego a colmar los calabozos. En esa celda penitenciaria cumplí los veinte años, el 22 de febrero de 1928. Éramos cuatro, en un calabozo de escasos metros, sórdido y sin una sola rendija abierta al aire y a la luz. De los cuatro, dos murieron, víctimas del terror gomecista: Pío Tamayo, el poeta, fue sacado a la calle, agonizante, después de siete años de grillos y de incomunicación carcelaria; a Guillermo Prince Lara, estudiante de medicina, lo mató una tuberculosis galopante, adquirida mientras peleaba como guerrillero, en una aventura antidictatorial, allá por el año 29. Sobrevivimos Jóvito Villalba y yo. El estudiantado del 28 respondió a la prisión de los cuatro con enérgica acción solidaria. Centenares de universitarios fueron a las cárceles».
Todas las enciclopedias, libros, revistas, periódicos, documentos fílmicos y testimonios como los de Ramón J. Velásquez, Alfredo Tarre Murzi (Sanín), Manuel Caballero, José Agustín Catalá, Miguel Otero Silva, y muchos otros potentados de la política de partido e intelectuales estudiosos de esta época, coinciden en que Betancourt estuvo preso durante dos meses en Puerto Cabello. Pero del 14 de febrero, en que lo detienen, al 7 de abril, cuando se produce el asalto al Cuartel San Carlos y en el que Rómulo asegura que participa echando plomo, median menos de dos meses. Para tales movimientos requería mucho más tiempo, pues si se toma en cuenta que él había estado cumpliendo prisión en Puerto Cabello y que hacia allí se dirigió una gran movilización de personalidades para liberarlo, y que si salió en libertad debió haber estar vigilado por los esbirros de Gómez, entonces, ¿cómo es que de inmediato se une a una insurrección que se inicia con el asalto al Cuartel San Carlos? Razón tiene Ernesto Silva Tellería cuando dice que si acaso estuvo preso no fue por más de cinco días, y sólo para averiguaciones; y que tampoco le colocaron grillos de 60 kilos. Lo que ocasionó la detención, según estos mismos estudiosos, fue que el estudiante Guillermo Prince Lara rompió en el hospital Vargas una placa de mármol en la que se mencionaba a Gómez con elogios.