José Sant Roz
(Dedicado a Flavia Riggione)
- Nos refiere el coronel Perú De Lacroix que, el 26 de junio, un grupo de diputados de los asistentes a la convención de Ocaña, esparcían noticias alarmantes, puesto que habiéndose dado cuenta de que debían continuar supeditados al mando del Libertador, procedieron a realizar planes criminales contra su vida. Entonces, en la casa que Francisco de Paula Santander ocupaba en Ocaña, recibieron las instrucciones para la gran sublevación.
- Santander había dejado Ocaña bajo un cielo de negros nubarrones. Parecía su cara más seca, más dura; con aspecto de haber padecido una intensa y larga fiebre, para entrar en otro viaje estremecedor de sus obsesiones: planes, revueltas, exilio, un sinfín de abismos y vértigos. Vivía los restos de la noche más larga de su delirio; vacilaba entre sombras de un nuevo y desconocido túnel.
- Los encargados de ejecutar el trabucazo en Bogotá fueron los diputados Santander, Luis Vargas Tejada (empleado a sus órdenes y poeta), Arrubla, Francisco Montoya (mercader) y el doctor José Félix Merizalde (médico); el coronel José Hilario López (de los autores intelectuales del asesinato de Sucre, y quien llegaría a ser presidente de ese virreinato de la Nueva Granada) dirigiría el levantamiento en el Cauca y Popayán; Juan de Dios Aranzazu (mercader) en Antioquia; doctor José Ignacio Márquez (abogado y hacendado, quien luego se arrepentiría y llegaría a odiar a Muerte a Santander) en Tunja; Vicente Azuero y Diego Fernando Gómez (abogado y juez de la Alta Corte) en El Socorro; Francisco Soto y el coronel Juan Nepomuceno Toscano en Pamplona; Salvador Camacho (abogado y hacendado) en Casanare; Martín Tobar (hacendado), doctor Andrés Narvarte (abogado y juez de una corte), Echezuría (abogado) y Romero (abogado) en Venezuela, y que el golpe debería darse en febrero.
- El golpe hubo de ser adelantado y se dio en septiembre. Todas las miradas estaban en Santander quien, queriéndolo o no, se había convertido en el centro de todas las aspiraciones “tiranicidas”. Su conducta enervada, sus cartas furibundas contra Bolívar, su doble faz como lo demuestran los hechos ocurridos en Bogotá cuando protestaba su total y frenética fidelidad al Libertador, al tiempo que apoyaba al faccioso José Bustamante —y se paseaba con los que cantaban himnos a la Constitución y pedían la cabeza del grandioso héroe caraqueño.
- Como sombras, vagaban los diputados por los pueblos. En burros, a pie, a través de caminos polvorientos o empantanados. Parecían fantasmas, duendes. Sólo las urracas llenaban el viento del sonido grave, anunciador de inviernos y tormentas. A poco de llegar Santander a la capital le fue informado que desaparecía la figura del Vicepresidente y se le nombró como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario a los Estados Unidos —empleo que aceptó (un milagro) después de ciertas consultas con sus íntimos complotados en el fastuoso crimen. El supuesto “tirano” pensaba desarmar a los más envalentonados enemigos, pero nadie convence a los fanáticos, mientras padecen el virus de ideas suicidas.
- Se cuenta que en un baile, algunos jóvenes insolentes ocuparon el asiento destinado al Libertador, y haciendo tonterías arrancaron solemnes suspiros y frenéticos aplausos del público. Otros, beodos, mostraban armas blancas y pistolas, gritando que querían hacer el papel de Bruto. Era una situación preocupante, y los amigos del “tirano” allí presentes,le pidieron que se creara una policía secreta. El “déspota” se negó.
- Santander seguía oyendo sugestiones y predicamentos airados contra el Jefe Supremo, y para él había llegado la hora de ejercitarse como maestro de salvadores de la patria. En realidad, seres que no habiendo alcanzado posiciones relevantes durante la revolución de independencia, a excepción del propio Francisco de Paula, querían encumbrarse de la noche a la mañana en los agitados ensueños del poder. Eran asiduos visitantes de Santa Catalina —el tabernáculo de doña Nicolasa Ibáñez (la amante de Santander)— un tal González, Hormet y Carujo; el segundo, francés y el tercero venezolano. La consigna era: “-Hay que matar al tirano, a Urdaneta y a Castillo”.
- El ex-Vice escuchaba las amenazas, pero no aseguraba su compromiso en el atentado. Argumentaba que si él se encontrara en el exterior podía ofrecer lealtad y ayuda al grupo de conspiradores pero que, estando en Bogotá y siendo el blanco de la persecución de sus enemigos, no le era conveniente participar en una rebelión. Sin embargo “convenía en la criminalidad de la conducta del general Bolívar”.
- A todas estas, Francisco nunca salió a ocupar el cargo que el Gobierno le había ofrecido en el exterior, quiso más bien anticiparse a las reacciones inconscientes del país teniendo en sus manos las redes inmensas de la conjura. Los conspiradores contaban con él, y él en su entreverado silencio provocaba a sus aliados o les retardaba el plan según el vaivén de las circunstancias. A tanto había llegado el poder de Santander que en Bogotá, a excepción de unos pocos, lo consideraban el auténtico sucesor de Bolívar.
- El atentado largamente planeado estalló el 25 de septiembre. Un grupo de oficiales atacó el cuartel donde se encontraba preso el almirante Prudencio Padilla. Los conspiradores instan al almirante a que se ponga a la cabeza de un grupo de oficiales, pero Padilla se niega. Probablemente, pensaba en sus pasadas acciones porque en sus protestas había bailado al son que le tocaban los santanderistas, ahora estaba decepcionado. En todo caso le queda poco tiempo para decidir. Le han abierto las rejas y además le dicen sin tapujos: “Usted, amigo, es granadino. La revolución cuenta con un ochenta por ciento de divisiones granadinas. El golpe está preparado con la ayuda del Perú y pronto estallará en Popayán, Pamplona y Cúcuta…” El pobre hombre se cree Santander II, sale de la celda y pide una espada.
- Al mismo tiempo, en el cuartel Vargas, Hormet y Carujo asaltan la casa de gobierno. Allí Carujo mata al fiel edecán de Bolívar, el escocés Fergusson. Ni los horribles asesinos y realistas de Boves o Calzada, en otros tiempos, habían llegado tan cerca del más grande hombre de América en plan de asesinarlo… Dolorosas impresiones serían las de Bolívar sintiendo los pasos de sus enemigos. Él, a solas, allí en su cuarto con Manuelita, medio enfermo, esperando entre dudas el último suspiro de Colombia. Tantas sombras grotescas habían detrás de aquel crimen y él las percibía en una sucesión de fatales pensamientos. Era la sombra del máximo traidor de todos, Santander, revelando toda la furia de su venganza: “!Oh, Mario! ¿Te imaginas que ya te muestras al pueblo coronado con las glorias del segundo Bruto? ¿Querrás armarte de un puñal contra el nuevo Cincinato…?”.
- En aquellos segundos, pregunta a Manuela: “¿Y ahora qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?”. Sabía que enfrentarlos era un suicidio. Hombres que mataban, con la mayor sangre fría y bajo una resolución loca y absurda, no se iban detener ante sus palabras ni ante su presencia. Él conocía muy bien el extremo de aquellos actos que eran prolongaciones larvadas de los trastornados realistas. “¡Oh Mario!, tu feroz ambición ha dividido los espíritus, ha sembrado la guerra civil, mostrado al crimen triunfante…”.
- Bolívar tenía a un lado a su amante, en las manos espada y pistola; afuera enloquecidos ladraban los perros, alarma de pasos, disparos en los pasillos… Tal vez, Bolívar consideraba que se vive por un deber sagrado, por un compromiso profundo con un destino, con la naturaleza misma. Finalmente, huye por una ventana. Cuentan que se ocultó bajo el puente del Carmen que pasa sobre el río San Agustín. Allí pasó tres horas. El sufrimiento, dicen los santos y algunos filósofos, es el camino de la sabiduría y de la entrega a Dios. En aquellas horas, debió haber alcanzado un conocimiento más complejo de sí mismo. Se daba cuenta de que, con la ausencia a su alrededor de los recursos humanos vitales, sólo quedaba un ligero hilo de vida y una fe vaga en Dios. Era un deber vivir, él se había ganado ese derecho, pero ya representaba poca cosa; era un tormento, una pelea estéril, sin horizonte, sin soluciones posibles, sin nada. Actitud absorta sobre un balance de sacrificios en los que percibe el desperdicio de su vida.
- Conocemos el final de aquel acontecimiento. Bolívar sale del puente y es aclamado en las calles. Se muestra agradecido y torturado. ¿Había aún alguien que le amara? Abrazando, estrechando manos y recibiendo aplausos decía: “¿Queréis matarme de gozo estando próximo a morir de dolor?”. Todo era una pesadilla de la que no se recuperaría nunca. En la plaza encontró a Santander, y nos preguntamos: ¿Cómo debió haber sido el semblante, la mirada y el aspecto de Mario, que días antes había conocido la organización del cruel atentado? ¿Se mostraría alarmado? ¿Escandalizado? ¿Lleno de la más absoluta sorpresa y desorientación? Había ido a la plaza, como tantas veces lo hiciera en situaciones similares, a mostrar sus manos inocentes. Bolívar, pide a sus amigos que le dejen ir del país. Que perdonen a los conjurados, que se redacte un decreto de olvido, de gracia para los comprometidos; no quiere ser más causa de muerte. Aunque lo intuyó muchas veces, jamás creyó que él pudiera ser el centro de planes tan infames. Atrapado en aquel escándalo, con qué placer habría recibido la muerte. Pero tenía que seguir viviendo, acorralado en una atmósfera más complicada todavía.
- Los ojos desencajadamente melancólicos que desde entonces muestran todas sus pinturas, reflejan una especie de piedad trastornada; parece alguien que implora perdón al más miserable de la tierra. Parece decir: ¿A dónde ir, Dios mío? ¿Cómo desaparecer o borrarme de toda presencia y acción entre los hombres? Sus ojos eran el fiel retrato de la agonía. “Aunque quiero morir (decía) me importa también salvar mi gloria y la de Colombia”. Quiero irme, no pidan que me quede: no hay paz, no habrá paz ni un lugar donde la crispación del odio no llegue. En consecuencia que se prepare de inmediato todo lo necesario para mi marcha…