Entre la envidia y la amistad
Santander le hablaba al Libertador de que cuando regresara a Colombia la iba a encontrar completamente diferente: las leyes son adoradas por el pueblo y el país en general marcha de maravilla. Este tipo de contradicciones en su correspondencia era usual y se acrecentó de un modo caótico a medida que Bolívar se empapaba de la absurda realidad del gobierno central. El Libertador, por su debilidad con Santander, aceptaba sus críticas como nobles y juiciosas, porque él veía con cuidado aquellos personajes que según el Vicepresidente eran sus enemigos, quienes ponían obstáculos al ingente progreso que él procuraba desde el Ejecutivo. Así fue como Bolívar, influenciado por tales cartas, empezó también a desconfiar de Vergara, de José María del Castillo, de casi todos los venezolanos, trastornándosele la visión de conjunto de los asuntos del Estado. El jefe granadino estaba usando la técnica con que había logrado deshacerse de Nariño, Infante, Peña, Rangel y que luego habrá de utilizar contra Páez.
Pero el más convencido, como veremos más tarde, en cuanto a que el gobierno en realidad estaba haciendo muy poco para salir de la anarquía, de la miseria política, era el propio Vicepresidente. Mientras tanto, veamos lo que comenta el Libertador en sus francas opiniones transmitidas al mismo Francisco:
Cuanto más considero el gobierno de usted, más me confirmo en la idea de que usted es el héroe de la administración americana. Es un prodigio que un gobierno flamante sea eminentemente libre y eminentemente correcto y, además, eminentemente fuerte.
Es un gigante que marcha al nacer, combate y triunfa. Este gigante es usted. Es una gloria que dos de mis amigos y segundos hayan salido dos prodigios de entre las manos. La gloria de usted y la de Sucre son inmensas. Sí yo conociese la envidia los envidiaría. Yo soy el hombre de las dificultades, usted el hombre de las leyes y Sucre el hombre de la guerra. Creo que cada uno debe estar contento con su lote y Colombia con los tres.
Algunos escritores dicen que este último párrafo estaba destinado a evitar que Santander se molestara por la altura militar a la cual Sucre se había elevado. Es probable que ésa fuera la intención, pero no es menos cierto que Bolívar de veras los quería a los dos: porque su amor era una forma de consolidar la unión y con el cual pretendía sinceramente que sus hijos vivieran conformes con su misión y orgullosos de la consideración y de la gratitud que el destino les había deparado.
También quería nuestro héroe dar lecciones de desprendimiento y nobleza al jefe bogotano: así, que en otra oportunidad le escribió:
Mi agradecimiento a Sucre no tiene términos. Primero, por justicia y segundo, por generosidad, pues que él me ha quitado en Ayacucho el más hermoso laurel, es el Libertador del imperio de los incas desde Juanambú hasta Charcas, de suerte que es absolutamente mi competidor en gloria militar, de lo que no estoy nada sentido para merecer lo que me queda, pues si me muestro envidioso, no mereceré ni una hoja de laurel.
Santander pensaría para sí: Se puede desprender usted de toda envidia y rencor porque es usted la estrella que más brilla en América. ¿Pero podré yo vencer mi ambición? Al mismo tiempo, para no herir la vanidad de su amigo, aclaraba:
Lo mismo digo respecto a usted: nadie lo quiere, nadie lo aplaude a usted más que yo por sentimiento y por raciocinio, porque yo creo que la más hermosa corona es la que da la justicia. Miserable de mí si yo tuviera otras ideas. Si yo fuese envidioso, apenas podría merecer el nombre de hombre, porque sólo las mujeres pertenecen a esa pequeña mezquina pasión. Por desgracia, este sentimiento suelen sufrirlo algunas personas notables con gran desdoro de algunas cualidades que les hacen apreciables por otra parte. Yo tengo el orgullo de creerme superior a tan infame debilidad.
Estaba Bolívar dividido en un conflicto al parecer insoluble: quería hacer valer ante el Vicepresidente la justa y grandiosa personalidad de Sucre, sin herir la sensibilidad de aquél. Pero Santander no pudo soportar tal golpe y la prueba más contundente de su dolor fue la carta que le envió a Sucre poco después de conocer la victoria de Ayacucho. Es una carta de una brevedad lastimosa:
Aunque es buena insensatez que los que servimos en el bufete escribamos a los que rodeados de gloria militar atraen al mundo, yo tengo mucho gusto en escribirle a usted para saludarle, remitirle la adjunta y desearle felicidades y triunfos continuos.
Parece que todos los individuos del Ejército Libertador del Perú han olvidado los vínculos antiguos de amistad, porque de ninguno he recibido una letra. Con todo estoy conforme, pues que la experiencia me ha mostrado que la rueda de la fortuna
es siempre rueda. Nada hay de particular interiormente.
Eso fue todo. Desde entonces la susceptibilidad de Francisco se hizo insoportable. Bolívar percibía merodeos raros en sus cartas y, por eso, no dejaba de recordarle que él lo tenía por su mejor amigo; “por el amigo predilecto de su estimación y de su convicción”. Que estaba satisfecho de su absoluta consagración al bien de todos y a la gloria de su nombre. “Crea usted (enfatizaba) que mis sentimientos con respecto a usted no han sufrido la menor alteración, en ninguna época ni en ningún momento de mi vida”.
Nada más arduo que enfrentarse uno a la irreverente necesidad de cambiar, de aceptar el doloroso giro que exige la realidad cuando hemos sido encumbrados al éxito por la vanidad y la fortuna pasajera. Bajar de esas cumbres era para el Hombre de las Leyes el escarnio, la afrenta más dura; caer en desgracia política podía conducirlo al suplicio del paredón o a las venganzas particulares que podrían ser muchas. Esto es típico de nuestro estilo republicano, con el cual los políticos, para cuidar sus espaldas, se hacen con un poder y un escuadrón defensivo de riqueza, de amigos protectores, para anular los avatares de la condenación pública.
Así pues, Santander prefería aferrarse a lo dislocado de su carácter y sacar de allí fuerza para sobrevivir con alguna “dignidad”. Fue culpable de obstaculizar el envío de socorros durante los años duros de la campaña del Perú y se triunfó, pese a su manía absurda; ahora contemplaba despechado la gloria de sus antiguos compañeros de armas, quienes habíanle vencido en sus miserias legales. Bolívar trató de ayudarlo, quería que no se mostrara mezquino con el triunfo ajeno y que aprendiera para el futuro que la mejor conducta política era la de la generosidad.
En cuanto a las insidias de los caraqueños le aconsejó que no se dejara trastornar por el rencor de sus enemigos; le decía una frase contundente: “lo mezquino se anula a sí mismo”, que ante tales actitudes debía mostrarse indiferente y sobre todo manifestar respeto y consideración porque cuando la superioridad es notoria, hay que callar y a veces huir del mundano bullicio de la estupidez.
El Libertador olvidaba las ingratitudes y tendía a perdonar las torpezas conscientes o inconscientes de quien alguna vez había sido su amigo. Se habla de la dureza de Bolívar, pero en verdad si hubiese sido déspota habría aniquilado a los grupos llamados “liberales”, tanto en Venezuela como en Nueva Granada —por la ira dañina que demostraban—, pero quiso, en fin, que vivieran porque se decían americanos.
En mayo de 1825, el Libertador le escribió a Santander: “Las cartas de usted son más pequeñas que las mías: no sé por qué será”.
En realidad, su discípulo no soportaba más la tristeza que le invadía por lo que llegó a hacer planes para abandonar a Colombia; ponía como pretexto los viejos cólicos que sufría. Bolívar se preocupaba y por ello insistió:
No, amigo (era una larga carta del 30 de mayo), usted no debe ni puede retirarse. Usted es necesario para la marcha de la República: usted debe morir en el tribunal, como mi destino es morir en el campo de batalla. Sin usted ¿qué sería de Colombia, qué sería de nuestro ejército y qué sería de mi gloria? Diré a usted francamente que si yo no hubiera tenido a usted para defender, con su talento y con su energía, mi obra, ya habría sido arruinado… Así, repito: usted es el hombre necesario de Colombia.
Santander explicaba que además de ilustrarse, quería hacer un viaje por Estados Unidos y Europa; adquirir relaciones con pensadores que proyectasen su imagen al mundo civilizado.
Necesito ganar reputación, y quizá con estas ganancias podré presentarme de candidato a la Presidencia del año 30; con lo que logro estos objetos: 1) emplear en bien de mi patria los conocimientos y conexiones que adquiera. 2) gozar del prestigio altamente glorioso de ser el inmediato sucesor de usted y 3) tener algún influjo en la Convención Nacional, que es en mi opinión el verdadero estado de crisis de la República. Vistos detenidamente estos designios, creo que usted hallará en ellos conciliados la felicidad de Colombia y mi propio bien.
Y el Hombre Necesario se serena, al leer el sabio consejo de su amigo; aún más cuando le dice que no está dispuesto a gobernar ni un sólo minuto si no es él, el General Francisco de Paula Santander, el Vicepresidente de Colombia.