Isaías Rodríguez
Pretendiendo imponer «sanciones» que, de ser procedentes, corresponderían a la ONU, el gobierno de Estados Unidos anunció, el lunes 21 de septiembre de 2020, el restablecimiento de medidas arbitrarias y unilaterales contra el gobierno de Irán; en las que incluye al «ilegítimo régimen de Venezuela». Objetivo: evitar que Irán sea una amenaza para el planeta y que Venezuela no siga siendo una «amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior de Estados Unidos» .
Como puede notarse, no es el mismo imperio que lideró la Segunda Guerra mundial. Alemania, Francia e Inglaterra le rebaten hoy estas decisiones ilegales contra Irán. Sus amenazas contra los miembros de la ONU no intimidan. No sólo China, Rusia, India y la mayoría de los países de la ONU están en desacuerdo con el imperio, sino que algunos de quienes fueron sus más cercanos aliados no lo siguen.
La mayoría del Consejo de Seguridad –incluidas las demás potencias con derecho de veto– enfrentan, hoy, esta postura de restablecer sanciones contra Irán. Por su parte, la República Iraní le echa en cara que se mofa de la Carta de la ONU, desafía la paz y a la propia comunidad internacional. EEUU, empero, continúa ampliando sus frentes de batalla y pierde credibilidad, cohesión y contundencia.
Se aprecia de manera directa, la crisis impactada por un debate entre modelos económicos e ideológicos. Las transformaciones sociales, económicas y políticas, que urgen, pueden significar la liquidación de un sistema agotado; que podría dar paso a otro modelo centrado, no en la hegemonía del capitalismo, sino en la satisfacción de las necesidades ciudadanas; en la plena vigencia de los derechos humanos y en el respeto a la soberanía y autodeterminación de los pueblos.
La agresividad contra gobiernos no afines ha convertido a Estados Unidos en promotor del terrorismo internacional; y en actor principal de la violencia contra la libertad y los derechos humanos. En efecto, ha quebrantado de facto acuerdos mundiales, ha roto protocolos diplomáticos, transgredido el derecho internacional; y se ha llevado por delante todo género de instituciones públicas y privadas.
No es ello signo de fortaleza, es debilidad, incapacidad e ineficiencia. Esto, sin embargo, no lo hace menos peligroso. Es un imperio agónico, turbulento, pero todavía aterrador. La desinformación, la mentira y la propaganda son sus maneras de acreditar engaños masivos y menosprecio a la verdad. Sus amenazas han perdido fuerza y dejan ver que la política se debilita cuando depende de estrategias que subvierten la paz y la objetividad.
Sus contradicciones internas y externas reflejan decadencia. Cada vez más muestra un escenario tenso donde sus élites gobernantes dejan al desnudo su inconsistencia. La pandemia del coronavirus ha desvestido al viejo imperio. Y, sin consenso a su favor, lo dibuja defendiendo lo que aún percibe como suyo con miradas que no son de largo plazo. Más de 700.000 documentos clasificados sobre las operaciones militares y diplomáticas, difundidos a través de Wikileaks, revelan sus crímenes de lesa humanidad, sus arbitrarias detenciones extrajudiciales y sus actos de tortura atroz.
Han sido estos acontecimientos contrarios al orden institucional mundial las causas por las cuales la diplomacia norteamericana ha emprendido operaciones judiciales encubiertas que intentan convertir la libertad de prensa en delito de espionaje; y su supuesta pretensión jurídica en una manifiesta persecución política. Las injerencias estimulan sus actos vandálicos y alientan actos represivos con herramientas de lo que ha sido una dictadura global amparada en el miedo y en el control de los medios masivos de comunicación.
Cuando no existe una verdad sobre el bien y el mal el juego suma cero persigue a sus víctimas insistiendo en hacer prevalecer los intereses del más fuerte contra los más débiles. Irán, Cuba y Venezuela han demostrado que no hay enemigo pequeño y que ni aún para los imperios la soberbia es buena compañera.