Sábado 1º. De agosto.-
En los sueños me siento más solo que en la vida real. En los sueños sufro más que en la realidad.
Sueño que estoy en un apartamento. Siento grandes deseos sexuales. Una mujer se acerca. Yo la convenzo de que se acueste conmigo. “Pero rápido- me dice- porque mi madre anda por aquí”. “-Bien, agáchate”, le digo. Y trato de hacer el acto. Pasa la madre e interfiere todo. Entonces me entra una depresión. Una frustración. Las mujeres desaparecen. Yo camino por una cocina. Diviso a Beneyto con su mujer. Pienso que Beneyto tiene mujer y yo estoy solo. Recuerdo a M. Si al menos estuviera ella. Le pido perdón a Beneyto y salgo. Me tiendo en la cama y el roce de las sábanas vuelve a excitarme. “-Esta soledad, esta falta de mujer es espantosa”, me digo.
Noche: lectura de Sheridan Le Fanu. Lectura de Cela: “Nuevas escenas matritenses”.
Me veo con Candel y Tomás Salvador. Tomás Salvador no siente ninguna admiración por Hemingway y discute con Candel, quien admira a todo Hemingway.
Tomás Salvador está por Baroja. Yo hablo de Thomas Wolfe, a quien ninguno de los dos conoce.
2 de Agosto
Me levanto muy temprano y me voy al mercado de libros de la Ronda San Antonio. Adquiero: un tomo de una historia universal editada en 1740 y libros de Siekiewuicz (“Diario de un artista”), Daniel Rops (“Pasan los ángeles”), Anton Chejov (“La estepa”), Hugo Von Hofmansthal (Narración de la noche 672”), Eduardo Morike (“Mozart en su viaje a Praga”), Augusto Roa Bastos (“El trueno entre las hojas”), Hilaire Belloc (“La crisis de nuestra civilización”).
Almuerzo frugal.
Me encierro en mi cuarto y me leo el “Diario de un artista”, de Sienkiewicz. Noche: lectura de una novela de Sheridan Le Fanu: “El juez Harbottle”.
11 y media de la noche: lectura de un extraordinario ensayo de Daniel Rops sobre Emily Bronte: He aquí dos versos que Daniel Rops transcribe de Emily Bronte: “Un mensajero de esperanza llega junto a mí todos los días y me ofrece, a cambio de una vida breve, la libertad eterna”. Vivió poco Emily Bronte, 30 años, y escribió uno de los mejores libros jamás escritos.
Buen día en lecturas. Debo encontrarme en un período de proceso.
3 de agosto de 1970.
Tomás Salvador es un Baroja que ha vivido, o sufrido en carne propia. Claro, nadie puede decir que Baroja no haya vivido.
Relectura de Cela. Cela es el escritor a quien releo con más gusto. Desde que lo leí por primera vez, allá por 1954, no he dejado de leerlo o releerlo.
Compro una antología de la poesía inglesa editada por José Janés en 1948.
Me llama Ray Ferrer. Ya tiene lista la portada de Gritando su Agonía. A las 9 y media p.m. se la llevaremos Tomás Salvador.
Lectura de Sheridan Le Fanu.-
Lectura (o relectura) de algunos poemas de Eliot.
¿Y si escribiera unos Poemas?
Cuando empecé a escribir escribía poemas. No sé cuando me dio por la narración. Por el ensayo y la crítica literaria me dio por ganarme la vida. No me gané ninguna vida y me perturbó mis condiciones creativas.
4 de agosto de 1970.-
Lectura de algunos poemas de Eliot y de Archibld Macleish.
5 de la tarde: con una francesa que no se quita los sostenes. “-No volveré contigo -le digo-, has perdido un cliente”.
Lectura de una novela de Sheridan Le Fanu: “La habitación del albergue de El Dragón Volante”.
5 de agosto.- Miércoles.-
1 y media de la madrugada: lectura de “La foto del coronel”, de Ionesco.
Abajo, en la recepción, hay un belga enamorado de una francesa. El belga, en un momento que nos quedamos solos, me preguntó si yo no me había acostado con la francesa. “-¡Jamás!, le respondí. Yo le he hablado a esa mujer unas dos o tres veces”. “-Pero yo la vi entrar a su habitación”. ”-De ninguna manera -le respondí-, aunque si ella quisiera entrar yo la recibiría con todo encanto”. “-Ah, usted actúa de una manera maquiavélica”, me responde. “-No, señor -le respondo-, le digo lo que pienso y eso es todo”. “-Usted podría entenderse con ella, me dice el belga. Ella es licenciada en letras”. A mí no me interesa, le respondo yo. Yo lo único que le puedo decir es que esa francesa necesita dinero. Ofrézcale dinero y usted verá cómo se va con usted”. ¿Cómo sabe usted eso?”, me interroga el belga. “-Por nada -le digo yo-. Lo supongo”. “¿Pero cómo lo sabe?”, insiste el belga. ¿Se lo dijo ella?”. “-No -le respondo-, pero estoy enterado que debe la pensión y come muy poco”. “-Ah” responde el belga. Por la noche me he enterado que el belga ha invitado a comer a la francesa. Me he enterado que han pasado todo el día juntos jugando al ajedrez. Me he dado cuenta de que el belga no me saluda y que la francesa rehuye mi vista. El belga, un desdentado y renco, tiene 45 años. La francesa, una mujer muy delgada y bajita, ha dicho que acaba de cumplir 24.
12 a.m. Me llama Milka. ¡Y yo que ya la había olvidado!
Compro una antología de cuentos sobre vampiros. Indudablemente, no hay cosa más preciosa en el hombre que la imaginación.
Anoche conocí a un escritor catalán que se llama Guillem Frontera que me estuvo hablando mal todo el tiempo de Molina y de Camilo José Cela. Me dijo que la mujer de Cela perseguía a Caballero Bonald. Y como Caballero Bonald se resistió la mujer de Cela intrigó para que su marido lo echara de casa. Caballero Bonald, dijo el Frontera, era el jefe de redacción de Papeles De Son Armadans. Yo me levanté de la mesa. Siento demasiado aprecio por Cela para oír hablar mal de él.
Lectura del “José Tomás Boves”, de Valdivieso Montaño.
6 y media de la tarde: viene Milka. Primero entramos a una cervecería donde le agarro las manos y luego en el cine donde la beso. Pero no pasamos de allí. “-Todo no puede ir tan deprisa”, dice. Es hermosa esta mujer y ella lo sabe. Me ha confesado que sale con un “chico”, pero que no sabe si lo quiere. ¿A mí qué más me da?
6 de agosto de 1970. Jueves.
Cumpleaños de M: 33.
Soñé que M, su hermana A y la otra amiga de ellas, una abogado que ahora no recuerdo el nombre, se habían metido a putas. Luego iba yo en un barco no sé si hacia Inglaterra. Yo me paseaba por los puentes, por los pasillos. Un día encallamos. Descendimos a una ciudad donde la gente comía carne asada.
Carta de M, que no ha recibido noticias mías, que me quiere como siempre y desea verme pronto. Y yo pienso en Milka, a la que llamo. “Yo me la llevaré a usted a Venezuela”, le digo. “Oh, no”, responde ella. “Sí”, insisto. “No, por favor”. (Las cosas hay que llevarlas en serio y en broma).
Lo que pasa conmigo es que puedo vivir con una puta si no me pide que me case con ella.
Lectura de un ensayo de Daniel Rops sobre Holderlin.
Por la tarde voy a la editorial a ver, ya impresa, la portada de Entre Las Breñas.
Lectura (o relectura) de “Buenas y malas palabras”, de Rosemblat.
A las 9 y media de la noche mi habitual visita al quiosco de Tomás Salvador.
Vinieron Ray Ferrer y Torcuato Miguel. Tomás me invita a comer el sábado en su casa.
Adquiero una antología de los poemas de Rubén Darío.
Relectura de Darío. Siempre extraordinario.
7 de agosto. Viernes
M y yo habíamos vuelto a encontrarnos. No nos hablamos. Yo sentía una gran indiferencia hacia ella. Vivíamos en una buhardilla, en uno de los peores barrios de la ciudad. Yo estaba pendiente de la correspondencia. Para salir a la calle debía descender una vieja y ruinosa escalera. Pero casi nunca salíamos de casa y yo hacía todo lo posible para no ver a M. Distraía mis ocios escuchando música en un tocadiscos que luego vinieron a buscar dos hombres que entraron sin pedir ningún permiso. Una sola vez salí de aquel encierro y fue para tropezarme con un antiguo compañero. Su posición, la casa que habitaba, todo me conturbó de envidia. Por eso regresé de inmediato. M yacía bocabajo sobre la cama. Yo miré sus piernas. Después la vi bocarriba. Contemplé su vientre. Luego, sin decir palabra, fui y apoyé mi cabeza en sus hombros. Yo la deseaba. Y también comprendí que ella como yo esperaba ese momento.
Carta de M, que se alegra de haber recibido una tarjeta mía en el día de su cumpleaños, que le hicieron una entrevista, que me quiere, que me espera, que no sale con nadie, que espera leer mi Diario de España, que quiere creer todo lo que le digo en mis cartas, etc., y con su carta en el bolsillo me meto en el primer burdel y me acuesto con la francesita más hermosa que se me pone a mano.
Lectura de “Cantaclaro”, de Gallegos. La tierra llama.
A mi entender que M y yo nos engañamos mutuamente y lo pensamos mutuamente. ¡Ella me escribe que no sale con nadie y yo le respondo que leo a los místicos para imitarlos! Y yo me pregunto: ¿Por qué no dejamos de escribirnos? ¿Por qué la gente se regodea en mentir y por qué quiere mentir y engañarse y engañar?
8 de agosto. Sábado
Lectura de “Cantaclaro” y, como siempre donde quiera que llego o me encuentre, lectura de los poemas de Rubén Darío.
Esta noche comeré en casa de Tomás Salvador.
9 de agosto. Domingo.-
12 y media de la noche: Tomás Salvador me trae en su auto al hotel. He cenado con él y con su familia: mujer y cuatro hijos. Dos hembras y dos varones. Libros por doquier. 6.000 libros. Yo me traigo uno: “Tres que hicieron una revolución”, de Bertrand D. Wolfe.
6 de la mañana: me despierto. Pensar en M, en que no volveré con ella. Que vida será posible en Venezuela. Regresar por regresar. O partir a cualquier otra parte.
7 a.m. Bajé a tomar café y encontré a la señora del hotel barriendo la sala de estar. Subo de nuevo. Los nervios no me dejan dormir. Trago pastillas que no me surten efecto alguno. La cabeza me da vueltas. Idea fija sobre las mujeres. Mi mayor error ha sido ése de casarme.
Ayer vino Beneyto. Sigue siendo el mismo hombrecito que alaba a su mujer, quien lo mantiene nadie sabe cómo. Me invita a salir. Pero yo prefiero estar solo. ¡Qué estúpidos son estos seres que se quedan mirando a las mujeres! Mujer-vanidad. A la mujer hay que darle la única importancia que se merece: la de la cama; cuando ya no se porte bien ahí, dejarla. Cuando ya no complazca bien, dejarla. ¡Últimamente cuánto me costaba quedar complacido de aquella…! Al punto de llegar a desconfiar de mi potencia y a veces para probarme salía a buscar prostitutas con las que me sentía mejor, como siempre: en buena forma. Entonces me daba cuenta de que ya no podría vivir más con ella.
Al mercado de la Ronda de San Antonio donde he comprado los siguientes libros: “La Vorágine” de Rivera; “Doce Historias”, de H. G. Wells; “Espectros”, de Ibsen; “La perla” de Steinbeck y “A propósito de Dolores”, de H. G. Wells.
Soledad completa. El tiempo de la destrucción.
¿Y en medio de la soledad qué camino le queda a uno si no es el camino de las putas?
Saldrán mis libros ¿y qué?
Ahora mismo me juntaría con cualquiera otra que me hiciera caso o tratara de seducirme.
Siempre he estado solo.
Y cuando vas con una fulana de ésas, sobre todo con una francesa y le preguntas qué proyectos tiene para el futuro, te responde: “Yo no creo en el futuro. Procuro ahorrar para montar un comercio”. “Y claro, te casarás, le dices. “No”, te responde ella. “Entonces te buscarás un amante”, insistes tú. No sabes qué responder. En un cuarto de hora o media hora a lo sumo no se puede hablar gran cosa con estas mujeres. Tal vez sí, te responde: “-Un amante”.
Lunes 10 de agosto.-
Malos días estos de completa soledad. Sin salir del cuarto. Sin embargo, me intereso sobremanera por esa novela de Wells: “-A propósito de Dolores”. Deseos intensos de regresar a Venezuela. Para vaciarme un poco salí a vender unos libros, pero me regresé. Agosto es un mes perdido. La aparición de algunos de mis libros tal vez me aliviaría. Y en Venezuela ¿qué? Y buscaré una salida tratando de volver a escapar de mi país. Y de ambas mujeres. O de mí mismo.
Ocho meses estériles.
11 de agosto. Martes.-
Lectura de “A propósito de Dolores”, de Wells y de tres o cuatro periódicos. “Los Tupamaros” dan muerte a un yanqui. Sin noticias de Venezuela.
Mis nervios a punto de explotar. Esta soledad. Me siento incapaz de abordar a una mujer para enamorarla, lo que podría ser una salvación. Entonces, en mi impotencia me meto en un burdel y me llevo a una francesa. Todas dicen lo mismo, estas francesas: que se han metido a prostitutas para reunir dinero y comprarse un bar. ¿Qué solución, qué solución, qué solución?
12 de agosto.
Carta de M. ¡Qué me espera en septiembre! La he estado recordando. El infierno. Con ella podría tener cierta independencia económica, modesta, sumamente modesta, que me permitiría leer y escribir. Pero la vida en común, lo pienso, me sería imposible con ella. No la olvido. No la olvido un momento.
9 y media: con Tomás Salvador. Se está arriesgando con la edición de Gritando su Agonía. Ni siquiera se imagina cómo podrá sacar el libro de aquí. No me conoce, no sabe quién soy yo y está arriesgando 15.000 pesetas, un carcelazo y una multa. Ojalá pueda yo corresponderle de igual manera en un futuro no lejano. Mañana, me dice, empezaré a corregir las pruebas del primer tomo. Leyó “Las Lanzas Coloradas”.
- Nada, no sirve, comenta. El hombre tuvo una gran novela en las manos y la malogró.
Con Tomás no se puede hablar mucho porque es sordo. Como tipo humano, es la mejor persona que he conocido en España. Debe ser porque escribe. Pero a él también, como a Cela, se le sale lo de la rivalidad y se cree el único.
Lectura de “A propósito de Dolores” y de “El escritor y su aventura”, de José Luis Cano.
13 de agosto
Voy a la imprenta a buscar las pruebas del primer tomo de Gritando su Agonía. Son las doce del medio día y me apresto a corregirlas.
Trabajo en la corrección de las pruebas.
A las dos, almuerzo. Y mientras almuerzo hay enfrente mío una señora opulenta que me dedica una sonrisa, pero su hijo, un niño de unos 9 años se vuelve preguntando: “-¿Qué pasa?”. y en él miré toda esa ponzoña que es la celosía española. No obstante, la señora, cada vez que su hijo se descuidaba, me brindaba sonrisa tras sonrisa. Me hizo ponerme mal esta señora y del restaurant salí corriendo y me metí en el primer burdel que tuve a mano.
Ducha con agua fría.
Anoche soñé que la americana, mi vecina Bárbara Shaw, se acostaba con una cantidad de hombres. Todos veíamos las escenas. Y a veces la Bárbara lo hacía con tres al mismo tiempo. Yo observaba y esperaba mi turno, pero cuando éste llegó no pude hacer nada porque los que esperaban detrás de mí me incomodaban.
Doce de la noche: listo el primer tomo de Gritando se Agonía. Aunque me ha dolido la cabeza, he trabajado a destajo bajo un calor intenso. Perdí un poco de tiempo porque vino el sindicalista y poeta José Costero Vera a conocerme; Pedréañez Trejo le escribió desde Venezuela diciéndole que yo era un tipo polémico, etc. Me acompañó donde Tomás Salvador. Tomás, de paso, me da una novela para que la lleve a la imprenta de Fco. Gordo Guarinos.
Cena frugal. Dolor de cabeza.
14 de agosto. Viernes.
Muy temprano a la imprenta a buscar el resto de las galeradas de Gritando su Agonía. Como pasé mala noche apenas si puedo poner los ojos sobre ellas. En lo poco que dormí, mal sueño: Estaba en casa de M. Se despidió. Dijo que iba a casa de una hermana. Pero un rato más tarde llegaba su hermana.
-¿Y M?, le pregunté.
-No sé, pero allá no estaba conmigo- respondió ella.
Y entonces empezaron a trabajar mis malos pensamientos acerca de M. Un amante, me engaña, lo que sea. Salí a solicitar un auto y dirigirme hacia el sitio donde me dijeron que estaría. No está, es claro, me decía, pero por lo menos iré para asegurarme, y allí, en una calle oscura y llena de brumas de ésas que aparecen en los sueños esperaba un auto o un autobús.
A un hombre que pasaba le pregunté que si hacia el lugar que yo iban autos o autobuses.
- No -respondió el hombre-: Y no espere porque perderá el tiempo.
Y me invadió la vieja y conocida desesperación, la vieja y conocida desconfianza que siempre he sentido hacia M. Sólo que esta vez no pensaba en venganza como en otras ocasiones. Al fin y al cabo, yo soy el culpable si anda con otro -me dije-: Al fin y al cabo -me decía en la calle solitaria y llena de brumas-, yo fui el que la abandoné. Y caminé de regreso no sé adónde, porque en aquella región (que podía ser Caracas o el pueblo Las Mercedes del Llano, no tenía dónde dirigirme). Yo había roto con todo el mundo. Le edad me pisaba los talones. Todos mis hermanos se habían acomodado menos yo. Yo había deambulado por el mundo y volvía como siempre, con los bolsillos vacíos y convertido en una carga. Y por primera vez sentía vergüenza. Maldije a M. No, no dejaré que juegue conmigo. Me buscaré un trabajo. Mandaré al diablo las letras y “el arte” y todas esas cosas que lo que han hecho es que me hunda. Sí, aquel era el pueblo de Las Mercedes del llano, sus calles de arena me lo decían. Así que me dirigí a la casa que mis padres habían dejado abandonada.
15 de Agosto
1 de la madrugada: He ido con una perra hermosa y lo hemos hecho en una sala emparedada de espejos.
Sigo corrigiendo pruebas hasta las dos de la madrugada.
Me despierto a las ocho. Carta de Molina. Que Cela se expresó bien de mí y que me espera en septiembre. Sin noticias de M. Sí supiera que ayer cuando corregía las pruebas sufría por ella. Recordaba cada capítulo: todos fueron escritos en su compañía. En su última carta, fechada el 8 de este mes, me decía: “En mi encontrarás todo”. Quisiera saber qué entiende ella por encontrar todo. Recordando que cuando vivía con ella me decía: “-¿Cómo podré desembarazarme de esta mujer?” Sí, desembarazarse es fácil, lo difícil es olvidarla. Y conmigo no ha ocurrido eso de a rey. muerto rey puesto. Puedo jurarlo, y es lo que pienso constantemente, que se ha acostado con otros hombres en mi ausencia. No la recrimino por esto porque fui yo quien la abandonó. ¡Al diablo, es mejor olvidarlo todo ya que debo seguir corrigiendo pruebas donde aparezco yo con ella en uno de los tantos hoteles que frecuentamos en Caracas! Finis Opera.
Una del mediodía: Listo. He concluido de corregir las galeradas de Gritando se Agonía. Ahora a esperar. Anoche Tomás Salvador me dijo que a mediados de septiembre estará en la calle. Correrá el riesgo de venderla en España. Como ya he anotado, “Gritando su Agonía” ha sido rechazada por la censura. De Madrid enviaron una nota que decía textualmente: “Se recomienda no publicar esta obra”.
Tal vez he corregido muy a prisa. Si hay errores, que los haya. No deseo volver a releer esa novela. Bastante la sufrí. Primero la sufrí viviéndola y después la sufrí cuando la escribía. Por último mucho, demasiado me angustié solicitando editores. Jorge Álvarez que la acepta como “extraordinaria” y luego que la rechaza por razones “técnicas”. Cambia este capitulo por otro y cosas por el estilo. Después Fuentes: “No, yo no te edito esa novela. Hay personajes que se parecen a amigos míos”. Por último, la censura, después que el editor Picazo la ha aceptado y anunciado en otros libros… De manera que si no es por Tomás no sale. FIN.-
Hoy es sábado, día de Santa María y nadie trabaja. Yo estoy solo. No tengo a quién llamar, con quién comunicarme. Es esta soledad la que me obliga a regresar a mi país. Ya sé que allá también estaré solo, pero tengo la lucha, el riesgo, el peligro que me aportará la circulación de mis libros. Salen al mismo tiempo Entre Las Breñas y Gritando su Agonía. “Vivir peligrosamente” no ha sido me lema, pero soy de los que gustan vivir peligrosamente.
10 y media de la noche: lectura de José Luis Cano: “El escritor y su aventura”.
En mi habitual soledad, el recuerdo de M aun me hace soltar lágrimas.
Me paseé por el puerto y vi la reproducción del Santa María, la nave de Colón. Comí en un restaurant gallego. Me bebí una botella de vino buscando sueño. Regresé y me encerré en este cuarto a preparar paquetes de libros que enviaré a Caracas.
Cena en grande: gazpacho andaluz, carne de cerdo, tortilla, jamón, vino y agua mineral.
La soledad te invade y entonces no te abandona. Y tú tampoco deseas abandonarla.
Domingo 16 de agosto
lectura de un relato de Hugo von Hofmansthal.
Lectura del libro de José Luis Cano.
Día sin salir del hotel. Hay un belga de 42 años, desdentado y renco que está perdidamente loco enamorado de una francesita que conoció en un bar. A la francesita la frecuentan infinidad de tipos y el belga la cela. Llegaron un par de cubanas; una dice que canta y que la otra baila. Pero la impresión que me han dado es que viven juntas, como hombre y mujer. El hombre sería la más vieja y la mujer la más joven, quien evidentemente se pone celosa cuando el hombre habla con la patrona del hotel. Me ha parecido que la dueña del hotel, que es mujer de 49 años, se ha sentido atraída por esa cubana que baila. La busca para hablarle, para ofrecerle cosas, etc. La otra, la que para mí es la mujer, trata con dureza a la patrona. Debe sufrir ésta mujer porque la que hace de hombre también hace de don Juan. Hay un idiota del Opus Dei que le ha confesado a la señora (dueña del hotel) que le han dado un año de plazo para que se case o se ponga los hábitos.
– Bueno, le ha respondido la señora, renuncie al Opus.
– No, porque se me cierran todas las puertas. ¿Qué haría yo?
Hay un hindú que lo que hace es hablar de la motocicleta que tiene. El hindú es deportista y profesor de inglés, pero su vida es la moto.
No volveré a tener tranquilidad para escribir otra novela hasta que no me publiquen las que tengo en las imprentas. Yo creo que no tendré tranquilidad para nada, ni siquiera para enamorar a una mujer, hasta que no me publiquen esas novelas.
5 de la tarde: voy con una perra francesa.
6 de la tarde, me ducho y de paso me limpio con alcohol.
Lunes 17 de abril. Agosto.
Carta de M. Sigue con que me espera y que vive en el apartamento en el cual tiene a Carolina. Que a su casa sólo va los fines de semana.
Voy a la imprenta a llevar las pruebas, corregidas ya, de Gritando su Agonía.
En la calle hojeo (u ojeo) una nueva edición (en español) de “Los cantos de Maldoror”: Yo buscaba un alma gemela, leo. Ni más ni menos que yo.
Me he ido al kiosco de Tomás Salvador. Le he esperado. Ha venido. Lo he presionado. Hemos ido a una calle donde tienen la portada de Gritando su Agonía. La tipografía estaba cerrada. Nos hemos regresado. Nos hemos sentado en el café Zurich. Nos hemos sentado a beber, él un refresco y yo una cerveza. Hemos hablado de mujeres. Yo más que él porque tengo necesidad más que él de una mujer. Le he hablado de putas, de burdeles, sé que he perdido la cabeza. ¡Es un escándalo! Me voy. Compro la versión de Julio Gómez de la Serna de “Los Cantos de Maldoror”. Repaso la frase de esta mañana: “Buscaba yo un alma que se me pareciera, y no podía encontrarla”… lo demás no me interesa. Esa frase está dicho todo.
A las nueve me llama Beneyto. Es todo un misterio. Que está con Teresa en la Costa Brava, que hoy se ha acostado con ella dos veces y que aun la quiere.
– ¿Te casarías con ella? -le pregunto.
– Cuando la conocí, sí. Al principio. Pero ahora no.
Comemos juntos. Beneyto, a pesar de todo, siente la literatura como el que más.
Martes, 18 de agosto de 1970
Lectura del tomo primero de la “Historia de España” de Antonio Ramos-Oliveira. Relectura de algunos cantos del libro de Lautréamont. Leyendo, como siempre, “Los Nocturnos” de Darío y esa “Epístola a la señora de Lugones”, que es una obra maestra en su género.
De resto. Nada.
19 de agosto
Soñé con Valle-Inclán. Soñé que me paseaba por un Museo Valle-Inclán. Soñé que me metía por una ventanilla, andaba en compañía de Acevedo y de mi hermano Adolfo, y caía en el depósito de una librería y me robaba el “Tirano Banderas”.
Mala noche. Por culpa de las pastillas que tomo para dormir, amanezco, muy temprano, completamente mareado.
Lectura de Ionesco: “Rinocerontes”.
Relectura de los poemas de Rubén Darío.
A la calle. Compro “El plan de la aguja”.
A las 4 p.m. Me llama Torcuato de Miguel. Desde que se enteró que Tomás Salvador me va a publicar una novela, desea conquistarlo para intentar meter una suya en las Ediciones Marte. Torcuato de Miguel es un tanto o completamente fastidioso. Ha estado en un sanatorio. Tiene un tic nervioso en la boca. Tiene 42 años. Desea que lo lleve a la editorial de Tomás. Y como yo tengo que ir a llevarle a Moreno Echeverría algunos libros sobre Boves y otros sobre Pizarro y Lope de Aguirre, le digo que me acompañe. Moreno Echeverría me obsequia su último libro: “Los Almogávares”. Torcuato habla hasta por los codos. No se quiere marchar aun cuando la gente le dice que trabaja. Hasta el mismo Moreno Echeverría me recomienda decirle que debemos irnos.
En casa leyendo “Los Almogávares”.
11 de la noche: con una española de Jaén.
20 de agosto.-
Entré a un auditórium. Había un hombre que quería fundar un partido político y quería dirigirnos la palabra a los que estábamos ahí. Yo buscaba a M. La veía pero no quería descubrirme ante ella. Entró el Presidente de la República y habló con sus partidarios. Más tarde, por la prensa, los que seguíamos en el auditórium nos enterábamos de que había muerto en un accidente de aviación y traían su cuerpo al mismo auditórium. El avión había explotado en el aire. Un general se hacía cargo del gobierno.
Día horrible. Por un momento me vienen nudos a la garganta por el recuerdo de J y por otros momentos me vienen por los recuerdos de M. A J la recuerdo esperándome en el aeropuerto de Maiquetía la noche de mi regreso de Chile. A M la recuerdo en el último apartamento que compartimos en Bruselas.
9 y media: Tomás Salvador me da una prueba de la portada de Gritando Su Agonía. No nos gusta a ninguno. La portada fue diseñada por Ray Ferrer.
21 de agosto
Espera en un bar. Llega la mujer que espero. Es morena, bronceada. “A todos tus amigos les pregunté por ti (dice) y todos me hablaron mal de ti. Decían que no hacías nada”. Yo me beso con la mujer en una calle de barro. Beso sus senos. Caminamos y un hombre le dice algo. Yo agarro una piedra. “Por si vuelve a molestar”, le digo a la mujer, a quien ni siquiera sé el nombre. Sólo sé que es pintora y que tiene dos hijos. “Nos iremos de aquí”, dice ella. E imaginamos París bajo un bombardeo.
Me despierto. Trato de analizar el sueño de anoche: soy un aventurero y conmigo se avienen las mujeres aventureras. Pienso en M quien era una aventurera. O es una aventurera.
Carta de M. Que no le escribo. Que me quiere siempre. Que se comprará un carrito. Que lleva a Carolina a los teatros infantiles. Que cogerá vacaciones. Que estudiará inglés. Un curso intensivo. Etc. ¡Que haga lo que le da la gana! Mi vida con ella ha terminado.
Para una mujer es difícil casarse. Sí, la mayoría se casa. Pero hay una minoría que no se casa nunca. O al revés. Y mujer que no tiene posición y no se casa, sufre horrendamente. Hasta las putas, perdón, las prostitutas, desean casarse algún día. No pierden las esperanzas. (Hacer salvedad: puta: mujer que se acuesta con cualquier por placer. Prostituta: mujer que se acuesta con cualquier por ganarse la vida).
22 de Agosto
¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué no estoy en mi país?
A la una con Tomás Salvador y Francisco Candel en el Café Zurich.
– ¿Qué opinas tú -le pregunto a Candel-: de un escritor llamado Gonzalo Suárez?
– No puedo opinar porque no lo he leído -me responde-: Pero si te puedo decir que vi una película suya llamada “Laberinto” que es el acabose, lo peor que como cine he visto mi vida.
Le hice esa pregunta porque Beneyto y Molina me han hablado de González Suárez como si se tratase de un genio. A Beneyto no le hago ningún caso, pero que lo diga A. F. Molina es otro cantar.
Después de almuerzo y con el recuerdo de M fui y me acosté con una francesa.
Regresaré en septiembre. Tengo el recuerdo de una M joven y dura y la que dejé era una mujer acabada. ¿Necesidad de verla para perder todas las ilusiones?
Noche: dos cartas, expresas, de M. Que me espera, que me quiere, que siempre me ha querido. Que me dará todo, ternura, amor tiempo. Que me regrese pronto. No puedo ocultar mi alegría. Tal vez cambiemos de verdad. A lo mejor existe eso del cambio, del recomienzo.
23 de agosto.
Leyendo a Gonzalo Suárez: “De cuerpo presente”. Estilo ágil. Gonzalo Suárez aprendió del periodismo. Caso raro en un escritor. Otros son destruidos por el periodismo.
Viene Ramón Hervás. Me invita a comer (mañana) en su casa. Me dice que Tomeo golpeaba a Milka delante de no importa quién. “-Es un hombre -dice Hervás-: que sufre un complejo de Edipo tremendo. Debe estar telefoneando a su madre cada media hora. Y está cerca de los 40 años. (Son observaciones que yo he anotado ya).
24 de agosto
Carta de M. Que me espera.
Llamo a Picazo. Sí, que “Entre las Breñas” se está tirando. Que lo llame el miércoles. Que a lo mejor me consigue un ejemplar.
He aquí un belga enamorado de una francesa que se llama Ana Dupont. El belga, que me ha dado confianza cree que la Dupont está acobardada por algo que debe. La Dupont no sale del hotel y se niega a comer. Es grosera. Dice que su padre es un gran psiquiatra, que ella es licenciada en letras, etc. Pero yo creo que la tal Dupont es una puta que quiere salirse del “milieu” por temor. Tiene a un chulo o algo así que “trabaja” en Palamós. He caído en el peor hotel de Barcelona. La patrona tiene de amante a un tipo que unas veces dice que es americano y otras que es francés.
El belga está obsesionado con la Dupont. Quiere saber qué hay detrás de ella. En este momento acaba de tocarme a la puerta, de entrar y de pedirme 100 pesetas prestadas. Se las doy. “Yo la invitaré a cenar mañana”, me dice. “Yo creo –continúa-, que Bárbara, la americana, la va a colocar en un bar. Yo debo averiguar esto”. Se sonríe. Es un belga, que quien quita, si no ha sido mercenario en el Congo. Carece de un pie y no puede doblar la rodilla. Me da un consejo: “Escuche, calle y vea”.
25 de agosto
El carro del barón, se incendió en la carretera y la señora del hotel y la Dupont tuvieron que hacer auto-stop hasta Palafrugell. El barón no llevaba si no las cien pesetas que yo le había prestado y no pagó la entrada a la autopista. Mintió diciendo que había perdido la cartera con la documentación.
Pero la Ana registró por los asientos y encontró la cartera, la documentación y las cien pesetas. El barón enrojeció y dijo que era todo lo que tenía. Por eso y por lo del auto lo dejaron en medio de la carretera. “¿Usted no ha visto al barón?”, me pregunta la señora. Le respondo que no. “En todo caso -le digo a la señora-: cuando el barón diga que se va, cóbrele mis cien pesetas”. “Ni tanto, ni tanto”, dice la señora.
Viene Beneyto. Me dice que a estas alturas él no sabe si es maricón o no. “Tengo 36 años –dice-: pero no sé que soy o que seré. Con decirte que no se si soy marica, y con eso te digo todo”. Yo me le quedo mirando y él se ríe con una risita extraña. Me pide que lo acompañe a casa de Jiménez, el corrector de pruebas de Picazo. Me niego. Invento un dolor de cabeza.
Lectura de unos ensayos de Marcos Victoria: “Variación sobre lo sentimental”. Y de otro libro de Gonzalo Suárez que no me gusta nada: “El roedor de Fortimbrás”.
A propósitos de Beneyto recuerdo que una vez me dijo que González Ruano, quien tenía fama de maricón, había ido a Albacete a dar una conferencia. Bueno, y él, Beneyto, vivía allá. Y que González Ruano lo distinguió con su amistad y le dio su dirección de Madrid. Beneyto dio un viaje a Madrid. Buscó a González Ruano y éste lo trató fríamente. En toda la conversación Beneyto dejó entrever que estaba decidido a convivir con González Ruano.
26 de agosto
El barón maldecía anoche a la Dupont: “Petite salope”. Pero solo, ahí en la sala de recepción del hotel, gastó en ella más de 30 mil pesetas en una noche.
– ¿Pero por qué? -le pregunté.
– Mon cher ami, usted no comprendería -Se saca la cartera de bolsillo de atrás del pantalón y me muestra la fotografía en la que aparece una mujer con un niño en los brazos-: Es por eso, esa perra sucia de la señorita Dupont se parece a mi mujer.
Me dice la patrona que hoy se va la Ana Dupont. El belga anda desesperado. Me echa la culpa a mí. Dice que al comunicarle yo a la dueña del hotel que yo le había prestado cien pesetas le había echado por tierra todas sus ilusiones. “Ahora va a pensar que no tengo dinero”, dice el belga. Se lleva las manos a la cabeza. “Usted no ha debido hacer eso”, dice el belga. Se lleva las manos a la cabeza. “Usted no ha debido hacer eso”, continúa. “Y qué tiene eso de particular?, le pregunto yo. La otra vez –continúo-, yo mismo le pedí prestado a usted 50 pesetas delante de todos los inquilinos”. “No es lo mismo, me responde él. ¿No se ha dado usted cuenta que esa señorita Dupont lo que busca es dinero y yo debo aparentar que tengo mucho dinero? Usted me ha destruido. Usted debe inventar cualquier cosa y comunicársela a ellas, a la patrona y a Ana.” “¿Cómo qué?”, le pregunto yo. “Oh -dice él-, diga que hoy me aparecí con un gran paquete de billetes y que le pagué a usted sus cien pesetas”. “Está bien”, le respondo. “¿Pero lo va a hacer?”. “Claro, le respondo, eso a mí no me cuesta nada”.
Pero cuando se lo voy a decir a la patrona, ésta salta. “-No se me acerque señor Rodríguez. El señor belga me ha dicho que usted le dijo que yo iba a fundar un burdel en Palafugrell”.
-Maldito belga! -le respondo yo-: Le dijo eso para vengarse por lo de las cien pesetas. ¿Qué se hizo ese belga?
– Se fue. Marcha. Se marcha Ana. Ya no tiene que buscar aquí.
– Ese hijo de puta -respondo.
Noche: carta expresa de M. Que desea que me regrese rápido.
27 de agosto.-
Le respondo a M: regresaré cuando vea en mis manos el primer ejemplar de Entre Las Breñas.
11 de la mañana: he ido a la imprenta donde se tira Gritando su Agonía y he ayudado a la compaginación.
Ya casi estoy listo para el regreso. El Beneyto llamó ayer. Que Picazo me mandaba a decir que Entre Las Breñas salía en septiembre. El Beneyto no quiso acercarse por acá. Es una rata. Si le editan su libro fue porque llevó Entre las Breñas. No sale de Edisven (la casa de ediciones) y hace trabajos gratuitos. Y todo por que le editen esa porquería que titula “Los Chicos Salvajes”. El editor que es una analfabeta y que no lee lo que edita, cree que el Beneyto tiene una gran vocación.
El Beneyto es uno de esos tipos que quieren hacerse un nombre como más fácil les sea. Escribe porque conoció a Molina. Pinta porque conoció a Guinovart. Quiso hacer cine porque conoció a Gonzalo Suárez. Es un tipo que no sabe lo que es ni lo que quiere hacer. En esto hay que hacerle justicia porque él mismo lo reconoce. El otro día me decía que ni siquiera sabía si era homosexual. Si decía esto es porque ya ha probado la homosexualidad.
Dormí mal y ahora los nervios me destrozan.
28 de agosto
Ahora me dicen que es el próximo jueves, de aquí a una semana, cuando podrán entregarme algunos ejemplares de Entre las Breñas.
Soñé que estaba acostado con J y ya nos disponíamos a hacer el amor cuando a mí me entraron ganas de orinar. Me levanté y me dirigí al baño. No podía orinar con todo el esfuerzo que hacía. Regresé a la habitación y vi a J que hablaba por teléfono. “¿Con quién hablas?”, le pregunté. Ella hizo un gesto con la mano. Era un gesto de disgusto. Entonces yo fui a coger el auxiliar para enterarme con quién hablaba y ella cortó la comunicación. “Es por esto que la he abandonado siempre”, me dije. Y a J: “No te extrañe que parta mañana”.
Cero lectura.
Estoy sentado con la hija de la dueña cuando llega la dueña de la calle: “Ahí viene la puta ésa”, dice la hija de la madre. La niña tiene 15 años y la madre 49.
Almuerzo con Aníbal Valero, vicecónsul de Venezuela.
Paso el tiempo ahí en la sala de recepción del hotel jugando a las damas con el barón belga. No tendré paz ni tranquilidad hasta que no vea impreso Entre Las Breñas. Un señor de la encuadernación de apellido Jiménez me dice que procurará levantarme uno para el lunes. Y el editor, Picazo, dice que me tendrá uno para el jueves. Y yo no creo nada. He enviado todos mis libros para Venezuela y apenas si he dejado las poesías de Machado, una antología de cuentos de vampiros, una antología de Rubén Darío, “Espectros”, de Ibsen y el relato “Bajo el Volcán”, de Lowry. Pero no leo nada. La angustia me domina.
Plan: Cuando salga el libro viajar a Madrid y conocer a Jorge Campos.
29 de agosto. Sábado
Dos cartas de M. Reconvenciones, reclamaciones. Podré regresar, pero no vivir en el apartamento con ella. Etc. Yo le respondo que no se preocupe, que regresaré a mi país a presentar mis libros y que no la molestaré, que viviré en un hotel que me pagaré con los artículos que escriba. Que ella sabe que no podría vivir en casa de mi mamá.
Carta de mi hija Clara. Clara es un porvenir. Estudia sus clases y música.
J es una mujer que se preocupa por sus hijas.
Algún día mandaré la literatura a la mierda y me dedicaré a buscar dinero.
1 y media del mediodía: viene Aníbal, el vicecónsul. Tomamos unos aperitivos en el hotel y luego almorzamos en “Mi burrito y yo”. Él quiere descansar. Lo acompaño a su apartamento. Yo me acuesto en un mueble a pensar en mi país, a pensar en esas cosas tontas de lo que haría uno si fuese gobernador de un estado o Presidente de la República. Y todo acompañado con música de Beethoven.
Por la tarde vamos a Casteldefells. Allí una familia Capriles tiene un chalet alquilado. Jugamos al dominó. Esta familia Capriles no puede ver a Miguel Ángel Capriles por un asunto de unos telares.
2 de la madrugada: regreso. Ya es 30 de agosto. Domingo.
30 de agosto. Domingo
Fuera Todas las Ilusiones.
Lectura de algunas páginas de “El Libertador”, de Augusto Mijares.
Paso el tiempo en nada. Hasta que no vea Entre Las Breñas en mis manos no podré volver a la tranquilidad, no podré recuperar mi confianza. Y por hacer que el tiempo pase sin que lo sienta me voy al cine, me pongo a lavar la ropa sucia, procuro leer. Y el regreso, está ese regreso, porque debo regresar quieras que no; en diciembre se me cumple el plazo de la beca. Un año y no he olvidado del todo a M… Y cada revista, cada diario que leo de Venezuela lo que me trae son recuerdos del suicidio de Ramos Sucre. Pero no fue tonto Ramos Sucre, sólo se suicidó cuando vio publicado su último libro. Un año más tarde o unos meses más tarde se suicidó. ¿Lo que podría sucederme a mí? Escribe Camus que el que se suicida es porque no le encuentra sentido a la vida. Pero me consta que Ramos Sucre se suicidó porque no podía soportar sus insomnios, no podía permanecer tranquilo mientras veía que sus facultades mentales se le escapaban debido al insomnio. Lo que contradice a Camus. ¿Y qué es lo que sabe la gente de la vida o de la muerte? Nada. Definiciones para nada. No hay uno que acierte.
Influencias en Ramos Sucre: Swedenborg, a quien conoció a través de la “Serefita” de Balzac, influencia de Poe. El misterio de la bruma de los países nórdicos. Y la imaginación, esa enfermedad. Y los sueños.
A Swedenborg ha podido leerlo en latín o en una vieja versión francesa. En la Biblioteca Nacional de Caracas hojeé (u ojeé) ese incunable. O lo leyó en la biblioteca de sus familiares. Es posible.
Mi mamá siempre corriendo detrás de las enfermedades de mi papá y nosotros detrás en lo mismo.
Mi papá llorando, impotente, por las enfermedades de mi mamá y nosotros, detrás, asustados, llorando.
Dos puntos de vista.
31 de agosto
Dos cartas de M. Que me espera. Que regrese cuanto antes, pero que no podré vivir en su apartamento porque su familia se enteraría. Que ya veremos la forma de arreglarlo todo. Yo le respondo que no se preocupe. Regresaré por mis libros, que llegaré a un hotel. Que acaso vuelva a Europa. Que se quede tranquila, que no la molestaré. Fuera todas las ilusiones.
Lectura de “El libertador” de Augusto Mijares y de algunos cuentos de Maupassant. A las cuatro, para hacer tiempo (para no sentir la horrible carga del tiempo que nos ahoga) me meto en un cine y veo una película que vi con M en Caracas: “Zorba el griego”.
9 y media de la noche: con Tomás Salvador. Ha recibido una carta de la Librería Historia de Caracas en la que le piden mil ejemplares de Gritando su Agonía. “Ese libro, me dice Tomás, debe estar en la calle a mediados de septiembre”.
10 de la noche: aquí, solo, en este cuarto.
1º de septiembre
“Entre las Breñas” está en la encuadernadora, pero aún no ha salido el primer ejemplar. Como por causa de este libro no me he afeitado ni nada, el barón que está abajo me dice: “-Señor Rodríguez, usted no se ha afeitado, pero cuando Ana estaba aquí yo recuerdo que usted se afeitaba todos los días”. “-No sea loco” -le respondo. “-Le propongo una cosa -continúa el barón-: yo sé que Ana está en Palamoz con su chulo… ¿Vamos a verla?”. “A mí no me interesa esa señorita ni su chulo”, le respondo -: Yo vine a Barcelona por mis libros”. El barón está obcecado con esa Ana. “-La señora del hotel –dice-: es la íntima de Ana. ¿No cree usted que ella recibió carta de Ana?”. “No sé -le respondo-: Pregúnteselo. O si usted quiere se lo pregunto yo”. “¡No, no!” salta. “Por favor, señor Rodríguez, es que usted no comprende. Sí, sí estoy obsesionado por Ana, pero es porque se parece a mi mujer cuando era joven”. “No sea loco -le respondo yo. Y por molestarlo le digo-: ¿Sabe usted lo que decía Ana de usted? Que usted le daba asco. Que no salía a comer con usted porque su saliva saltaba y caía en su plato (de ella)…” “-¿Dijo eso?”. “-Eso y miles de cosas más”. “¡Petite Salope!”.
5 y media p.m. Me dirijo a la encuadernadora Ars Libris, calle Constitución, 19, bloques 5 y 6, a buscar un ejemplar de Entre Las Breñas. 7 y diez p.m. Ya estoy en casa con dos ejemplares de Entre las Breñas. Se los muestro a la dueña del hotel. “Ahora estará tranquilo”, me dice. “No tanto, le respondo. Los errores de imprenta o del corrector me harán rabiar. Ya he visto que me han cambiado “acezando” por “acechando”.
Hace un calor de los mil demonios.
Lectura de “El libertador”, de Augusto Mijares. Ahora a olvidar que Entre las Breñas ha aparecido. Todo llega. Dentro de quince días también llegará Gritando su Agonía. ¿Y para esto me he movilizado yo? ¿Para esto he abandonado un continente, una posición, dos mujeres, tres hijas?
Y en efecto es así.
9 y media p.m. Con Tomás Salvador, a quien muestro la nueva edición de Entre las Breñas.
Desde las 11 de la noche hasta las doce y media en la sala de recepción del hotel tomándome, solo, naturalmente unas cervezas para celebrar la aparición de Entre las Breñas. Estaban ahí el barón belga, un cubano exiliado que me cree comunista peligroso, un venezolano de apellido Hernández Coll que no ve Venezuela desde hace unos diez años y que se ha casado con una catalana y la joven hija de la dueña del hotel.
Miércoles, 2 de septiembre
En la Imprenta Miguza solicitando las pruebas corregidas de Gritando su Agonía para darles un nuevo vistazo.
Releyendo las pruebas de Gritando su agonía. Aun encuentro una cantidad de errores.
Ayer murió Francois Mauriac. La preocupación por mis libros me impidió leer. La prensa francesa o española de ayer y por eso fue que me enteré hoy. Le Monde le consagra varías páginas y aquí, en Barcelona, Julio Manegat se ocupa de él. Francois Mauriac es uno de los pocos novelistas franceses contemporáneos que yo he leído y releído.
Jueves 3 de septiembre:
2 y cuarto de la tarde: acabo de corregir por segunda vez las pruebas de “Gritando su Agonía”. Las he corregido en un estado de aturdimiento. Pero me cansa tener que leer esa novela tantas veces. Ya no me importa. Ha debido salir en 1967 o 68 en Buenos Aires. Puse muchas ilusiones en esa edición de Jorge Álvarez, que después que me enteré que no me la publicaría, dejó de importarme. Ahora saldrá gracias a Tomás Salvador, quien se está jugando un carcelazo y un dineral. Pero no creo en la publicación de esta novela hasta que no la vea en las manos, ya impresa. Ayer por la noche fui a visitar a Tomás en su kiosco y su hijo que estaba ahí me dijo que no reportaría por allí. Sin embargo, no hace mucho que fui al kiosco y la mujer que atiende por el día me dijo lo siguiente: “-¿No lo vio anoche?” Le respondí que no. “-¿Cómo que no, si anoche vino?”. Me sorprendí y pensé si ahora Tomás no me estaría sacando el cuerpo. Sí, no creo en nada hasta que no vea las cosas en mis manos. Veo luego creo. Aquel Jorge Álvarez me ha hecho desconfiado en el asunto de publicar mis libros. Recuerdo siempre con cuanta confianza le mandé los originales de Gritando Su Agonía. Recuerdo siempre la fervorosa carta que me envió: “-Es una novela extraordinaria. La publicaremos de inmediato. Le mandaré un contrato”. Y luego el contrato llega. Yo estaba por las nubes. Pero empiezan a pasar los días, y después las semanas y por último los meses. Entonces le escribo: “Qué ha pasado?” y él me responde: “Cambia este capítulo y este otro y esta otro. Y pon la primera parte como última parte” y cosas que yo no podía aceptar. Y lo natural, le reclamé los originales. Me los devolvió diciéndome que estaba interesado en publicarlos pero que (yo) les echara una ojeada para que viera que él tenía razón. No, no le eché ninguna ojeada a esa novela y la dejé dormir (o la olvidé) hasta que vine a Barcelona. Y cuando Picazo me dio la seguridad de que Entre las Breñas salía, le entregué la novela a él. Picazo la anunció, pero la censura la rechazó y en esto Tomeo me presentó a Tomás Salvador. La historia está contada en las páginas anteriores de este diario. Escribo poseído por los nervios y el atontamiento que me produce el abusar de narcóticos para dormir.
Noche: Viene Aníbal Valero, vice-cónsul de Venezuela, a traerme una carta de mi hija Clara. Yo me encontraba con Torcuato de Miguel. Aparte viene un papelito de la madre diciendo que mis cartas son bien recibidas.
4 de septiembre
Dos cartas de M. Que me espera. Que como somos gente madura nos entenderemos y nos irá mejor.
8 de la noche: otra carta de M. Que no recibe nada mío. Que me espera. Que cree que no recibiré ésta (se refiere a la carta) porque ya estaré de regreso. Sin embargo, yo no pienso en regresar tan pronto. Antes iré a Madrid a conocer a Jorge Campos y recorrer los lugares que recorrí en 1964, cuando apareció por primera vez Entre las Breñas en la imprentica de Fuentes.
Hoy es día que he tomado mucho vino y mucho anís y lo he pasado casi ebrio.
5 de septiembre
A las ocho y media viene Aníbal. A las nueve partimos hacia Palafrugell la señora dueña del hotel, Francois, su amigo, y su hija Loreto. Hora y cuarto de carretera. El mar. Yo nado y me tiendo en la arena. Alquilo con la hija del hotel y su amiga Teresa una lancha. Nos internamos mar adentro. Almuerzo copioso, que pagamos Aníbal y yo. Se incorpora otra joven. Uno no entiende a esta gente. Las mujeres, muy jóvenes. Y hablan con tipos de su edad de moto. La señora, de 49 años, que ama a Francois, alemán judío que regenta una bodega. La señora ha sido abandonada por su marido hace ya mucho. Pero sus hijos odian a Francois. En la bodega, Francois habla con Aníbal y la señora se acerca y dice: “Sigue, Francois, sigue hablando de lo que hablas sin desviar la conversación”. La niña mira a la madre. Se da cuenta que cela a Francois. Eso la pone furiosa. La madre se da cuenta: “¿Qué te pasa?”, le pregunta a la hija. “Ya sabes lo que pienso de ti y lo que te dijo mi hermano y yo comparto su opinión”.
Cena y la niña se pone a beber. Quiere hacerse la dura. No obstante sufre. Regreso a la una. A las dos estamos en casa.
6 de septiembre
Bajo. La señora me dice que Aníbal llamó. No irá a Sitges, irá a otro sitio. Yo me tomo un café. Hablo con el belga. Que no puede entrar en Bélgica y que guarde silencio. No me interesa, le digo.
Almuerzo frugal.
La señora me da un trozo de melón. Sale la Loreto.
Lectura de “División 250”, de Tomás Salvador.
Tarde: al cine: “Casablanca”.
Es Domingo. Me tomo, con calma, tres Tío Pepe.
Planes: solicitar de nuevo mi columna de Ultimas Noticias para defender mis libros y pasar el ataque.
7 de septiembre. Lunes.
Sueño con M. Regreso a Caracas. En la calle encuentro a los hijos de Uslar Pietri. Yo espero un autobús para dirigirme a la casa de mi mamá, al apartamento de M, o a la oficina donde M trabaja en la Universidad. Me monto en un autobús que no se mueve. Y cuando se mueve es porque está lleno y el belga que he conocido en el hotel va aquí también y habla en francés. Descendemos. Me sale al paso Manuel (el cuñado de mi hermano Adolfo) que me habla mal de M. “Yo casi la he conseguido”, me dice. “¿Por qué dice eso?” le pregunto, ¿Te acostaste con ella?”. “No, me responde, pero me ha hecho entregas de dinero”. “Sí -le digo-, pero eso no quiere decir que la hayas poseído ni que tú le gustes”. Sin embargo, las palabras de Manuel me afectan.
¿Qué hago yo ahí y a dónde me dirigiré? Me despierto y me alegra hallarme lejos de mi país y de M.
Carta de M. Que me espera. Que me escribe todos los días y yo no lo hago así.
8 de septiembre
Pierdo el tiempo embromándole la paciencia al barón belga, al que llamo príncipe y futuro rey de “La Belgique”. Pero son los nervios. Y el dinero que se retrasa. Y el deseo apura. Me despierto todos los días con ansias de una mujer. Y entonces recuerdo una vez a M y otra a J y me pregunto con cuál estuve mejor. O cuál de ellas estuvo mejor conmigo. Y es un dilema porque pienso que podré volver con la que me dé la gana. Ambas me quieren, o así me lo comunican. Ya de M me queda un lejano recuerdo.
9 de septiembre
Tengo como casi seguro que regresaré este mismo mes a Caracas.
Voy donde Julio Manegat. Sigue aún de vacaciones.
Conozco por teléfono a José Domingo Orozco.
Día perdido. Es la una y media. A las dos comeré con vicecónsul Aníbal Valero.
No me llega el dinero.
Las putas que hagan su trabajo como es debido. Para eso se les paga. Si las pones sentimentales se te vuelven puras y no te complacen bien. “Ay, yo no hago eso ni lo otro”. Te acostumbrarás a oír este lenguaje en una puta que has puesto sentimental. En el fondo todas quieren casarse. Es incompresible, pero a quien más se parece una puta es a una mujer de las llamadas decentes o de hogar.
Noche: Tomás Salvador me presta un libro: “Hitler: anatomía de un dictador”. Le digo que no me llega el dinero y me responde que no me preocupe, que él se encargaría de todo. “Después me envías de allá lo que gaste”, comenta.
10 de septiembre
No llega la beca.
Carta de M. Que me esperaba para la primera semana de este mes.
Aníbal Valero me llama a las 7 y media de la mañana. Pasará por mí. Me llevará a Mongat, a casa de un español que vivió 22 años en Venezuela. A las 6 regreso de esa casa donde he pasado un día admirablemente bien. La familia es de apellido Ridao. En un huerto cultivan coles, flores, papas, etc. Tienen una conejera y pollos. Nadamos en una piscina inmensa. Yo me asoleo y hablo con las hijas de Cristóbal Ridao, las cuales conservan ese acento dulce de las mujeres venezolanas.
Por la noche voy a visitar a Manegat y no lo encuentro en su apartamento de la Calle del Duque de la Victoria. Le dejo la nueva edición de Entre las Breñas con la portera del edificio.
Calor y sudor por todas partes.
Anoche leí hasta tarde, desde las 11 de la noche hasta las 5 de la mañana esas conversaciones de sobre-mesa de Hitler.
Pensamiento: mandar la literatura a la mierda. Si no me llega el cheque de aquí al 15 me regreso a Venezuela. Ahora sólo falta que no me permitan utilizar ese pasaje de regreso que me dio Tarre Murzi cuando era ministro del trabajo. La pondríamos buena.
11 de septiembre
Llega el cheque.
Ridao y yo vamos al aeropuerto a despedir a Aníbal que sale hacia EE.UU. en viaje de vacaciones. Ridao, curioso, me hace perder un tiempo precioso. Ha querido que me quedara con él hasta que partiera el “Jumbo” en que viajaba Aníbal. “Nunca he visto despegar a un bicho de esos”, me dice.
4 de la tarde: llegada al hotel. La señora me da una noticia: “ha llamado una señorita que no quiso identificarse. Dijo que era periodista y que era amiga de una amiga suya”.
Salgo a comer y a poner en el correo unos paquetes con ejemplares de Entre las Breñas para C.J. Cela, Antonio F. Molina, Jorge Campos y José Domingo Orozco. Al regreso, la dueña me dice: “Volvió a llamar la mujer y me recomendó que no le dijera nada a usted. Le dije que llamará a eso de las siete”.
Estoy en mi cuarto. Deben ser por ahí como las seis. Pienso en quién podrá ser esa mujer.
7 de la noche: la misteriosa mujer ha llamado. Se identificó como Esther (o Ester) y amiga de Gloria Moreno. Resulta que hay un periodista de Madrid que desea conocerme, leer mis libros y hacerme una entrevista.
7 y diez de la noche: Ester vuelve a llamar: vendrá a eso de las ocho y media en compañía del periodista que desea entrevistarme.
12 de sept.-
Carta de M. Que me espera. Que ha engordado. Yo, esto puede ser algo aberrante.
Esta noche (anoche lo acordamos) cenaremos los de Tábano: Hervás, Oca, Torcuato. Faltarán Serrat y Tomeo. Tomeo no viene porque no quiere vernos. A mí, para saludarme, se llegó hasta acá. Dimos una vuelta en auto. Le di el libro. Me dijo que enamoraba a una alemana que a su parecer es una viciosa que va con otras mujeres. Ya la mujer le ha hecho gastar unas cuantas pesetas y no se ha acostado aún con ella. Etc. Tomeo no cesa de hablar de mujeres. Vemos a una en un bar. “Me iré con ésa”, dice. Pero luego dice que es sucia y cuando se le acerca a la mujer, la mujer lo desprecia. La mujer, yo me he dado cuenta, oyó cuando Tomeo dijo que era sucia.
Ahora estoy solo (maldita sea, ¡como siempre!) en mi cuarto y pienso en irme a Madrid y de allí dar el salto a Caracas.
Le escribí a M diciéndole que pronto regresaría, pero que no llegaría a su apartamento. ¡Pero claro que no! Mi mejor comportamiento es el del cinismo. Buscaré las maneras acostarme con otra cualquiera que se atraviese, descartando a las putas…
13 de sept. Domingo.
Dos cartas expresas de M. Que tiene 6 días sin saber de mí. En otra después me dice que recibe dos cartas mías y se entera de la nueva edición de Entre Las Breñas. Que si no le voy a mandar un ejemplar. Que Domingo Fuentes, el primer editor de ese libro, anda ahora con mis enemigos.
13 sept.-
Anoche cené con Tomás, Hervás, Oca, Torcuato y otras personas. Fue una cena fría, fastidiosa, en la que no hablé casi a pesar de que se hacía por la aparición de “Entre las Breñas”. Me vengo con Tomás y el resto se queda. Tomás me dice en el auto: “-No te puedes quejar, Argenis. Has venido y en ocho meses has conseguido que te publiquen dos libros. Eso es un éxito. Ya tú ves a ésos, andan en busca de editores y no consiguen nada, quien les publique nada.” Tomás ha venido por mí. Tomás continúa: “El lunes o el martes se leerá por Radio Barcelona un artículo que escribí sobre Entre las Breñas. Tenemos que hacer de ti el escritor representativo de Venezuela. Perú tiene al Vargas Llosa, Colombia al Márquez. Bueno, Venezuela que tenga a Argenis Rodríguez”. Muy halagador todo, pero yo he perdido las ganas de escribir. Admiro y aprecio a Tomás y es el único amigo que tengo en estos momentos.
14 de septiembre
Pensamientos eróticos. Nada más.
Lectura, para distraerme, de Simenon.
Me acuesto a las once y con la luz apagada, sin dormir, permanezco hasta las cinco de la mañana. Miedo a sufrir de insomnios, como los que sufrí en París en 1964. Recuerdo de Ramos Sucre. Le mató el insomnio y la distancia del país.
Ayer fui feliz saliendo con la hija de la dueña del hotel. La joven, de 15 años, es hermosa y arrogante. Lo que me gusta es su inocencia.
Tarde: voy a la editorial a firmar un contrato y a buscar más libros de Entre las Breñas. “Mándenos otro libro”, me dice Picazo cuando me despido. En la noche con Tomás, quién me recomienda su libro “Diálogos en la oscuridad”. “Ahí me desnudo yo como tú en tu diario”, me dice. Me da a leer la nota que escribió sobre Entre las Breñas para la Radio de Barcelona.
15 de sept.-
Se me ha metido viajar a Madrid y voy a la agencia a reservar un puesto. Si no me echo para atrás, el lunes a mediodía estaré en Madrid. En Madrid sufrí mucho en 1964. Los comunistas tenían aquella campaña contra mí y más especialmente contra este libro ha pervivido y los comunistas venezolanos se han hundido en lo acomodaticio, en la dulzura de la vida burguesa. Yo, en cambio, sigo igual. Por mis libros he abandonado mujeres. Por mi obra no hay quien me detenga.
Carta de Beneyto. Me pide un ejemplar de Entre las Breñas.
Estoy casi listo. Aunque no me voy hasta el lunes. Me voy dentro de seis días.
A las seis p.m. al cine con Loreto. “Gigante”, de George Stevens. Con James Dean. Buen fresco del estado de una nación en el que el rey es el dinero.
Tomás me entrega una prueba de lo que será la portada de Gritando su Agonía.
16 de sept.
Loreto, la hija de la dueña del hotel, me pide que la acompañe a unos grandes almacenes. Como Hoffmann, creo que me he enamorado de una niña de 15 años. Paso gratos momentos en compañía de esta jovencita. No quiero regresar. Miedo a repetir la vida que he llevado con M. Pero necesito una mujer a mi lado. O una mujer a quien querer. Las noches las paso en blanco. Recuerdos de mujeres. Pero es el sexo el dueño y señor de mi situación. El amor es lo más ingenuo y espontáneo que existe. Yo paso el día feliz junto a Lotero, pero jamás pienso que debo acostarme con ella. No. Soy simplemente feliz. Me siento simplemente feliz con que sólo juegue conmigo a las demás o trate de asustarme gritándome por la espalda.
¿Qué más quiero? Me llaman y me dicen que soy un gran escritor. Voy con una puta y cuando me acuesto en la cama, exclama: “¡Muchacho, que hermoso cuerpo tienes! Contigo vale la pena estar. ¡Y qué dulce!. Sin embargo nada de esto influye en mí. Me agradan que me elogien, pero nada de lo descrito influye en mí. Al contrario, quisiera ser mejor escritor de lo que soy (cosa que es imposible) y quisiera ser más hermoso de lo que soy. (Cosa que también me es imposible).
17 de sept.- Jueves.
“La Vanguardia” reproduce el texto de la contraportada de Entre las Breñas.
Carta de M. Que me espera.
Yo no quiero regresar. Cuando veo el regreso inminente, no quiero regresar.
A las cinco en punto de la tarde recuerdo el sueño de anoche: J estaba sentada sobre mí y yo trataba de abrazarla por su cintura. Su cuerpo liso y largo era precioso, como lo ha sido siempre. Hoy su recuerdo me mortifica. ¿La habré perdido para siempre?
Jueves 17 de sept. (Suite)
Le envío un ejmplar de Entre las Breñas a M. ¿Por qué no se lo mando también a J?
7 de la noche: viene a visitarme el poeta José Costero Vera. Costero es un sindicalista y militante de izquierda y me dice que tendrá una reunión clandestina en Madrid con una fracción del partido comunista. “Dejo tu libro por si nos detienen, comenta. ¡Ese título de Entre la Breñas es muy peligroso!
Compro, extraña edición, unas memorias de Voltaire.
18 de septiembre.
Carta de M. Que me esperaba el jueves 10. ¿Qué es eso? Yo no le decía que regresaba en esa fecha ni en ninguna otra.
Anoche soñé que frecuentaba un burdel. Y hoy voy y me acuesto con una francesa. Las españolas se enfurecen con los hombres que van con las francesas. Entonces gritan: “Yo también hago el francés, hombre!”.
No olvidar: la Dupont estaba en estado. Quería hacerse un aborto y le pedía al barón belga 30.000 pesetas para hacérselo. No le decía que era para eso. Le decía que era que los debía. El barón sospechaba, pero no le decía nada. Dudaba y creía que la Dupont le pedía el dinero para entregárselo a su “chulo” que tenía en Palamós. “La Dupont tenía un novio en Palamós. El novio era un hombre que hablaba muchos idiomas y trabajaba en una discoteca. Ella una vez fue allá y le dijo que estaba en estado y él hombre le respondió: “Pero no será de mí, será de otro”. Y la Dupont le dio una bofetada que le lanzó los lentes por tierra. La Dupon, en cierta medida era culpable. Se había presentado con dos “tíos” en Palamós. Iban en motocicletas.
10 de la noche: con Tomás en su kiosco. Tomás me entrega 1.000 pesetas a cuenta de los derechos de autor de Gritando su Agonía. Tomás, muy efusivo conmigo, me da un abrazo. Y me regala un ejemplo. de “Cuerda de Presos” editado por él mismo.
Yo le hablo de Simón Rodríguez y Tomás me dice: “Ahí tienes un personaje”. Y luego: “Tienes que regresar a Venezuela y escribir una novela acerca de los últimos cincuenta años de la vida de tu país. La historia se aprende a través de la novela, no a través de la historia”.
19 de septiembre. Sábado.
Carta de Molina. Que recibió Entre las Breñas. Agradecido por la dedicatoria. Que se lo leyó de un tirón. Pero que prefiere más Gritando su Agonía. Molina ha leído Gritando Su Agonía en manuscritos.
Listo. El lunes me voy a Madrid. Allí decidiré si regreso o no a Venezuela. No dormí nada a noche pensando en todo lo que me espera en Venezuela.
Hablo, por teléfono, con Julio Manegat. “El martes -me dice-: comento tu libro en El Noticiero Universal”. Me pregunta si vuelvo. Le respondo que sí. Esto es cosa que ignoro. Todo depende de cómo me vaya en Madrid y de la influencia que pueda ejercer M sobre mi ánimo.
20 de sept.
Me despierto con un tremendo dolor de cabeza, ahora mismo cerraré esta máquina y comenzaré a arreglar mi maleta. Mañana parto.
Llegada a Madrid.
De Barajas, en un autobús, me voy hasta Iberia. Ahí cojo un taxi. El taxista, que es un ladrón y que cree que yo no conozco Madrid, empieza a darme vueltas por el mismo sector.
-Oiga, párese aquí-, le digo en la calle de Cervantes.
– Son cien pesetas.
– No sea estúpido-, le respondo- Usted no ha hecho más que darle vueltas a la manzana y por eso me quedo.
Me hospedo en el Hostal Cervantes. Salgo a comer. Como por Ventas para recordar el año 54 en que andaba con Régulo Moreno Peña y Oscar Guaramato. Compro un número de La Estafeta Literaria y leo allí un ensayo sobre los sueños.
Después de comer y de beberme dos botellas de vino me pongo a buscar la calle General Pardiñas. Entro en el número 62 y pregunto por Jorge Campos.
- Se mudó para el frente-, me dice una anciana.
Entro en unos apartamentos nuevos.
Aparece su hija.
– Duerme -me dice.
– Dígale que es un amigo suyo que viene de América.
– Sí es así, sí-, responde la joven.
Me siento y sale Jorge Campos en camisa.
– Por ahí anda José Ramón Medina. Parece que quiere que yo escriba un articulo sobre la última novela de Uslar Pietri.
– ¿De Uslar Pietri? Será de Miguel Otero Silva.
– Sí, sí, de Miguel Otero Silva. A mí se me confunden los dos.
Me ofrece café, que acepto y me da un libro de cuentos con el que se ganó el Premio Nacional de Literatura.
En el hotel. Imposible dormir. Leo hasta el amanecer el único libro que cargo: Las obras completas de Hemingway editadas por Planeta.
En la embajada. Me atiende el embajador Capriles. Es un hombre que no dice nada. A este hombre lo han hecho embajador porque tiene dinero. Nada más. Es torpe. Yo me siento avergonzado de saludar a un embajador de esta clase.
Conozco a un señor que fue director de la Seguridad Nacional y que me dice que vino a Madrid a un Congreso de Criminología. Me pide que lo acompañe y lo acompaño. ¿A mí que más me da? No recuerdo nada de aquel Madrid. La Calle de Silva fue destruida. Y todas aquellas librerías de viejos desaparecieron. Este señor me habla de la muerte de Delgado Chalbaud.
- Lo mató Urbina porque Delgado Chalbaud le dio un desplante.
Vamos en taxi al sitio ese donde se organiza el Congreso de Criminología. Al primero que veo es a Elio Gómez Grillo, un tipo que escribió un libro de Criminología con el que se ganó el Premio Municipal de Prosa. Se lo regalaron. Se lo regalaron los profesores del Pedagógico, porque ese libro es una verdadera bazofia. Gómez Grillo es el típico venezolano que pasa por culto porque dice que lee y tiene más de dos mil fichas. ¡Pero lean ese libro! ¡Qué barbaridad! Además, es un echón.
- Por mi apartamento-, me dice-, han pasado todas las mujeres de Caracas. ¿M?
¿Y qué sé yo?
– Eh, no vayas a creer nada si te dicen algo de ella… si te dicen si entre ella y yo pasó algo.
– Mucho se habla en ese país. Para la gente de la Universidad la mujer de Canestri, la de Marta Sosa y casi todas las alumnas de derecho han pasado por mi apartamento…Y esa, la otra, la Rosa de Olmo…
¡Este hombre está loco! Además, se desprende de él un olor agrio, a mierda. ¡Así serán las mujeres que han pasado por el apartamento de este tipo! Yo lo que creo es que Gómez Grillo es ambivalente.
- ¡Qué brutos son los hombres inteligentes!-, exclama.- Yo que tú me casaría con M. Yo quería a una mujer que se casó con otro y es esa la mujer que yo quiero.
El pájaro éste lo que viene es a exhibirse, a leer un mamotreto a ver si consigue unas invitaciones para Israel u otra parte.
- Contigo no ha pasado nada. Digo, entre M y yo. Nada. Malo sería si todo eso se hubiera convertido en un triángulo.
¿Qué busca? ¿Decirme que con ella también se acostó? Me sonrío porque no puede hacer otra cosa y me salgo del fulano congreso.
El 27 de septiembre me embarqué en el aeropuerto de Baraja, y ese otro día, el 28, llegué a Venezuela.
Estaba ahí M para esperarme.
(Página sin enumeración)
Salieron de Barcelona el jueves por la tarde. Iban a llevarse dos mujeres que a lo último dejaron porque consideraron que no podrían pagarles y además “No prometían nada”. A las 10 estaban en Cadaqués. Entraron en el Hostal y Javier se puso a hablarle a una francesa que mentía mucho entornando los ojos, y abriéndolos y cerrándolos. La música sonaba estruendosamente y ahí varios franceses bailaban. Las mujeres no llevaban sostenes. Venían de Carcasona, de Nimes, de Montpelier. Al rato los dos se sentían borrachos. Comieron un pescado en la Tasca Anita y más tarde se dirigieron a la casa del viejo, que eran donde pensaban dormir. El viejo no estaba en casa. Maldijeron y se regresaron. Había un vidrio roto; esto lo recordaron más tarde. Regresaron al hostal. Afuera hacía un viento que calaba los huesos. La música volvía a tronar. El se sentó en un sofá de alto respaldo y ahí fue cuando se volvió y se fijo en las dos mujeres y en el hombre de gafas oscuras. Se saludaron. Un viejo borracho vino tambaleándose y hablando en catalán. “Yo no entiendo”, dijo él. “No entiendo. Extranjero”. Extranjero era lo que decía para salir del paso. La música sonaba y las francesas sin sostenes bailaban. De vez en cuando uno de aquellos franceses se acercaba a una de esas mujeres y le rozaba los senos con los brazos. Se estrujaban después y casi siempre terminaban al lado de la chimenea besándose y tanteándose entre las piernas. “Esta vez me va a ir peor que en la anterior oportunidad”, se dijo. Ya el alcohol le rondaba duro en la cabeza.
El viejo sátiro, así lo llamaba Javier, iba en el asiento de adelante del auto. Seguían los dos automóviles, que más tarde se estacionaron en medio de la calle. Entraron en la casa baja y el dueño, un constructor de unos 39 años, encendió la chimenea. El viejo estuvo hablando con la mujer del constructor a la que estrechaba contra el marco de la puerta. De vez en cuando Javier se acercaba mirando mucho al viejo y decía: no entiendo nada. Y él lo veía cómo se acercaba todo cuanto podía. “Seguramente está oyendo”, se decía él. “Quiere descubrir el secreto del viejo”. Por otro lado, el marido de la francesa pasaba a cada instante con brazadas de leña que lanzaba el fuego. No decía una palabra y lanzaba puñados de leña al fuego o servía whiskys, pero él tomaba más que nadie y se cayó con todo y silla. Su mujer (esto lo observaron todos) le dirigió una mirada furibunda. “No me deja hacer nada”, exclamó, allí sentada con las manos del viejo corriéndole por los senos y las piernas.
Una de las mujeres que estaban en el hostal se encontraba con el llamado hombre importantísimo. (“¿Por qué?”, había preguntado una vez Javier al viejo. ¿Por qué? Y el viejo explicó: “Es accionista del Bocaccio, el lugar de moda de Barcelona. Sentados sobre una mesa que estaba al lado de la ventana el hombre hablaba y agarraba lo que podía, que no debía ser mucho porque la mujer esquivaba. La otra pareja eran unos recién casados. En el balcón, cuando él fue a orinar, la mujer le dijo que su marido no le permitía estar sola con ningún hombre. Ese hombre de gafas era un amanerado empalagoso a quien sudaban las manos. Si no fuera por la mujer se diría que era homosexual.
La francesa comenzó a gritar. “No me deja hacer nada”, era lo que más se le entendía. “Nunca, ni siquiera es capaz de levantarse temprano a atenderle a los niños. Beber, siempre beber. No me permite salir ni un segundo a divertirme”. Y luego de esta grita se oyeron unos llantos. Entonces su marido subió las escaleras, que probablemente llevaban a los cuartos de los niños. La francesa se desprendió del viejo y subió también. En la escalera discutieron. El viejo gritó: “Monique”. “Qué autoridad”, bromeó Javier “Monique”, volvió a gritar el viejo. “Qué autoridad, repitió Javier te aseguro que nadie la ha llamado así”. El viejo se levantó y también corrió hacia las escaleras. La francesa y el marido batallaban en la puerta y los niños lloraban. “Mierda, dijo la mujer y salió en bata a la calle. Voy a llamar a la policía”, dijo.
Al otro día bajaron al pueblo y desde el bar Martino a través de los cristales vieron que la francesa bajaba del brazo con otro joven.. “Sí, dijo Javier, mientras el marido duerme la borrachera”. “Es un disminuido”, dijo el notario que se acercaba y arrastraba una silla para sentarse con ellos, el marido de la francesa es un disminuido”. “Sí, dijo Javier, se halló un instante como recordando algo y luego prosiguió: “Sí, o no. Eso lo entiendo yo como un amor de verano. Y para colmo va el constructor y le hace dos hijos”.