JOSÉ SANT ROZ
En diciembre de 1929 Rómulo Betancourt se traslada a Costa Rica, donde ya existía debidamente conformada una sección del APRA. Como hemos visto, el programa doctrinario del APRA internacional contemplaba acciones conjuntas de los pueblos latinoamericanos contra el imperialismo yanqui, trabajo mancomunado de los pueblos por la unidad política y económica, nacionalización de las riquezas, lucha contra la opresión e internacionalización del Canal de Panamá. Esta sección del APRA la presidía entonces Joaquín García Monge. Cuando Betancourt llega a Costa Rica lo hace como aprista, y fervoroso seguidor de las obras de Federico Engels y del marxista peruano José Mariátegui.
El grupo aprista también cuenta con colaboradores costarricenses importantes como la escritora Carmen Lyra, Manuel Mora, Luisa González, Víctor Quesada, Antonio Zamora y Carmen Valverde.
Se concentra por esta época Rómulo a leer obras exclusivamente revolucionarias; confiesa que ha terminado por castrar todas sus otras vocaciones, entre ellas la novelística, que vive imbuido en los trabajos de Lenin, La revolución democrática y el proletariado, El Manifiesto con notas de Riazanof; La historia de la Comuna de Lissagaray; La historia de la Revolución Rusa de Trotsky. Sobre El Capital dice que lleva notas diarias con el objeto de preparar lecciones para los obreros. Sigue considerando en enrolarse en una expedición contra Gómez, y plantea que si en ella se cuela algún caudillo, como Arévalo Cedeño, aunque se embarcaran todos los exiliados, él no iría. Que cuando estalle la revolución triunfante en Caracas él se meterá en ella empeñado en una labor ilegal.
Le va atrapando el dulce ambiente del campo, la bondad de las personas y lo barato de la vida, comparado con las islas del Caribe. Su interés era empaparse del asunto del sindicalismo y seguir indagando sobre el tema petrolero. Es cuando conoce a quien será su primera esposa, Carmen Valverde, una maestra de escuela.
Se le dio cabida en la revista Repertorio Americano para que en él expresara críticas al gobierno de Gómez, siempre con seudónimos. Ya sobre Betancourt recaía el epíteto de pequeño burgués por parte de algunos asistentes a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, celebrada en Buenos Aires. Ansiaba entonces encontrar una tribuna, un estrado, un balcón, una curul, una columna periodística en un medio importante para a dar a conocer cuanto bullía en su cabeza: «El acercarnos a las toldas comunistas recibió serio impacto el raigal sentimiento venezolano y americano de nuestro grupo. Nos topamos con una agrupación extranjerizante, sorda y ciega ante las vitales necesidades de nuestros pueblos, suerte de batería genuflexa ante las imperiosas consignas de los burós del Komintern67. El pequeño grupo de compatriotas ya organizado entonces en embrión del que después sería Partido Comunista de Venezuela se encargó de ahondar la zanja abierta entre nuestro grupo y ellos, desatando contra nosotros una ofensiva de denuestos a la cual se mantienen aún aferrados, con extraordinaria tenacidad, cuarenta años después de haber sido iniciada. Pero no nos cruzamos de brazos al rechazar las fórmulas y etiquetas de importación para afrontar la realidad venezolana y la de América Latina, en general, con ánimo de contribuir a modificarla y rehacerla. Por lo contrario, comenzamos a articular un sistema de ideas y de planes, para aportárselos a Venezuela como caminos para la solución de sus problemas básicos. Nos definimos y proclamamos defensores del nacionalismo económico, de la democracia agraria y de la justicia social, debatiendo ardorosamente acerca de los medios posibles para que el país recobrara y afirmara un régimen de libertades públicas. Era el paso que lógicamente considerábamos como previo para hacer llegar al pueblo nuestro mensaje-revolucionario».
En mayo de 1930 va nuevamente a Barranquilla; allí se encuentra con Raúl Leoni, Ricardo Montilla, Juan José Palacios, entre otros. Con emotividad revolucionaria todos ellos fundan la Alianza Unionista de la Gran Colombia. Se dedicó a trabajar, con cierto interés en el quincenario Extracto notarial y de juzgados.
Al fin, en Barranquilla, encontró un balcón (pero en el interior del Hotel Regina) para dirigirse a un nutrido público. Celebraron el centenario de la muerte del Libertador, aunque no haya quedado nada digno de recordarse. De Barranquilla, partió junto con Gonzalo Carnevali a Perú. Estaba en el poder Luis Sánchez Cerro, que como vimos fue gran amigo de don Emilio Arévalo Cedeño. Rómulo se mantenía leyendo y consultando con furor cuanto planteaba José Carlos Mariátegui. Andaba un poco indigesto por lo desordenado de las lecturas que devoraba, pero eso sí, estaba absolutamente convencido que Arévalo Cedeño, por el solo hecho de tratar a Sánchez Cerro, tenía que ser un vulgar asaltante y un hombre sin «credenciales». ¿Sin credenciales para qué? 1931, Sánchez Cerro, por escaso margen, había derrotado a Haya de la Torre, en las primeras elecciones con voto secreto realizadas en el Perú. Los apristas alegaron fraude y se incendió el país, y Haya de la Torre fue a parar a la cárcel. Por ahí le venía la falta de credenciales a don Emilio.
De vez en cuando llegan noticias de Venezuela que hablan de la perfecta salud que goza don Bisonte; que Maracay, su residencia habitual, se ha convertido en el centro turístico más importante de la América Latina. La agenda del presidente está copada con las visitas de príncipes de pura sangre y magnates de las finanzas, mariscales y políticos, cupletistas de la lengua y toreros españoles, al igual que de la clientela habitual de la corte, a lo reina María Luisa, disoluta, botarate y cañí. En cuanto se iban los españoles llegaban orondos personajes de Francia: …un general de su ejército, Pelecier, le había hecho al Quai d’Orsay un patético llamamiento público para que «las modestas producciones de Pechelbrón y de Gabrán fueran completadas, muchas veces centuplicadas, debería decirse mejor», mediante la adquisición de concesiones en Venezuela. Olvidó la contendora de Alemania, la germanofilia militante de Gómez y envió a su buque escuela Jeanne d’Arc a puertos de Venezuela, para que los cadetes de Francia rindieran homenaje al célebre gobernante. La Legión de Honor, en su rango más alto, decoró el pecho del déspota. El mariscal Francés Franchet D’Esperey, «vencedor de Von Kluck, héroe de la Gran Guerra, hizo viaje expreso a Maracay a presentar sus respetos al ilustre mandatario. Este flirt, tan parisiense, entre Marianne… y Gómez, creó condiciones favorables al desarrollo de las actividades de la Societé Française de Recherches au Venezuela.
[…] España, la España monárquica de Alfonso XIII, envió a un delegado principesco a rendirle honores al general Gómez. Fernando de Baviera y Borbón arribó un día a nuestras costas, seguido de un impresionante séquito. Traía un morral de elogios para el «genial estadista» y la Gran Cruz de Isabel la Católica para su colección de abalorios historiados.
[…] La amistad entre el general Gómez y la reina Guillermina se hizo proverbial. La Gran Cruz del León Neerlandés fue amarrada al cuello del «grande y buen amigo» de todas las casas reinantes europeas.
Volvería Betancourt a Barranquilla, abúlico y cansado, con sus maletas llenas de recortes de periódicos, cartillas sindicalistas y panfletos llenos de llamados a la rebelión popular. Ya Raúl Leoni regentaba en Barranquilla una modesta pulpería donde vendía frutas (uvas, peras y manzanas), gracias a que con el pretexto de ser de los revolucionarios andantes (ambulantes), se le permitía importar frutas de California. En aquella pulpería, en medio del olor de la tinta de panfletos, Betancourt concibió la creación de otro movimiento político: ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda). Como Ricardo Montilla tenía un mimeógrafo, su ansiedad por reproducir sus pensamientos por miles, en panfletos, encontró al fin un buen respiradero. La pulpería convirtióse en el centro de un tornado de cartas dirigidas a cuanto político importante él hubiese conocido por el Caribe, Costa Rica, Cuba y Perú. Las respuestas no tardaron en llegar: «Sí, estamos de acuerdo; proceda». Corría el año 31. El ARDI, junto con lo que se denominaría el «Plan de Barranquilla», llevaba en sí un proyecto para combatir la dictadura de Gómez, a la vez que la conformación de una estrategia de gobierno para cuando se instaurase un régimen democrático en Venezuela. El proyecto del plan fue muchas veces retocado sobre el mostrador de la frutería del padre de Leoni; en él metió la mano mucha gente: Valmore Rodríguez, Simón Betancourt, Juan José Palacios, entre otros. Se planteó en él de todo: desde el miserable caudillismo militarista (no el civilista que aparecería luego), la libertad de expresión, hasta el eterno asunto de los derechos humanos. Lo que más se discutió fue lo relativo a la confiscación de los bienes del general Gómez, que eran cuantiosos y podían alcanzar para muchos. Fue cuando por primera vez se planteó la creación de un «Tribunal de Salud Pública» para sancionar a los corruptos, y que luego sería presentado a los jóvenes oficiales de Venezuela; el mismo que se pondría en práctica una vez derrocado el general Isaías Medina Angarita y que se llamó Jurado de Responsabilidad Civil. Se sugirió la organización de numerosos sindicatos, la revisión de los contratos y concesiones petroleras; la alfabetización, la autonomía universitaria, lo del sufragio directo y universal y la convocatoria a una asamblea constituyente para revisar al Estado en su totalidad.
Rómulo estaba estudiando mucho, pero sobre todo, conociendo a la gente. Cuando hubo concluido su plan y pudo reproducirlo por centenares con el mimeógrafo de don Ricardo Montilla, conoció otro lado amargo de la vida: las mentiras, las críticas malsanas y bajas a su persona. Los revolucionarios con asiento en México y París hablaron del Plan de los «amanerados de Barranquilla». La indignación de Rómulo fue terrible; a todo el mundo quería responderle y acabó enfermo. De esta enfermedad aprendió cuanto tenía que saber sobre los perversos y malsanos hilos que suelen mover la política. Era realmente un hombre importante porque ya se le llamaba marica. El mote de marica o de hijo de puta, nunca sus enemigos se lo quitarían de encima. Llegó a decir: «se ha destruido en mí todo odio sentimental, toda fuerza sin valor afectivo para dar cauce en mi corazón a un odio canalizado y metódico».
Vuelve a Costa Rica e intensifica su producción intelectual y panfletaria. Ya no es tan pichón en el oficio; habla con algún desenfado y serenidad, proclama en sus conferencias y artículos: «Estamos con las clases explotadas, con el camisa-de-mochila, con el pata-en-el-suelo, con las peonadas de los hatos, con los siervos de los latifundios cafetaleros, con los obreros de las petroleras, con los dependientes de las pulperías, con los medianeros de los ingenios azucareros, con el pequeño comerciante…»
Declara abiertamente que sus enemigos irreconciliables son la burguesía imperialista, los latifundistas, los grandes señores del comercio y de la industria y el caudillaje militar. «Balanceándome en la hamaca de moriche, soñaba despierto. A corta distancia retumbaban, con el isócrono golpetear, las cataratas del gran río. Soñaba como una Venezuela distinta, con sus riquezas naturales aprovechadas hasta el máximo, con sus enormes arterias fluviales recorridas continuamente por rápidas naves, con sus caídas de agua generando amperios para suministrarle energía y luz a un país industrializado».
No podía olvidar, igualmente, que los campesinos iban a resistirse a los cambios porque eran por naturaleza los más reaccionarios ante los cambios, y los más rabiosos defensores del antiguo orden. Pero al mismo tiempo pensaba que la táctica obligaba a que todo eso debía hacerse gradualmente. El truco de la vaselina, «lento pero profundo».
Entonces comenzó a empaparse de la historia de Venezuela a través de los libros de González Guinán.
Gómez parecía ser eterno. Durante tres años seguidos estuvo Rómulo recibiendo informes de amigos residenciados en Caracas que le hablaban de que ahora sí era verdad que Gómez se estaba muriendo, «está sumamente grave, en las últimas…», «murió hace tiempo y lo tienen muy callado», «ya el general no habla, ni manda, ni piensa, ni come…» La verdad era muy otra: «La Royal-Dutch nadaba en un mar de concesiones. En Holanda (sic) se incautaron de un barco armado por enemigos de Gómez y a los jefes de la expedición, con la cabeza rapada y el traje a rayas de los delincuentes comunes, los internaron en una colonia penitenciaria. Curazao, antilla holandesa en el Caribe, era una avanzada de la policía gomecista. Una especie de Fouché semiletrado, que utilizaba la dictadura para centralizar su servicio de espionaje en el exterior, era personaje de vara alta en el Gobierno de la Haya, el doctor José Ignacio Cárdenas. Bélgica también marcó el paso. El cordón de Alberto I se anudó al cuello del agasajado personaje. Conmovidos mensajes, donde los dotes de estadista del ‘general’ saltaban en cada línea, fueron enviados de Bruselas a Caracas… No fueron menores sino de mayor rango y eficacia la colaboración y apoyo de los gobiernos de su Majestad Británica y de los Estados Unidos con la dictadura gomecista. El servicio de inteligencia de ambas potencias cuidaba, celosamente, de mantener informado al director sobre los riesgos que amenazaron la estabilidad de su régimen».
En 1932, Rómulo consiguió definir una cartilla ideológica para el combate, en la que clarificaba quiénes debían ser sus aliados, y a quiénes hacer la guerra. Sus soldados deberían ser las peonadas, el proletariado propiamente dicho, el pequeño propietario arruinado por el monopolio en la ciudad y por el latifundio en el campo, los sectores intelectuales explotados (en oposición al que surgirá de la alianza de los sectores burgueses criollos unidos al imperialismo extranjero).
Declaraba entonces que estaba marxistamente convencido de que nuestra realidad exigía un conocimiento del medio, y que por nada del mundo debía hacerse una campaña abiertamente comunista.
Era del todo ridículo, para él, dada la exigüidad de nuestro proletariado industrial, pensar en un partido netamente clasista. Que tal posición no haría sino condenarlo a vivir en el exterior, pendejeando por las avenidas del exilio, escribiendo artículos hipotéticos sobre un hipotético Partido Comunista de Venezuela. Que se hacía necesaria considerar una campaña articulada para atrapar a las clases medias sobre una plataforma realista. Para esta época actuaba como militante comunista y dirigía la Universidad Popular, pero le pedía a su grupo ARDI que tuviera mucho cuidado con el penoso espectáculo de caídas, tropiezos y retrocesos del PCV. Proclamaba que el ARDI debía ser, sobre todo, un grupo de trabajo, de organización, estudio y combate, que mientras esto se diera, en el futuro, cuando ya estuviesen preparados, entonces buscarían a los distintos grupos de izquierda para definir un acuerdo. Pero como ellos eran los mejores, tales grupos iban a estar bajo el mando del grupo ARDI.
Sostenía con serena convicción que los partidos por más doctrinarios y de masas que fuesen, siempre van donde sus líderes los lleven, y proclamaba: «el viraje a la extrema izquierda lo daremos en el momento oportuno, con la seguridad de que la masa mayor del partido se irá tras nosotros. Ese amorfo sector timorato es carne de cañón, que nos servirá para hacer bulto y que no me importa que se quede rezagado. El lastre siempre se bota».
Seguía marcando distancia de los comunistas, a los que llamaba «rojos intransigentes», «comunistas a trancazos», «incapaces de discutirle una coma a los úcases de la Internacional, como buenos tropicales, palabreros y perezosos». Alertaba a sus seguidores que en su programa de lucha se cuidaran de mostrar un matiz teñidamente antimilitarista porque era muy peligroso. También les recomendaba que tuviesen cuidado en lo referente a la materia antiimperialista, táctica a su parecer radical de la III Internacional, peligrosa en extremo porque para él «no compensa la alarma que produce con los resultados positivos que de ella deriva para la definitiva emancipación de los trabajadores». Que se cuiden «del ala italiana a trancazos, monaguillos domesticados del buró del Caribe».
Según él, era urgente plantearse la construcción de un país moderno en «esa tierra de doctorcitos, malos poetas e historiadores epopéyicos.
Creo que el socialismo en el primer tiempo —mientras surge una cultura política en ese país intelectualmente tan atrasado— no debe asustar mucho. De aquí la importancia que yo le doy a la nueva clase por formarse, que propagará el socialismo. Esa clase además del obrero de la Universidad Popular, ese obrero que habrá de rescatar de la Cofradía del Corazón de Jesús o del Perpetuo Socorro, puede ser el profesor primario y el profesor de escuela rural».