Santander, Francisco de Paula: Repaso nuestra historia y lo que voy a referir ocurrió siendo presidente de la Nueva Granada, don Francisco de Paula Santander: Un alcalde de la provincia de Cartagena, borracho y pendenciero, por puro arrebato de macho y “liberal”, ofendió y arrestó a un cónsul de Francia. Era el año de 1833. Francia exigió reparos y Santander previendo un peligroso castigo intentó guarecerse bajo el maldito capote de la Constitución, creyendo que esta vaina servía también para detener las balas y las amenazas de una potencia extranjera. Burdo como todos nuestros presidentes, en lugar de castigar al burdo borracho que había cometido un delito, quiso abrir fuegos nacionalistas contra un país poderoso.
Francia echó a la mar algunas goletas de guerra, con la orden de ser severo frente a un paisito que se había mantenido sordo y terco ante sus reclamaciones. El Hombre de las Leyes sacó de su sombrero de mago al cursi general José Hilario López (uno de los asesinos de Sucre) para que dirigiese las negociaciones.
Los navíos franceses los comandaba el contralmirante Mackau, quien exigió sin muchas explicaciones:
1- Destitución del gobernador de Cartagena, bajo cuyo mando actuó groseramente el alcalde.
2-Castigo de los funcionarios subalternos, que no protegieron al diplomático francés debidamente.
3-Excusas al señor cónsul.
4-Pago de una indemnización de diez mil pesos, y reintegro de sus funciones bajo el saludo de la bandera francesa con veintiún cañonazos.
El ridículo López se presentó a bordo de la nave del contralmirante con toda la parafernalia de sus edecanes, farfullando un francés grandilocuente y torpe. Mackau, escueto y sereno le salió al encuentro acompañado del señor cónsul, el que había sido maltratado. Bajaron a tierra y se procedió a izar la bandera francesa en tierra colombiana. Se escucharon la salva de los veintiún cañonazos, cada una de las cuales horadaba la sublime serenidad del ínclito López. Aquellos extranjeros, literalmente se cagaban en la patria del señor Santander, todo por un infame borracho. Los navíos y su contralmirante regresaron a Europa con cuanto habían exigido.
Poco después un incidente similar sucedió con Inglaterra. Santander quiso realizar un ingente movimiento militar para tapar las vagabunderías de otro loco, esta vez en Panamá, y salió igualmente trasquilado. Era que el viejo Bolívar, el de las malditas correr’as, no se encontraba para resolver todas las putadas que él vivía cometiendo.
Estos dos inmensos dislates ponían a las claras que Santander, con el sacro manto de la legalidad quería envolver a todo el mundo, incluso a las mayores potencias de Europa, y con los mismos trucos con los que había intentado joder a Bolívar. Estos países no creían en jodederitas. Pero aquellos países, de los cuales mister Santander había copiados sus leyes, no aceptaban sus aberrantes manías y canalladas y ante el grupo de los “liberales” que vivían suspirando porque los gobernara un “Paine” tan maravilloso como Sandemonio, recibió un soberano y edificante golpe.
En realidad, en el poco valor que ponemos nosotros para exigirnos justicia, se encuentra el verdadero sometimiento que venimos padeciendo de los países poderosos.
Tendría Bolívar unos cuarenta años, cuando el joven Santander comenzaba a verle con más admiración que amor y con más envidia que deseos de emulación. Era el joven y gallardo granadino, alto, corpulento, blanco, de cabellos lisos y castaños. Su educación y la conciencia de su importancia política, al lado de su afortunado aspecto físico, conjugaban armoniosamente con ese carácter áspero del militar que había pasado la mayor parte de su vida dando órdenes y que jamás admite la menor contradicción.
Bajo la férula de su férrea ostentación de mando estuvo la generación más aguerrida e ilustrada de lo que hoy es Colombia, Ecuador y Venezuela. Los sucesivos presidentes de la Nueva Granada, José Ignacio Márquez, Pedro Alcántara Herrán, José Hilario López, Tomás Cipriano Mosquera y José María Obando estuvieron bajo sus órdenes políticas y militares; ante él se inclinaban con admiración y respeto, y a él en parte le debían el influjo y la preponderancia de sus cargos, de sus charreteras y de sus honores burocráticos. Otros, como Páez, Sucre y Juan José Flores (que llegaron a ser en distintas épocas jefes de Estado de Venezuela, de Bolivia y del Ecuador) tuvieron que responder de sus actos políticos y militares ante este Jefe constitucional de la Gran Colombia, llamado por Bolívar el Hombre de las Leyes.
Santander, Francisco de Paula: Vicepresidente de la Gran Colombia. No sólo fue el creador del primer partido político colombiano, Liberal, sino que fue el iniciador de esas estrategias desafortunadas de alimentar perturbaciones sociales (para crear condiciones que favoreciesen su posición política), que tantas guerras intestinas han traído a nuestros pueblos. Sus sólidos y brillantes conocimientos sobre leyes y la administración del Estado se convertían en él en un arma para el personalismo político, para la satisfacción de la vanidad, y el pago de sus propias venganzas, odios y rencores. La interpretación y aplicación de las leyes del Estado fueron sus mayores manías intelectuales. Se consideraba -siguiendo las normas de Cicerón- un esclavo de las leyes; que esta esclavitud era el único camino hacia la libertad y la verdadera paz pública; aseguraba, de modo enfático, que el pueblo más desgraciado era aquél donde se humillaba y ofendía a la razón. Estas manías lógicas y estrictamente axiomáticas de interpretar la constitución, no fueron ejecutadas por él con un espíritu sano de imparcialidad, ni con un juicio sereno, desprendido de amor propio, sino con frívolos deseos de fama, de figuración, de auto-admiración.
Santander, Francisco de Paula: Nació Santander en 1792, en el Rosario de Cúcuta, frontera de la Nueva Granada con Venezuela. Este accidente -como veremos- lo hizo el político más afortunado de la revolución de nuestra independencia. De haber nacido venezolano, sus talentos políticos y militares habrían sido escuálidos, comparados con los estadistas y guerreros que se forjaron en Caracas, en la costa de Oriente y los llanos de Apure. Desde muy joven Santander mostró especial interés por la lectura y se vio favorecido por la ayuda de un clérigo que lo orientó positivamente en sus estudios. En Santa Fe se aplicó al estudio de las Santas Escrituras y adquirió ese estilo pomposo, grave y barroco que se observa en sus discursos, actas y proclamas. Sin embargo, ese estilo, un poco confuso y recargado, habría de darle grandes ventajas en su proselitismo político.
No hay manera de meter a Francisco de Paula Santander como prócer de la independencia tanto de la Colombia actual mucho ni menos en la gesta venezolana. Cuando nuestro Presidente Chávez, por puro protocolo se vio en la necesidad de mencionar a Santander al lado de Sucre y Bolívar, el viernes pasado 31 DE AGOSTO, tronaron los cielos, se estremeció la patria y escuchamos los horribles gemidos de los patriotas que fueron triturados por este descomunal traidor y farsante.
Por influencia de Jeremías Bentham, Santander tal cual como los desquiciados prósperos escuálidos del presente, fue acrecentando su obsesión por acumular, por preservar y aumentar sus bienes materiales. Apenas se conquistaba Nueva Granada, prácticamente obligó al Libertador a que se le adjudicasen dos soberbias propiedades en Bogotá. Con timidez afectada, le solicitó le fuesen concedidos ciertos terrenos, y una casita. Ya para entonces se había vuelto un experto en el conocimiento de los medios legales que podían satisfacer con creces lo que deseaba, asesorado por Vicente Azuero, el jefe de la Comisión de Secuestro. “No tengo genio pedigüeño oficialmente”, le dice en una carta al Libertador; sin embargo, eso es lo que hace más o menos en casi todas sus misivas. En otra le escribe: “Dígame usted para asegurarme, ¿los bienes nacionales de Cundinamarca entran en la Ley del Repartimiento? Quiero tener bienes: Lo primero, para contar con una segura subsistencia y que cuente también con ella mi familia. Lo segundo, porque no quiero ser más insensato, desprendiéndome, como hasta aquí, de tales bienes. Lo tercero, para precaver que algún día pueda ser excluido de empleos públicos por no tener bienes. Y lo cuarto, porque de servir con honor y con celo, queda muy poco, y quiero que me queden siquiera unas tierras”.[1] De allí los consejos del Quijote-Bolívar a su amanuense, el Sancho-Santander: Más preciosa es la vida de la República que el oro. Esto iba en la respuesta a una de las cartas en que Santander pedía información sobre el repartimiento de bienes. Aunque esta respuesta no estaba expresamente dirigida a él sino a los colonos, el Vicepresidente debió encontrar, si quería, la intención pedagógica del maestro. Trastocando fechas y escribiendo melosas cartas al Libertador, consiguió finalmente su firma para hacerse con Hato Grande y la referida “casita” de un tal español Córdoba. Bolívar, fastidiado de esta clase de correspondencia, le preguntó desde el abismo de la guerra venezolana: “Lo que yo deseo saber es cuáles son las propiedades que usted quiere que se le adjudiquen”.
«El Decreto —ya mencionado, y que concedía la propiedad de Hato Grande como pago de sus haberes militares— realmente llegó en la medida que exigió Santander: con fecha falsa (las fechas no cuestan nada y seguramente redactado por el Hombre de las Leyes mucho menos). La fecha que Santander le puso al Decreto fue la del 12 de septiembre de 1819. Es decir, tres días antes de su nombramiento para la Vicepresidencia. Tal vez era la mejor forma de guardar las apariencias”.[2]
Santander, Francisco de Paula: cobraba por adelantado los tormentos que padecía en el Palacio de Gobierno; por esto pasó un oficio a la Comisión de Repartimiento de Bienes Nacionales, para que en caso de dejar la Vicepresidencia, no lo fueran a dejar en la miseria. Aquel que llegue a ocupar una alta posición en el gobierno no puede dejar el cargo sin haberse llenado de bienes de fortuna. Esa será la conducta de los que vayan pasando por el poder. Miguel Peña se llenará de odio contra Santander al ver que éste acumula más que él. Antonio Leocadio Guzmán no se quedará atrás; Quintero, mucho menos. José Hilario López y Obando asaltarán las haciendas de Joaquín Mosquera para que éste no tenga más que ellos. “No tiene usted derecho, más derecho que nosotros” —le dirán democráticamente a don Joaquín. Son los primeros síntomas de aberrante “socialismo” que luego tratará de implantar J. H. López (considerado en la Nueva Granada como el iniciador de la revolución “seudocomunista” en su país). A todos los recovecos legales acudía Francisco y redactaba densas cartas al Libertador pidiéndole que, en virtud de sus facultades extraordinarias, concediera propiedades a sus amigos. Así se lo recordaba él con artículos que podían hacerse constitucionales.
Tampoco quería quedarse atrás en lo del rango militar: “¿Creerá usted —le escribirá poco después— que ahora pocos días estuve pensando que todos los generales pueden ser generales en jefe antes que yo, si sigo en el Ejecutivo? Pues es buen chasco —agrega— salir de Vicepresidente dentro de tres años a que me manden tantos generales que no sirven para mandarme”. Bolívar, débil ante este amigo, trata de satisfacer sus vanidades. Pensaba que en las cosas pequeñas lo mejor era ceder y no discutir por miserias pecuniarias.
Sin andar con esas hipocresías constitucionalistas, Bolívar previó el desastre legal que se avecinaba por el vano deseo de la posesión, y escribió a Francisco: “Mucho me molesta la intriga de los legisladores y mucho más me confirmo en la imposibilidad que hay entre nosotros de mantener el equilibrio. Será un milagro si salvamos siquiera el pellejo de esta revolución. Yo estoy resuelto a separarme del mando el mismo día que se instale el Congreso de Colombia…” Estaba Bolívar sobre todo cansado del Congreso que, según él, “…cuando uno más descuidado, está, da una ley contraria a lo que se propone ejecutar… Todo me confirma en mí resolución de salvarme como pueda de entre estos mandrias, malvados, imbéciles, ladrones, facciosos, ingratos y todos los peros del mundo”.
Sattleker, Windy: Véase Abogados Puntofijistas.
Scaletta, Gennaro: No es propiamente un farsante sino un vulgar narcotraficante, pero lo colocamos en este diccionario por su relación con muchos políticos venezolanos entre los cuales se encuentran: Rafael Caldera, Luis Herrera Campíns, Eduardo Fernández y Américo Martín, y muy probablemente a todos ellos les dio dinero[3]. Scaletta cayó en desgracia porque se casó con una mujer de nombre Adriana Profita, y ambos se la pasaban en recepciones. Doña Profita cayó en la droga y se volvió loca; se desnudaba en la calle y hacía penosos espectáculos. Seijas Núñez, Raúl: Véase Fogade.
[1] Archivo de Santander.
[2] Arturo Abella (1966) Don Dinero en la Independencia, Ediciones Lerner.
[3] Véase revista AUTÉNTICO, Nº 526.