Salazar, Miguel: se creía el Diablo Cojuelo levantando techos de los secretos del chavismo para estremecer el cotarro político, encender la intriga, jurungar pasiones frívolas y chapotear en el barro de la insidia diaria. Hay gente que le encanta caer en su lengua y en su charca. El tipo anduvo de capa caída, porque en verdad cada día encontraba menos secretos bajo el sol y entre las alcantarillas. Con su estilo de echarle un tiro a la oposición y dos al gobierno -para que no lo malinterpreten- su gran negocio es cocinar bazofias, tratar de hacer ver que no está ubicado: ni de lo uno ni lo otro, pero sí todo lo contrario. Con su siempre maromero, culebrero y chanchulleros inventos: sus mamarrachos de cada semana. Se llegó a creer todo un gran estilista en perforar tumores “sacrosantos”. Lleva en la sangre el morbo de la noticia escatológica. Todo su “arte creativo” es el de la memez aderezada con cuantas volutas y ripios les pasan por la cabeza. Cual todo una Yquebellísima Pacheco, o una turbada Patricia Poleo o una Marianela Salazar, se alzó en el país de la “censura y de la amenaza a la libertad de prensa” contra jueces y leyes. La cogió contra Mario Silva y le insultó con cuanto le vino en gana. Le sacó una buena tajada al asunto de los supuestos amores de la Ruddy Rodríguez con el presidente Chávez y otras miles de memeces detestables. Así mismo.