José Sant Roz
21-09-2019: A este diario le cabe a la perfección esa frase de Novalis (citada muchas veces por Francisco Umbral): “Otorgo a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido”. Todo lo que aquí relato tiene que ver con lo cotidiano en permanencia inefable abrazado a lo desconocido. Así son todos los diarios.
Comienzo este relato con una alarma de un hermano del alma que me llama para decirme: “Me han herido bestialmente en el abasto Éxito, el de los chinos de La Pedregosa, ojo, no un arma blanca, esta mañana, vendiéndome unas caraotas por tres dólares…”. Pues le contesto:
- NO ME HABLEN PENDEJADAS: EL DÓLAR NO ES UNA MONEDA SINO UN ARMA, Y NADIE DEBE ESPERAR UNA SOLUCIÓN DE NUESTRO DRAMA A CORTO PLAZO. ASÍ LO RESUMIÓ BOLÍVAR, ACOSADO A MUERTE, CON UNA SENTENCIA ESTREMECEDORA: “Quiero salir ciertamente del abismo en que nos hallamos, pero por la senda del deber y no de otro modo…”.
Uno, por sí mismo, no le teme a la situaciones peligrosas. Últimamente éstas se han intensificado en muchos aspectos, y uno se preocupa es por sus seres queridos, en mi caso esposa, nietos, hijos, amigos … hasta por mi perra Solita y la gata Morisca. Aunque con estos largos cortes de luz, los susurros del viento en las noches después de las lluvias y ese cielo estrellado en el Valle de la Luna, se convierten en la compañía más sublime y en un aliciente para seguir la lucha. Y como digo, a uno que le importa lo que le pase, sí preocupa nuestros hermanos de lucha, ese pueblo sufriente…
Por otro lado, como no le tenemos miedo al enemigo podemos decir que la victoria está cantada. Así de simple.
Lo que me escama es la cobardía gemebunda, el echarse a llorar, el ir de esquina en esquina dando ese espectáculo vergonzoso, rumiando esa prepotencia impotente de aquellos que todo lo tuvieron y todo lo perdieron.
Pasando al día a día de este combate, junto con mi esposa me propondré escribir un libro que llevará por título “El arte de engañar las tripas”- Hay una gran batalla en la pregunta de cada hora: ¿qué comer hoy? Al asunto hay que echarle cabeza, si… aún se tiene. Sería un recetario para tratar de darle sabor exquisito a todo, incluso a las conchas de plátano o de cambur, de papa o zanahoria. Así fue cómo surgió la poderosa comida china que conquistó el mundo, y que tienen platos realmente enloquecedores tales como la crema de pezuñas de gallina, por ejemplo. Y el problema fundamental de la filosofía es que tenemos estómago, y hay que darle respuesta a sus necesidades, porque éste es un órgano que exige concreción, y que no vive del cuento, ni puede esperar. La dueña de una casa, por tanto, tiene que hacer una sesuda revisión de lo que hay en sus anaqueles, en la nevera, en su huerto, para luego hacer milagros. Y en apenas terminando un “golpe”, tendrá que verse cómo se resuelve el siguiente. Teniendo en cuenta además que no sólo de dichos “golpes” vive el hombre.
Estamos planificando nuestro viaje a El Valle de la Luna, acopiando, así, nuestros bastimentos para varias semanas, y eso que somos apenas dos. Rebuscando por todos lados, con ayuda de mis hijos, con los que nos regalan, con lo que ahorramos y de lo que nos privamos, y ocurren, insisto, verdaderas bendiciones del cielo. A veces ocurre que está uno pensando que mañana no habrá qué comer, cuando de repente nos encontramos con que incluso podemos hasta regalar comida.
Qué de cosas extrañas y mágicas se están viviendo. Muy difícil, en todo caso, es sobrellevar esta batalla, sin duda, pero todo está cambiando para bien. Y si se toma en cuenta que en nuestro caso sólo somos dos profesionales que adquirimos compromisos con un apartamento y dos carros que exigen grandes gastos para sus mantenimientos, y que además no somos unos chamos, calcúlese las esperanzas y las ilusiones que nos dominan y poseen.
No me voy a referir con detalle, a la odisea que vivimos para poder cambiarle los frenos a la camioneta y el pánico que nos ocasionó el anunció del mecánico cuando nos planteó que las bandas, los tambores y pastillas estaban inservibles. Con razón tanta gente está en estos momentos saliendo de sus carros porque realmente, cómo mantenerlos.
Pasamos días, hemos de decirlo, en que no comemos huevos, carne o queso, y por eso no nos cuesta nada declararles un boicot a estos productos.
Mi hija Yuri me regala dos aguacates, mi ex mujer Carmen me obsequia una mano de cambur, mi hija Adriana me hace mercaditos, mi hijo Winston me manda una mesadita y la verdad que todo este apoyo ayuda muchísimo. Aún así, surge de la nada un postrecito, una torta; en cuanto a tragos… sorbitos de té frio de menta y limón. Y todo esto que digo no es en absoluto para criticar al gobierno. En absoluto. Es una realidad histórica, política, inherente a nuestra evolución como un pueblo que ha escogido el único camino honorable para su redención social: mantenerse firme en un proyecto histórico y revolucionario. Escoger ese camino político implicó tener que enfrentar mil demonios y una y mil trabas, y me parece esencial la sentencia de Bolívar “Quiero salir ciertamente del abismo en que nos hallamos, pero por la senda del deber y no de otro modo…”. Es el precio que debemos pagar por tratar de ser nosotros mismos. Lo otro sería escoger el camino ya trillado en los siglos XIX y XX, cuya cara podemos apreciar en toda su dimensión, a la perfección, en los personajes escogidos por Estados Unidos, en el gobierno paralelo, encabezado por el señor Juan Guaidó.
Agréguele a todo lo anterior la situación de Mérida por su condición, podemos decir, de estado fronterizo: escasez de efectivo, delirante bachaquerismo, espantosas colas para poner gasolina, problemas con el abastecimiento de gas en las residencias, cuotas extras en dólares en los condominios, impagables. ¿Quién puede comprar medicinas? ¿Quién puede ir a una consulta médica, a un odontólogo u oftalmólogo? ¿Quién puede pagar un taxi? Antes, en las guerras, uno moría con más dignidad, yéndose a un frente de batalla, ahora te obligan a morir en la ignominia de la impotencia, de la ruindad y de la pudrición más absoluta.
Cuánto he anhelado enrolarme en una verdadera guerra en la que uno pueda dar de sí todo lo que pueda en un frente de batalla, pero al mismo tiempo en la que uno pueda atacar con toda el alma al enemigo que nos está desangrando, destrozando nuestra patria. Hoy, ese monstruoso enemigo se presenta invisible y prepotente por doquier, sin que nuestros brazos les alcance, aunque todos los días lo oigamos chirriar estridentemente, chillar sin pausa, quejarse cual magdalena, en universidades, academias, por la radio, redes sociales o televisión, en bancos, mercados, esquinas y plazas.
Ayer, para completar (y añadido a todo lo anterior), fue un día que lo pasamos bastante preocupados: se produjo un apagón a las 12 del mediodía que se prolongó hasta las 7 de la noche. Se llegó a creer que era un apagón a nivel nacional, pero luego nos enteramos que ocurrió en unos diez estados, incluso en un sector de Caracas. Luego Corpoelec daría la información diciendo que fue a consecuencia de una onda tropical… nosotros, mi esposa y yo, pasamos la mayor parte del tiempo en el apartamento, ella arreglando el viaje, yo revisando libros guardados en varios anaqueles.
Por la tarde hicimos una visita a Carmen (mi ex esposa) y departimos un rato con mis hijos Andrés y Yuri, y mi nietecito André.
Luego llovió intensamente toda la noche; mi esposa me dijo ya tarde:
- No le pusimos la tapa a la tolva de la camioneta…
SALIDA para El Valle de la Luna a las 9:25 am. Día lluvioso. Hemos bajado los corotos al carro y aún a las 8:30 de la mañana sigue lloviznando. Siempre en estos viajes se nos olvida algo importante, no sabemos en esta ocasión qué será lo que se nos queda. En vista de que ayer se nos olvidó tapar la tolva no me puedo llevar una caja de libros…
Bajando por la Avenida Andrés Bello, a nivel del centro comercial Alto Chama, vemos una cola bastante corta para echar gasolina y vacilamos si hacerla o no. Desistimos. Tenemos suficiente gasolina, todavía, para ir y venir. Adelante con los faroles.
Voy conduciendo a poca velocidad porque como dije, le hemos hecho totalmente los frenos a la camioneta y no sé cómo han quedado. Es algo que me preocupa por el largo trayecto de unas cinco horas que tendremos que recorrer por un camino tan culebrero y averiado, con pendientes anegadas de huecos, multitud de trechos sin pavimentar, con fuertes descensos y de paso las cunetas de la carretera enmontadas. Además es un trayecto muy solitario. Menos mal que no llevamos peso esta vez. Sí…, siento los frenos un poco largos, y pienso que es tanto por la calidad de material que le han colocado como los recientes ajustes y la propia graduación. En todo caso trataré de ir ensegundado en las partes más pendientes. A veces creo que se trata sólo de mi aprensión en relación con el cambio que le hemos hecho a las bandas y a las pastillas. Mi esposa de vez en cuando me pregunta que cómo siento la camioneta, y procuro no preocuparla con mis temores: “-…todo bien…”. Adelante con los faroles…
Las montañas comienzan a tornase apagadas hacia San Onofre, secas, mostrando brumas parecidas a humo blanco: aparece la bóveda infinita con sus ráfagas doradas, entre festones violeta, sombras melancólicas, en medio de una lustrosa calma.
A la altura del puesto militar Las González, nos enteramos que hay un “peine” que no aparece en nuestro bolso…, que no sabemos dónde lo dejamos… qué vaina. Hay retenidos en esta alcabala una ristra de carros por tener seriales falsos. Recordamos que en Mérida existen las mayores mafias con ventas de carros robados de Venezuela.
Vemos el kilometraje y observamos que desde donde vivimos hasta El Anís hay exactamente treinta y siete kilómetros, y hasta Estanques cuarenta. Recordamos que este era el trayecto que tenía que hacer mi querida cuñada Albita todos los días, y así lo hizo durante años, cuando estuvo trabajando aquí en El Anís. Le mandamos con el pensamiento besos y abrazos.
A partir de Estanques, iniciamos el fuerte ascenso con el pavimento bastante húmedo y el tiempo parcialmente nublado. Aquí comienza la prueba de fuego para los frenos. La carretera la estamos encontrando peor que nunca, con grietas hasta las cunetas, verdaderos cráteres en medio de la vía, y los bordes totalmente enmontados.
Ya comenzamos a perder comunicación con eso que llamamos “civilización”. Nos internamos en un sector que ha venido sufriendo un serio deterioro en el sistema eléctrico, en el internet y en el sistema telefónico. Los Pueblos de Sur cada vez más son pueblos incomunicados, que llegan a sufrir cortes de electricidad por varios días (y con ello caída de los servicios telefónicos y de internet), que los puestos de ventas no funcionan que los dos bancos (El Provincial y Bicentenario) que habían, por ejemplo, en Canaguá dejaron hace tiempo de prestarle servicio a la comunidad por lo que no hay efectivo. Casi todos los negocios se hacen a base de trueques.
Vamos, pues, piloteando la nave en medio de ese mar de huecos y curvas, con la ayuda de mi esposa que va diciendo: “… cuidado que te abriste demasiado,… mira que puede aparecer de repente una moto… ¡uy!, qué huecazo, allá esta ese pedregal, no te fíes de los pozos…”. Vamos tratando de superar ese boquerón bastante desolado que da hasta el Monasterio de los Trapenses. Un poco más adelante está el tramo de unos quince kilómetros pavimentado durante la administración del gobernador Alexis Ramírez, que es un respiro para la camioneta y los pasajeros.
Pasamos por Tusta (a más de dos mil metros de altura), otrora paraje obligado de los viajeros que iban de Los Pueblos del Sur a Mérida, hoy desolado. Allí regentaba un negocio de restaurante y bodega la pareja de don Benito y doña Betilde, junto con su hijo Yosman. Nosotros solíamos detenernos allí, echarnos al buche un buen caldo de gallina, comer empanadas; o cuando íbamos apurados nos deteníamos a tomar un cafecito que siempre terminaba siendo obsequio de la casa. En la bodega cargábamos con el sabroso pan tovareño, con melcochas, aliados y conservas de coco. Oímos la canción “ Sugar-Sugar”, de The Archies.
Vamos viendo casitas en los regazos de las nubes, con techos de zinc, colgadas de frondosas lomas o hundidas entre vertientes y hondonadas.
A unos diez kilómetros de Tusta, nos detuvimos para tomar café, y fue cuando caímos en la cuenta de que se nos había quedado la máquina de moler maíz. Tremendo pelón. Qué vaina. Qué le vamos a hacer. Nos echamos un trozo de torta de limón con el cafecito y seguimos la marcha. Constatamos que de nuestra casa a la casa del hacendado Pablo Quintero, recientemente fallecido en un accidente, hay exactamente cien kilómetros, y que al poblado de El Molino hay exactamente ciento tres kilómetros. Don Pablo Quintero era el más próspero ganadero y agricultor de la zona, nosotros lo solíamos visitar para comprarle huevos, queso o leche; departíamos hablando sobre la producción de lana en otros tiempos. Tuvimos oportunidad de ser recibidos por él en su casa, en una espectacular sala con un gran ventanal que da a los pastizales donde está la vacada y las aves de corral, desde allí se aprecia un hermoso arroyo y hay un perenne verdor todo el año, sin duda uno de los más bellos lugares de los Pueblos del Sur. Resulta que un día viajábamos de Canaguá a Mérida cuando nos encontramos con una gran cola de carros a medio camino entre El Molino y Tusta. Sin duda que se trataba de un accidente. Nos bajamos, anduvimos a pie un buen trecho, y poco después nos enteramos que este famoso productor se había ido con su carro, marca Toyota (un “machito”), por un precipicio. Hubo muchas especulaciones sobre aquel accidente, y lo más probable es que su carro, bastante trajinado, haya tenido algún desperfecto.
Ha sido mucha la gente que se ha matado por estas carreteras de los Pueblos del Sur, llevándose los curas el trofeo en las estadísticas. De trecho en trecho se van viendo capillitas, cruces, nichos con flores, recuerdos escritos en tablas o sencillas lápidas hechas con tablas o palos.
Ya enfilando hacia el Páramo El Motor, sólo en el trayecto nos habíamos topado con un toyotica blanco. Ningún otro carro de pasajeros nos encontramos. Más abajo de la finca Los Marañones nos detenemos a comer de nuestro avío: arepas con queso, las cuales trasegamos con un cafecito. Entre bocado y bocado vamos viendo la virulencia clorofílica de la apretada vegetación que cubre todo un cañón de diez kilómetros hasta el pueblo. Hay todo un rocío de benditas floraciones, helechos gigantescos, enormes pinos y tornasoladas hojas de yagrumo haciendo guiños a los bordes del camino.
Cerca de las dos de la tarde llegamos a las afueras de Canaguá: entramos a la casa del profesor Fernando Durán para saludarlo pero encontramos enteramente desolada su casa. Luego supimos por su hermano Braulio que Fernando se fue a Mérida porque tiene a su esposa Chavela, algo enferma.
Continuamos nuestro camino: enrumbamos hacia El Valle de La Luna, encontrando la vía estropeada, con pequeños derrumbes y fallas de borde.
Vamos viendo algunas faldas verdísimas por los lados del ex prefecto Ramón Isidro y otros parches marrón oscuro, producto de rozadas recientes. Al monte hay que rozarlo porque de otro modo se daña el pasto, tan esencial para el ganado. Suena en nuestro aparato “Bolero falaz” de Aterciopelados.
Nos cruzamos con los grandes sembradíos de café, siendo este producto el que más vida le da a la zona. Para el año 2012 era ya normal, recoger en esta aldea 10.000 kilos de café cada año. El año pasado, producto de que hubo pocas lluvias, la cosecha fue muy mala. Se espera que la de este año sea excelente.
Vamos saludando a la familia del señor Antonio Rojas quien está en el corral de su casa departiendo con el señor Abraham y con dos de sus hijos. El sendero en este punto es sobrecogedor, como si fuésemos a penetrar en la soberbia plenitud de un paraíso perdido: el camino es primero ascendente y recto unos cien metros bordeados de cafetales, al lado corre el fragoso río de estos tiempos, luego torceremos a la izquierda, pasaremos un puentecito y entre camburales, maizales y siembras de yuca o papa,… ya se columbra nuestra casita.
Nos presentía Solita quien aullaba desesperadamente con temblores de emoción, dando saltos y carreras a los largo de la cerca. Saludamos a los vecinos Engracia y Baudelio enterándonos inmediatamente del acontecimiento de que habrá mañana ambiente de fiesta en la aldea por la confirmación de varios niños.
Luego de bajar nuestros macutos en casa me dirigí hasta la casa del señor Corsino para participarle que ya nos encontrábamos de vuelta. Abrazos van y vienen, además del señor Corsino están sus hijos Manuel, Ángel, Enrique y Evencio. Pronto aparecen escorados pocillitos de peltre con café. Conversamos sobre los últimos acontecimientos en la aldea. Del problema de la gasolina y del postín que se dan los operadores de esta estación en Canagua para atender a los que requieren el servicio, que luego de estarse el pobre usuario días haciendo cola, en llegando el mediodía cogen y dejan la peluca, exponiendo a la gente a que se vaya la luz y a que se perturbe gravemente la fulana distribución del combustible. Que aún, al parecer de algunos de los contertulios, la gente es tan lerda que no asume por sí las necesidades propias de sus comunidades, en estas circunstancias tan especiales. Que la falta de organización popular es tremenda, por falta de voluntad y que la carga de esa dejadez heredada quién sabe si desde los mismísimos españoles que nos conquistaron, pesa como una maldición o la propia muerte.
Por estos lados se ha dado el caso, que hay quienes han cambiado un litro de gasolina por un queso porque los bachaqueros la trafican a dólar el litro.
Evencio nos recuerda que el contrabando entre Colombia y Venezuela siempre ha existido, desde el siglo diecinueve. Que Juan Vicente Gómez viviendo en Los Vados, Colombia, como refugiado político, hizo una fortuna contrabandeando ganado.
- Yo creo que hasta Páez contrabandeó ganado hacia Colombia por los lados de Apure –dije.
Nos enteramos de que al pueblo de Canaguá no le está llegando agua desde el acueducto que baja de La Coromoto. Que se ha taponado el ducto tal vez de barro, y que le han metido por la manguera una bola para destapar el atasco y que de no resultar esta operación habrá que hacer cortes a la manguera cada treinta metros para ver dónde consiguen el atasco. Hablamos del tiempo de lluvia que es lo más importante en el campo, y de que han caído unos aguaceros anormales alternados de día muy asoleados. Que se alternan días muy secos lloviznas repentinas que han dañado el maíz, por ejemplo, que lo ha quemado. Esa mezcla de sol con llovizna la llaman por aquí “una canicular” que causa estragos en algunas siembras como por ejemplo de la papa.
También nos enteramos que las dos estaciones de radio del pueblo (una de la iglesia y otra del poder popular), debido a los apagones, llevan varios días averiadas. La radio de la iglesia es la más poderosa y cuenta con más apoyo de los que tienen medios (de los llamados productores), y por esta razón el cura ha estado pidiendo ayudas que acaban materializándose en aportes que se dan en sacos de café, en bultos de queso, en cartones de huevos, en arrobas de carne, en legumbres, maíz, etc. Es lo que piden para costear el debido mantenimiento técnico y así ponerla nuevamente en funcionamiento.
Vuelvo a casa, y al poco rato llega el vecino Baudelio quien nos regala varios kilos de yuca. Más tarde nos visita Marcolina con su hija Natali y una hermana suya. Compartimos un rato tomando otra vez café, y conversando de nuevo sobre el tema de las siembras. María Eugenia le obsequia un florecido y espigado cilantro (que sembró en el redondel del guamo) a Marcolina, quien haría una sopa de auyama. En un lugar está sonando la canción “Borriquito” de Peret.
Hemos tenido electricidad desde que llegamos.
María Eugenia prepara unas arepas y nos acomodamos en el largo mesón de madera desde el cual y a través de los ventanales, se aprecian las verdes laderas de las propiedades de Evencio y Avenildo. Se ven pastar las vacas y semejan pequeños barrilitos pegados a las inmensas montañas.
Por la noche, como no tenemos señal para ver televisión instalamos un DVD que me regaló hace años mi hija Adriana y nos ponemos a ver la película “Irreversible”. Logramos verla completa. Hace frío. Nos recogemos, nos envolvemos en las pesadas cobijas. La noche espesa nos envuelve en su oscura inmensidad y silencio. Siempre cuesta un poco coger el sueño, quizá por el cambio de ambiente, o porque uno desea que amanezca pronto, o porque adaptarse en otro lugar siempre lleva su tiempo, o por todo lo que vamos planificando en la mente para hacer en el huerto.
22-09-2019: al parecer tendremos hoy un esplendoroso día. Preparo café y comienzo a llevar este diario. Nos apañamos con lo que tenemos para el desayuno ya que no podemos moler maíz. La yuca que nos regaló ayer Baudelio es un sustituto excelente de la arepa.
En el redondel frente a la casa, tenemos sembrado un hermoso ramillete de cilantro, de metro y medio de alto, que llama la atención de todo el que pasa. No falta quien diga: “- por favor, ¿doña María, me puede regalar un poquitito?”.
Todo se acaba (o hay que ir comiéndose lo que se siembra). Hasta lo más hermoso ha de fenecer. También tenemos un calabacín en formación, un pimentón igualmente en formación, y así por el estilo, asomando sus leves cabecitas las auyamas, las berenjenas, zanahorias, ajíes dulce, brócoli, rábanos, lechugas, ajos porro, perejiles, … mi esposa tiene largas conversaciones, suasorias, con sus siembras en flor, porque ella intuye que las plantas reaccionan o se estimulan emocional, física (o sensitivamente) ante la presencia del hombre. Por eso, tal vez, algunas personas no tienen, como se dice, buena mano para la siembra, por más buen abono que se le eche. Estamos escuchando la canción “Turn! Turn! Turn!” en versión de The Byrds.
Comencé a recordar que en días pasados, se hizo una enorme cola de carros en la estación de gasolina cercana al Cementerio La Inmaculada. Y yo me fui porque requería llevar a mi casita de campo un bidón de gasoil. Vi aquel cuadro que me parecía violento, agresivo, y me planté con paciencia para ver si podía comprar unos veinte litros. Hice la cola, y cuando llegó mi turno me encaminé hacia el dispensador de gasoil que es el que le suministra combustible a camiones y busetas. Al verme uno de los operadores, me gritó:
- Epa, oiga señor, ¿qué hace usted ahí?
Detrás del operador vi que se acercaba un guardia nacional.
- Yo también estoy en la cola desde la madrugada –le dije.
- Sí, pero ese no es el sitio que le corresponde.
- Claro, entiendo, pero… es que vengo a comprar un poco de gasoil, señor- y agrego-: es que yo soy productor.
El operador cambió de tono y la expresión de su cara cambió de inmediato, seguramente pensando que yo le podía dar alguna muy buena propina o mascada, y me permitieron cargar…
¡Oh, por Dios! Algunos que hayan leído estas crónicas, podría llegar a creer que nosotros somos unos potentados productores, cuando en verdad tenemos muy poquitas cositas en un terreno de unos mil quinientos metros cuadrados. Café que cosecharemos dentro de año y medio, un maíz que nos ha salido debilucho quizá porque no le pusimos abono, unas matas de limón que en tres años sólo han dado cinco limones. Un mandarino, un manzano, dos nísperos, un cambural, una buena mata de mora que da sus frutos a retazos…, una poderosa enredadera de parchita que aún no cuaja, un naranjo, dos matas de higo bien chaparritas, y otros frutos que llevan años y no han echado casi nada. Los árboles frutales tienen sus mañas, sus crisis y caprichos, y a veces no les gusta el trato o la tierra, o el tiempo mismo que por aquí presenta ahora tan extraños cambios.
A veces el señor Antonio nos regala racimos de cambur, y llega uno a Mérida como un orondo productor y regala cambures a diestra y siniestra, y cierta gente hasta dirá con envidia: “-¡Coño, tremenda finca la que se gastará ese gran carajo, y miren apenas con lo que nos arregla…!”.
Hacia la troja pareciera que los lirios quieren florecer, signo de que pueda estar entrando un veranillo. Estamos escuchando “Lady DArbanville” por Cat Stevens.
Los hijos de mi esposa son Solita y la gata Morisca, y con ellos habla largamente, los acaricia, los besa, los abraza. Morisca es de la vecina Engracia pero viene todos los días y se coloca en la ventana para ver los preparados que hace mi mujer que al parecer le encantan mucho. Se coloca en actitud estratégica mirándolo todo a su alrededor, y esperando que le atiendan debidamente; siempre busca que se le hagan caricias y en cuanto se le pasa la mano se enarca y pide que la alcen. Posee Morisca un hambre bíblica, es insaciable, porque además de los pájaros que caza y que devora sin dejarles siquiera las plumas, come también cuanto le prodiga su dueña que mata una res o un cochino cada mes; en nuestra casa se vuelve impertinente, colocándose en los cimientos de la estufa donde colocamos los alimentos, averiguando qué hay en las ollas, y cuando nos sentamos a comer nos aruña las piernas exigiendo groseramente su parte.
En cambio Solita es una dama decente y obediente: se mete debajo de la mesa esperando a que se le eche algo. A veces entre Morisca y Solita se forman erizamientos de pelos y combates desgarradores porque Morisca se pasa de lista. He observado que los gatos no responden a las amenazas, que parecieran no temerle a nada. Hace poco Morisca mató a una culebra coral, de un poco más de medio metro, cerca de la mata de menta, a un lado de la casa. Caza y se come a las horribles machacas que tienen dientes y cuyas picadas son terribles. Nosotros, gracias a Morisca (aunque es de la vecina) nos sentimos felices porque no merodean por los alrededores ni ratas ni serpientes.
¡Ay los celos!, ¿qué pasaría –me pregunto- si Solita llegara a amar a otra persona más que a su dueña? ¿Se pondría realmente celosa doña María Eugenia? Cuando Morisca lleva un tiempo sin presentarse en nuestra casa, ya comenzamos a sentirnos preocupados. La necesitamos, porque la amamos. Y de seguro que ese amor que sentimos por ambas (por Solita y Morisca) es recíproco, y es un amor que nos hace sentir nobles y hasta privilegiados. Son en el fondo nuestros amantes menos secretos de este mundo. Cada cual tiene su amante secreto, que puede ser, como se ve, una perra, una gata, un loro, una vaca o una mula. Son los amantes más ideales que nos procuran un cierto poder de divinidad, sin herir a nadie, sin atormentar, mentir o disimular. María Eugenia está convencida que Solita y Morisca y todos los animales son los verdaderos ángeles.
Me decía el escritor Ramón Sender que los animales nunca olvidan los “favores” que le hacemos y que en eso son mil veces más agradecidos que los humanos.
Llega Ángel con un buen jarro de leche. Conversamos y volvemos a tomar café. Qué sería de nosotros y de este mundo sin el debido cafecito que nos anima y nos pone en órbita. En nuestro aparato de música suena “Closet o me” por The Cure.
Cojo, me pongo las botas, busco la ropa vieja de guerrear, me encasqueto el sombrero y me planto con el palín a tantear el terreno, y ver qué hago. Me toco el ala del sombrero a ver si me duele (recordando a García Lorca), y… lo que pega es saber por dónde empezar. Yo no digo que el sol sea un “capitán redondo” como proclama el poeta, diré más bien que es un “ardiente diluvio” (John Milton) que nos impele a la batalla con solo alumbrarnos.
Como a las nueve, María Eugenia me invita a dar un paseo, junto a la perra, una caminata hacia Los Portones. Miro a los lados los implacables y secuaces colores de las montañas, hacia los lados de El Cobre, invitándome con sus guiños a que acepte la invitación, y dejo el palin a un lado. Tenía otros planes, pero hay tiempo para todo, y cojo y me llevo un costal para aprovechar y traer bosta. Subimos unos dos kilómetros, hasta la finca de Onofre Mora, donde hay bastante pudre, y logramos recoger unos treinta kilos. En esta caminata he podido demostrar que estoy en buenas condiciones físicas porque he hecho el trayecto sin detenerme a coger aliento, siendo el camino verdaderamente empinado.
Luego: a bajar entre los dos con tan pesado cargamento. Pujamos más que un quebrado, sosteniéndolo por las puntas del saco. En parihuela habría sido mejor pero no conseguimos el palo adecuado.
Cuando llegamos al lugar llamado El Cobre, como en una de esas visiones que tiene uno a veces en los sueños aparecieron dos mujeres de unos cincuenta años que estaban bajando costales cuatro veces más pesados que el nuestro. Eran delgadas y cetrinas, con pañolones en la cabeza; algo que nos pareció raro porque esta es una zona que suele ser bastante despoblada. Luego a un lado del tercer portón, estaban unos niños cuidando todo un cargamento de peroles que incluían algunos electrodomésticos, guadañas, sillas, cobijas y un colchón matrimonial. Parecía una estampa de Goya. Diría, una estampa de lejanías.
Una mudanza de gente que había estado por varios días rozando extensas laderas por el lugar y que regresaba a su casa, a unos cinco kilómetros de distancia, hacia el sector de El Rincón.
Le dedico a mi esposa canciones del “Quinteto Contrapunto” con la bella voz de Morella Muñoz.
Nos visita el señor Antonio Rojas quien llega con medio costal de yuca y ocumo. También nos trae raíces de ocumo para que las sembremos. Le obsequiamos lo que traemos para nuestros intercambios: panela.
A veces estoy entregado a mis quehaceres o pensativo nadando en la nada, y viene mi esposa por detrás y me abraza, me acaricia el pelo, la nota de la justificación de alguna victoria olvidada, una infinitud alada en la gracia de la lucha de cada día. Sigo en mis ocupaciones que pueden ser no hacer nada, ella vuelve a la cocina, tararea alguna canción y abraza a Solita.
Almorzamos lentejas con yuca y aguacate. ME se concentra en atender su huertecita al lado del porche, donde tiene sembrado calabacines, pimentón, ají dulce y cilantro, mientras yo pasó al cimiento de la estufa donde me entretengo a descortezar toda la yuca que nos trajo el señor Antonio. Luego bajo a buscar chamiza para el encendido del fogón mañana, improvisado en la chimenea pues hay que ahorrar el gas.
La luz se va a las dos de tarde pero sólo por una hora. Escuchamos “Everybody wants to rule the world”, la original, de Tear for tears.
Mi dueña quédase observando mi melena y luego dice:
- Tengo que hacerte un corte de pelo. Qué tumusa más grande, Señor.
- La pelambre, un duende que uno lleva por dentro– le contesto.
Pues bien, desde hace dos años mi mujer se ha convertida en barbera profesional: un día se metió en internet y descubrió los trucos claves para dejarlo a uno pepito. Yo, desde 2017 nunca más reporté por una barbería, y con qué les iba yo a pagar. Y con lo caro que estarán hoy en día. Esos pobres trabajadores que comían por los pelos deben estar pasando las de Caín. Mi esposa, también le corta el pelo a su padre y a sus hermanos.
Hay fiesta en casa de la vecina Engracia por lo de la confirmación de Cristian. Llegan invitados del pueblo Canagua en camiones con barandas. Suena la música, hay cantos y muchachos corriendo por las veredas, mientras nosotros escuchamos “Guajira Guantanamera”.
Al parecer ha comenzado a dar fruto la mata de parchita que se ha ido enredando en el frondoso guamo del patio. Los niños de la aldea están ansiosos porque llegue el día en que puedan comer de estas parchitas.
A las tres de la tarde nos visita el señor Corsino y su hijo Enrique. Departimos un buen rato en la sala. Enrique sale a ver el maíz nuestro y dice que está un poco empestado. Que se ha quemado un poco.
- ¿Será que el de Abel es un grano distinto, mejor adaptado, porque a él se le dieron unas mazorcas bien pulposas, casi de una mazorca podía darte para una cachapa?
- Lo que pasa es que su terreno está mejor abonado –contesta Enrique.
- Es menos ácido –agrega el señor Corsino.
Hablamos de un fenómeno raro que se le ha metido a la gente: el de vender sus pequeñas propiedades, y no saben cuánto pedir por ellas, y todo en dólares. Una vecina, Sonia, que vive más abajo, cerca del señor Antonio está pidiendo por una casita de zinc siete mil dólares: llevaba tiempo en eso, y ahora la ha rebajado a seis, pero la casita no tiene terreno para sembrar ni un cilantro. Mucha gente ha venido desde el pueblo a ver la casita pero para nada, porque además, de dónde se sacan dólares. De este lugar ha emigrado gente hacia Colombia, unos en busca de mejorar su situación, casi todos amantes del becerro de oro, pensando que traerán una buena botija llena de pesos o de dólares. Lástima, porque son buenos trabajadores.
A las cuatro y medía cae una llovizna y tengo que guarecer de inmediato la chamiza que he estado recogiendo y que había puesto al sol. Se nos estropeó de nuevo una visita que pensábamos hacerle a Marcolina.
ME raya yuca para preparar unas arepas. Quedan las arepas exquisitas, suaves, esponjosas.
Hay un grupo de hombres conversando animadamente frente a la escuela, entre los que distingo a Avenildo. Voy y le llamo y le entrego un litro de aceite quemado que le había prometido, aceite que le sirve para su motosierra.
La lluvia se intensifica, con un feo pozo que se nos forma a la entrada de la casa. Al lado sigue la fiesta, y como a las siete llega Ángel con un queso que le negociamos, viene el quesito bellamente redondo en un plato de peltre.
Nos ponemos a conversar en la sala, luego escuchamos que nos llaman, y es Lucia Valentina quien nos trae de obsequió un trozo de torta, que nos cae de perla como postre. La encontramos deliciosa.
Las gallinas de Engracia como que no les están poniendo por la situación del tiempo; cuando llueve como que se trancan, por lo que ME tuvo que prestarle dos huevos. En realidad como que necesitaba tres… ya ni se escuchan cantos de gallos como antes. Qué gallerío el que tenía antes Engracia, que desde las tres de la mañana con sus cantos sostenidos nos despertaban. El esposo de nuestra vecina Engracia, Baudelio, llegó a tener muchos gallos de pelea que los entrenaba con un trapo aquí frente a la escuelita. Yo lo veía correteándolos, con unas extrañas verónicas que les hacía, con movimientos de ataque y sacudidas, él, hombre experto en esos menesteres. Y los fines de semana Baudelio iba a la gallera, y se llevaba a su pequeño hijo quien también sabe de gallos y quien también apostaba. Eso se acabó.
Suena en nuestro aparato musical “I just died in your arms tonight” por Cuttting Crew.
Ángel nos contó que tiene que viajar a Mérida para buscar un decodificador que le va a enviar el profesor Franklin Molina desde Barinas. Le hacemos una llamada a Franklin para cuadrar la operación. El decodificador es de la Escuelita y durante un tiempo funcionó proveyéndole internet a la aldea, y ahora se dañó y no tiene reparación. Se logró comunicación con Franklin y él quedó en enviar el aparato con un familiar de Ángel desde Barinas, todo a cambio de unos quesos que se le van a dar al conductor de la buseta.
Nos ponemos a jugar scrable, de tres partidos yo pierdo dos. Es difícil ganarle a mi mujer, diestra conocedora de nuestra lengua castellana y con maneras sorpresivas para empalmar palabras. Yo suelo ser más lento que ella, por lo que en ocasiones se impacienta y me reclama: “-Vamos, pues, juegue que nos van a salir cochochos…”. Es que me gusta construir algo que sorprenda, pero resulta muchas veces complicado armar algo que valga la pena. Ella tiene inventivas excelentes cuando al colocar yo, por ejemplo, MÁTOLO, llega ella y me destroza con el scrable estoMATOLOgía. Fulminante, y sin pataleo.
Mientras jugamos vamos descubriendo o en algunos casos recordando palabras como JAYÁN (persona de gran estatura y de mucha fuerza), YETA (mala suerte, desgracia), OX (voz para espantar la caza y las aves domésticas), IX (en el calendario maya, nombre del signo del decimoquinto día), CONGRUA (renta que ha de tener el que se ha de ordenar in sacris), MIZA (micha, gata), POSMA (pesadez, flema, cachaza; persona lenta y pesada en su modo de obrar), ZUÑO (ceño, sobrecejo), ALAJÚ (pasta de almendras, nueces, pistachos, pan rallado, especias finas y miel cocida), GORREAR (hacer cornudo a alguien), CHAVEA (chiquillo) y FR (símbolo del francio), BONIZO (panizo de poca altura y de granos muy menudos), QUELEA (pájaro granívoro africano perteneciente a la familia ploceidos), GOFO (necio, ignorante y grosero), por ejemplo.
En algún lado de la sala están sonando “Coplas del Payador Perseguido” cantadas por Jorge Cafrune.
Ángel nos cuenta que ha estado últimamente consultando el diccionario, y que es mucho lo que ha aprendido. En ocasiones nos reímos con algunas palabras bien raras que construimos como CAGATAL, que no es lo que se podría pensar, sino el famoso hijo de Gengis Kan quien fundó un imperio en Asia Central.
Por cierto, tuvimos una discusión sobre la palabra ARROCERO que es mal utilizada por algunos en Venezuela; arrocero es el que cultiva arroz, y lo confunden con gorrero o gorrón, que tiene por hábito vivir o divertirse a costa de otro.
Todavía a las nueve seguía lloviendo con fuerza, y Ángel tuvo que despedirse. Afuera el frío calaba hasta los huesos, y ME salió con una sombrilla a ponerle candado a la entrada. El silencio era profundo y la noche bastante cerrada.
Atrancamos la puerta con unos palos y nos echamos a la lona, pues, bendecidos por la santa calma de la noche. Se oía la lluvia, unos perros ladraban y no sería a la luna que no había, luego ME me dijo que como que sintió que temblaba la tierra y que como que escuchó que pasaba un avión… y luego yo ya ni le escuchaba…
23 – 09- 2019: la tarea de cada día es ver qué se come, qué se prepara para echarle al “saco”. Hemos traído varios aguacates y aún al día de hoy todos están duros. Hay de veras que hacer magia para cocinar en tiempos de guerra, y mi mujer en eso se ha vuelto muy experta, alquimista. Y todo hay que hacer que rinda, y así engañar artísticamente las tripas con lo poco que se tenga. Se revisa la nevera, se revisan los anaqueles, alacenas y armarios, y se va raspando lo que queda de cada resto de otros servicios. Su técnica para conservar las verduras envolviéndolas en periódico en envases plásticos cerrados en la nevera, resulta de mucha ayuda, cebollín, ajoporro, tomates, pimentones, ajíes, calabacines, zanahorias etc…. pueden conservarse en un estado de frescura total hasta por un mes!
El café, afortunadamente, a pesar de lo caro que está, no nos falta.
Nos ponemos a escuchar canciones de Chavela Vargas:… “La llorona”.
Hoy ME ha estado revisando en unas gavetas y ha encontrado una última lata de sardina que nos quedaba: ¡Bingo!, desayuno resuelto.
En cuanto a la comida de la perra, esta vez no le pudimos traer arroz picado para preparárselo con bofe, con cambures verdes y conchas de zanahoria, apio, auyama, calabacín y papas. El arroz picado lo han puesto por las nubes, y de un día para otro le subieron siete mil bolívares.
Solita es una perra de raza Waimaraner, tal vez algo mestiza. Alguna vez en estas crónicas he contado cómo fue que la encontramos en una plaza de Chacantá en medio de una jauría de perros abandonados. Tiene el pelo gris plomizo, brillante, es fornida y muy despierta, encantadoramente dócil con los niños. Su mayor placer es correr porque tiene algo de galgo. Pasea por toda la casa a sus anchas, tiene una alfombra especial cerca del fogón que le ha acomodado su amada, aunque duerme en el porche debajo de un enorme banco con asiento de cuero de vaca. Mi esposa le ha acondicionado un buen almohadón y tapaderas con plástico para que no pase frío. Solita todo lo agradece con su dulzura encantadora, con sus ojos llenos de una infinita inocencia, sumisión y sabiduría.
Hoy no hay clase en la escuelita porque hay un paro nacional de “educadores”. Así le llaman. Y al parecer va a ser un paro largo. Se está reclamando aumento de sueldos, y no sabemos qué podrá hacer el gobierno que si lo sube al día de mañana los señores comerciantes lo volverán sal y agua. Esta guerra económica parece la guerra inacabable del… cerdo.
Pasa Marcolina con su hija Natali y nos deja una auyama y siete pepinos criollos. Continúan su marcha hacia el fundo de Neptalí en El Cobre.
Mientras ME le quita el copete al césped con la macheta, me pongo a recoger lombrices para llevarlas al compostero. Luego voy desbrozando las matas de café y de maíz. Sacamos de un redondel, el mayor rábano jamás cultivado en Venezuela, y me tomo una foto con él, aunque ya deforme y enjechado pues esperábamos que echara flor para semilla….nada.
Me pongo a pelar una buena porción del ocumo que nos trajo el señor Antonio, que a mí no me da ni coquito trocearlo, porque este es un tubérculo que suele provocarle alergia a mucha gente.
Viene Engracia y nos devuelve una olla, y con ella nos deja dos trozos de la torta que hizo ayer.
Hago una buena recolecta de chamiza de las ramas que descopamos del guamo hace tres semanas, y con ella enciendo el fogón. Ponemos en el infiernillo una buena olla con cuatro kilos de ocumo y otra con arroz. Almorzamos, pues, ocumo, arroz, ensalada y un poco de carne desmechada.
Se va la luz a las dos de la tarde. Me voy por los lados de la cerca a sembrar unas semillas de aguacate. Pasa Consuelo con sus hijas Isamar y Marilú, y van mirando el guamo. Yo me acerco a saludarlas y nos ponemos a ver lo desparramada que va realmente la enredadera de la mata de parchita (granadina, parchita dulce). En un mes recogeremos una buena cosecha. Le pedimos prestada a doña Consuelo la máquina de moler y al poco rato nos la manda con sus hijas Isamar y Marilú.
Ha caído una lluviecita.
Cenamos ocumo con queso.
La luz llega a las 7:45. Nos ponemos a ver la película “El americano impasible” (“The Quiet American”), con Michel Kaine. Ya nosotros habíamos leído la novela (de Graham Green). Esta es una de mis novelas predilectas junto con “El Corazón de la tinieblas” de Joseph Conrad. Si el mundo entendiera en toda su profundidad el sentido de lo que plantea “El americano impasible”, y tuviera el valor de entender lo que allí se plantea, Estados Unidos no podría asesinar a tantos seres inocentes como lo hace, de manera tan artera, engañosa, prepotente, “gloriosa” e impune. Si se entendiera “El americano impasible” el mundo podría enterarse que el mayor infierno de la tierra es precisamente Estados Unidos, y para nada se pondría, nadie, a estar buscando el fulano sueño americano.
24-09-2019: día soleado. Me sirvo un café y me voy al porche a contemplar las montañas y a ver los pajaritos llamados pispirinos que se ponen a cantar en parejas desde lo más alto del guamo. Trato de recordar unos sueños extraños y arbitrarios (como todo sueño) que tuve anoche. Fueron unos sueños a retazos con cortes violentos y tráiler entreverados con recuerdos de mi infancia; en uno de ellos estaba mi esposa invitando a comer a medio mundo en un lujoso restaurante, y yo me encontraba profundamente alarmado y preocupado porque no sabía cómo iba a hacer ella para pagar aquella gran comilona. Llegaba y llegaba gente y se ubicaba en un enorme mesón y venían e iban platos y más platos rebosantes de carnes, pescados y quesos. Luego soñé con el comandante Chávez, que lo había encontrado en muy buen estado de salud pero que esto era un secreto muy grande que nadie debía saberlo. Que pronto se haría un anuncio de que volvería, y entonces me puse a hacerle algunas preguntas pero él se mostraba extremadamente cauto, hasta que se excusó y se retiró a una terraza lejana, y yo me sentía agradecido de la vida por volverlo a ver. Después soñé con mi hermano Alirio (quien murió de 45 años), y que le dije a mi esposa: “- Mira, conoce a Alirio, yo sabía que tú algún día lo ibas a conocer…”.
Desayunamos arepas de yuca, aguacate y con la magia de un guiso con lentejas y carne mechada. Mi esposa toma café con leche y yo té de menta.
Día de buscar chamiza de las ramas del guamo que descopamos hace tres semanas atrás.
Yo me he equivocado con lo del paro de educadores: hay clases en la escuelita.
ME se concentra en cortar a ras la grama y dejarla como una alfombra. Mientras trabajamos vemos a nuestro amigo Ángel quien está rozando el terreno de la escuelita.
Me pongo a ver viejas fotografías y encuentro una cantidad de imágenes que me hablan de lo vacuo y artificial de ciertos momentos de la vida. Gente que posó con nosotros entre abrazos y besos, y que ahora cuando los vemos ya ni se acuerdan de aquellos instantes en los que ellos parecían prometer tanta devota y sincera amistad. Hay seres tan dobles y fatuos, ¡Señor!, qué tontería, o acaso esas poses son cosas que también irán con la condición humana: puro teatro y actuación.
Al mediodía nos enfrentamos a los milagros de mi mujer en la cocina. Me pide que vaya al redondel y saque una zanahoria y consigo extraer tan bello ejemplar que bien vale una fotografía, dice ella. María Eugenia agrega que se siente profundamente orgullosa de poder comerse una zanahoria cultivada con sus manos. Prepara una ensalada. Ya tenemos arroz del que se hizo ayer, y entonces va y lentamente pone a exudar unas sardinas en limón, que quedan exquisitas. El ocumo resuelve muy bien reemplazando el pan, el plátano o la yuca. Nos acompaña a la mesa Ángel. Escuchábamos música, de Plácido Domingo, cuando de pronto se va la luz.
Llega Engracia, quien viene a devolvernos los dos huevos que se les prestaron el sábado.
María Eugenia selecciona dos sardinitas para la gata Morisca y sale a llamarla por la cerca de la vecina.
¡Ah, nuestros hijos del alma Solita y Morisca!, recordando que son seres tan puros y tan reales y auténticos. A mí no me fascina nada en este mundo sino los animales: una vaca, un becerro, un perro, un caballo, un gato, una gallina, un pollo…
De pronto, comienza a oscurecer: recogemos las chamizas que estaban al sol y las llevamos a la troja. Cae un tremendo palo de agua. Se forman pozos por doquier. Solo se escucha el sonsonete de la lluvia, la caída fuerte de agua desde las canales. Preparamos café y nos vamos al porche a ver la lluvia. No pasa un alma en medio de la inmensa cortina de un abismo de paz. Las montañas se muestran pálidamente bronceadas. El guamo reluciente y oscuro. Una vasta bruma va elevándose por el boquerón del valle hacia los páramos. Se oye el río rugiendo y ensanchando su cauce. Un grato verdor trata de imponerse sobre aquellos espacios que han sido rozados. Al parecer los pájaros están recogidos en sus nidos, y no se ven reses en las faldas lustrosas de los alrededores. Otro vapor emana del sur con variadas brumas, nadie quiere moverse de donde está. La inmovilidad absoluta: oír, sentir, callar.
Cuando cogemos hacia Los Portones, en las hondonadas dulces, los barbechos fragantes, de rato en rato, nos detenemos ante la abundancia de los silencios y colores vivientes que se perciben de todas partes, y se siente la grandeza de todo lo creado, y la maravilla de encontrarse uno en este lugar, que realmente pareciera que no lo mereciéramos. Es como una culpa, como un llamado a la conciencia, a esa nuestra corta visión de cuanto nos rodea. Esa magnificencia del generoso firmamento del cielo, la esplendidez de la infinitud de los misterios y secretos de la creación, entre ellos nuestro propio paso, tan breve, por este sublime cortejo de gracias divinas. Ese cielo, que como dice el poeta, es el libro de Dios.
Se va imponiendo poco a poco la oscuridad.
Dice María Eugenia:
- ¿Qué estaría yo haciendo en este momento en Mérida?, pues yéndome a casa de mi mamá. Claro me hace falta ir para allá, y tú quedándote entre esas cuatro paredes, escribe que escribe, pero ¿para qué?…
Pues, verdaderamente, yo que sufro de claustrofobia me asomo al balcón en esos días en que hay cortes de electricidad y trato de buscar los horizontes: a mi derecha está el cementerio más grande de Mérida, a donde iremos a parar casi todos nosotros que aún andamos creyendo que seremos eternos…, al frente multitud de residencias cercenándonos el horizonte, hacia la izquierda las montañas que dan hacia la Loma de los Maitines, hacia el pueblito de Jají. ¿Para qué Dios habrá hecho los horizontes, si no para que los busquemos, para que los rebasemos y después nos perdamos?
¿Será acaso algo natural que el ser humano trate de desdeñar la naturaleza? Pues bien, al parecer, los que desdeñan la naturaleza están en todo su derecho, porque la naturaleza da para todo incluso para engendrar seres que la desprecian.
Pero de no ser por aquella claustrofobia que a veces padecemos en Mérida, no seríamos hoy capaces de apreciar estos instantes y estas bellezas que aquí nos rodean. De modo que todo tiene un sentido en esta vida: lo feo porque nos permite distinguir lo hermoso, lo malo para apreciar lo bueno, el terror para entender la paz y el sosiego, la multitud para aprender a apartarnos del ruido y de la contaminación, para conocer la virtud de la soledad, la gracia del silencio y el aire puro y bendito de estos campos. Aquí no nos hace falta nada… en verdad. De veras que recomiendo que se lean el “El paraíso perdido” de John Milton, aunque bueno a la gente de La Coromoto no le hace falta para nada.
Cenamos arepas de yuca engañadas con un poco de queso al imagen soul.
Comienza a llover.
Llega una joven preguntando cuándo nos vamos, para que le demos el aventón hasta Mérida, ella necesita hacerse un chequeo médico. Hay seres que desean tener un hijo, lo desean porque ven cómo sus amigas de la misma edad los tienen hasta por racimos. Hay un silbido lejano como el chirrido de un hechicero que está alertando a las mujeres que se cuiden en este momento de tener hijos.
Seguimos sin saber nada del país porque nuestra antena de CANTV no recibe señal, y el tiempo ha estado muy malo para que Ángel la repare, además cuando él puede entonces se produce un corte de luz.
Llega Ángel a las 7 de la noche con el obsequio de una lechosa; decidimos encender el fogón con dos viejos troncos, macizos, que llevaban tiempo resguardados en el porche. Qué lástima cuando uno ve que lo que fueron unos bellos ojos se han marchitado, cuando los hermosos claveles de ayer han perdido su frescura, cuando unas cinturitas que hace poco eran de guitarra se han vuelto unos tambores.
Al despedirse Ángel nos ponemos a ver la película “El tambor de hojalata” basada en la novela del mismo nombre, de Gunter Grasse. Llevábamos quince minutos viéndola cuando se va la luz.
25 – 09- 2019: ha llovido toda la noche. Vengo a la sala y encuentro que en el fogón aún están ardiendo los dos troncos que pusimos anoche.
Preparo café y le llevó a mi compinche que aún lucha por salir de la cama en un lluvioso día. Me dice ella que le han entrado a su teléfono algunos mensajes que hablan de que los conductores de busetas están de paro en Mérida, que reclaman un aumento de pasaje a mil bolos y que le coloquen gasolina todos los días. ¿Por qué todos los días? Claro para comenzar a hacer viajes al puerto de Santander y entonces bachaquearla. Que Lilian Tintori admite que los paramilitares tuvieron nexos con Juan Guaidó pero que por puro sentido humanitario. Que el presidente Maduro está en Rusia.
Gracias a que hicimos nuestra casita con ventanas por doquier, nos sentimos como en una barca que está sobre la inmensidad de las brumas, entre el follaje, rodeada de pájaros y en medio de toda la fábrica bendita de luces y misterios que el gran arquitecto puso entre cielo y tierra.
Desayunamos arepas de ocumo y un poco de lentejas con carne mechada. No hubo necesidad de usar queso. Los aguacates siguen muy duros.
María Eugenia sigue concentrándose en podar la grama. Yo me dedico desbrozar el huerto. Siembro una mata de uva que me regaló María Fuentes.
En cuanto sale el sol ponemos a secar chamiza.
Viene Ángel y arregla finalmente la antena CANTV. Nos pondremos al día en cuanto a las noticias de nuestro país.
Ángel tiene planeado viajar mañana a Mérida.
Encendemos el fogón y ponemos a cocer yuca y a hervir agua para unos espaguetis.
Debo reconocer que me excedí con el enorme plato de espaguetis que devoré. Qué error. He tenido que hacer una larga caminata, ponerme a desyerbar, a trocear madera, a recoger chamiza, y aún así, luego de una hora no he podido vencer la pesadez. Cuando María Eugenia me habló de servirme un poco de arroz con leche me horroricé. Me propongo no cenar esta tarde.
Se produce otro corte de electricidad a la una de la tarde.
Sigue el día entre vaivenes de sol y chubascos.
El día va desenvolviéndose entre un sol fuerte y lágrimas de lloviznas, que han generado un esplendoroso arcoíris. Llamo a María Eugenia para que lo vea. Se ha formado el arcoíris entre el sembradío de maíz de Evencio y la huerta de Xioli. Se acuesta un venturoso silencio en todo el arco de la tarde. Hay como un galope de corazones al fondo. Yo me retiro a recogerme conmigo mismo contemplando las montañas, con Solita y Morisca a mi lado. Yo creo que uno no se forma en familia, ni en una escuela o en universidad alguna sino cuando está solo consigo mismo.
Mi mujer está arreglando la casa, moviendo el telar, la enorme mesa del comedor y algunos estantes de la biblioteca. Ella va luego y me pregunta si a mí me apetece estar con ella o conmigo mismo, y le contesto que con ambos.
Solita me sigue a donde vaya, incluso cuando estoy en el baño va y me vigila y se me queda mirándome con esa apagada mirada fija y exigiendo: “-Coño, cuándo será que me sacarás a dar un trote…”. Con su mirada me hace otras preguntas intraducibles, por ejemplo, por qué los relámpagos parecen en el invierno como ríos mortuorios.
Seguramente es cierto que los animales discriminan el sexo de las personas, tal como en una ocasión le oí a don Ramón Sender. Solita ama a María Eugenia, pero en lo más hondo de sí me prefiere a mí. Lo mismo Morisca. Los gatos y los perros se llevan mejor con las mujeres.
Me decía don Ramón que los gatos son coquetos y que en todo muestran distinción y elegancia. Y son ellos los que nos domestican a nosotros, no al revés.
Ahora bien, hay ciertos animales silvestres, como las ardillas, los pájaros, tigres o leones, monos o gorilas, incluso culebras, que sólo se acercan con confianza hacia los seres humanos con verdaderas convicciones.
Contradictoriamente me decía Sender que él no creía en los afectos desinteresados de las personas ni de los animales, que ni siquiera en los propios.
La electricidad vuelve a las 4:45. No deja de lloviznar.
He visto pasar a Baudelio llevando amarrado al toro que matarán esta tarde. ¡Cristo crucificado! Es un toro de unos cuatrocientos kilos.
Ya comienzan a verse multitud de zamuros que han husmeado sangre y que han visto el toro que llevaba Baudelio. La Coromoto en otros tiempos se llamó El Zamuro, de tantos que poblaban el lugar, hasta que los curas decidieron cambiarle el nombre. Y eso que para mí no hay ninguna diferencia entre un cura y un zamuro. Sería por eso. Luego, comenzaron a desaparecer estos distinguidos planeadores negros hasta que no se llegó a ver ni uno solo. Se dijo que se estaban envenenando al comerse el ganado inyectado con tantos productos químicos. Pero han vuelto los zamuros. Y los curas nunca se han ido ni irán.
Baja nuestro amigo Ángel al pueblo (a unos cuatro kilómetros, ladera abajo) porque mañana viajará a Mérida; lleva en una viandita algunos quesos que dará a cambio de los favores que recibirá en las diligencias que hará en la capital del Estado. Un quesito para el que le atiende en CANTV, otro quesito para el que le resuelva un problema en el banco, otro quesito para el conductor que traerá de Barinas un decodificador para el internet de la escuelita…
A las seis de la tarde nos visita Alesio con sus hijos menores, nos trae hallaquitas de maíz tierno. Nosotros para retrucar a tantos obsequios nos hacemos con panelas que compramos en el mercado Soto-Rosa o en Lagunillas. María Eugenia les hace cotufas a los niños de Alesio. Alesio tuvo nueve hijos, hace unos cuatro años se le murió una hija de unos veinte años producto de esa enfermedad en los riñones, tan común por estos lares. En estos momentos su hijo Alí se está dializando en Mérida, y este joven de unos veinticuatro años, ama tanto este lugar que viene todas las semanas. Alí se debe dializar los días martes, jueves y sábado.
Le pregunto a Alesio:
- ¿Cuántos de sus muchachos está trabajando en el campo?
- Cinco. Hay van alimentándose con ocumos, yuca y cambures.
Además a esta gente de aquí nunca les faltan los CLAP’s que se les entrega religiosamente cada quince días.
Ya está oscureciendo, y Alesio no trajo linterna, y coge camino abajo, hacia su casa, ahí de donde él es vecino del señor Antonio Rojas.
Nosotros nos disponemos a cerrar la cerca, a recogernos, encendemos el cajón de las mentiras y tratamos de enterarnos en qué va el mundo.
No están pasando “Con el mazo”, y optamos por seguir viendo la película “El tambor de hojalata” interrumpida ayer por el corte de electricidad, que llevábamos veinte minutos entretenidos con el film, cuando la luz se va a las 8:25.
26-09-2019: son las 6:30 de la mañana y en el horizonte, teñido de resplandores se asoma el sol rojo, rojo, rojo del que hablara Mao Tse Tung. María Eugenia no pudo contenerse y toma la cámara, una pobre cámara que no podría captar tamaña grandeza. Los festones violetas en lo hondo del boquerón hacia el camino de Canaguá se diluían tras el frondoso eucalipto.
Cenamos huevos, aguacate y las exquisitas chunguitas que nos trajo ayer Alesio.
ME seguirá entregada a podar la grama y yo a desbrozar el huerto y las maniguas que rodean a las matas de café.
Viene Engracia, quien nos trae cuatro kilos de bofe para la perra, que se lo retrucamos con panelas.
Está sonando en algún rincón de la sala “Downtown Train” de Rod Stewart.
De las peores cosas que le puede pasar al hombre son esos momentos en que le asaltan dudas sobre la lealtad de algún amigo o sobre algún ser querido. Es el mayor dolor que puede embargarnos, y ha sido un tema tan tratado por los genios de la literatura. Y pensar, que no hay hombre o mujer que pueda decir que jamás ha sido traicionado, traicionada. La historia política de los pueblos está plagada de portentosos felones. Se dan tanto entre los políticos de partido, en el amor, en los negocios, en medio de la lucha aciaga por el poder. Nada marca tanto a uno que cuando asomos presa del horror de una traición. Y llega a doler sobre todo por el ser que la comete.
Pienso esto mientras desbrozo, mientras troceo la madera, mientras preparo con ceniza el compostero: …Judas, Bruto, Santander, Páez, Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, …
Pero peor que la traición es dudar de alguien y estar equivocado, descubrir que uno se ha dejado llevar por el engaño, por una sospecha infundada o por la intriga o el odio. Las tragedias de Shakespeare están plenas de estos argumentos.
Escuchamos por The Bells la hermosa canción “Stay Awhile”.
Encendemos el fogón y colocamos a fuego lento yuca y un guiso con pollo. Veo desde la ventana los niños que salen de la escuela: a los hijos de Alesio, a Lucía Valentina que con solo cruzar el camino ya está en casa. Pasan dos hombres llevando en sus manos parte del esqueleto del toro que han matado. Unos perros y los zamuros se disputan en el río las piltrafas del animal sacrificado. Cae una llovizna, cruje la madera en el fogón. Una gallina de Engracia se ha metido en nuestro huerto. Se oye el tamborilear del agua sobre el techo. La perra se echa desparramada cerca del fogón, atravesada, sin importarle si molesta o no, y todo en ella es armonioso, equilibrado, perfecto.
- ¿Hasta cuándo durará esta llovedera?
- Quizá hasta diciembre.
- Carajo, ¿tanto?
- El verano es bonito, pero entonces hay que estar regando todos los días, muchas matas se mueren o se pasman, el ocumo se retarda, y para completar llegan las moscas.
Pongo repetidamente (más de quince veces) la canción “The traveling Wilburys”, el súper grupo británico-estadounidense integrado por Bob Dylan, George Harrison, Jeff Lynne, Roy Orbison y Tom Petty.
A las 11:30 se va la luz.
Pasa Evencio llevando un toro y un buey para enyugarlos. Cuando enyugan un toro al buey es para enseñarlo a arar. La razón por la que capan al toro es sobre todo para que deje de estar atento a las vacas y únicamente se dedique al trabajo duro de hacer surcos o arrastrar pesadas cargas. Caramba, y esto es precisamente lo que hace el sistema, para que las naciones alcancen eso que se llama progreso o desarrollo…
El señor Arturo Contreras es un campesino de los lados de Guaimaral, lugar que queda a unas tres horas de Canaguá, por un camino bien estropeado. El señor Arturo trajo un saco de maíz para venderlo en Canaguá y así poder comprar abono para el resto de la siembra en su conuco, pero se encontró con que nadie podía pagárselo ya fuese porque los puntos de venta no funcionan o porque la gente no tiene dinero. La economía del país está extremadamente trancada o paralizada, y llevamos varios años con un cuadro que se agrava cada vez más. Cómo se puede poner la gente a sembrar si no consigue cómo comprar abono. Y yo he vivido esta experiencia, viendo cómo el propio maíz que sembré se ha empestado por falta de abono. Ha espigado pero no echa una buena mazorca. El sueldo mínimo no alcanza para un kilo de queso. Realidades. Es una guerra sin cuartel, y el bloqueo financiero de Estados Unidos indudablemente que nos ha afectado, pero también nos ha curtido y nos está preparando para ser cada vez más nosotros mismos.
Vamos a visitar al señor Corsino. Lo encontramos solito sentado en el corredor. De salud está bien, y si no fuese por la ceguera, a sus ochenta y cinco años, estaría dedicado a atender el ganado, a ordeñar, limpiar corrales y chiqueros, llevarle el alimento a los cochinos y rozar…
Estuvimos un rato descifrando enigmas del campo. Llegaron Manuel y Enrique y se incorporaron a la conversa. Dice el señor Corsino que él considera mucho más prioritario en los actuales momentos para la supervivencia el cultivo de la yuca, del maíz, del cambur o del ocumo que el propio café. Que si aprieta el hambre, la gente puede ir a buscar una yuquita o un cambur, pero de qué le podría servir tener café en ese momento.
- Bueno- dice Manuel-: el café lo podemos cambiar por comida, pero verdaderamente hay que esperar bastante tiempo.
Se aparece por un caminito la señora Consuelo y nuestra perra va y se le enfrenta con furia. Doña Consuelo se aterra ante aquella arremetida de Solita, y luego comenta Manuel que Solita a ciertas personas no las traga.
Volvemos a nuestra casita. María Eugenia se dedica a arreglar la casa y yo me entretengo desyerbando un rato.
La luz llega a las 4:25.
Le dedico a mi esposa la canción de Cristóbal Jiménez “Una casita bella para ti”.
Cenamos un poco de yuca con queso y aguacate, lo cual trasegamos con guarapo de panela.
Tenemos restringidos casi todos los canales de televisión y únicamente tenemos acceso a TVES y ÁVILA-TV.
Atrancamos temprano las puertas y a las 6:30 se va la luz. Teníamos planeado seguir viendo la película “El tambor de hojalata”…
Qué noche más fría. Mi esposa me busca un gorro.
Me pongo a pensar en la situación recurrente de las guerras contra nuestro país que eso para nada es nuevo. Esa ha sido una guerra desde que Bolívar nos independizó, lo que pasa es que ahora la vemos con toda su crudeza porque es frontal, directa y desde mil puntos diferentes. El presidente Maduro con parte de su tren ministerial en Moscú, y el presidente de la AN, Diosdado Cabello en Corea del Norte y la vicepresidenta Delcy Rodríguez en la Asamblea general de la ONU en Nueva York. En la reunión anual de la ONU el tema predilecto de muchos países ha sido atacar bestialmente a Venezuela, empezando por Estados Unidos. El presidente de Colombia, Iván Duque dedicó el ochenta por ciento de su discurso para ir contra Venezuela. El presidente Donald Trump, después de pronunciar su prepotente perorata en la que llamó al presidente Maduro títere de Cuba, de inmediato pasó a reunirse con el Grupo de Lima. El fulano TIAR está activado, y desde la Casa Blanca se anuncian más sanciones. Todos nuestros componentes de las Fuerzas Armadas Bolivarianas están en ejercicios de defensa nacional, hasta pasado mañana, a lo largo de toda la frontera, y en este momento llevamos ya cuatro horas sin electricidad, ¿qué puede estar pasando?…
La luz vuelve a las doce de la noche, y a esa hora nos ponemos a escuchar canciones de Amy Winehouse.
27-09-2019: el día se muestra esplendoroso, con su mejor traje de resplandores, luces de perlas melancólicas y un viento que casi hace doblar los camburales. Y bien vale un saludo miltoniano a la luz del cielo en su agradable labor de dar energía nectarina al cafeto, al maíz y a las moras. Qué apetecible frescor corre por la sala en un llamado al descanso, a saborear el verdor amoroso de las montañas, la risas de las flores, una plétora de luces enrocadas en las cayenas, en las trinitarias que van muy ufanas por las vallas. Qué sinfonía de aromas en el aire, surcos dorados en las faldas de la montaña frente a nosotros, un dulce viento galopando sobre las soledades, un bullir de urracas y zamuros, de pericos y pavas. Banderas y escudos de hojas… No hay un lugar sobre la tierra más bello que este.
Salimos al campo de batalla con nuestros machetes, piquetas y escardillas. Desbrozar es el trabajo infinito de los que habitan el campo. Arrancar raíces que feroces se aferran a los árboles, los que nos dan benditos frutos.
Me dispongo a descopar un garbancillo, cuando en una falda pierdo el equilibrio, resbalo y me voy de culo. Trato de amortiguar la caída con las manos, pero el cuerpo todo recibe el trancazo. Mi esposa que está cerca dice:
- ¿Qué le pasa niño?
- Nada niña – digo-: Me recobro y busco el machete que ha volado por el aire.
Primer percance laboral, aunque llevo rasguños en los brazos y piernas, como pinchazos de espinas en los dedos y torceduras en muñecas y tobillos. Mis uñas están largas y negras como las de un gavilán. Algún día me acicalaré, cuando vuelva a la urbe, y nos exijan documento de ciudadanía, será.
Me interno por el huerto tratando de entender por qué hay tantas matas de maíz espigadas, que hace tiempo se erizaron enhiestas y no obstante siguen sin dar mazorcas. Las limpio en la base y con la piqueta les aflojo la tierra, además de arrancarle hojas que están secas y colgando como muertas. Me gustaría saber cómo procurarles fuerza para que se recuperen. A decir de los campesinos de aquí lo mejor es dejarlas en paz.
Baja Evencio con el toro y el buey de ayer. Seguramente van a arar en otro lado.
A las 11 se produce otro corte de electricidad.
Se acerca mi esposa con un tarro lleno de moras y me dice:
- Vamos, cómetelas, son excelentes para limpiar el tracto urinario.
Enciendo el fogón. Ponemos a derretir una panela, y colocamos en la candela yuca y arroz, para el milagro de la comida de hoy. El sol se mantiene firme incendiando el campo, porque cuando sale lo hace furioso. Es un sol, insisto, intenso, quemante, con variaciones repentinas de sombras desde el cielo.
ME decide regalarle a Engracia unas sardinas congeladas: siempre está recordando que Engracia es muy bondadosa. Pero en entregándosela nuestra vecina no nos perdona y nos retruca entonces con un plato colmado de hígado de res. Ha venido a casa la niña Lucia Valentina a traérnoslo. ¡Ah, los niños!, mi esposa se siente mal cuando no tiene con qué retribuir la gracia y el don sublime de la presencia de un niño en casa, ellos que se lo merecen todo. Estos seres que apenas comienzan este trajinar…, que nada se imaginan de lo que está en el horizonte, por eso será que nos conmueven tanto. “Cada vez más difícil será la sobrevivencia”, en este mundo, dice mi mujer …
Por la tarde nos visita el señor Corsino y su hijo Enrique, y su bisnieto Jackson, quienes nos traen un litro de leche. Nos sentamos a conversar y a tomar café en el porche, viendo las montañas.
Se retiran nuestros amigos a las 4:30.
Nosotros nos vamos a la troja, a contemplar el río, a leer a Pablo Neruda y a ver las montañas. Al rato María Eugenia me dice que tiene hambre y comienza a repasar su recetario “El arte de engañar las tripas”. Piensa en unas panquecas pero cómo, que sin electricidad es imposible licuar… Luego se decide por unas arepas de harina de trigo.
Oímos voces y es que tenemos la visita de la señora Consuelo (esposa de Evencio), su hija Xioli y sus dos preciosas nietecitas: nos traen de obsequio un buen trozo de morcilla y una hermosa tapara. Afortunadamente tenemos para atenderles con las arepas de trigo recién hechas. Al despedirse se llevan un manojito de cilantro.
A las 7:30, nos vamos al patio a contemplar la noche y a entregarnos, en pensamientos, a nosotros mismos. El cielo está nublado y hay una oscuridad total, en la que solo se aprecian los trazos iluminados de multitud de luciérnagas. De vez en cuando se ve la luz de una linterna por los lados de la casita de Fernando, hijo de Evencio, casa construida en el punto más elevado de La Coromoto, desde el que se aprecia toda la aldea.
A las 8:30 buscamos el nido, en medio de un silencio y una oscuridad abismales.
- Estoy preocupada por esta situación del país, con estos permanentes apagones y esta incomunicación total que no nos permite saber nada de la familia – dice ME.
- No hay nada de qué preocuparse. Mira bien lo que quiere decir la palabra preocuparse: pre-ocuparse, es decir antes de. Lo que ha de pasar que pase, y lo que ha de suceder mejor, que ocurra de una buena vez. Nosotros qué podemos hacer. Uno tiene ideas pero no manda. Uno tiene pensamientos pero no tiene armas ni poder. Yo sé que te preocupas por tu seres queridos, igual que yo, pero ellos están como nosotros sin poder hacer nada tampoco…
Ya es media noche y aún no llega la luz. llevamos catorce horas entonces sin electricidad. Recordamos que un centenar de carros que se movilizaron desde las aldeas vecinas de Chacantá y Mucuchachí para tratar de echar gasolina están aquí desde ayer en Canaguá. Como no hay electricidad se han tenido que quedar varados, y no sé cómo hará esa gente para comer, para hacer sus necesidades vitales. No sabemos realmente lo que está pasando, y acaso será que nos pasaremos otra vez varios días sin electricidad como cuando ocurrió el pasado apagón a nivel nacional…
28-09-2019: La luz llega a las dos de la madrugada.
Desayunamos huevos, aguacate y los guapitos que nos regaló Alecio.
Seguimos sin poder ver ningún canal de televisión. Y eso que creíamos que estábamos al día con el pago de la suscripción.
María Eugenia se va a hacer una caminata con la perra. Coge el camino de Los Portones. El día está de ardiente verano.
Me voy al compostero. Hemos hecho un experimento que al parecer está dando algunos resultados: todo el material que obtenemos al desbrozar lo amontonamos, se deja amontonado durante un mes, y de esa pudrición se obtiene un excelente material para abonar las matas.
Regresa ME y me dice que llegó hasta el tercer portón, es decir, hasta los predios de la finca de Neptalí.
Se va la luz a las once.
Encendemos el fogón para colocar yuca, arroz y las morcillas que no regaló ayer doña Consuelo.
Voy hasta el redondel de las zanahorias y extraigo algunas para la ensalada y las arepitas. Nuestras zanahorias son gustosas y pulposas, no como las que se consiguen en los mercados que a veces saben hasta a gasoil.
Coloco pudre a las matas, mientras ME decide preparar una torta de auyama.
A las 5:45 nos reponen la electricidad.
Vuelven a quitarnos la luz a las 6:07. La vuelven a poner a las 6:30. Comienza a llover y hay truenos. Se desata una tormenta de truenos, y la perra corre a meterse debajo de la mesa del comedor. La luz queda averiada como si se hubiese ido una línea lo cual es motivo para dañar bombillas y aparatos. Luego quedamos totalmente a oscuras…
29-09-2019: Día domingo.
Amanece lloviendo, luego de un día como el de ayer que fue extremadamente caluroso y con un sol sabanero. No hay todavía, desde ayer, pues, electricidad ni en el pueblo ni en la aldea.
Temprano pasan Neptalí y su hija Nátali llevando entre los dos un cántaro lleno de leche.
Dice mi mujer:
- ¡Caramba!, ese hombre nunca se toma un descanso. Desde la madrugada está sube que baja, sean sábados o domingos. Haciendo ese recorrido de tres kilómetros varias veces al día.
Hoy es día de misa, práctica obligada desde hace décadas en estos Pueblos del Sur. Una misa que dura más de dos horas. La parroquia de Canaguá es de las más codiciadas por los curas, porque hay recursos, porque la gente es generosa y muy creyente. Se ven desfilar desde nuestra casa al señor Abel, hermano del señor Corsino hacia el pueblo; baja en la moto Neptalí con su esposa y su hija Nátali (han dejado a Toñito en casa, cuidándola); pasa luego Agustina (esposa de Abel), Roberto y María, Xiolimar, Marilú y Rosimar, pronto bajará también el señor Corsino llevado de la mano por uno de sus hijos.
Yo me voy a lo mío, a poner pudre a las matas, y mientras estoy en el patio voy saludando a los que pasan. Llega Consuelo y se pone a ver el guamo donde le está creciendo la enredadera de parchita, luego pasan Alejandrito y sus hermanos, saludando con sus celestes voces, alegres, anaranjadas. Luego sube Silvia con sus hijos y su esposo. Silvia acaba de llegar de Arapuey y viene a buscar sus corotos porque se va de La Coromoto a buscar otra vida y otro destino. Pasa Avenildo con una tropa de muchachos hacia el río. Pasa el señor Juvencio en su mula (mi mujer lo llama Sancho Panza) llevando en una mano una motosierra.
Viene ME con dos vasitos colmados de guayabas y lechosa troceadas, y nos sentamos un rato bajo la troja. Mi mujer elogia mi trabajo y yo hago lo mismo, y no es que lo hagamos por simples cumplidos del uno hacia el otro, sino en justicia.
La verdad es que ha sido una fortuna haber logrado adquirir esta casita, en tiempos cuando se podía. Tanto yo como mi mujer estamos jubilados, y no podíamos entregarnos al ocio improductivo.
Son las dos de la tarde y le digo a María que le hagamos una visita a Marcolina. Nos vamos andando, en un día todavía soleado, y vamos por la veredita viendo, de lado y lado, las casas de Evencio, la de Avenildo, la del señor Corsino, la de Roberto y María, de Rosa y Jairo, de Abel y Agustina, con sembradíos de café, con las vaqueras de Manuel y de Neptalí. Cacarean las gallinas de Rosa, se repeluca y grazna el ganso, ladra Chispa la perrita…
Entramos a la casa de Marcolina y nos recibe Nátali, que nos encontramos en la más bella mucu-posada de Los pueblos del sur. Pasamos a la cocina y nos ponemos a conversar sobre las siembras y los animales, sobre las mucu-posadas que en un tiempo fueron tan prósperas. Nátali nos sirve café con arepas de trigo, y antes de que no retiremos nos entrega unos abultados cambures verdes de los que se cosechan en la finca El Cobre. Nosotros quedamos en darle algunas zanahorias y cilantro de nuestra cosecha.
Son las seis de la tarde y llevamos ya 36 horas sin electricidad. Nos cuenta Engracia que se produjo una seria avería en el páramo, que se espera repararán en las próximas horas.
Nos ponemos a jugar scrable con un poco de luz que llega por las ventanas.
Comienza a lloviznar.
Nos vamos como las 7:30 a la cama. Pasamos largo rato cada cual con nuestros pensamientos empapados de crespúsculos, susurros, arboledas y prolijos vientos sacudiendo los cafetales. Mi mujer dice:
- Qué largas se hacen aquí las noches.
- No son las noches, son tus desvelos, tus preocupaciones, es no saber nada de tu gente. Recuerda, así es y así debe ser el campo. A mí por el contrario me gustan estas noches, este silencio, estas lejanías, esta suave, majestuosa y profunda oscuridad, por ejemplo.
- ¿Recuerdas aquel cuento de G.H. Wells de aquellos ciegos en un poblacho de Ecuador, que trabajaban de noche y descansaban de día?
- Verdaderamente. Abrir los ojos y no ver absolutamente nada, la grandiosidad de la oscuridad, donde una vez, antes de venir al mundo estuvimos nueve meses encerrados. ¿Si lo hubiéramos sabido, habrías venido a este mundo?
- Las gentes, es verdad lo que tú dices, se queja de puro vicio. Olvidan más fácilmente de lo que ellos imaginan las cosas agradables de esta vida: Te voy a recitar este poema de Neruda “Cita en invierno”: He esperado este invierno como ningún otro invierno/ se esperó por un hombres antes de mí,/ todos tenían citas con la dicha:/ solo yo te esperaba, oscura hora….
- Cómo han magnificado, por ejemplo, lo del apagón que dejó sin luz a toda Venezuela por 86 horas, a sabiendas de que ha sido algo que nos provocaron. Las eternas magnificencias de lo que salpica, enturbia y duele.
- Fíjate, estuve viendo una vieja revista “Bohemia” de marzo de 1999, con un reportaje sobre Buenos Aires que se titula: “Caos… Todo a media luz…”. Se trató, durante el gobierno de Carlos Menen, de un largo y pavoroso apagón de siete días, en pleno verano porteño con pérdidas que alcanzaron los mil millones de dólares. La gente salió a regalar la comida. El sistema de acueducto y el desagüe colapsaron.
(Fueron pasando las horas y nos fuimos quedando callados cada cual hundido en su chinchorro…)
30-09-2019: amanecemos sin electricidad. Preparo café y me voy al porche con la perra. La perra se comunica conmigo telepáticamente en todo. Le cuento que hay problemas serios con la electricidad, y ella se queda mirándome como estupefacta, y diciéndome: “- Con tal que no me dejen en este momento y vayan ustedes a coger para Mérida. Miren, la electricidad qué importa. Cuantos meses me las he pasado yo aquí solita, luz es lo que sobra…”. Le respondo que ella desconoce parte del problema porque no se puede abrir tanto la nevera que ya ha perdido casi todo el frío. Le digo además, que tendremos que repartir las sardinas que trajimos y darle una parte a su eterna enemiga Morisca; que el maíz que molimos se está poniendo un poco ácido, que tendremos que ir donde los Mora a llevarle un poco de nuestra yuca que teníamos congelada. Ella se echa a gemir un poco, definitivamente resignada, como cada cual.
Me voy al trabajo de colocarle abono a las matas. Hago lo imposible por tratar de recuperar varias matas de maíz que están un poco sutes.
María Eugenia va y le regala a Engracia un kilo de maíz sancochado y varias sardinas, pero nuestra vecina nos retruca con un plato de espagueti con carne y con barandas de cambur verde sancochados.
Encendemos el fogón y ponemos a cocinar toda la yuca que tenemos.
Pasa Neptalí y conversamos un rato. Me refiere que ha estado complicado con una caña que debe sembrar. Hablamos de la fulana dolarización y me dice que algunas personas del pueblo le han preguntado por qué no se ha ido a buscar trabajo a los Estados Unidos y él les ha respondido:
- Si fuera que me voy, digo, por la mañana para Estados Unidos y que pudiera regresar por la tarde a mi casa, aquí, ya me hubiera ido hace tiempo. Pero irme al Norte, para allá tener que gastar gran parte de lo que gane en comida, ropa y hospedaje, me parece una gran pendejada. Es como regresar como me fui: sin nada.
¡Albricias! ¡Luz! ¡Luz! La luz llega a la una de la tarde. Y me da tiempo para ver parte de una entrevista a la prensa internacional que da el presidente Nicolás Maduro. Descubrimos que el mundo todavía no se ha acabado, y que mi esposa, al fin, puede comunicarse con sus seres queridos, y que todo está muy bien en Mérida.
Según me refieren el problema de dar electricidad a estos pueblos del sur se está haciendo cada vez más crítico. En uno de los páramos se reventaron unas guayas ya muy viejas o vencidas y en varias ocasiones se vinieron abajo torres al tratar de tensarlas. Son guayas que llevan ya unos cuarenta años de uso, y se hace imprescindible reemplazarlas. Y la gran pregunta es: ¿Habrá en este momento posibilidades de ello?
Me llega un mensaje en el que me informan que Mario Silva me mandó un saludo desde su programa La Hojilla, el pasado sábado.
Engracia nos regala una lechosa verde y dos arepitas dulces rellenas con queso.
Finalmente terminamos de ver la película “El tambor de hojalata”.
01-10-2019: hoy nos recibe una mañana esplendorosamente decembrina.
Mientras me dedico a limpiar el terreno, ME sigue poniendo a ras el césped, por el lado de nuestro cuarto.
Voy a buscar al señor Corsino para que pase un rato conversando con nosotros. Cuando llego a su casa lo encuentro sentado en el corredor. Saludo a Manuel quien está a punto de salir a ver unas vacas.
Nos venimos andandito, el señor Corsino con su bordón para ir guiándose, ya totalmente ciego. Le llevo de un brazo. En casa nos ubicamos debajo de la frondosa mata de garbancillo, y ME le trae un trozo de torta de auyama con una taza de café.
Con el señor Corsino nos ponemos a conversar mientras hacemos nuestras tareas. Vuelve la señora Consuelo con otro trozo de auyama y pasa adelante porque viene también a buscar un pollo que se ha pasado varios días en nuestro solar. No es fácil agarrar a estos pollos andariegos que van de casa en casa, pero doña Consuelo tiene una técnica que no falla, les echa unos granos de maíz y luego va y le coge. Yo entretanto me voy al cambural y bajo el único racimo que tenemos “jecho”, para así ir preparándole la comida a la perra.
Saco varias manos de cambur, y por encima de la estufa y desde el techo cuelgo algunas de ellas, luego las cubro con una vieja franela roja abotonada hasta el cuello, y es lo que doy en llamar “un señor santo tapa’o”.
Nos cuenta el señor Corsino que en otros tiempos algo que se les daba a los cochinos era bastante guarapo de caña, concentrado, que los engordaba mucho. Y que él tenía, se ríe, un amigo que llegaba a su casa y le decía: “- Por favor, acérquenme un poco del guarapo de mi hermano…”.
Encendemos el fogón y colocamos la inmensa olla de cuarenta litros, y allí ME le hace un buen preparado de varias semanas para la perra con cambures verdes, bofe, huesos de pollo, conchas de zanahoria y papas, con dos kilos de arroz picado.
Que día más hermoso, diría John Milton, para los hijos del cielo: una claridad sabanera absoluta, tremolando con prístinos colores todos los encantos rutilantes de los escudos seráficos. En este Edén, en esta casa de La luna del Valle, morada espiritual en la que apetece quedarse para siempre: idílico bienestar, gracia divina, la paz inefable entre humildes pobladores, enteramente entregados a amar y a servir a la tierra. Aquí no hay nada de eso que algunos llaman intelecto fermentado y rancio, contrariedades o contradicciones morales que agobian, que asfixian, enferman o enloquecen. Aquí todavía se puede conocer una inocencia providencial; autenticidad en los sentimientos, intuición noble y sana en lo que se hace y en lo que se pregona. La gente casi toda es católica, cree en Dios y recela de los curas aunque los respeta y les obedece, por si acaso.
Almorzamos yuca, hígado encebollado y un poco de ensalada.
Al tratar de bajar del fogón la inmensa olla de la comida para la perra, se me zafó del mango por lo pesado que estaba, y parte se regó en el piso. Luego, en cuanto hicimos esfuerzo para trasladarla al porche, y al descargarla en el piso, ME pronunció un “-¡ay, me dio un corrientazo…!”, producto de alguna torcedura a nivel de la cadera. Seguramente a nivel de la ciática. Anduvo poniéndose agua caliente en una botella, algo imposibilitada, pues, ahora, de hacer los oficios normales.
Se produce a las dos de la tarde, otro corte eléctrico.
Todo el mundo tiene que ver con el señor santo tapa’o, que vienen y le levantan un poco el ruedo de la franela y se asoman para ver si los fulanos cambures van madurando…
A las 3:30 de la tarde hay una canicular. Nos visita Enrique quien llega con un jarro de calostro, ya preparado y endulzado, producto del nacimiento de una becerrita de una vaca de Ángel.
Compartimos con Enrique, tomando cafecito, hasta las 5 de la tarde. Nos enteramos que Ángel llega mañana de Mérida.
Cenamos yuca revuelta con huevo, trasegada con agua panela.
Lamentablemente, nosotros rodeados de montañas no vemos ponerse el sol; él va cayendo en estos días con sus lívidos rayos hacia los páramos que colindan con los predios de Los Marañones, a donde hemos ido a caminar con Ángel en varias ocasiones. En cambio, sí lo podemos ver cuando aparece en las mañanas por oriente, por el boquerón del valle que se hunde entre cafetales y camburales, hasta el pueblo de Canaguá. Un caer y un resurgir como la vida misma que aunque lo estamos viendo y esperando cada día siempre nos parece nuevo y sagrado.
A las 7 nos vamos a contemplar el cielo, tupido de estrellas. Nos entretenemos mirando estrellas fugaces, y unos misteriosos objetos iluminados que se desplazan de un lado a otro de la bóveda que uno no sabe qué cosa podrían ser: si aviones (bien raro en esas inmensidades tan lejanas), meteoritos (dice mi esposa) u ovnis (…quién sabe). Tantos ojos luminosos, tantas miradas apuntando hacia nosotros allá arriba, que somos otras galaxias en la tierra, que emitimos también luz celeste. Beatitud absoluta en la oscuridad, poblado el cafetal y el maizal de luciérnagas. Cómo podría sentirse alguien solo en la inmensidad del firmamento y entre tantos espíritus celestes. La verdad es que a mí la nada en este mundo me inspira. Soy la antidepresión más completa en el universo, y estaba pensando en esto cuando a las 8:20 llega la luz de… los demonios. En cuanto llega la luz, todo cambia y realmente volvemos al furor de la oscuridad de los aparatos: de los cargadores, de los programas de televisión o de la radio, de los mensajes,… una oscuridad inevitable y necesaria en el mundo civilizado.
En busca del sueño, me llegan en cascadas y sin orden ninguno, recuerdos de otras épocas: estaba yo recién mudado a Mérida para trabajar como profesor en la Universidad de Los Andes. No sé por qué motivos o antecedentes, algunos señores representativos de las fuerzas vivas de la ciudad creyeron que yo estaba llamado a jugar un papel político importante en aquel medio. Un día de octubre de 1983 (yo había llegado a Mérida en septiembre), se detuvo frente a nuestra casa uno de esos carros lujosos que llevan los magnates, escoltado por dos motorizados. Se trataba de un señor senador al Congreso de la República quien se molestaba para entregarme personalmente una invitación: una de sus hijas entraría en la residencia de las musas celestes con un prometedor hombre de negocios, y la boda se realizaría en el Country Club. El senador hizo hincapié en el lugar donde se realizaría la parte profana de la unión nupcial, y recalcó lo de “Country Club”, que en la propia tarjeta de invitación resaltaba en letras doradas. Debía ser aquel lugar (mansión, palacio, recinto) de lo más envidiado por los pobladores de la Ciudad de Los Caballeros. Me hizo gracia tanta prosopopeya, y recordé que en Caracas estaban también dos poderosos centros de gran alcurnia, el supremo Country Club y la Lagunita Country Club, en los que se reúne lo más granado de la sociedad caraqueña. La famosa amante del presidente Carlos Andrés Pérez, doña Cecilia Matos, llegó a ser miembro de alta distinción de la Lagunita Country Club y llegaba al fulano club en helicóptero, todos los miércoles por la tarde (cuando el presidente se derrapaba), junto con la pléyade de los Boulton, Cisneros, Granier, de los Azpúruas, Zuloagas o Aristiguietas,…
Pues bien, en los prolegómenos de mi sueño, me vino también a la memoria que esa palabra club, hoy de tanto prestigio burgués, tiene un origen miserable, criminal y escabroso. Club quiere decir garrote o estaca y tres siglos atrás, bandas de los más bajos fondos, a orillas del Támesis, se unían para robar y asesinar a las gentes, para sacarles el dinero o apalearles. Y así como los de la Mara-salvatrucha de El Salvador o de Los Ángeles (en California), aquellos malandros ingleses decían entonces pertenecer a un “club” de garrotes, y en ellos estaban protegidos, tal cual como los de ahora, que se sienten poderosos por poseer dinero sucio que extraen con ganzúas, mediante desfalcos, fraudes, engaños, especulación y mil trácalas…
02-10-2019: tenemos hoy un día de verano, con un sol quemante. Me voy a preparar unos almácigos para colocar semillas de pepino, de ají dulce y de aguacate.
Hay corte de electricidad a las 9:20, y según el promedio estos cortes duran entre siete u ocho horas.
A las diez, decido hacer una caminata con la perra, hacia Los Portones. Me encasqueto mi sombrero, me pongo las botas y cojo unos palos secos de café. Cruzo el río y comienzo a subir por la orilla de la primera cuesta, y cuando desciendo por la hondonada de los pinos, allí escucho la segadora de Neptalí rozando su cafetal. Luego hay otra cuesta recta anegada por una quebradita, con bastantes lajas donde pastan vacas y becerros. Tuerzo, precisamente en el boquerón de esa quebrada para tomar hacia El Cobre y a unos cien metros está la hilera de una docena de matas de guayaba, frondosas, aunque no dan frutos desde hace varios años. Allí queda la casita del fundo de Neptalí, muy bien cultivado de caña, café, maíz y yuca. Paso por los horcones que dan a la casa de los jóvenes esposos Ramón y Francis, y al cruzar el tercer portón me encuentro, en una hondonada, con el buen hallazgo de un gran árbol caído y seco, muy bueno para leña. Entre mis planes ya está traer el machete y acarrear de ese árbol madera para el fogón.
De ahí sigo la marcha, y a unos doscientos metros, siempre en ascenso, doy con el tercer portón donde me detengo a comer unas guayabitas duras, secas pero gustosas. Hay una especie de umbroso pasadizo, luego una vaquera, prosigo hasta el cuarto portón, el que está en los predios de la finca de Onofre, prosigue un descenso desde el cual se aprecia todo el magnífico valle que se prolonga hasta la carretera principal, al fondo de una extensa ladera la casa del ex prefecto Ramón Isidro, todo muy bien cultivado de café, camburales y siembras de maíz. En el camino hay manantiales de agua purísima que manan de la tierra, de modo que no hace falta de llevar agua. La perra hunde su barriga en los barriales y después arrastra su panza sobre la hierba como una tonina.
Dejamos a un lado la casa de un primo de Ángel que tiene una buena crianza de aves de corral: pavos, gansos, patos, gallinas jabadas, guineos y gallos finos. Hay muchas vacas echadas en el camino que ni se molestan en apartarse cuando se les pasa a un lado. Hasta que alcanzamos el quinto Portón y hay que detenerse a contemplar la beatitud de los campos en su hermosura más inefable, más sublime y sagrada. El poeta le llamaría la eternidad profunda, el venero bendito de la gracia divina y soledad victoriosa, en la que ya no hace falta nada. Luego seguimos por otros umbrosos senderos, hasta llegar a lo que llamamos La Explanada, desde la cual se ve el pueblo de Canaguá, su río, su puente centenario hecho en tiempos de Juan Vicente Gómez. Y aquí lo que place es echarse un rato en la grama a contemplar, absorto, en absoluto silencio, la nada, auscultando el secreto de la ausencia total de esa prolijidad estorbosa de los adoradores de becerros de oro.
Lo que más atormenta a la perra y que le teme espantosamente, es a esas moscas cojoneras que muerden y que diezman el ganado. Algunas de esas moscan se vinieron sobre nosotros cuando pasábamos de regreso por el portón de la finca de Onofre.
Llego a la casa, y mi adorada esposa está, pese al corrientazo en la ciática de ayer, entregada a mil labores. Está en este momento, en un costado de la casa haciéndole mimos a Morisca quien ha venido acompañada con su hija Morita. Son dos animales idénticos con sus trazos grises y blancos, de no ser porque Morita lleva en sus labios una mota de pelos que semejan una mariposa negra. Cuando Solita se acerca a saludar a su ama, luego de tan sabrosa caminata, Morisca se va sobre ella y le da de terribles zarpazos en el hocico. Se forma una sampablera de aullidos, repelucos y sobresaltos, y María Eugenia que increpa a Morisca:
- ¿Por qué usted hace eso, si Solita no le está haciendo nada? Vamos, no la quiero. ¡Váyase!, ¡Váyase! – el sermón es largo, cargado de rabia y de una necesidad sobrehumana de que la gata entienda lo horrible que ha hecho.
Pero la gata se mantiene indiferente, decidida a mantenerse en sus trece contra Solita. Luego María Eugenia se arrepiente un poco de sus regaños y encuentra una explicación al gran encontronazo entre perra y gata: “- Es que ella estaba con su hijita Morita, y eso la puso nerviosa…”.
ME pasa a la cocina para preparar unas sardinas a la plancha y en limón, un arroz y una ensalada. Me quito las botas, coloco al sol la ropa sudada, me sirvo un buen vaso de agua y le digo que antes de sentarme a la mesa voy a reposar un poco para darme un buen baño. Me sirvo un cafecito porque la resolana que he cogido la llevo todavía candente por dentro. Mi esposa disimula el dolor, jamás se queja, con entereza y firmeza, va enhiesta, sin muchos movimientos a los lados para evitar un sacudón de algún nervio a nivel de la cadera. Ella practica aquel principio de Bolívar de que los males se vencen trabajando.
Después de almorzar, le hago una visita al señor Corsino y le llevo de obsequio unas sardinas. Le pido a Manuel que por favor nos aparte dos quesos para el viernes y que allí veremos cómo se los pagamos. Se espera que Ángel llegue esta noche de Mérida. Cogerá el autobús a las tres de la tarde en Ejido para llegar a Canaguá a las diez la noche. Subirá a La Coromoto mañana jueves.
Regreso a casa para dedicarme a lavar cacharros y como el día ha sido intensamente caluroso y seco regar un poco las matas.
La electricidad nos la reponen a las cuatro de la tarde.
Pasa Teodolindo y dos jóvenes que llevan machetes y escardillas, seguramente han terminado de charapear por los lados de Los Marañones.
A las siete de la noche nos visita Neptalí, su esposa y sus dos pequeños y encantadores hijos: Nátali y Toñito. Toda una historia podría escribirse sobre estos dos niños adorables, entregados con devoción y arte a las labores del campo. Natalí, a sus doce años, es como una señora de casa sobre cuyos hombros recae llevar casi todas las tareas domesticas por cuanto su señora madre, mujer joven, ha perdido totalmente la vista. Natali es quien lleva de la mano a todo lados a su madre. Nosotros las vemos pasar, a madre e hija, cada día, hacia la finca de Neptalí en El Cobre o hacia el pueblo, a cuatro kilómetros de La Coromoto. Toñito, de apenas diez años, se entrega al cuidado de las plantas y de los animales con amor divino, como si éstos fuesen amigos entrañables, del alma, así quería al burro Remolino con el que pasaba cada mañana hacia la finca de su padre, y cada tarde por frente de la casa. Toñito le pide a María Eugenia que le dé esquejes para tener en su jardín garbancillo, por ejemplo. Toñito le dice a María Eugenia que él le quiere regalar una tortuga.
Antes de despedirse, Neptalí y sus dos niños, van cerca de la estufa a admirar al extraño santo tapa’o.
Vemos “Con el mazo dando”.
Ha hecho durante toda la noche un calor tremendo, y pareciera que se va desatar un veranillo.
03-10-2019: pareciera que se afinca una especie de verano, muy malo en este momento para las plantas. Anoche no cayó ni siquiera un rocío. Se nos presenta un día semi-apagado. No me confío del tiempo y salgo a regar las matas.
Desayunamos arepitas de yuca, con un poco de mantequilla y restos del hígado cocinado ayer. Morisca irrumpe con furia en la mesa, y hay que darle algo de comida. A veces se hace tan impertinente que tenemos que sacarla y cerrar puertas y ventanas, y entonces la vemos rondar por toda la casa, maullando y tratando de ver cómo entra. En este sentido, nuestra Solita es un dechado de decencia, siempre espera paciente y prudentemente a que llegue la hora de servirle.
María Eugenia termina de sacar las últimas zanahorias ya listas para el consumo y de sus almácigos sembró unas nuevas. El tiempo se torna frío. Aún a las 9:30 el sol se niega a salir en todo su esplendor.
Baja mucha gente hacia el pueblo. Desde ayer no hay clases en la escuelita, desconozco la razón.
Engracia nos regala unas lentejas y ME las pone en remojo hasta mañana para triturarlas y hacer falafel.
Terminamos de abonar todas las matas de maíz sembradas en el patio lateral derecho de la casa.
Al mediodía se presenta otra canicular: llovizna con sol.
Determinamos adelantar el viaje y partir mañana en lugar del sábado. Voy y le aviso a los Mora, a Marcolina y al señor Antonio, porque algunos enviarán encomiendas y otros se irán con nosotros a Mérida.
Se produce otro corte eléctrico a las 3:30 de la tarde, y si nos atenemos a lo que ha venido sucediendo en los últimos días quizá no tengamos electricidad hasta las 10:30 de la noche.
El día está bastante apagado y la casa un poco a oscuras. Silencio abismal.
Ángel dice en un mensaje que llegará esta noche, como a las 10:30, pero que el bus no podrá pasar por el derrumbe que se ha formado en El Rincón, pide a su familia que alguien vaya a buscarlo.
A las cinco de la tarde se produce una racha de vientos huracanados intensísimos, feroces, que derriban varias matas de maíz, encorva peligrosamente el cambural, bate con demencia al guamo, sacude violentamente las ramas del enorme eucalipto cerca del río; espectacular la visión de los árboles sacudidos, rizados por la severa ventisca, tal, que se cuela el agua por las ventanas, cual si fuésemos en un barco en medio de una tormenta en alta mar. Nunca habíamos visto una sacudida igual por estos lados andinos. Pensamos en las severas afectaciones que deben haberse provocados a nivel de las torres eléctricas, tan resentidas y viejas.
Va subiendo Enrique hacia su casa en medio del chaparrón.
Escribo estas notas casi en medio de la oscuridad. A las seis ya ha escampado, por lo que trataré de ver si puedo salir y recuperar algunas de las matas de maíz que fueron derribadas. Así es el campo…
Nos visita a las siete Manuel Ovidio quien nos trae los dos quesos que llevaremos a Mérida. Encendemos el fogón con un viejo “cachete” que por un tiempo estuvo reforzando un garbancillo.
El fuego se mantuvo calentando la sala por tres horas.
La luz llega a las 9:30. Nos hemos enterado que en España los medios enemigos de Venezuela están elogiando un libro en el que se califica a Simón Bolívar de genocida. Se ve ahora que la guerra está definitivamente dirigida a destrozar nuestra conciencia, nuestra historia, nuestros valores, nuestras raíces sustentadas sobre nuestras propias luchas. Esto constituye una monstruosidad mil veces peor que cualquier invasión armada o cualquier masacre.
04-0-10-2019: madrugamos. Ya hemos colocado todos nuestros macundales en la camioneta. Avenildo le manda a una hija en Mérida diez kilos de queso para que los venda en el mercado Soto-Rosa, Marcolina una caja con comida a su hija Angibel y Baudelio dos piernas de cochino a un familiar. Visitamos al señor Antonio Rojas, quien tiene a un sobrino grave en El Molino, pero ya no puede irse con nosotros. Nos regala un racimo de cambur…
Emprendemos el regreso. Vamos en silencio. Mi esposa dice: “Verdad que se siente como que nos falta algo de nuestra propia alma, que vamos dejando aquí …”, y vuelve el silencio.
No le respondo, ya no vale la pena hablar sino sentir. Allá lejos estará aullando Solita. Es una estampa de silvestres lejanías todo lo que se ve en el horizonte… dejaremos de oír por varios días los ladridos de la perra, los maullidos de Morisca, la ausencia, otra vez…
(EE UU pone toda su esperanza en un traidor … La Libertadora… Cipriano Castro… Manuel Antonio Matos…)